CUARTA PARTE: LOS GRADOS DEL LIBERALISMO
Terminada la tercera parte, el Papa recapitula:
«Resumimos, pues, con sus corolarios todo
Nuestro discurso. El hombre, por necesidad de su naturaleza se encuentra en una
verdadera dependencia de Dios, así en su ser como en su obrar; por lo tanto, no
puede concebirse la libertad humana, sino entendiéndola dependiente de Dios y
de su divina voluntad. Negar a Dios este dominio o no querer sufrirlo no es
propio del hombre libre, sino del que abusa de la libertad para rebelarse;
precisamente en tal disposición de ánimo consiste el vicio capital del Liberalismo». Aquí el Papa pone el dedo en la llaga: el mal es
que ya no se reconoce la soberanía de Dios y de sus leyes. Ya no quieren que
Dios intervenga en los asuntos de los hombres, aunque El lo ha hecho por medio
de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo hay que someterse a esta intervención
de Nuestro Señor Jesucristo y a su reino. Este es el principio fundamental que
nos recuerda el Papa León XIII.
El vicio capital del liberalismo
En esta cuarta y última parte de la encíclica, el Papa, en
primer lugar, precisa aún más, qué es “el vicio capital del liberalismo”. Es
—dice— esa «disposición de ánimo» que conduce a «negar a Dios su
dominio y no querer sufrirlo». Esa es, en efecto, la esencia del
liberalismo. Al echar una mirada sobre sus consecuencias morales y sociales,
hay de qué espantarse. Recordemos que después de las persecuciones, durante
doce siglos por lo menos fue servido y reconocido en la gran mayoría de los
Estados de Europa; y que con la conversión de las Indias y de Hispanoamérica,
hasta hubo una esperanza de ver al mundo someterse a Nuestro Señor y a la
verdad, y vivir, por consiguiente, en un espíritu sobrenatural como Dios
quiere.
La ruptura se produjo en tiempos del protestantismo, pero ya
antes, con el Renacimiento, y con el culto de la civilización pagana, había
aparecido el culto del hombre. En ese momento todo esto se desarrolló como un
cáncer en el organismo, y pronto sucedió la rebelión organizada y a veces sangrienta,
pues ¡cuántos católicos fueron víctimas suyas! Luego fue la rebelión contra los
príncipes católicos y entonces la sociedad se volvió laica, sin Dios y, por
consiguiente, secularizada y contra Dios. ¿Cómo entender la palabra
“secularización” sino como la pérdida de la fe? En una sociedad totalmente
profanada desaparece la dimensión de la fe e igualmente todo lo que manda la
fe, de modo que lógica y necesariamente este espíritu debía penetrar al
interior de la Iglesia, que también se seculariza sobre todo después del
Concilio: los sacerdotes pierden la fe en la Iglesia, en la gracia y en los
sacramentos; y desaparece el sentido profundo detrás de unos ritos puramente
formales y exteriores. ¿Quién ayudó a la difusión de esos errores? Precisamente
los católicos liberales, fascinados con esas ideas de libertad… ¡Libertad
contra la autoridad de Dios! Hoy asistimos a la destrucción de la autoridad
civil, de la familia y de la Iglesia. Es importante que busquemos la causa. Es
el error pro-fundo del liberalismo que, en el fondo, es el error de los
protestantes, y que se ha desarrollado con la ayuda de la masonería. El
liberalismo, como toda enfermedad, puede tener diversos grados, pero siempre es
una enfermedad grave. Cuando se empieza a poner en duda la autoridad de Dios
sobre los hombres y la sociedad, ya no hay manera de detenerse. Si se priva a
Nuestro Señor de su poder en cierta esfera, no pasará mucho tiempo sin que se
le disputen las demás…
Primer grado:
El liberalismo absoluto
El Papa León XIII vuelve a hablar con precisión sobre los
diversos grados del liberalismo: «…la voluntad puede, en grado y modos muy
diversos, sustraerse a la dependencia de Dios… El rechazar, así en la vida
pública como en la privada, absolutamente, el sumo señorío de Dios, si
ciertamente es la perversión total de la libertad, es también la peor forma de
un liberalismo reprobable: y a ella precisamente se aplica todo cuanto hasta
aquí dijimos del liberalismo en general». Este es el liberalismo
doctrinal como el de los masones, y cuya aplicación completa está en el socialismo
y en el comunismo.
