XI
En el concilio el tema sobre la libertad religiosa fue
el objeto de las discusiones más reñidas. Esto se explica fácilmente por la
influencia que ejercían los liberales y por el interés que tenían en esta
cuestión los enemigos hereditarios de la iglesia. Han transcurrido veinte años
y ahora es posible comprobar que nuestros temores no eran exagerados cuando se
promulgó aquel texto en la forma de una declaración que reunía ideas opuestas a
la tradición y a la enseñanza de los últimos papas. Tanto es así que principios
falsos o expresados de una manera ambigua infaltablemente tienen aplicaciones
prácticas que revelan el error cometido al adoptarlos. Voy a mostrar, por
ejemplo, cómo los ataques lanzados contra la enseñanza católica en Francia por
el gobierno socialista son la consecuencia lógica de la nueva definición sobre
la libertad religiosa dada por el concilio Vaticano II. Hagamos algunas
consideraciones de teología para comprender bien con qué espíritu se ha
redactado esa declaración. La argumentación inicial —y nueva— hacía descansar
la libertad que cada hombre tendría de practicar interiormente y exteriormente
la religión de su elección en la "dignidad de la persona humana". Era
pues esa dignidad la que daba fundamento a la libertad, la que le daba su razón
de ser. El hombre podía adherirse a cualquier error en nombre de su dignidad;
lo cual era colocar el arado delante de los bueyes, presentar las cosas al
revés. En efecto, quien se adhiere al error pierde su dignidad y entonces ya no
puede fundar nada sobre ella. Por otra parte, aquello en que se funda la
libertad es, no la dignidad, sino la verdad: "La verdad os hará
libres", dijo Nuestro Señor. ¿Qué se entiende por dignidad? Según la
doctrina católica, el hombre la obtiene de su perfección, es decir, del conocimiento
de la verdad y de la adquisición del bien. El hombre es digno de respeto según
su intención de obedecer a Dios y no según sus propios errores. Estos errores
engendran indefectiblemente el pecado. Cuando sucumbió Eva, la primera pecadora
dijo: "La serpiente me engañó". Su pecado y el pecado de Adán
determinaron la degradación de la dignidad humana, condición que padecemos
desde entonces. De estas consideraciones resulta que no se puede hacer derivar
la libertad de la degradación como su causa. Por el contrario, la adhesión a la
verdad y el amor de Dios son los principios de la auténtica libertad religiosa.
Ésta se puede definir como la libertad de rendir a Dios el culto que le es
debido y de vivir según sus mandamientos. Si el lector ha seguido bien este
razonamiento, comprenderá que la libertad religiosa no se puede aplicar a las
religiones falsas, esa libertad no puede compartirse. En la sociedad civil, la
Iglesia proclama que el error no tiene derechos y que el Estado debe reconocer
sólo el derecho de los ciudadanos a practicar la religión de Cristo.
Claro está, esto parece una pretensión exorbitante a
quien no tiene fe. Pero el católico que no está contaminado por el espíritu de
estos tiempos considera que eso es normal y legítimo. Desgraciadamente muchos
cristianos han perdido de vista estas realidades. Se ha repetido tanto que
había que respetar las ideas de los demás, colocarse en el lugar de éstos,
aceptar sus puntos de vista, se ha divulgado tanto esta insensatez: "Cada
uno tiene su verdad", se ha considerado tanto el diálogo como la
virtud cardinal por excelencia, diálogo que obligatoriamente conduce a hacer
concesiones, que el cristiano, por caridad malentendida, creyó que debía hacer
más que sus interlocutores y a menudo es el único que hace concesiones. El
cristianismo ya no se inmola por la verdad como los mártires, sino que inmola
la verdad. Por otra parte, la multiplicación de los Estados laicos en la Europa
cristiana acostumbró a los espíritus al laicismo y los lleva a adaptaciones
contrarias a la doctrina de la iglesia. La doctrina no puede adaptarse, la
doctrina es algo fijo, definido de una vez por todas. En la Comisión central
preparatoria del concilio, se presentaron dos esquemas, uno redactado por el
cardenal Béa con el título "De la libertad religiosa", el otro
del cardenal Ottaviani con el título "De la tolerancia religiosa".
