MIERCOLES
DE CENIZA
INVITACIÓN
DEL PROFETA.
Hervía
ayer el mundo en los placeres, y los mismos cristianos se entregaban a
expansiones permitidas; mas ya de madrugada ha resonado a nuestros oídos la
trompeta sagrada de que nos habla el Profeta'. Anuncia la solemne apertura del
ayuno cuaresmal, el tiempo de expiación, la proximidad más inminente de los
grandes aniversarios de nuestra Redención. Arriba, pues, cristianos,
preparémonos a combatir las batallas del Señor.
ARMADURA ESPIRITUAL. — En esta
lucha, empero, del espíritu contra la carne, hemos de estar armados, y he aquí
que la Iglesia nos convoca en sus templos para adiestrarnos en los ejercicios, ' Véanse las reflexiones que siguen
a la Epístola. en la esgrima de la milicia
espiritual. S. Pablo nos ha dado ya a conocer al pormenor las partes de nuestra
defensa: "Ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la
justicia, y calzados los pies prontos para anunciar el Evangelio de la paz.
Embrazad en todo momento el escudo de la fe y la esperanza de salvaros por yelmo
que proteja la cabeza'". El Príncipe de los Apóstoles viene por su parte a
decirnos: "Cristo padeció en la carne, armáos también vosotros del mismo
pensamiento"'. La Iglesia nos recuerda hoy estas enseñanzas apostólicas,
pero añade por su parte otra no menos elocuente, haciéndonos subir hasta el día
de la prevaricación, que hizo necesarios los combates a que nos vamos a
entregar, las expiaciones que hemos de pasar.
ENEMIGOS CON QUIENES HEMOS DE
LUCHAR. — Dos clases
de enemigos se nos enfrentan decididos: las pasiones en nuestro corazón y los
demonios por de fuera. El orgullo ha acarreado este desorden. El hombre se negó
a obedecer a Dios. Dios le ha perdonado, con la dura condición de que ha de
morir. Le dijo, pues: "Polvo eres, hombre, y en polvo te volverás"3.
¡Ay! ¿cómo olvidamos este saludable aviso? Hubiera bastado sólo él para
fortalecernos contra nosotros mismos persuadidos de nuestra nada, no nos
hubiéramos atrevido a quebrantar la ley de Dios. Si ahora queremos perseverar
en el bien, en que la gracia de Dios nos restableció, humillémonos, aceptemos la
sentencia y consideremos la vida como sendero más o menos corto que acaba en la
tumba. Con esta perspectiva, se renueva todo, todo se explica. La bondad
inmensa de Dios que se dignó amar a seres condenados a la muerte se nos
presenta todavía más admirable; nuestra insolencia y nuestra ingratitud contra
quien desafiamos en los breves instantes de nuestra existencia nos parece cada
vez más para sentida, y la reparación que podemos hacer y que Dios se digna aceptar,
más puesta en razón y salutífera.
IMPOSICIÓN DE LA CENIZA. — Este es
el motivo que decidió a la Iglesia, cuando juzgó oportuno anticipar de cuatro
días el ayuno cuaresmal, a iniciar este santo tiempo, señalando con ceniza la
frente culpable de sus hijos y repitiendo a cada uno las palabras del, Señor
que nos condenan a muerte. El uso, sin embargo, como signo de humillación y
penitencia, es muy anterior a la presente institución y la vemos practicada en la
antigua alianza. Job mismo, en el seno de la gentilidad, cubría de ceniza su
carne herida por la mano de Dios, e imploraba de este modo su misericordia. Más
tarde el salmista en la contrición viva de su corazón, mezclaba ceniza con el
pan que comía y análogos ejemplos abundan en los Libros históricos y en los
Profetas del Antiguo Testamento. Y es que vivamente sentían entonces ya la
relación que hay entre ese polvo de un ser materialmente quemado y el hombre pecador,
cuyo cuerpo ha de ser reducido a polvo al fuego de la divina justicia. Para
salvar por de pronto al alma, acudía el pecador a la ceniza y reconociendo su
triste fraternidad con ella, se sentía más a resguardo de la cólera de Aquel
que resiste a los soberbios y tiene a gala perdonar a los humildes.
