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martes, 15 de marzo de 2016

"Actas del Magisterio - Mons. Lefebvre"


CAPÍTULO 11
Carta Notre charge apostolique
del Papa San Pío X
a los obispos de Francia
sobre Le Sillon
(25 de agosto de 1910)
(segunda parte)

Tercer error: un falso concepto de la libertad humana

En el tercer punto, el Papa revela que

«Le Sillon tiene la noble preocupación de la dignidad humana. Pero esta dignidad la entiende a la manera de algunos filósofos, de los que la Iglesia está lejos de tener que alabarse. El primer elemento de esta dignidad es la libertad, entendida en el sentido de que, salvo en materia religiosa, cada hombre es autónomo. De este principio fundamental deduce las conclusiones siguientes: hoy día el pueblo está bajo la tutela de una autoridad distinta del pueblo; debe liberarse de ella: emancipación política». Por consiguiente: dignidad humana = libertad; libertad = autonomía; autonomía = emancipación política. Y luego: «Está bajo la dependencia de patronos que, reteniendo sus instrumentos de trabajo, lo explotan, oprimen y rebajan; debe sacudir su yugo: emancipación económica». Emancipación política, emancipación económica y sacudir el yugo de los que dirigen en el ámbito económico. Está muy claro: «Está dominado, finalmente, por una casta llamada dirigente, a la cual su desarrollo intelectual asegura una preponderancia indebida en la dirección de los asuntos; debe substraerse a su dominación: emancipación intelectual»Con estas tres clases de emancipación: política, económica e intelectual, el Papa, como hemos vis-to, dice que los sillonistas quieren evitar igualmente la autoridad eclesiástica. Así que en su pro-grama está inscrita también prácticamente la emancipación religiosa. Si no se corre el peligro de que los sillonistas digan abierta y categóricamente que quieren independizarse religiosamente, es porque no se atreven a llegar hasta ese punto, pues en ese caso se trataría de una rebelión abierta contra la Iglesia; pero su razonamiento y comportamiento los lleva a eso. Las tres emancipaciones que quisieron lograr (política, económica e intelectual) los llevaron irremediablemente a la emancipación religiosa que veremos cuando se convirtieron en el “Grand Sillon”. El Grand Sillon se emancipó completamente de la sumisión religiosa.

La democracia sillonista

«Una organización política y social fundada sobre esta doble base, la libertad y la igualdad (a las cuales se unirá bien pronto la fraternidad), eso es lo que los sillonistas llaman democracia. Sin embargo, la libertad y la igualdad no constituyen más que el lado, por así decirlo, negativo de la democracia. Lo que hace propia y positivamente la democracia es la participación más grande que se pueda de todos en el gobierno de la cosa pública. Y esto comprende un triple elemento: político, económico y moral». Aunque Le Sillón no elimina la autoridad, sin embargo dice que reside en el pueblo y que tiene que residir en él, pues en el fondo, cada ciudadano, como elector, se convierte en una especie de je-fe de Estado: todos participan en el gobierno. «Lo mismo sucederá en el orden económico. (...) La cualidad de patrono quedará tan multiplica-da, que cada obrero vendrá a ser una especie de patrono». En cuanto al elemento moral: «Como la autoridad, lo hemos visto, es muy reducida, es necesaria otra fuerza para suplirla y para oponer una reacción permanente al egoísmo individual. Este nuevo principio, esta fuerza, es el amor del interés profesional y del interés público, es decir, del fin mismo, de la profesión y de la sociedad».

