CAPÍTULO 3
Pronto religioso, misionero
Prosigo la historia… Yo era, pues, vicario en esta
parroquia de las afueras de Lille en Marais de Lomme junto a un párroco y un
primer vicario. En el transcurso de ese año que pasé allí, en 1930-1931,
recibía cartas frecuentes de mi hermano que era ya misionero en Gabón, en las
que me describía su trabajo y el trabajo de sus compañeros. Estaban agobiados
de trabajo, no había bastantes misioneros. Por eso me insistía: « ¿Por qué no
vienes? Después de todo, ya hay bastantes sacerdotes en la diócesis de Lille.»
Esta frase correspondía un poco, evidentemente, a lo que me dijo el párroco a
mi llegada. Me había dicho: «Mire usted, lo recibo amablemente, hasta con gusto,
pero no tenía necesidad de un segundo vicario.» A pesar de estas insistencias de mi hermano, no me
sentía atraído por las misiones. No sé por qué… No, yo no estaba hecho para ser
misionero a lo lejos; eso no me atraía. Habría preferido, como les decía, ser
párroco o vicario en un pueblo, y conocer a toda la gente, y hacerles bien.
Pero recorrer la selva, vivir en medio de indígenas, aprender nuevas lenguas,
en definitiva estar en un mundo completamente extraño y diferente al mío, me
daba la impresión de que todo eso me supe-raba, no era para mí. No me sentía
atraído en absoluto, pero a fuerza de escuchar los llamados de mi hermano… tuve
una vocación misionera de razón. Pensé: «Bueno, puesto que aquí no soy absolutamente
indispensable, y si realmente allí falta gente, ¿por qué no ir?» Por eso, a finales del año, escribí al cardenal
Liénart y luego a la Congregación de los Padres del Espíritu Santo diciendo que
si el Cardenal me autorizaba a dejar la diócesis, entraría de buena gana en la
Congregación de los Padres del Espíritu Santo para ser misionero. El Cardenal
me contestó afirmativamente, y me dijo: «¡Oh! claro que siempre nos pesa ver
partir a uno de nuestros sacerdotes, pero en fin, si verdaderamente usted
piensa ser útil en las misiones, no podemos negarle este pedido.»
EN EL NOVICIADO
Los Padres del Espíritu Santo, desde luego, estaban
contentos de recibir a un sacerdote secular, porque no tenían que ocuparse de
él para su formación. Yo había sido su alumno en el Seminario francés, es
cierto, pero no en beneficio suyo, sino de la diócesis de Lille. No habían contribuído
de manera positiva a mi formación. Por eso, ciertamente, se pusieron contentos
de recibirme. Así, pues, entré en el noviciado de Orly, cerca del
actual aeropuerto. Allí los Padres del Espíritu Santo tenían una propiedad para
el noviciado. Éramos tres sacerdotes, todos antiguos alum-nos del Seminario
francés. Uno de ellos era el Padre Laurent. Habíamos sido amigos en el seminario,
sin imaginarnos que la Providencia nos conduciría un día al mismo noviciado.
¡Otra vez la Providencia! Allí reanudamos una amistad aún más profunda, porque
los dos llegamos a ser Padres del Espíritu Santo. El otro era el Padre Wolf,
que más tarde fue obispo de Madagascar, en la diócesis de Diego Suárez. Por lo
tanto, éramos tres sacerdotes, y alrededor de ochenta novicios, solamente por
lo que se refiere a Francia. Es mucho. Cuando se piensa en cifras como estas,
uno se pregunta si es posible, pues ahora ya no queda nada. El maestro de novicios era el Padre Faure, y el
confesor era el Padre Desmats: ambos muy buenos Padres del Espíritu Santo.
Pasamos un año de noviciado, un año frío, ¡Dios mío, Dios mío! ¡Será posible
hacer sufrir así a los novicios, increíble! Yo no sé si fue un año
excepcionalmente frío, pienso que sí. En todo caso, no teníamos calefacción en
nuestras habitaciones, sólo tenía calefacción la sala de comunidad, y no
teníamos agua corriente en ese tiempo. Íbamos a buscar el agua con palanganas,
había una canilla al fondo del pasillo. ¡El agua se congelaba en la palangana!
Por la mañana había que romper el hielo para poder lavarse un poco… Nos
poníamos cuatro, o cinco, o seis frazadas, que hacían peso pero no calentaban.
Siempre se tenía el mismo frío. ¡Oh, era algo espantoso! ¡No sé cómo no me morí
de frío! Y por añadidura, nos hacían leer el libro del Padre
Rodríguez, un jesuita, en cuatro volúmenes: Ejercicio de perfección cristiana.