PENITENTES PÚBLICOS. — El uso
litúrgico de la ceniza el miércoles de Quincuagésima, no parece haberse dado en
los comienzos a todos los fieles, sino tan sólo a los culpables de los pecados cometidos
a la penitencia pública de la Iglesia. Antes de Misa se presentaban en el
templo donde todo el pueblo se hallaba congregado. Los sacerdotes oían la
confesión de sus pecados, y después los cubrían de cilicios y derramaban ceniza
en sus cabezas. Después de esta ceremonia clero y pueblo se postraban en tierra
y rezaban en voz alta los siete salmos penitenciales. Tenía lugar después la
procesión en la que los penitentes iban descalzos; a la vuelta eran arrojados solemnemente
de la Iglesia por el Obispo que les decía: "Os arrojamos del recinto de la
Iglesia por vuestros pecados y crímenes, como Adán, el primer hombre fué
arrojado del paraíso por su desobediencia." Cantaba a continuación el
clero algunos responsorios sacados del Génesis, en los que se recordaban las
palabras del Señor, que condenaban al hombre al sudor y trabajo en esta tierra
ya maldita. Cerraba en seguida las puertas de la Iglesia. Y los pecadores no
debían pasar sus umbrales hasta volver Jueves Santo, a recibir con solemnidad
la absolución.
EXTENSIÓN DEL RITO LITÚRGICO. — Después
del siglo xi empezó a caer en desuso la penitencia pública; en cambio, la
costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles este día, llegó a
generalizarse y se ha clasificado entre las ceremonias esenciales de la
Liturgia romana. Antiguamente se acercaban descalzos a recibir este aviso de la
nada del hombre, y aun en pleno siglo XII el mismo Papa salía de Santa
Anastasia a Santa Sabina donde se celebraba la Estación y hacía el recorrido
descalzo, lo mismo que los Cardenales de su cortejo. La Iglesia ha cedido en
esto, severidad exterior, sin dejar de tener estima grande de los sentimientos
que tan imponente rito debe producir en nuestras almas. Como acabamos de
insinuar, la estación en Roma se celebra hoy en Santa Sabina, sobre el Monte
Aventino. Bajo los auspicios de esta santa mártir se inicia la penitencia
cuaresmal. Empiezan las sagradas ceremonias por la bendición de la ceniza.
Proceden de los ramos benditos el año anterior el, domingo antes de Pascua. La
bendición que reciben en este nuevo estado tiene por finalidad hacernos más
dignos del misterio de contrición y humildad que ha de significar. Canta el
coro en primer lugar esta antífona que implora la misericordia divina.
ANTIFONA
Escúchanos,
Señor, porque tu misericordia es benigna: míranos, Señor, según la muchedumbre
de tus misericordias.-—Salmo: Sálvame, oh Dios, porque las aguas han
penetrado hasta mi alma. Y. Gloria al Padre. Escúchanos...
El sacerdote teniendo en el altar la ceniza, pide a Dios las haga instrumento
de santificación en favor nuestro.
ORACION
Omnipotente
y sempiterno Dios, perdona a los penitentes, sé propicio con los suplicantes: y
dígnate enviar desde el cielo a tu Angel, el cual ben + diga, y santifique estas
cenizas, para que sean saludable remedio a todos los que imploren humildemente
tu santo nombre, a los que se confiesen de sus pecados y a los que lloren sus
crímenes delante de tu majestad o invoquen rendida y porfiadamente tu
serenísima piedad; y haz que, por la invocación de tu santísimo nombre, todos
los que fueren signados con ellas, para redención de sus pecados, alcancen la
salud del cuerpo y la tutela del alma. Por Cristo, Nuestro Señor. R'. Amén.