Sociedad ideal de Le Sillon:
Libertad, igualdad y fraternidad

Para lograr esta finalidad, los sillonistas sueñan con hacer de la gente ciudadanos perfectos. Si todos los ciudadanos fueran personas perfectas y gente que no buscara su interés personal sino sólo el público, tendríamos una sociedad con más autoridad y todo sería perfecto. «Liberado de la estrechez de sus intereses privados y levantado a los intereses de su profesión, y más arriba, a los de la nación entera, y más arriba todavía, a los de la humanidad (porque el horizonte de Le Sillon no se detiene en las fronteras de la patria, se extiende a todos los hombres hasta los confines del mundo), el corazón humano, dilatado por el amor del bien común, abrazaría a to-dos los camaradas de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres. Y he aquí la grandeza y la nobleza humana ideal realizada por la célebre trilogía: libertad, igualdad, fraternidad. (...) «Tal es, en resumen, la teoría, se podría decir el sueño, de Le Sillon, y es a esto a lo que tiende su enseñanza, y es esto lo que él llama la educación democrática del pueblo, es decir, llevar a su máximo grado la conciencia y la responsabilidad cívica de cada individuo, de donde brotará la democracia económica y política y el reino de la justicia, de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Esta rápida exposición, venerables hermanos, os demuestra ya claramente cuánta razón tenemos al decir que Le Sillon opone una doctrina a otra doctrina; que levanta su ciudad sobre una teoría contraria a la verdad católica, y que falsea las nociones esenciales y fundamentales que regulan las relaciones sociales en toda sociedad humana». El Papa no teme decir que estos tres puntos que acaba de exponer son en su conjunto contrarios a la doctrina católica.


La falsa liberación conduce a la violencia

Lo que el Papa decía en su época, sigue siendo una realidad. Los problemas que planteaba están aún muy lejos de ser resueltos, porque todos esos sacerdotes obreros que están ahora en las fábricas y trabajan supuestamente entre los obreros, usan el lenguaje de los sacerdotes progresistas, que preconizan la liberación de los obreros y la liberación económica, social, moral, etc... Emplean grandes palabras: el progreso, la libertad, y también, evidentemente, la caridad universal, la caridad con todo el mundo... Siempre es el mismo lenguaje y grandilocuencias que, además, cansan a los fieles que aún van a la iglesia, y que es lo único que escuchan todos los domingos. Para evocar los problemas sociales, se toman ejemplos de la prensa. Por supuesto, se habla de atentados. ¿Por qué hay atentados? Evidentemente se condena a sus autores, pero se añade que no se puede juzgar la situación en que estaban y que los llevó a comportarse así. ¡Finalmente se llega a defender a todos los asesinos! Se justifica su comportamiento diciendo: “Estaban en tales condiciones sociales... Porque la sociedad es mala y está mal construida... Porque las personas son injustas... Por tal o cual cosa...” Pero, ¿hay que concluir por eso que esas personas estaban obligadas a matar? Se culpa a la sociedad, ¡pero los asesinos no son culpables! Hasta en Suiza, que en otro tiempo tenía la reputación de ser un país muy tranquilo, y el país de la paz y donde reinaba el orden, las cosas han cambiado mucho. Cuando se hablaba de Suiza, se decía que era el país en el que todos eran amables, nadie insultaba y todos vivían en paz. Ahora es muy diferente. Hace casi seis meses que hubo auténticas insurrecciones en Zurich, Berna, Lausana y Ginebra. Los que provocaron esos disturbios, intentaron venir incluso a Sión.  Al principio hubo 300 o 400 jóvenes que en las manifestaciones, pero la última vez en Zurich fueron 6.000. Rompieron todo y en Le Nouvelliste, el periódico del Valais, en pluma de un periodista muy conocido, se pudo leer lo siguiente: “No hay que condenarlos demasiado. Hay que ver los motivos profundos que han provocado esos movimientos de multitudes, etc...” Si la policía se ve obligada a usar sus armas o si pone a los amotinados en la cárcel, la responsable es ella, por no haber comprendido los motivos profundos que impulsaron a los manifestantes a romperlo todo. Si se llega hasta ese extremo, se acabó Suiza. Son las mismas dificultades y el mismo estado de desequilibrio que hay en Italia, en España y en otros países, pues la policía no podrá hacer nada, ya que desde el momento en que se opone, siempre es ella la que tiene la culpa. Es cierto que si se ha llegado a tal situación en las sociedades, no se ha logrado en un día. Es porque, siguiendo los principios nacidos de la Revolución que han llevado a la desestabilización de las sociedades, se ha rechazado todo lo que constituye la base de la educación moral y social de los pueblos.

