Primeros temores:
Y sin embargo una voz se hizo oír que debemos registrar y que nos
servirá aquí como principio de distinción. Hemos dicho que había hasta ese
momento dos tendencias: o admitir y admirarlo todo, o condenar todo y poner
todo en cuarentena. Por primera vez, un sacerdote va a insinuar lo que más
tarde fue reconocido como verdad. Hacia esa misma época, en el número de "videntes" se contaba
una cierta Marie-Bernard, de Carrére-basse. "Pretendía — cuenta el abate
Pene — haber visto en la Gruta a un grupo de tres personas: un hombre con barba
blanca, una mujer bastante joven, y un niño. El anciano tenía llaves en una
mano y con la otra se enrulaba los bigotes. Al principio se dijo en la ciudad
que podía ser la Santa Familia. Más tarde la misma visión se reprodujo y se
añadió que se habían observado ademanes poco decentes hechos por estos
personajes. Si estos ademanes fueron advertidos por la misma visionaria o por
otros que hubieran podido tener la misma visión, tanto mi hermana como yo nunca
lo supimos. No obstante esta mujer era penitente mía y varias veces me había
relatado estos hechos, pero no le presté mayor atención, creyendo que no eran
más que maniobras diabólicas tratando de escribir con su sombra las apariciones
precedentes" Nosotros subrayamos estas últimas líneas. Nos parecen dar, en efecto, la
explicación más razonable sobre todo el conjunto de hechos.
Aunque atribuyamos a la exaltación, a la imaginación, al contagio
espiritual, las visiones que se agregan a las apariciones a Bernadette, no hay
duda, en efecto, que el demonio hallaba en ellas su, provecho y que se veía
asomar en el conjunto de los episodios de los cuales no hemos comentado más que
una parte, una táctica: la de desvirtuar las visiones autentiquísimas y las
apariciones certísimas de la Virgen bajo el flujo de imitaciones absurdas o
estrambóticas con las que una parte del público se saciaba con deleite en
Lourdes, mientras que los más cuerdos se encogían de hombros.
Ahogar la verdad en la mentira era un procedimiento muy digno del
demonio. Y lo que vamos a decir confirmará esta primera apreciación de los
acontecimientos. Debemos hacer notar, con todo, que las interdicciones y
oposiciones que sufrieron las apariciones verídicas de Bernadette, tuvieron por
lo menos un buen resultado: el de limitar o de suprimir las manifestaciones
diabólicas en su extrema violencia. Con el tiempo se llegará a comprender que
no se trataba de admirar todo ni de condenar todo, sino simplemente de
distinguir. La más acreditada de estas visionarias había sido la joven
Josephine Albario. Pero había en su caso demasiadas perturbaciones,
agitaciones, lágrimas. El señor Estrade que hemos citado en varias
oportunidades y cuyos juicios son más seguros que sus recuerdos, escribirá
sobre ella después de haberla colocado, interiormente, en el mismo nivel, en su
confianza, que a Bernadette: "Algo secreto incomodaba, sin embargo, mi
admiración y parecía advertirme que la verdad no se hallaba ahí. Establecí
comparaciones y recordé que ante los éxtasis de Bernadette me sentía
transportado, en tanto que ante los de Josephine. . . sólo me sentía
sorprendido.
Yendo al fondo de los primeros percibía en ellos una acción
verdaderamente celestial; enfrentándome con los segundos sólo encontré en ellos
las agitaciones de un organismo fuertemente sobreexcitado .. Al hablar así, el
señor Estrade, como todas las personas sensatas, practicaba ese arte necesario
que San Ignacio de Loyola había llamado "discernimiento de los
espíritus". Y el mismo San Ignacio no había hecho sino poner en fórmulas
el grande precepto de San Pablo, en los albores del cristianismo: "El
espíritu no lo apaguéis, las profecías no las menospreciéis; probadlo todo,
quedaos con lo bueno..
(I Tesalonicenses, V, 19-21).
Juicios razonables.
La verdad estaba, pues, en camino. La luz se hacía poco a poco en los
espíritus, aunque se estaba todavía bastante lejos del objetivo final, como
vamos a verlo. Pero antes de ocuparnos de otra serie de perturbaciones y agitaciones en
las cuales las infestaciones diabólicas se tornarán cada vez más visibles,
daremos otro ejemplo más de las apreciaciones que se hacían en torno de las
demasiadas "videntes" que le hacían la competencia a Bernadette.