ORACION
Oh Dios,
que no deseas la muerte, sino la penitencia de los pecadores: contempla
begnísimo la fragilidad de la condición humana; y dígnate, por tu piedad, bendecir
estas cenizas, que vamos a imponer sobre nuestras cabezas, para profesar humildad
y alcanzar el perdón: a fin de que, puesto que nos reconocemos ceniza y que,
por causa de nuestra depravación, nos hemos de convertir en polvo, merezcamos
alcanzar misericordiosamente el perdón de todos los pecados y los premios prometidos
a los penitentes. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.
ORACION
Oh Dios,
que te doblegas con la humillación y te aplacas con la satisfacción: inclina a nuestras
preces el oído de
tu piedad; y derrama propicio la gracia de tu bendición sobre las cabezas de tus siervos, signadas con la unción de estas cenizas:
para que los llenes del espíritu
de compunción, y les concedas eficazmente lo que justamente te pidieren, y les conserves
perpetuamente firme e
intacto lo que les hubieres concedido. Por Cristo, Nuestro Señor. R'. Amén.
ORACION
Omnipotente
y sempiterno Dios, que concediste los remedios de tu perdón a los Ninivitas,
que hicieron penitencia con ceniza y cilicio: haz que los imitemos de tal modo en el hábito, que consigamos también el perdón. Por el Señor.
Después de
las oraciones, aspergea el sacerdote
con agua bendita la ceniza y la
inciensa. Acabada la incensación
recibe él mismo la ceniza en la
cabeza de manos del sacerdote más digno; este la recibe a su vez del celebrante, quien después de haberla impuesto a los ministros del altar
y demás clero, la distribuye
sucesivamente al pueblo. Cuando se acerque el sacerdote a señalaros
con el sello de la penitencia, acepta
sumiso la sentencia de muerte
que Dios mismo pronunciará sobre
ti al decirte: "Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te volverás." Humíllate y recuerda que por haber querido ser como
dioses, prefiriendo tu
capricho al querer de tu Señor, has
sido condenado a morir. Pensemos en la inacabable secuela de pecados que añadimos al de Adán, y admiremos la clemencia de Dios que se
contentará con una sola muerte por
tantas rebeldías.
Mientras se distribuye la ceniza canta el coro las
dos antífonas y responsorios siguientes:
ANTIFONAS
Mudemos el
vestido en ceniza y cilicio: ayunemos, y lloremos ante el Señor: porque nuestro
Dios es muy misericordioso para perdonar nuestros pecados. Entre el vestíbulo y
el altar llorarán los sacerdotes, ministros del Señor, y dirán: Perdona, Señor,
perdona a tu pueblo: y no cierres, Señor, las bocas de los que te cantan.
RESFONSORIO
Mejoremos
lo que pecamos por ignorancia: no sea que,
sorprendidos por el día de la muerte, busquemos espacio para la penitencia, y no podamos hallarlo.
* Atiende,
Señor, y ten compasión: porque hemos pecado contra ti. y. Ayúdanos, oh Dios,
Salvador nuestro: y, por el honor de tu nombre, líbranos, Señor.
* Atiende,
Señor.
Y. Gloria
al Padre. Atiende, Señor.
Terminada
la distribución de la ceniza canta el preste la oración siguiente:
ORACION
Concédenos,
Señor, la gracia de comenzar con santos ayunos la carrera de la milicia
cristiana: para que, al luchar contra los espíritus malignos, seamos protegidos
con los auxilios de la continencia. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.
MISA
Alentada
por el acto de humildad que acaba de realizar, el alma cristiana se llena de
ingenua confianza hacia Dios misericordioso; se atreve a recordarle su amor
para con los hombres que ha creado, y la longanimidad con que se dignó esperar su
vuelta a El. Estos sentimientos son tema del Introito cuyas palabras están
sacadas del libro de la Sabiduría.
INTROITO
Te
compadeces, Señor, de todos, y no odias nada de lo que has hecho, disimulando
los pecados de los hombres por su penitencia, y perdonándoles: porque tú eres
el Señor, nuestro Dios. — Salmo: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad
de mí: porque en ti confía mi alma.
T. Gloria al Padre.
Pide en la
colecta la Iglesia a favor de sus hijos, que la saludable práctica del ayuno
sea acogida por ellos con sincera complacencia y que en ella perseveren para
bien de sus almas.