Refutación del sistema sillonista

En la primera parte de su carta a los obispos franceses sobre Le Sillón, el Papa San Pío X expresó primero la doctrina sobre este movimiento, y en particular en lo que se refiere a la autoridad y el modo con que los sillonistas consideran y la juzgan. Luego tocó otro punto: cómo enfocan la doctrina social según sus principios. En tercer lugar: cómo interpretan la dignidad humana. Y acerca de la dignidad humana, el Papa hace referencia sobre todo a esta idea de emancipación —que hoy anima también a los progresistas, herederos de todas las doctrinas de los modernistas y sillonistas— según la cual el hombre adulto tiene que emanciparse en el ámbito político, económico e intelectual, otras tantas concepciones que el Papa denuncia, condenando este modo de entender la dignidad humana. «Esta rápida exposición, venerables hermanos, os demuestra ya claramente cuánta razón tenemos al decir que Le Sillon opone una doctrina a otra doctrina; que levanta su ciudad sobre una teoría contraria a la verdad católica, y que falsea las nociones esenciales y fundamentales que regulan las relaciones sociales en toda sociedad humana. Esta oposición aparecerá más clara todavía con las consideraciones siguientes...» Después de haber expuesto la doctrina de Le Sillon, el Papa repasa sus principios para examinar-los y condenarlos uno tras otro.

La autoridad viene de Dios

En primer lugar, la autoridad, después la doctrina social y en tercer lugar la dignidad humana. «Le Sillon coloca primordialmente la autoridad pública en el pueblo; del cual deriva inmediata-mente a los gobernantes, de tal manera, sin embargo, que continúa residiendo en el pueblo [y este es su defecto]. Ahora bien, León XIII ha condenado formalmente esta doctrina en su encíclica Diuturnum illud sobre el poder político, donde dice: “Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo las huellas de aquellos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de filósofos, afirman que toda autoridad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia, sino como mandato o delegación del pueblo, y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la misma voluntad que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente es en este punto la doctrina católica”...»

Por consiguiente, la doctrina católica es contraria a esto.
«...que pone en Dios, como en principio natural y necesario, el origen de la autoridad política”. Sin duda Le Sillon hace derivar de Dios esta autoridad que coloca primeramente en el pueblo, pero de tal suerte que la “autoridad sube de abajo hacia arriba, mientras que, en la organización de la Iglesia, el poder desciende de arriba hacia abajo”. Pero, además de que es anormal que la delegación ascienda, puesto que por su misma naturaleza desciende, León XIII ha refutado de antemano esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error del filosofismo. Porque, prosigue: “Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se le confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer”».

Es muy importante subrayar y hacer entender esto, pues ahora se ha tomado la costumbre de ver que todo se arregla con elecciones. El pueblo es el que manda, sigue teniendo el poder y puede quitar la autoridad a los jefes con referéndums o con tal o cual medio, si consigue hacer admitir que la autoridad reside en el pueblo y sigue estando en él. Esto es contrario a la doctrina de la Iglesia. El católico dice que en dado caso el pueblo puede elegir a la autoridad, pero que no es él quien se la otorga; la autoridad viene de Dios. En la Iglesia, evidentemente, los superiores de la jerarquía eclesiástica nombran en general a las autoridades, salvo en el caso del Papa, que es elegido por un cónclave. También es una elección, pero en ese caso no es ella la que le da autoridad al Papa, sino que le viene de Dios. Una vez que la persona ha sido designada, la autoridad viene de Dios. El error de nuestro tiempo es el de invertir la realidad, y eso es contrario a la naturaleza. «Por otra parte, —dice entonces San Pío X— si el pueblo permanece como sujeto detentador del poder, ¿en qué queda convertida la autoridad?» Si el pueblo es el que tiene el poder, la autoridad no lo tiene como algo propio. ¿Qué es, pues, la autoridad? «Una sombra, un mito —dice el Papa—; no hay ya ley propiamente dicha, no existe ya la obediencia. Le Sillon lo ha reconocido; porque, como exige, en nombre de la dignidad humana, la triple emancipación política, económica e intelectual, la ciudad futura por la que trabaja no tendrá ya ni dueños ni servidores; en ella todos los ciudadanos serán libres, todos camaradas, todos reyes. Una orden, o un precepto, sería un atentado contra la libertad; la subordinación a una superioridad cualquiera sería una disminución del hombre; la obediencia, una decadencia». Ahí es a donde querían llegar: dar poco a poco una libertad total a los hombres y no imponerles nada sino para mantener el orden público. Pero como esto es irrealizable, finalmente se llega a los gobiernos socialistas y comunistas, que ya no otorgan ninguna libertad. Por escrito, la autoridad está en el pueblo; en la realidad está en manos de la clase dirigente. Fijaos en Polonia: la autoridad no está en el pueblo en absoluto, y a pesar de su sindicato Solidarnosc, los polacos se dan cuenta de ello... Logran pequeñas libertades y concesiones, pero pronto no tendrán nada para comer. Ahí es a donde van a parar con esta noción errónea de la autoridad. El gobierno soviético es un gobierno socialista, pero con el régimen socialista de Estado y con el pretexto de que ha recibido la delegación del pueblo, los dirigentes —la clase que está en el poder— retienen la autoridad y no la quieren soltar. No hay nada tan totalitarista como el socialismo.

