LA MUERTE DE
CRISTO
La
muerte de Jesucristo es el término de la pasión, por tanto lo que antes se dijo
de la conveniencia de la pasión del Salvador (q.46 a.1) de la conveniencia de
la pasión de Cristo, se debe decir ahora de su muerte. En la cruz pronuncio el
Salvador unas palabras que han dado lugar a opiniones raras de algunos Padres y
escritores eclesiásticos. En medio de su agonía se dejó oír de labios de Jesús
las primeras palabras del salmo 22 “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has
abandonado? Esta queja fue interpretada como expresión de que la
divinidad se hubiera separado en aquel momento de la humanidad. La teología
desecha tal interpretación, apoyándose en las palabras de Sn Pablo. “Los
dones y la vocación de Dios son irrevocables (rom. 11,29). Es decir, no
se vuelve atrás de lo que una vez otorgo o prometió, y, siendo la gracia de la
unión la mayor gracia que al hombre se ha podido conceder, es claro que Dios no
la retiro a Cristo. El haberlo hecho supondría en Jesús una culpa por donde
esto mereciese, y tal culpa no se concibe. Cuanto a la interpretación de la
queja del Salvador, conviene ante todo advertir que las palabras son del salmo,
que tan al vivo describe la pasión del justo, y que Jesucristo se apropio en
aquellos momentos. Toda la primera parte del salmo 2.22) es declaración de este
abandono. Uno de los misterios más grandes de la pasión fue la agonía de Getsemaní,
donde vemos sudando sangre y pidiendo al Padre le retire aquel cáliz al que
poco antes había dicho: “Tengo que recibir un bautismo, y ¡como me
siento constreñido hasta que se cumpla! (Luc. 12,50). Parecía natural
que el Salvador sintiese algún alivio al ver acercarse el cumplimiento de tan
vehementes deseos. Sin embargo, comienza su pasión con tan aflictiva agonía,
¿Cesó totalmente esta agonía al levantarse de su oración? ¿No es más razonable suponer que esta pena se
continuó durante la pasión, aumentada
con aquellas señales exteriores de que el Padre abandonaba a su Hijo en poder
de las potestades tenebrosas y de sus ministros los hombres? (Luc. 23.53) Y, ¿ qué
palabras se podrían encontrar más apropiadas que las del salmo 22 para expresar
la pena d este abandono?
Ante
todo y sobre todo debemos distinguir en
Jesucristo dos naturalezas (cosa que no existe en el común de los hombres, pues
es solo una naturaleza humana compuesta de cuerpo y alma) la divina y la humana
unidas en la única persona del Verbo, y lo mismo el cuerpo. Lo que decimos del alma
y el cuerpo tenemos que decirlo de sus
acciones y pasiones. Con la muerte, el alma de Jesús se separo del cuerpo y
deja de existir el hombre (como nos acontece a nosotros cuando se separa el
alma de nuestro cuerpo, dejo de existir el compuesto que lo constituía como tal
hombre), el compuesto humano como no sea por la relación que los liga. Pero
tanto el alma como el cuerpo son el alma y el cuerpo de Jesús, del Hijo de
Dios, de la persona del Verbo, este no se ha separado ni del alma ni del cuerpo
(como en el caso nuestro que al tener una sola naturaleza sí existe una
verdadera separación porque no hay nada más que la sustente), que continúan siendo
suyo. Santo tomas, nos declara lo siguiente: “El Hijo de Dios, Jesucristo, que
nació de Santa María Virgen, ese mismo padeció bajo el poder de Poncio Piloto,
y ese mismo murió, fue sepultado y descendió a los infiernos a liberar a las
almas que esperaban su advenimiento”. Todas estas oraciones encierran
otras tantas verdades de nuestra fe, de cuya realidad no debemos dudar. Por
razón de la humanidad que tenia unida, se atribuye la pasión y la muerte del
hijo de Dios, que en su naturaleza divina es impasible e inmortal. Por lo misma
razón se le puede atribuir que fue sepultado y que descendió a los infiernos.
Ni lo uno ni lo otro le convienen más que por razón de la unión personal que con el Verbo tiene así
el cuerpo como el alma de Jesucristo.
El
artículo 6, acerca de la eficacia de la muerte de Cristo sobre nuestra salud,
nos conduce al asunto planteado en la cuestión 48 sobre si la pasión de Cristo
obra nuestra salud por vía de eficacia. Ésta es atribuida al alma de Cristo, a
su cuerpo y a las obras de uno y de otro,
por razón de la divinidad a la que están personalmente unidos. Merece
atenta atención el principio enunciado por el Angélico en el segundo apartado sobre la semejanza
entre la causa y el efecto, de la que los escritores místicos hacen mucho uso para declarar los efectos de
la pasión y muerte del Redentor en nosotros. Las ideas generales de la
pasión y muerte de Jesucristo y de la
salud nuestra no responden a realidades simples, pues en la pasión y muerte se
comprenden muchos actos, y asimismo en la salud humana. Nada más natural que el
hombre trate de penetrar el contenido de estas realidades, analizando las dos
cosas y buscando relación entre una y otra, apoyándose en las semejanzas de
ambas para llegar a una inteligencia perfecta de estos misterios, a que está
ligada nuestra salud eterna. A continuación Santo tomas nos dice la importancia
de la muerte de Jesucristo (que si no entendimos lo anterior nos quede como una
reflexión espiritual para esta semana santa y triduo sacro) (q. 50, 1) “Fue
conveniente que Cristo muriese:
Primero, para satisfacer por el género humano,
condenado a muerte por el pecado, según la sentencia que se lee en el Génesis:
“De todos los arboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comas, porque el día en que el comieres, ciertamente
morirás” y es, sin duda, buen modo de satisfacer por otro someterse a la misma
pena que éste tenía merecida. Por eso Cristo quiso morir, para que muriendo,
satisficiese por nosotros, según lo que dice San Pedro: “Cristo murió una vez
por nuestros pecados.
Segundo,
para demostrar la verdad de la naturaleza que había tomado. Pues como dice
Eusebio, “si después de haber vivido con los hombres, súbitamente hubiera
desaparecido, todos le hubieran comparado
con un fantasma”.
Tercero,
para que, muriendo, nos librase del temor de la muerte. Por esto se dice en la Epístola
a los Hebreos “que comunicó en la carne y en la sangre para que con la muerte
destruyese al diablo, que tenía el imperio de la muerte, y libertase a aquellos
que con el temor de la muerte estaban por
toda la vida sujetos a la servidumbre”.
Cuarto,
para que, muriendo en el cuerpo, “según la semejanza del hombre pecador”, esto
es, sufriendo las penas, nos diera ejemplo de morir espiritualmente al pecado.
Por esto se dice en la Epístola a los
Romanos: “Porque muriendo murió al pecado una vez para siempre; pero, viviendo
vive para Dios. Así pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús”.
Quinto,
para que, resucitando de entre los muertos, demostrara el poder con que venció
a la muerte, y nos diera esperanza de resucitar de entre los muertos, ¿Cómo
entre nosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos?”.
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