COLECTA
Concede,
Señor, a tus fieles la gracia de comenzar con sincera piedad la veneranda
solemnidad de estos ayunos y de continuarla con segura devoción. Por el Señor.
EPISTOLA
Lección del Profeta Joel.
Esto dice
el Señor: Convertios a mí de todo vuestro corazón, en ayuno, y en lloro, y en
llanto. Y rasgad vuestros corazones, y no vuestros vestidos, y convertios al
Señor, vuestro Dios: porque es benigno y misericordioso, paciente y de mucha
misericordia, y superior a toda malicia. ¿Quién sabe si se volverá, y
perdonará, y dejará en pos de sí bendición, sacrificio y libación al Señor,
Dios vuestro? Tocad la trompeta en Sión, santificad el ayuno, llamad a
concilio, congregad el pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, juntad
a los niños y a los que maman: salga el esposo de su lecho, y la esposa de su
tálamo. Entre el vestíbulo y el altar llorarán los sacerdotes, ministros del Señor,
y dirán: Perdona, Señor, perdona a tu pueblo: y no des tu herencia al oprobio,
para que les dominen las naciones. ¿Por qué dicen en los pueblos: Dónde está su
Dios? El Señor amó su tierra, y perdonó a su pueblo. Y respondió el Señor y
dijo a su pueblo: He aquí que yo os daré trigo, y vino, y aceite, y os
llenaréis de ellos: y no os haré ya más el oprobio de las gentes: lo dice el
Señor omnipotente.
EFICACIA DEL AYUNO. — Este
magnífico paso del Profeta nos descubre la importancia que el Señor da a la
expiación por el ayuno. Cuando el hombre contrito por sus pecados mortifica su carne,
Dios se aplaca. El ejemplo de Nínive lo demuestra; perdona el Señor a una ciudad
infiel por el solo hecho de que sus habitantes imploraban su compasión bajo la
librea de la penitencia; pues, ¿qué no hará a favor de su pueblo, si acierta a
juntar a la inmolación del cuerpo el sacrificio del corazón? Entremos, pues,
animosos en el sendero de la penitencia; y si la mengua de los sentimientos de
fe y temor de Dios amenazan, al parecer, acabar en derredor nuestro prácticas tan
antiguas como el cristianismo, Dios nos libre de entrar por las veredas del
relajamiento tan pernicioso al conjunto de las costumbres cristianas. Recapacitemos,
sobre todo, en nuestros compromisos personales con la divina justicia; ella nos
condonará los deslices y castigos que me recen en la medida que pongamos solícito
empeño en ofrendarle la
satisfacción a que tiene pleno
derecho. Continúa la Iglesia
desahogando en el Gradual los
vivos sentimientos de confianza en Dios bondadosísimo, y cuenta en la felicidad de sus hijos que sabrán aprovechar los medios con
que los brinda para desarmar su
enojo. El Tracto es una hermosa
plegaria de David; repítela la
Iglesia tres veces por semana durante la Cuaresma, y de ella se sirve para apaciguar la cólera de Dios en tiempos calamitosos.
GRADUAL
Ten piedad
de mí, oh Dios, ten piedad de mí: porque en ti confía mi alma. Y. Vino
del cielo, y me libró: llenó de oprobio a los que me pisoteaban.
TRACTO
Señor, no
nos pagues según los pecados que hemos cometido: ni según nuestras iniquidades.
Y. Señor, no te acuerdes de nuestras antiguas iniquidades, antes anticípense pronto
tus misericordias: porque somos muy pobres. (Aquí se
arrodilla.) Y. Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro: y, por la gloria
de tu nombre, líbranos, Señor: y sé propicio con nuestros pecados, por tu
nombre.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo. +
En aquel
tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando ayunéis, no os pongáis, como los
hipócritas, tristes. Porque ellos maceran sus rostros, para hacer ver a los hombres
que ayunan. En verdad os digo: ya han recibido su galardón. Tú, en cambio,
cuando ayunes, unge tu cabeza, y lava tu cara, para que no vean los hombres que
ayunas, sino tu Padre, que está oculto: y tu Padre, que ve en lo escondido, te
lo premiará. No atesoréis tesoros en la tierra: donde el orín y la polilla los
destruyen, y donde los ladrones los minan, y roban. Atesorad, en cambio,
tesoros en el cielo, donde ni el orín ni la polilla los destruyen, y donde los
ladrones no los minan, ni roban. Dónde está tu tesoro, allí está también tu corazón.