Segundo grado:
La Iglesia expoliada y reducida a una
simple asociación
«Muy
cerca de ella están quienes confiesan que conviene someterse a Dios, Creador y
Señor del mundo, y por cuya voluntad se gobierna toda la naturaleza; pero
audazmente rechazan las leyes que excedan a la naturaleza, comunicadas por el
mismo Dios».
Estos aceptan, pues, una religión natural pero no la
sobrenatural. Rechazan la Revelación y con ella la Iglesia, que representa
precisamente la Revelación, el depósito de la fe y la transmisión de es-te
depósito. Eso significa el rechazo de Nuestro Señor, que ha instituido la
Iglesia, y la separación de la Iglesia y del Estado. Contra la influencia de la
Iglesia en la sociedad civil, el Papa distingue dos clases de actitudes: -Están
los que no quieren absolutamente reconocer que la Iglesia es una sociedad y que
tiene que ejercer una influencia en la sociedad civil, y para ellos:
«Muchos pretenden que (…) no se mire a
la Iglesia más que si no existiese; tolerando a lo sumo a los ciudadanos el
tener religión, si les place, privadamente».
En resumidas cuentas, es el desprecio total de la Iglesia y
de la Revelación, cuya aplicación es la expoliación de la Iglesia y la
supresión de sus instituciones.-Están también los que están de acuerdo en considerar a la
Iglesia como una sociedad pero no como diferente de las demás, sino como una
asociación religiosa cualquiera sin ámbito exclusivo, y privada de su carácter
de sociedad perfecta y de sus derechos de poseer, administrar y enseñar libremente:
«…hasta tal punto que la Iglesia de
Dios debe quedar sometida al imperio y jurisdicción del Estado, como cualquier
otra asociación voluntaria de ciudadanos».
De hecho, eso es lo que tiene que hacer la Iglesia en
bastantes países. En Francia, por ejemplo, el Estado no reconoce a la Iglesia
como sociedad con facultades para poseer; sólo acepta que haya sociedades de
culto, que son las que poseen los bienes en cada diócesis. La misma Fraternidad
San Pío X ha tenido que crear sociedades de culto para poder tener sus
propiedades. Esto les parece normal a los liberales, como también hay
sociedades de adventistas, de testigos de Jehová… En los Estados en donde hay
un concordato, como en Alemania o en Italia, se reconoce a la Iglesia como
sociedad que posee las propiedades de las diócesis, pero no como a la única
sociedad religiosa fundada por Nuestro Señor. Ahora ya no existe ningún Estado
cuya constitución diga que sólo se reconoce públicamente, de modo oficial y por
el Estado, a la religión católica. El último país que suprimió ese artículo fue
Irlanda.
Tercer grado:
Los católicos liberales
Aún queda otra categoría de liberales, la de los católicos
liberales. Son católicos practicantes, que creen actuar bien diciendo que la
Iglesia tiene que amoldarse a su época. Todos no aprueban la separación de la
Iglesia y del Estado pero creen que hay que llevar a la Iglesia: «…juzgan que la Iglesia, consecuente
con los tiempos, debe amoldarse y prestarse a mayores concesiones, según las
exigencias de la moderna política en el gobierno de los pueblos».
El Papa cree que hay que juzgar así esta opinión:
«Opinión no desacertada, si se refieren
a condescendencias razonables, conciliables con la verdad y la justicia: es
decir, que la Iglesia, con la probada esperanza de algún gran bien, se muestre
indulgente y conceda a los tiempos lo que, salva siempre la santidad de su
oficio, pueda concederles. Pe-ro muy de otra manera sería si se trata de cosas
y doctrinas introducidas contra la justicia por la corrupción de las costumbres
y por falsas doctrinas. Ningún tiempo hay que pueda estar sin religión, sin verdad,
sin justicia, y como estas cosas supremas y santísimas han sido encomendadas
por Dios a la tutela de la Iglesia, nada tan absurdo como el pretender de ella
que, disimulando, tolere lo falso o lo injusto, y hasta lo que dañe a la
religión misma». Ellos hacen de la excepción una regla y
por el mismo hecho destruyen la regla. La Iglesia lo concede temporalmente cuando no puede
obrar de otro modo y no puede ir contra el Estado. En ese caso acepta un
concordato y tiene relaciones con el Estado incluso si éste no la considera
como la úni-ca religión reconocida. Pero apenas pueda, tiene que procurar los
medios para estar en una situación de acuerdo con la verdad. Sólo tolera
provisionalmente que se la ponga en igualdad de condiciones con las demás. Los
católicos liberales, por su parte, encuentran normal esta situación, y dicen:
“No se puede pre-tender volver a una situación como la de la Edad Media. Hoy es
perfectamente aceptable que la sociedad sea laica”… Aquí volvemos a encontrar
la teoría de Maritain: “La sociedad tiene que evolucionar. Antes era religiosa,
pero con el tiempo, el progreso y el desarrollo de las mentalidades, es normal
que el Estado no tenga religión”… Así es como se abandona todo el combate,
siendo que hay que seguir afirmando el reinado social de Nuestro Señor
Jesucristo, fuera del cual no puede haber paz, ni libertad, ni salvación para
las almas. Así son las cosas. No podemos tergiversar nada.