Acabamos de hablar de Josephine Albario, muchacha excelente, por lo demás. He
aquí otra: Marie Courrech, la sirvienta del alcalde de Lourdes. Sería demasiado
largo consignar aquí sus propias declaraciones que figuran en la obra del padre
Cros. (II, 96 v siguientes.) Pero lo que nos llama la atención es el juicio que
sigue, hecho por un habitante de Lourdes, Antoinette Garros: "No tenía fe
—dice— en las visiones de Marie Courrech; su rostro no era el de Bernadette ni
sus ademanes tampoco. Tenía sacudimientos, sobresaltos. Muchas veces, viendo
estas apariciones más allá del Gave, se lanzaba hacia adelante, porque, decía
ella después, la Aparición la llamaba a la Gruta. Si no la hubiésemos retenido
con grandes esfuerzos, se hubiera precipitado en el Gave. Cierto día que yo la
retuve violentamente las personas que miraban empezaron a gritar: «Déjela ir:
si cruza el Gave será un milagro.» Pero yo no los escuché; prefería evitar que
se ahogara y me dije: «Si la Santísima Virgen quiere que cruce el Gave sabrá
bien cómo arrancarla de mis brazos.» Lo que debemos retener de estos ejemplos y estas discusiones es que
siempre hay manera de discernir los dones auténticos, los verdaderos carismas
de sus imitaciones diabólicas.
Visionarios en masa.
Los desórdenes — es menester llamarlos así — no estuvieron limitados por
mucho tiempo a algunas mujeres o niñas, como las que hemos citado. Los
"videntes", de ambos sexos, van a multiplicarse y sus agitaciones y
remilgos, cuyo carácter casi siempre ridículo o burlesco vamos a relatar, se
prolongaron hasta comienzos del año 1859.El padre Cros pudo investigar sobre
ellos alrededor de veinte años más tarde."En el mes de junio de 1878,
escribió, encontramos en Lourdes el recuerdo y el nombre de estos visionarios
de ambos sexos y de todas las edades: y eso que sólo hemos descubierto a los
más ilustres, porque ya nadie en esa época tenía orgullo de haber sido
visionario."
El padre Cros pudo comprobar, de este modo, que los informes del
comisario Jacomet, a quien, con mucha frecuencia, se le ha criticado la
severidad, atribuyéndole erróneamente una parcialidad hostil a las cosas
divinas, no tenían nada de exagerado. En realidad el comisario estuvo lejos de
conocer todos los hechos: no denunció más que una parte e ignoró o descuidó el
resto.
Las manifestaciones alcanzaron un grado tal de exageración que se
produjo un verdadero escándalo y el mismo cura de Lourdes, en septiembre de 1858,
debió conjurar desde el pulpito a los padres, para que les pusieran fin,
impidiendo que sus hijos se entregaran a esas incesantes excentricidades. Leyendo
los textos reunidos por el padre Cros se tiene la impresión de estar frente a
una especie de epidemia. Juzguemos: he aquí las declaraciones de los testigos:
Hermano Léobard, director de las escuelas de Lourdes: “El diablo hizo surgir una infinidad de visionarios. Los vimos librarse
a las más grandes extravagancias. ¿Veían algo? Sí, y tenemos motivos para creer
que muchos de ellos han visto al espíritu maligno, bajo formas diversas. . .
Muchos de mis alumnos pretendieron haber visto apariciones. Faltaban a menudo
al colegio…Sus extravagancias se produjeron no sólo en la Gruta, y en un arroyo
abajo de la ladera de la Basílica, sino también en casa de ellos, donde habían
improvisado pequeñas capillas. . ."
Hermano Córase: Una multitud de niños y niñas pretendieron haber visto a
la Virgen Santísima. Los lie encontrado en el camino de la Gruta. Llevaban una
vela en la mano y se arrodillaban junto a los charcos... En oportunidad de uno
de estos encuentros, un hombre me dijo: «Mi hijita también ve a la Santísima
Virgen, en la Gruta; ¡son tantos los que la ven!» Yo consideré todo esto como
pura comedia, y me asaltaron dudas muy grandes con respecto a las visiones de
Bernadette a las cuales yo no había asistido nunca. . "
CONTINUA...
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