ALEGRÍA DE CUARESMA. — No
quiere Nuestro Señor recibamos el anuncio del ayuno expiatorio como triste y
mortificante nueva. El cristiano entiende lo suficiente cuán arriesgado es para
él el vivir en déficit con la divina justicia; ve, por consiguiente, llegarse
el tiempo de Cuaresma con gozo y consuelo; de antemano sabe que, si es fiel a
las prescripciones de la Iglesia, aliviará su carga. Estas satisfacciones, hoy
tan suavizadas por la indulgencia de la Iglesia, ofrecidas a Dios con las del
mismo Redentor y fecundadas por esta comunicación en haz común de propiciación las
obras santas de todos los miembros de la Iglesia militante, purificarán
nuestras almas y las harán dignas de participar de las inefables alegrías de la
Pascua. No estemos, por tanto, tristes porque ayunamos, ni lo estemos por haber
hecho necesario nuestro ayuno por el pecado. Otro consejo nos da el Señor que
la Iglesia recalcará a menudo en el decurso de la santa Cuaresma; añadamos la
limosna a las privaciones corporales. Nos exhorta atesoremos, pero sólo para el
cielo. Tenemos necesidad de intercesores; busquémosles entre los pobres. Canta
la Iglesia en el Ofertorio nuestra libertad. Se regocija al ver curadas ya las
heridas de nuestra alma porque cuenta con nuestra perseverancia.
OFERTORIO
Te
exaltaré, Señor, porque me recibiste, y no alegraste a mis enemigos sobre mí:
Señor, clamé a ti, y me sanaste.
SECRETA
Suplicámoste,
Señor, hagas que nos adaptemos convenientemente a estos dones que te ofrecemos,
y con los cuales celebramos el comienzo de este mismo venerable Sacramento. Por
el Señor.
PREFACIO
Es
verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todas
partes, te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que,
con el ayuno corporal, reprimes los vicios, elevas la mente, das la virtud y
los premios: por Cristo, nuestro Señor. Por quien a tu Majestad alaban los
Angeles, la adoran las Dominaciones, la temen las Potestades. Los cielos, y las
Virtudes de los cielos, y los santos Serafines, la celebran con igual
exultación. Con los cuales, te suplicamos, admitas también nuestras voces,
diciendo con humilde confesión: Santo,
Santo, Santo, etc.
Las
palabras de la antífona de la Comunión encierran importantísimo consejo.
Necesitamos mantenernos firmes durante la Cuaresma. Meditemos la ley del Señor
y sus misterios. Si saboreamos la palabra de Dios que la Iglesia nos propone cada
día, la luz y el amor se acrecentarán en nuestros corazones sin cesar, y cuando
el Señor salga de las sombras del sepulcro, reverberarán sobre nosotros sus
divinos resplandores.
COMUNION
El que
meditare en la Ley del Señor día y noche, dará su fruto a su tiempo.
POSCOMUNION
Haz Señor,
que los Sacramentos recibidos nos aprovechen: para que nuestros ayunos te sean
gratos a ti, y a nosotros nos sirvan de alivio. Por el Señor. Todos los días de
Cuaresma, a excepción de los domingos, antes de despedir a la asamblea de los
fieles, el Preste pronuncia sobre ellos una oración particular, precedida
siempre de esta advertencia del diácono: Humillad vuestras cabezas ante Dios.
ORACION
Señor,
contempla propicio a los que se inclinan ante tu majestad: para que, los que
han sido alimentados con tu don divino, se sientan siempre alimentados por este
socorro celestial.
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