¡Debíamos leer a Rodríguez unos detrás de otros, en el claustro, afuera! ¡Con
el frío que hacía! Ya no sentíamos los dedos que aguantaban el libro, y estábamos
así, unos detrás de otros, para leer. ¡Ah, eso era el noviciado!
PROFESIÓN Y PRIMER NOMBRAMIENTO
Finalmente, acabado el noviciado, hice profesión el
8 de septiembre de 1932, en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen.
Luego fui nombrado a Gabón. Habría podido ser nombrado en otra parte, pero
evidentemente, como mi hermano era el que me había atraído… Monseñor Tardy, el
obispo de Gabón, había venido ya a verme al noviciado y me había dicho:
—
Usted se viene con nosotros, ¿sabe?
Yo
le contesté:
—
No sé nada, eso depende del Superior General.
—
Sí, sí, sí, estoy seguro, estoy seguro… ¡Y usted no debe negarse a ello! Su
hermano está allí, debe seguir a su hermano.
Repliqué:
—
Si el Superior General da su aprobación, me voy con ustedes.
Entonces
él añadió:
— Y
como usted hizo sus estudios en Roma, será profesor en el seminario.
¡Oh!… ¡Esa sí que no me la esperaba!… Era lo que más
me asustaba, ¡oh, no, no era posible! Me gustaba mucho la pastoral, me gustaba
mucho el ministerio, me sentía hecho para eso. Pero profesor, ¡ah, no, eso sí
que no! ¡Profesor en el seminario, no!
Le dije:
— Mire usted, no soy más capaz que los demás. No
crea que porque fui a Roma voy a ser mejor profesor.
Pero el insistió:
— ¡Ah! ¡Claro que sí! ¡Sí, sí!
EN GABÓN: PROFESOR Y DIRECTOR
Así, pues, el Superior General me nombró en Gabón,
adonde partí el mes de octubre. Como en ese momento no había aviones, viajé por
barco, que tardaba quince días en llegar a Gabón. Me despedí de mis padres y me
fui en octubre de 1932. Ya no volvería a ver a mi madre, puesto que murió en
1938. No pude volver a verla, porque estaba todavía allá lejos. Fui nombrado en el seminario, cuyo director era el
Padre Fauret. Dos años más tarde, cuan-do el Padre Fauret fue designado como
obispo de Loango, en Congo Medio, Monseñor Tardy me nombró director a mí. Tuve
como ayudante al Padre Berger, que desgraciadamente ya murió. Así, pues, tuve
que hacerme cargo de todos esos jóvenes seminaristas, y no era poco trabajo
asegurar todas las clases, porque junto a unos quince seminaristas mayores,
había también una quincena de seminaristas menores. ¿Cómo programar todas esas
clases? Para reducir el número de horas de clase procedimos por ciclos, año por
año, a fin de tener todos los seminaristas a la vez. Entre estos había algunos
que hoy son obispos de Gabón. Uno es Monseñor Ndong, que era mi alumno y que se
convirtió en obispo de Oyem, en Gabón. Otro es Monseñor Makouaka, que es ahora
obispo de Franceville, en el interior de Gabón. Un tercero es Monseñor Ciríaco
Obamba, que aún hoy es obispo de Mouila, y que también fue mi alumno en
Gabón . En cambio, el arzobispo actual
de Libreville, Monseñor Anguilé, no fue alumno mío. Muchos sacerdotes que aún
viven fueron también mis alumnos. Entre los seminaristas menores, varios
dejaron el seminario, y tienen ahora más de sesenta años, sesenta y cinco, setenta.
Algunos me conocieron bien, y eso, gracias a Dios, facilitó la implantación del
Padre Gro-che en Gabón. Es muy cierto que si mi hermano y yo no hubiésemos sido
misioneros allí, nunca habríamos podido implantarnos: los obispos habrían hecho
presión de tal manera que el gobierno nos habría prohibido hacer una fundación.
Mientras que ahora, como esos obispos habían sido mis alumnos, les era difícil
expulsarme y hacer en serio la guerra contra mí. Así, pues, fue ciertamente una
gracia particular de Dios que la Fraternidad San Pío X haya podido implantarse
en Gabón. Para mí es un gran consuelo pensar que ahora la llama vuelve a
encenderse allí, en Gabón, gracias al Padre Groche y a los padres que están con
él, que resucitan la Tradición, lo que nosotros dimos a esos obispos. Lo que yo
hice por ellos, lo seguimos haciendo ahora, lo sigue haciendo el Padre Groche.