Libertad y autoridad
« ¿Es así, venerables hermanos, como la doctrina tradicional de la Iglesia nos presenta las relaciones sociales en la sociedad, incluso en la más perfecta que se pueda? ¿Es que acaso toda sociedad de seres independientes y desiguales por naturaleza no tiene necesidad de una autoridad que dirija su actividad hacia el bien común y que imponga su ley? (...) ¿Se puede afirmar con alguna sombra de razón que hay incompatibilidad entre la autoridad y la libertad, a menos que uno se engañe groseramente sobre el concepto de libertad?» Esto ya lo vimos en la encíclica Libertas del Papa León XIII. Cuando se define bien, la libertad está hecha para el bien y no para el mal, lo mismo que la ley; no hay oposición sino justamente correlación entre la libertad y la autoridad, pues ambas convergen hacia el bien común y, por consiguiente, hacia el bien de las familias y de las personas. ¿Se puede enseñar que la obediencia es contraria a la dignidad humana y que lo ideal sería reemplazarla por la autoridad consentida? El estado religioso, fundado en la obediencia, ¿es al ideal de la naturaleza humana? ¿Acaso los santos —que han sido los más obedientes de los hombres— eran esclavos o degenerados? Nos cuesta creer que semejantes errores han podido difundirse tan fácilmente entre los católicos, incluso entre los que tienen fe. San Pío X refuta el error de Le Sillon que afirma que la autoridad está en el pueblo y demuestra que tal concepción no es católica, y que si quieren seguir siendo católicos, los sillonistas tienen que abandonarla. «Le Sillon, que enseña estas doctrinas y las practica en su vida interior, siembra, por tanto, entre vuestra juventud católica nociones erróneas y funestas sobre la autoridad, la libertad y la obediencia».

Justicia e igualdad
El Papa toca la cuestión de la doctrina social.

«No es diferente lo que sucede con la justicia y la igualdad. Le Sillon se esfuerza, así lo dice, por realizar una era de igualdad, que sería, por esto mismo, una era de justicia mejor. ¡Por esto, para él, toda desigualdad de condición es una injusticia o, al menos, una justicia menor!» A la fuerza, si el hecho de que haya una desigualdad en la sociedad es una injusticia, enseguida se miden las consecuencias que esto implica, es decir, que hay que luchar absolutamente contra toda desigualdad. Pero eso —dice San Pío X— es “un principio sumamente contrario a la naturaleza de las cosas”. Ya lo hemos visto con Pío IX, con León XIII y con todos los que refutan este principio falso que se encuentra constantemente en los errores modernos. Por supuesto, y eso es evidente por nuestra naturaleza común, todos somos iguales ante Dios. Pero por la desigualdad de las fuerzas corporales, de los dones intelectuales y de los bienes exteriores, no estamos hechos para ocupar el mismo lugar en la sociedad; de la desigualdad de las partes resulta su complementariedad y la armonía del todo. Esto es lo que se llama orden. Por lo tanto, esta igualdad social que falsamente se preconiza no existe en la realidad. No hay igualdad. «...principio totalmente contrario a la naturaleza de las cosas, productor de envidias y de injusticias, y subversivo de todo orden social».

La prosecución de la igualdad total en el orden social conduce inevitablemente a introducir la subversión en la sociedad. Claro que San Pío X invita a que se intente cierta repartición más normal de los bienes, pero querer nivelar todo absolutamente colocando todo mundo en la misma situación y en las mismas condiciones, es imposible, puesto que, añade, sin la autoridad ninguna sociedad puede funcionar. Además, para Le Sillon: « ¡De esta manera la democracia es la única que inaugurará el reino de la perfecta justicia!»

Para los sillonistas sólo puede existir una forma posible de gobierno: la democracia. Hay que lu-char contra todo otro gobierno, porque es injusto y porque consagra la desigualdad. Por eso, no puede existir ni monarquía ni oligarquía; eso no puede ser.

