JUEVES SANTO
LA MISA DEL JUEVES SANTO. — Para expresar de manera
sensible a los ojos de los fieles, la majestad y unidad de esta Cena que el
Salvador dió a sus discípulos y a todos nosotros en su persona, la Iglesia prohíbe
hoy a los sacerdotes, la celebración de toda misa privada, fuera del caso de
necesidad. Quiere que sólo se ofrezca un sacrificio, al que asisten todos los
sacerdotes; a la comunión se acercan al altar, revestidos de estola, insignia
de su sacerdocio, para recibir el Cuerpo del Señor de manos del celebrante. La
misa del Jueves Santo es una de las más solemnes del año; y aunque la
institución de la fiesta del Santísimo Sacramento tiene por objeto honrar con
el mayor esplendor este misterio, la Iglesia, al instituirlo, no ha querido que
el aniversario de la Cena del Señor pierda ninguno de los honores que se le
deben. El color de las vestiduras es el blanco como en los días de Navidad y de
Pascua; todo duelo ha desaparecido. Muchos ritos anuncian que la Iglesia teme
por su Esposo, pero suspende por un momento los dolores que la oprimen. En el
altar el sacerdote ha entonado el himno angélico: "Gloria a Dios en las
alturas". Las campanas lanzadas a vuelo, acompañan el canto hasta el fin;
pero a partir de este momento permanecerán mudas y durante las largas horas de
su silencio, darán a la ciudad un tono de soledad y de abandono. La Iglesia
quiere hacernos sentir, que este mundo, testigo de los padecimientos y muerte
de su Creador, ha dejado toda melodía y se ha quedado triste y desierto. Y
añadiendo a esta impresión general, un recuerdo más preciso, nos trae a la memoria
que los Apóstoles pregoneros de Cristo figurados por las campanas cuyo sonido
llama a los fieles a la casa de Dios, han huido y han dejado a su Maestro en
manos de sus enemigos. Después del canto del Evangelio, suspéndase en cierta
manera la Misa, para dar lugar a la ceremonia del Mandato o lavatorio de los
pies, que, antiguamente se verificaba después de mediodía, y que el Decreto del
16 de noviembre de 1955 prescribe se haga ahora en este sitio de la Misa, al
menos allí donde es posible.
Los MONUMENTOS. — Aun cuando la Iglesia suspende por algunas horas
la celebración del Sacrificio eterno, no quiere con eso que su divino Esposo pierda
ninguno de los honores que le son debidos en el Sacramento del Amor. La piedad
católica ha hallado medio para transformar en un triunfo para la Eucaristía los
instantes, en los que la Hostia Santa parece como inaccesible a nuestra
indignidad. Prepara un monumento en cada templo. Allí traslada el cuerpo del Señor;
y aunque esté cubierto de velos los fieles le asediarán con sus aspiraciones y
adoraciones. Vendrán a honrar el reposo del Hombre-Dios; "donde estuviere
el cuerpo allí se congregarán las águilas"'. De todas las partes del mundo
se elevarán a Jesús un concierto de vivas y afectuosas oraciones, en
compensación de los ultrajes que recibió en estas mismas horas de parte de los
judíos. Allí se reunirán las almas fervientes, donde ya mora Jesús, y los
pecadores arrepentidos por la gracia y en vías de reconciliación.
LA ESTACIÓN. — En Roma la Estación se celebra en San Juan de
Letrán. La grandeza de este día, la Reconciliación de los Penitentes, y la
consagración del Crisma, piden unánimemente esta metrópoli de la ciudad y del
mundo. Hoy con todo eso tiene lugar la función en el Palacio Vaticano En el
Introito la Iglesia se sirve de las palabras de San Pablo para glorificar la
Cruz de Jesucristo; celebra con entusiasmo al divino Redentor que muriendo por
nosotros, ha sido nuestra salvación; que por su pan divino es vida de
nuestras almas y por su Resurrección, autor de la nuestra.
INTROITO
Mas a nosotros nos conviene
gloriarnos de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo: en quien están nuestra salud,
nuestra vida y nuestra resurrección: por el cual hemos sido salvados y
libertados. — Salmo: Compadézcase Dios de nosotros, y bendíganos: brille
sobre nosotros su rostro, y tenga piedad de nosotros. —Mas a nosotros...