LA ENFERMEDAD, Y LUEGO LA
MISIÓN DE N’DJOLÉ
Estuve, pues, seis años en el seminario: dos años
como profesor, y cuatro como director. El trabajo era muy duro y el clima
terrible. Muchos jóvenes misioneros enviados a este país morían al cabo de dos
o tres años. Cuando íbamos al cementerio, veíamos las tumbas de nuestros
misioneros: fallecido a los veintiséis años, fallecido a los veintisiete,
fallecido a los veintiocho. El clima era difícilmente soportable. En ese
momento nos defendíamos mal contra todos los insectos y todas las enfermedades
que había allí: el paludismo, la filaria, la amebiasis, los gusanos
intestina-les, la mosca tsé-tsé (la mosca del sueño); era espantoso. También
estaba la biliosa hemática, es decir, hemorragias internas en un hígado que
trabajaba mal a causa de los alimentos y del calor. La biliosa hemática era muy
grave, mortal. Mi hermano estuvo muy enfermo al cabo de su segundo año. Y yo,
al cabo de mi sexto año, estaba prácticamente medio muerto, y no podía
continuar el trabajo; ya no tenía fuerza, me encontraba completamente
extenuado. Ahora bien, en ese momento, en principio, no se
debía regresar a Francia sino cada diez años. Se me concedió poder volver en
1939. Pero dejé el seminario antes, en 1938, y durante un año estuve en una
misión en el interior. Allí me encontraba más a mi gusto, pero debía
aprender el idioma. Era muy feliz en esta misión de N’djolé, como vicario con
el Padre Ndong, el futuro Monseñor Ndong. Nos llevamos y nos entendimos muy
bien. Contábamos con religiosas de Castres, de la Congregación de la
Inma-culada Concepción, que estaban allí como misioneras. En todas nuestras
misiones había siempre una escuela… En N’djolé teníamos ochenta niños y sesenta
o setenta niñas. Las Hermanas se encargaban de las niñas, internas todas ellas,
y nosotros, los Padres, nos encargábamos de la escuela de los niños. También
hacíamos, claro está, las giras por la selva.
LA GUERRA DE 1939 —
MOVILIZACIÓN
Regresé a Europa en 1939 en el momento en que
comenzaba la guerra. La guerra nos sor-prendió cuando estábamos frente a Guinea
inglesa, en Freetown. El comandante nos avisó de ello al Padre Viril y a mí,
que éramos compañeros de infancia. Nos dijo: «Creo que esto es la guerra.» Y,
en efecto, se declaró la guerra. Regresamos entonces al puerto de Freetown para
camuflar todo el barco, para que no hubiese luz, y así no viniesen los
submarinos a torpedearlo. Comenzamos el regreso a Europa. En Dakar esperamos
algún tiempo, y desde allí fuimos conducidos en convoy. Dos o tres barcos
militares acompañaban a cinco o seis barcos de pasajeros para protegerlos eventualmente
contra los ataques de los submarinos. Algunos barcos de pasajeros habían sido
hundidos ya frente a las costas de Mauritania, después de la declaración de la
guerra.
Llegamos sin tropiezo hasta Burdeos, pero como era
la guerra, fuimos movilizados. ¡Al cabo de un mes debía yo marchar de nuevo a África
como soldado! Tuve justo el tiempo de ver a mi padre algunos días, y luego a
mis hermanos y hermanas que estaban allí.
VUELTA A AFRICA — DESMOVILIZACIÓN
Y tuve que volver a Burdeos y embarcarme de nuevo en
un barco acompañado aún por barcos militares, hasta Dakar. Después el barco
siguió hasta Libreville. Allí fui desmovilizado.
MISIÓN EN DONGUILA
Fui nombrado en Donguila, en una misión de la selva,
por Monseñor Tardy. Y allí, como a pesar de todo era la guerra, fui movilizado
de nuevo, enviado al Chad, etc. ¡Viajes inútiles! Luego nos hicieron volver a
Gabón. Tuvimos mucho que sufrir, porque las tropas del General De Gaulle,
asistido por los Ingleses, invadieron Gabón, lo cual trajo a Gabón a muchos
presidiarios y comunistas. Era lamentable: eso daba muy mal ejemplo a los
indígenas, que veían a los Franceses pelearse entre sí. Sí, era lamentable.
Incluso se llegó a encerrar a Monseñor Tardy en un barco enviado por el General
De Gaulle. Encerrado a bordo durante algún tiempo. Fue preciso entrar en negociaciones
para liberarlo, etc. Sucesos increíbles, que evidentemente escandalizaron a
esos pobres negros. No fue una actitud ejemplar; eso no facilitó nuestro
ministerio.
OTRAS MISIONES
Fui nombrado en varias misiones : en Libreville
durante algún tiempo, luego en Donguila, luego Monseñor Tardy me nombró en
Lambaréné, donde estaba ese famoso Doctor Schweitzer, del cual tanto se habló.