« ¿No es esto una injuria —dice el Papa San Pío X— hecha a las restantes formas de gobierno [como la monarquía], que quedan rebajadas de esta suerte al rango de gobiernos impotentes y peo-res? Pero, además, Le Sillon tropieza también en este punto con la enseñanza de León XIII (...) cuya encíclica hace alusión a la triple forma de gobierno de todos conocida. Supone, pues, que la justicia es compatible con cada una de ellas. (...) León XIII (...) enseñaba que, en este aspecto, la democracia no goza de un privilegio especial. Los sillonistas, que pretenden lo contrario, o bien rehúsan oír a la Iglesia o bien se forman de la justicia y de la igualdad un concepto que no es católico».


Fraternidad y pluralismo

Acerca de las relaciones sociales, el Papa demuestra que no sólo la igualdad que preconizan los sillonistas es falsa, sino también su noción de fraternidad. «La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material». El motivo es que los sillonistas pretenden poner en práctica esa falsa fraternidad entre todas las religiones y entre todas las ideologías. Se trata, pues, de una tolerancia exagerada del error. El error y la verdad gozarían de las mismas condiciones y privilegios en la sociedad. Es realmente increíble. Es lo que se preconiza bajo el nombre de “pluralismo”.


No hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana

«Esta misma doctrina católica nos enseña también que la fuente del amor del prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos (...) Todo otro amor es ilusión o sentimiento estéril y pasajero. Ciertamente, la experiencia humana está ahí, en las sociedades paganas o laicas de todos los tiempos, para probar que, en determinadas ocasiones, la consideración de los intereses comunes o de la semejanza de naturaleza pesa muy poco ante las pasiones y las codicias del corazón. No, venerables hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana». Son frases que pueden parecer duras, pero son la expresión de la verdad. «No hay verdadera fraternidad, fuera de la caridad cristiana», porque la fraternidad que puede existir bajo cierta forma, es en realidad prácticamente egoísta. Es un sentimiento humanitario y filantrópico, que siempre acaba manifestando ser un amor de sí mismo. Aparentemente este comportamiento puede dar la impresión de fraternidad, pero no es verdad. Realmente el único que ha venido a traernos por su gracia al Espíritu Santo — la fuente de la ver-dadera caridad, del verdadero amor y de un amor completamente desinteresado, puesto que se dirige hacia Dios— es Nuestro Señor. Desde luego, al trabajar por el prójimo se trabaja por Dios. En definitiva, no se trabaja personalmente por el prójimo sino por la gloria de Dios, puesto que el bien del prójimo es también la gloria de Dios. El objeto de nuestro amor por el prójimo es Dios... Sigue siendo la misma caridad. En el fondo, como dijeron San Agustín y santo Tomás: “Sólo hay un amor, el amor de Dios”, en el que se viene a integrar el amor del prójimo y de los demás. En la medida en que no amamos a nuestro prójimo para llevarlo a Dios, como dice santo Tomás: ut in Deo sit: “para que esté en Dios”, y como dice aún en una fórmula muy hermosa, propter id quod Dei est in ipso, “por lo que hay de Dios en él”, no lo amamos realmente. Se ama al prójimo por lo que hay de Dios en él, y no por lo que él pone en sí mismo, es decir, sus pecados, caprichos e ideas personales. Se le ama en la medida en que está con Dios y que reconoce que los dones natura-les y sobrenaturales que ha recibido son de Dios, y que toda su actividad es para Dios. Debemos además amarlo para conducirlo a Dios. Y esto también en cuanto a los medios materiales: todo debe orientarse a Dios. Esto sólo puede hallarse en el amor del Espíritu Santo, que inspira a los hombres hacia este fin.

Por esto el Papa puede permitirse expresar estas palabras enérgicas: “No hay caridad fuera de la caridad cristiana”. Claro que se nos puede objetar: “Pero en ese caso, vosotros condenáis toda forma de fraternidad entre los protestantes, budistas y musulmanes. ¿No hay ninguna fraternidad entre ellos?” Respondemos: no es fraternidad cristiana, ni la inspira el Espíritu Santo. Es una cierta filantropía y un sentimiento puramente humano, que tiene su fundamento en el egoísmo. Se ama al prójimo porque se le necesita, pero no realmente por Dios. «...no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a to-dos a la misma fe y a la misma felicidad del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización».

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