En la Colecta la Iglesia pone
ante nuestros ojos la suerte tan diferente de Judas y el buen Ladrón los dos culpables,
pero el uno condenado y el otro perdonado. Pide al Señor, que la Pascua de su
Hijo en cuyo relato se ven cumplidas esta justicia y esta misericordia, sea
para nosotros remisión de los pecados y fuente de gracia.
COLECTA
Oh Dios, de quien recibió Judas
el castigo de su pecado, y el ladrón el premio de su confesión, concédenos a
nosotros el efecto de tu propiciación: para que, así como Jesucristo, nuestro
Señor, en su Pasión dió a los relación
directa con la Cena; el Introito es del Martes precedente; la Colecta pertenece
a la liturgia de mañana; la Epístola
está tomada del oficio de la noche; el Evangelio se leyó en otro tiempo el Martes Santo. dos el diverso galardón de sus méritos, así nos dé a nosotros, destruido
el error de la vejez, la gracia de su Resurrección. El, que vive y reina
contigo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los
Corintios (I. Cap. XI, 20-32).
Hermanos: Cuando os reunís, ya
no es para comer la cena del Señor. Porque cada cual pretende comer su propia
cena. Y el uno tiene hambre, y el otro está embriagado. ¿No tenéis acaso vuestras
casas para comer y beber? ¿O despreciáis la Iglesia de Dios, y confundís a los
que no tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo. Porque yo recibí
del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fué
entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió, y dijo: Tomad, y comed: Este
es mi cuerpo, que será entregado por vosotros: haced esto en memoria
mía. Asimismo tomó también el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este
cáliz es el Nuevo Testamento en mi Sangre: haced esto, cuantas veces
lo bebiereis, en memoria mía. Porque siempre, que comiereis este pan, y
bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que El venga. Por
tanto, cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente
será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pruébese, pues, el hombre a sí mismo,
y coma así de este pan, y beba de este cáliz. Porque, el que come y bebe
indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor.
Por eso hay muchos enfermos y débiles entre vosotros, y muchos duermen. Si nos examináramos
nosotros mismos, no seríamos juzgados ciertamente. Pero, si fuéramos juzgados,
seremos castigados por el Señor, para que no nos condenemos con este mundo.
PUREZA NECESARIA PARA COMULGAR. — El gran Apóstol de las Gentes
después de haber reprendido a los Cristianos de Corinto, por los abusos a que
daban lugar las cenas llamadas Ágapes, que el espíritu de fraternidad había
instituido y que no tardaron en suprimirse, relata la *Cena del Señor. Insiste
en el poder, que el Salvador dio a sus discípulos, de renovar la acción que acababa
de efectuar. Pero nos enseña de un modo particular que, cada vez que el
sacerdote consagra el cuerpo y la sangre de Jesucristo, "anuncia la muerte
del Señor", dando a entender por estas palabras, la unidad de sacrificios en
la cruz y en el altar. "Examínese pues, cada hombre a sí mismo dice San
Pablo y después coma de este pan y beba de este cáliz." En efecto, para
participar de un modo íntimo del misterio de la Redención, para contraer una
unión estrechísima con la divina víctima, debemos desterrar de nosotros todo lo
que sea pecado, o afecto al pecado. "El que come mi carne y bebe mi sangre
mora en mí y yo en él", dice el Salvador. ¿Puede haber algo más íntimo?
¡Con Qué cuidado debemos purificar nuestra alma, unir nuestra voluntad a la de
Jesús, antes de acercarnos a esta mesa que ha preparado para nosotros y a la
cual nos invita! Pidámosle que nos prepare El mismo, como preparó a los
apóstoles lavándoles los pies. Lo hará, ahora y siempre, si nos entregamos por
completo a su amor.
El Gradual está compuesto con
las palabras que la Iglesia repite a cada instante durante esos tres días. San
Pablo quiere con ellas reavivar en nosotros un reconocimiento profundo hacia el
Hijo de Dios que se entregó por nosotros.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan
(XIII, 1-15).
Antes del día de la Pascua,
sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre: habiendo
amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el final. Y,
terminada la cena, cuando el diablo ya había sugerido al corazón de Judas, hijo
de Simón Iscariote, el designio de entregarle, Jesús, sabiendo que el Padre había
puesto en sus manos todas las cosas, y que había salido de Dios, y que a Dios
iba, levantóse de la mesa, y se quitó su ropa: y, habiendo tomado una toalla, se
la ciñó. Después echó agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido. Llegó, pues, a
Simón Pedro. Y díjole Pedro: Señor, ¿me lavas tú los pies a mí? Respondió
Jesús, y le dijo: Lo que yo hago, no lo entiendes tú ahora, pero lo entenderás después.