Sin la gracia de Nuestro Señor no puede
haber una sociedad normal.
No olvidemos que sin la gracia no podemos obrar de modo
perfecto y santo. Ni siquiera guardaríamos durante mucho tiempo la honestidad
natural, porque el pecado original ha puesto el desorden en nuestra naturaleza.
Decir que no es necesario que Nuestro Señor reine en la sociedad es abandonar a
los hombres a sí mismos para que poco a poco caigan en malas costumbres y en
pecado. Por eso, y para que una sociedad sea realmente cristiana, se necesita
la gracia. Por supuesto que todo no se destruye de un día para otro. Después de
la Revolución, la sociedad no cayó de pronto en un estado salvaje. Muchas
personas aún eran cristianas y hubo durante mucho tiempo cierta honestidad. Se
vivía y movía sin temor de ser asesinado. La inmoralidad no lo había invadido
todo. Luego vino la separación de la Iglesia y del Estado. ¿Quiere decir esto
que al haber personas honestas —incluso sin el culto oficial dado a Nuestro
Señor— se podía dejar de dar este culto y seguir siendo honesto?: después de
algún tiempo se empezó a sentir que la fruta se agusana-ba y que todo se echaba
a perder. Y ahora estamos viendo casi las últimas consecuencias de la ausencia
de religión cristiana en las escuelas, en las universidades y en el Estado. La
sociedad está to-talmente corrompida: divorcios, matrimonios destruidos y niños
abandonados. Esas son las consecuencias del naturalismo y de la negación de la
realeza de Nuestro Señor.
Un día, los periodistas me preguntaron en México: “¿Cómo ve
Vd. el progreso de la sociedad? ¿cómo considera Vd. el progreso de la sociedad
moderna para alcanzar más justicia y mejor distribución de los bienes?” Yo
contesté: “No hay mil soluciones. Es el reinado social de Nuestro Señor
Jesucristo”. Mientras no se lo restablezca ni se observe la ley de Nuestro
Señor, y mientras su gracia no penetre en las almas de nada servirá tratar de
conseguir la justicia y la paz, ni siquiera tratar de formar sociedades
normales. Únicamente la gracia, que regenera las almas, engendra la verdadera
virtud, haciendo de los hombres hijos de Dios e infundiéndoles con la caridad
las virtudes sociales, sin las cuales lo único que crece es la codicia. Es
fácil verlo. Hoy se provoca a la codicia y cada vez se incita más a la gente
para que reivindique sus derechos. “Tengo derecho a tener lo mismo que el otro”…
Se incita a unos hombres contra otros, ¡todos tienen que tener lo mismo! Ahora
bien: la codicia crea odio y el odio engendra las disensiones civiles. Se produce
la revolución en las sociedades y se comen unos a otros.
Pero si al contrario, las almas se transforman en Nuestro
Señor, los que ejercen responsabilidades en el Estado y los que poseen
riquezas, bienes y tierras se mostrarán más justos; estarán animados por la
virtud de la justicia y comprenderán que tienen deberes con sus inferiores. Y
estos últimos entenderán que tienen que trabajar y aceptar su situación, pues
no estamos en este mundo única-mente para hacer fortuna. Sabrán que la vida
sobrenatural vale mucho más que los bienes de este mundo.
La sociedad comunista
Los periodistas me decían también: “Así
que ¿Vd. no cree que el comunismo sea la solución para el progreso de la
sociedad?” Yo contesté: “Id a preguntar a los que están detrás de la cortina de
hierro. Id a pasar un tiempo allí. Preguntad los vietnamitas, que han fabricado
barcos y puesto en ellos sus familias y bienes, luego se han echado a la mar, y
muchos de ellos —decenas y quizás cientos de miles— han perecido por huir del
comunismo”. Además, están todos los que han muerto fusila-dos, electrocutados…
intentando atravesar la cortina de hierro. ¿Y los polacos? ¿Por qué se levantan
los obreros de Polonia si dicen que el comunismo es el libertador de la clase
obrera? Se les quita el pan de la boca para dárselo a Rusia, en donde la gente
se muere de hambre . ¡Es increíble que se pregunten tales cosas! ¡Van contra el
sentido común! Pero los comunistas ¡tienen tanto arte para hacer creer que son
los únicos que desean la distribución de los bienes, el progreso y la libertad!
