LA MUERTE DE CRISTO
Según Santo Tomás de Aquino.
En Ias
cuestiones precedentes hablaba Santo Tomás de la pasión, que viene a terminar en la muerte;
ahora en esta cuestión
se propone tratar de la muerte, que es el término de la pasión. Por tanto, Io que antes se
dijo (q.46 a.1) de la conveniencia de la pasión de Jesucristo, se debe decir ahora
de su muerte. En la cruz pronunció
el Salvador una, palabras que han dado lugar a opiniones raras de algunos
Padres y escritores eclesiásticos.
En medio de su agonía
se dejaron oír
de los labios de Jesús
las primeras palabras del Salmo 22: Dios mío, Dios, ¿por qué me has abandonado? Esta queja fue
interpretada como expresión
de que la divinidad se hubiera separado en aquel momento de la humanidad. La
teología
desecha tal interpretación,
apoyándose en las
palabras de San Pablo: Los dones y la vocación de Dios son irrevocables (Rorn.
II,29). Es decir, que Dios no se vuelve atrás de lo que una vez otorgó o prometió, y, siendo la gracia de la
unión la mayor
gracia que al hombre se ha podido conceder, es claro que Dios no la retiró a Cristo, el haber lo hecho
supondría
en Jesús
una culpa por donde, esto mereciese, y tal culpa no se concibe. Cuanto a la
interpretación
de la queja del Salvador, conviene ante todo advertir que las palabras son del
Salmo, que tan al vivo describe la pasión del justo, y que Jesucristo se
apropió
en aquellos momentos. Toda la primera parte del salmo (2-22) es declaración de este abandono... Uno de
los misterios más
grandes de la pasión
fue la agonía
de Getsernaní,
donde lo vemos sudando sangre y pidiendo al Padre le retire aquel cáliz al que poco antes había dicho: Tengo que recibir un bautismo, y ¡cómo me siento constreñido hasta que se cumpla!
(Lc. 12,50). Parecía
natural que el Salvador sintiese algún
alivio al ver acercarse el cumplimiento de tan vehementes deseos.
Sin embargo,
comienza su pasión
con tan aflictiva agonía.
¿Cesó totalmente esta agonía al levantarse de su oración? ¿No es más razonable suponer que esta pena se
continuó
durante la pasión,
aumentada con aquellas señales
exteriores de que el Padre abandonaba a su Hijo en poder de las potestades
tenebrosas y de sus ministros los hombres? (Lc. 22,53). Y ¿qué palabras se podían encontrar más apropiadas que las del salmo
22 para expresar la pena de este abandono? Los artículos siguientes (3-5) tienen en la
historia de la teología
escolástica y en la
vida de Santo Tomás
singular significación.
Durante los últimos
años del Angélico en París (1268-1272) se agitaba allí mucho la cuestión de la multiplicidad de las formas
entre los seguidores de Aristóteles
y los discípulos
de ciertos filósofos
árabes. Por
entonces dio el Angélico
numerosas conferencias sobre la materia (Quaestiones Quodlibetales ), sin que
lograra hacer triunfar por entonces su doctrina, que Continuó siendo objeto de acaloradas
controversias. Hay en el hombre sobre los elementos constitutivos de su naturaIeza, alma y cuerpo, la persona, el alma y el
cuerpo, e quien como a señor el
cuerpo y el alma se atribuyen. Cuando
por la muerte el alma se separa del cuerpo,
desaparece el hombre, el compuesto humano, pues ni la forma, el alma sola, ni solo el cuerpo son el
hombre. Sin embargo, en presencia del
cadáver de nuestro padre no dudamos en afirmar que aquel
es nuestro padre, aunque muerto, y le mostramos todas las señales de respeto y veneración que nos merece nuestro padre. Es que consideramos el cuerpo con
relación al alma, que antes lo informaba, que luego lo informará y que era antes Ia persona de nuestro padre. Cuando
el alma abandona al cuerpo que antes informaba, dándole el ser de hombre, el cuerpo queda cadáver. A la forma que antes Ie daba vida, sucede ahora otra que le hace cadáver, que mantiene su ser orgánico hasta que
del todo se corrompa y quede reducido a polvo. Santo Tomás llama a esa
segunda forma cadavérica, que
sucede a la primera, el alma. Como
miramos siempre el cadáver, el
cuerpo muerto, como el cuerpo del padre
y sin romper la relación con el
padre, mucho más hacemos esto
con el alma. Cuando rogamos a Dios por su eterno descanso, es por el padre por quien rogamos, y cuando nos
encomendamos a un santo, no es a su
alma, sino al santo a quien invocamos, sin atrevernos a romper el nexo que aquella alma tiene con el
cuerpo, ni la vida de ahora con la
terrestre. Esto nos podrá ayudar
para entender el misterio de la muerte
de Jesús.