Era un gran músico, un gran intérprete de Bach, médico, pastor protestan-te, y
había sido profesor en la Universidad protestante de Estrasburgo. Estaba, pues,
allí, en su hospital, que construía y desarrollaba. Mantenía muy buenas
relaciones con la misión católica, razón por la cual tuve ocasión de
encontrarme con él varias veces.
NUEVO NOMBRAMIENTO
Un día estaba haciendo una gira en una pequeña
embarcación con algunos niños —una bar-quita con motor para visitar las aldeas—
cuando veo llegar una piragua desde bastante lejos. Los niños tienen buena
vista, yo no la reconocía. Me dijeron:
—
¡Ah! Padre, es una de las piraguas de la misión. Es una piragua que viene de la
misión.
Yo dije:
—
¿De la misión? ¿Para qué? ¿Qué sucede? ¿Qué vienen a hacer? ¿Hay novedades?
—
¡Ah! Sí, seguro, es una piragua de la misión, seguro.
En
efecto, la piragua se dirigía hacia nosotros. Nos aborda…
—
¡Ah! Padre, llegó una carta urgente para usted, etc.
¡Ay, ay, ay! Estábamos en 1945, hacia el fin de la
guerra; las comunicaciones se habían establecido de nuevo, y era ese famoso
Padre Laurent (el Padre Laurent que estaba conmigo en el noviciado, y que se
había convertido en Provincial de Francia), que pedía a toda costa a Monseñor
Tardy que me soltara, para ponerme como Superior del seminario de filosofía de
Mortain. ¡Ay, ay, ay! ¡Oh! ¡Era para llorar!… ¡Ah! Yo ya no quería regresar a
Europa: mi madre había muerto, mi padre también en un campo de concentración, y
mis hermanos y hermanas estaban bien establecidos. Yo quería quedarme allí, en
Gabón, definitivamente, sin tener que regresar jamás a Francia. ¡Oh! Les
aseguro que eso fue para mí una dura, durísima prueba: « ¡Heme aquí obligado
ahora a irme de Gabón!»
REGRESO A EUROPA
Como ven, siguen las etapas. La etapa de Gabón se
termina: trece años de misión en Gabón. Ahora le toca el turno a una pequeña
permanencia en Europa. Así, pues, me fui de Gabón en 1945, al fin de la guerra.
Los primeros aviones militares que venían a ponerse de nuevo en contac-to con
las colonias, se llevaron en sus primeros viajes a las personas ya de edad, ya
enfermas, o que tenían motivos particulares para irse. Las autoridades de la
Congregación consiguieron que yo pudiera embarcarme en uno de los primeros
aviones que salían de Libreville rumbo a Francia. Ahora se tarda seis o siete
horas para ir hasta Gabón, pero en esa ocasión, incluso en avión, tardamos tres
días… Primera etapa hasta Douala; segunda etapa hasta Kano, al norte de
Nigeria; y ter-cera etapa hasta Algeria, y luego Algeria-París. Los aviones no
viajaban de noche, y eran avioncitos que volaban muy lentamente. Partí con uno
de mis compañeros que estaba un poco enfermo y regresamos a Francia.
SUPERIOR DEL SEMINARIO DE
MORTAIN
Allí, evidentemente, me designaron para ser Superior
del escolasticado de Mortain, que era un escolasticado de los Padres del
Espíritu Santo. Mortain era un hermosísimo edificio, artístico al menos,
correspondiente a una antigua abadía del siglo XI, parecida a la de Ruffec, un
poco más pequeña, un poco más estrecha, pero muy hermosa también, con bonitos
cruceros, totalmente reconstruida por Bellas Artes. Era absolutamente
magnífica, y estaba dotada de un edificio que había sido en otro tiempo el
seminario menor de la diócesis, pero luego había quedado sin uso, y había
servido durante la guerra para recoger a los heridos, a los enfermos. Luego fue
devuelto lentamente a la Congregación de los Padres del Espíritu Santo, para
convertirse en escolasticado de filosofía. Contaba entonces con ciento diez alumnos, repartidos
en dos años de filosofía: cincuenta y cinco alumnos por año, lo cual era una
cifra enorme, magnífica en esos tiempos. Ya nos gustaría ahora tener otro
tanto. Había, desde luego, un cuerpo profesoral, profesores de filosofía y de
todas las materias accesorias. Yo mismo tenía la dirección y aseguraba, por la
tarde, las conferencias espirituales. De estas conferencias salieron los
folletos que hice multicopiar. Pasé allí dos años, totalmente distintos de los
de Gabón, claro está, pero con buenos jóvenes que salían del noviciado, que
estaban por consiguiente llenos del celo del noviciado, esperando ir al
escolasticado de teología que se encontraba en Chevilly-Larue, muy cerca de
París.
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