La gente se deja enredar mientras no está bajo el régimen comunista. Es cierto
que en algunos casos los comunistas han logrado hacer aumentar los salarios,
pero esto podría suceder muy bien sin ellos, con organizaciones normales. Basta
pensar en Chile: con los comunistas, en el régimen de Allende, para conseguir
un poco de azúcar o pan uno tenía que hacer cola horas y horas, y a menudo para
oír que finalmente ya no quedaba nada. Ese era el bienestar comunista. Los
liberales son gente que se deja engañar por todos los errores modernos.
Abandonan a Nuestro Señor y, por consiguiente, ya no pueden trabajar para el
bien de la sociedad.
Verdadera libertad y golpes de Estado
El Papa continúa, resumiendo su condenación de las
libertades modernas:
«De lo dicho se sigue que no es lícito
de ninguna manera pedir, defender ni conceder la libertad de pensamiento, de
prensa, de enseñanza, ni tampoco la de cultos, como otros tantos derechos correspondientes
al hombre por naturaleza».
Aquí está realmente la conclusión de la encíclica. Con esta
frase León XIII condena por adelanta-do la Declaración sobre la libertad
religiosa, que pide esas libertades como un derecho conferido por la
naturaleza. ¿Quién tiene razón? ¡Es imposible conciliar ambas afirmaciones!
«Porque toda libertad —añade el Papa—,
puede reputarse legítima cuando contribuye a facilitar el bien honesto; fuera
de este caso, nunca».
Así que, jamás para el error. Siguen unas consideraciones
sobre las diferentes formas de gobierno. Prestemos atención a esta afirmación
tan categórica: «Cuando tiranice o amenace un Gobierno,
que tenga a la nación injustamente oprimida, o arrebate a la Iglesia la debida
libertad, no es reprobable trabajar para que prevalezca una forma de gobierno
libre: porque entonces no se pretende una libertad inmoderada y viciosa, sino
que se busca alivio para el bien común de todos».
Y un poquito más adelante:
«Ni condena tampoco la Iglesia el deseo
de que cualquier nación quiera su propia independencia, libre de toda
dominación extraña y despótica, con tal que esto pueda hacerse quedando la
justicia incólume». Hay que concluir, además, que la Iglesia admite que se puede
reconocer la legitimidad de un régimen conseguido lícitamente por la fuerza.
Las formas de gobierno
En lo que se refiere a las diferentes
formas de gobierno, no digo que León XIII fuera demócrata pero, con más
facilidad que su sucesor San Pío X, concebía la democracia como una forma
aceptable de gobierno, condenando sin embargo su ideología.
«Ni tampoco está prohibido el preferir
para la república una forma de gobierno moderadamente popular, salva siempre la
doctrina católica sobre el origen y ejercicio del poder. La Iglesia no
re-prueba ninguna forma de gobierno, con tal que sea apto para la utilidad de
los ciudadanos; pero quiere, como también lo ordena la naturaleza, que se
establezca sin ofender a nadie en su derecho, y singularmente dejando a salvo
los derechos de la Iglesia».
Es un poco lo que sucede en Suiza, que vive en este régimen
desde hace siglos y no le va tan mal, aunque poco a poco se va deslizando hacia
el socialismo. San Pío X, por su parte, expresó claramente su aprecio por la
forma monárquica, que es la más natural y la más conforme a la naturaleza de la
sociedad, mientras que la democracia pide a los ciudadanos una mayor
honestidad, difícil de conseguir, lo que hace que los gobiernos democráticos se
vean más tentados a caer en la anarquía o en el socialismo.
Ahora termina la encíclica:
«Estas cosas, Venerables Hermanos, que
dictadas juntamente por la fe y la razón os hemos enseñado según deber de
Nuestro ministerio apostólico, confiamos que han de ser de gran fruto para
muchos, principalmente al unirse vuestros esfuerzos con los Nuestros. Por
Nuestra parte, con humilde corazón alzamos Nuestros ojos a Dios suplicantes, y
con todo fervor le pedimos se digne benigno conceder a los hombres la luz de su
sabio consejo».
Si los hombres hubiesen escuchado más a los Papas no
estaríamos en donde estamos ahora. Sin embargo, ¡Dios sabe que ellos hablaron!
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