En El distinguimos dos naturalezas, la divina y la humana, unidas ton la única persona divina del Verbo. En virtud de esta unión, el alma humana
es propia del, Verbo, y lo mismo el cuerpo. Lo que decimos del alma y del cuerpo tenemos que decirlo de sus
acciones y pasiones. Con la muerte"
el alma de Jesús se separa del cuerpo y deja de existir el hombre, el compuesto humano, como no sea por
la relación que los liga.
Pero tanto el alma como el cuerpo son el alma y el cuerpo de Jesús, del Hijo de Dios, de la persona del Verbo. Este no se ha
separado ni del alma ni del cuerpo, que
continúan siendo suyos. Santo Tomás trae en apoyo de su tesis el
Símbolo de la fe. Según éste, el Hijo de
Dios, Jesucristo, que nació de
Santa María Virgen, ese mismo «padeció bajo el
poder de Poncio Pilato, y ese mismo murió, fue sepultado y descendió a los infiernos a librar las almas que esperaban su
santo advenimiento». Todas estas oraciones encierran otras tantas verdades
de nuestra fe, de cuya realidad no podemos
dudar. Por razón de la humanidad que tenía unida, se atribuye la pasión y la muerte al Hijo de Dios,
que en su naturaleza divina es impasible e inmortal. Por esa misma razón se le puede atribuir que fue sepultado y que descendió a los infiernos.
Ni lo uno ni lo otro le convienen más
que por razón de la unión personal que con el Verbo tienen así el cuerpo como el alma de Jesucristo.
El artículo 6, acerca de la eficiencia de la muerte de
Cristo sobre nuestra salud, nos conduce al asunto planteado en la cuestión 48 sobre si
la pasión de Cristo obra nuestra salud por vía de eficiencia. Esta es atribuida al alma de Cristo, a su Cuerpo y a
las obras de uno y de otro, por razón de la divinidad, a la que están personalmente unidos. Merece atenta consideración el principio enunciado por el Angélico en el segundo apartado
sobre la semejanza entre la causa y el efecto, de Ia que los escritores místicos hacen mucho uso paro declarar los efectos de la pasión de Jesucristo en nosotros. Les ideas generales de la pasión y muerte
del Redentor y de la salud nuestra no responden a realidades no responden a realidades simples, pues en la
pasión y muerte se comprenden muchos actos, y así mismo en la salud humana. Nada más natural que el hombre trate de penetrar el
contenido de estas tres realidades, analizando, analizando las dos cosas y
buscando relación entre una y otra, apoyándose en la semejanza de ambas para llegar a una inteligencia perfecta
de estos misterios, a que está ligada
nuestra salud eterna. A continuación
les dejamos los comentarios directos de Santo Tomas sobre lo que estamos
tratando, con el fin de contribuir a una mayor comprenciòn de los misterios que todo católico debe manejar para no dejarse engañar por los embaucadores y mentirosos espíritus diabólicos y sus agentes: Sobre el artículo 2: Si a la muerte de Cristo se separo el cuerpo del alma.
RESPUESTA. Como ya
se dijo “Que todo cuanto pertenece a la naturaleza humana no se atribuye al
Hijo de Dios si no es en virtud de la unión, como arriba se declaro. Pero se atribuye al Hijo de Dios lo que,
conviene al cuerpo de Cristo después de
la muerte, a saber, que fue sepultado, como consta por el Símbolo, donde se dice que "el Hijo de Dios fue
concebido y nació de la Virgen, que padeció, murió y fue sepultado"; luego el cuerpo de Cristo no
estuvo separado de la divinidad en la muerte.
La iconografía que intenta ilustrar lo que las Santas Escrituras plasman, algunas veces no son las que nuestra conciencia quisiera pintar, luego parece ser que falta de artistas divinamente inspirados.
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