Díjole Pedro: No me lavarás los pies jamás. Respondióle Jesús: Si no te lavare,
no tendrás parte conmigo. Díjole Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino
también las manos, y la cabeza. Díjole Jesús: El que ya está lavado no necesita
lavarse más que los pies, porque ya está limpio todo. Y vosotros estáis
limpios, pero no todos. Porque sabía quién le había de entregar: por eso dijo:
No estáis limpios todos. Así que les hubo lavado los pies y tomado de nuevo su
ropa, volviendo a sentarse a la mesa, díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho?
Vosotros me llamáis Maestro, y Señor: y decís bien: porque lo soy. Pues si yo,
el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies: vosotros también debéis lavaros
los pies los unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que, como yo he
hecho, hagáis también vosotros.
NUEVA LECCIÓN DE PUREZA. — La acción del Salvador de
lavar los pies a sus discípulos antes de admitirles a participar de su divino
misterio encierra para nosotros una lección. Hace unos momentos nos decía el
Apóstol: Examínese cada uno a sí mismo; "Jesús dice a sus discípulos: "Vosotros
estáis limpios" y añade después: "mas no todos". Del mismo modo
nos dice el Apóstol que hay quienes se hacen reos del cuerpo y de la sangre del
Señor". Temamos la muerte de éstos y examinémonos a nosotros mismos; examinemos
nuestra conciencia antes de acercarnos a la Sagrada Mesa. El pecado mortal y el
afecto al pecado, trocarían en veneno el alimento que da la vida al alma. Pero,
si debemos tener gran reverencia a la Mesa del Señor, para presentarnos a ella
sin las manchas por las cuales pierde el alma toda semejanza con Dios y le entrega
a los dardos terribles de Satán, debemos también, por respeto a la santidad
divina que va a venir a nosotros, purificar hasta las más leves manchas, con las
que pudiéramos herirlos. "El que ya está limpio, no necesita lavarse más
que los pies", dice el Señor. Los pies son los lazos terrestres por los
cuales estamos expuestos a pecar. Vigilemos sobre nuestros sentidos y sobre los
movimientos de nuestra alma. Purifiquémonos de estas manchas con una confesión
sincera con la penitencia, con las penas y mortificaciones, a fin de que
recibiendo dignamente este Santo Sacramento, despliegue en nosotros toda la
plenitud de su virtud En la antífona del Ofertorio, el cristiano fiel, apoyado
en la palabra de Cristo que le ha prometido el pan de la vida, da rienda suelta
a su gozo. Da gracias por este alimento que salva de la muerte a los que se
alimentan de él.
OFERTORIO
La diestra del Señor ejerció su
poder, la diestra del Señor me ha exaltado: no moriré, sino que viviré, y contaré
las obras del Señor.
En la Secreta, la Iglesia,
recuerda al Padre celestial que hoy es el día en que se instituyó el Sacrificio
ofrecido en este momento.
SECRETA
Suplicámoste, oh Señor, Padre
santo, Dios omnipotente y eterno, Dios, que te haga acepto nuestro sacrificio el
mismo Jesucristo, tu Hijo, y Señor nuestro, que en este día le instituyó y
enseñó a los discípulos a celebrarle en su memoria. Tú que vives...
El sacerdote después de haber
comulgado en las dos especies, distribuye la sagrada Eucaristía al clero; y,
mientras los fieles a su vez ‘En adelante
éste es el lugar, al menos donde sea factible, para el Mandato, cuya explicación y texto damos comulgan, el coro canta la antífona de la
Comunión a la que pueden añadirse los salmos 22, 71, 103 y 150.
COMUNION
El Señor Jesús, después de
cenar con sus discípulos, lavó sus pies, y díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho
yo, el Señor, y el Maestro? Os he
dado ejemplo, para que también hagáis vosotros así. En la poscomunión, la
Iglesia pide para nosotros, la conservación del don que acabamos de recibir,
hasta la eternidad.
POSCOMUNION
Saciados con estos vitales
alimentos, suplicámoste, Señor, Dios nuestro, hagas que, lo que celebramos
durante el tiempo de nuestra mortalidad, lo consigamos con la gracia de tu
inmortalidad. Por el Señor.
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