El primero abarcaba catorce páginas sin referencias al magisterio que lo
precedió. El segundo constaba de siete páginas de texto y dieciséis páginas de
referencias, que iban desde Pío VI (1790) a Juan XXIII (1959). El esquema del
cardenal Béa contenía, a, mi juicio y a juicio de un número no desdeñable de
padres, afirmaciones que no estaban de acuerdo con la verdad de la iglesia
eterna. Por ejemplo, se leía: "Por eso hay que alabar el hecho de que
en nuestros días la libertad y la igualdad religiosas estén proclamadas por
numerosas naciones y por la Organización Internacional de los Derechos del
Hombre". En cuanto al cardenal Ottaviani exponía muy correctamente la
cuestión: "Así como el poder civil considera que tiene el derecho de
proteger a los ciudadanos contra las seducciones del error... puede asimismo
regular y modelar las manifestaciones públicas de otros cultos y defender a sus
ciudadanos contra la difusión de las falsas doctrinas que, a juicio de la
Iglesia, pongan en peligro la salvación eterna de los ciudadanos"; León
XIII decía (Rerum novarum) que el bien común temporal, fin de la sociedad
civil, no es puramente de orden material sino que es "principalmente un
bien moral". Los hombres se organizaron en sociedad con miras al bien de
todos; ¿cómo podría quedar excluido el bien supremo, que es la obtención de la
beatitud celeste? Hay otro aspecto de las cosas que guía a la Iglesia cuando
ésta niega el derecho de ciudadanía a las religiones equivocadas: los
propagadores de ideas falsas ejercen naturalmente una presión sobre los más
débiles, los menos instruidos. ¿Quién discutirá que el deber del Estado es
proteger a los débiles? Ese es su primer deber, la razón de ser de la
organización en sociedad. El Estado defiende a sus súbditos de los enemigos
exteriores, les garantiza la vida cotidiana asegurándolos contra las agresiones
de toda índole, contra los ladrones, los asesinos, los estafadores, y hasta los
Estados laicos aseguran una protección en materia de buenas costumbres al
prohibir, por ejemplo, publicaciones pornográficas, por más que la situación se
haya degradado mucho estos últimos años en Francia y que sea muy mala en países
como Dinamarca. Pero, en última instancia y durante mucho tiempo, los países de
civilización cristiana conservaron ese sentido de sus obligaciones respecto de
los más vulnerables y particularmente de los niños. El pueblo continúa siendo
sensible a esta cuestión y pide al Estado, por medio de sus asociaciones
familiares, que tome las necesarias medidas. Habrán de prohibirse las
transmisiones radiales en las que el vicio se muestra demasiado
ostensiblemente, aunque nadie está obligado a escucharlas, pero como los niños
disponen a menudo de radios de transistores ya no están protegidos. La doctrina
de la Iglesia que puede parecer excesivamente severa es pues accesible al
razonamiento corriente y al sentido común.
Hoy día, la regla es rechazar toda forma de coacción y
deplorar que en ciertos momentos de la historia se la haya ejercido. Su
Santidad Juan Pabló II, cediendo a esta corriente, condenó la inquisición
cuando hizo su viaje a España. Pero sólo se quieren recordar las exageraciones
de la Inquisición olvidando que la Iglesia, al crear el Santo Oficio, cuya
designación exacta es Sanctum Officium Inquisitionis, cumplía su función
de defensa de las almas y perseguía a aquellos que trataban de falsear la fe,
con lo que ponían en peligro a toda una población en lo referente a su
salvación eterna. La Inquisición acudía a socorrer a los propios heréticos, así
como se presta socorro a las personas que se lanzan al agua para terminar con
su vida; ¿podría acusarse a los que intentan salvarlas de ejercer una acción
intolerable sobre esos desdichados? Para hacer otra comparación, no creo que a
un católico, por perplejo que esté, se le ocurra la idea de censurar a un
gobierno por prohibir las drogas alegando que ese gobierno ejerce así una
coacción sobre los drogadictos. Bien puede comprenderse que un padre de familia
imponga su fe a sus hijos. En los Hechos de los Apóstoles, el centurión
Cornelio, tocado por la gracia, recibe el bautismo "y con él toda su
casa". Clodoveo se hizo bautizar con sus soldados. Los beneficios que
aporta la religión católica muestran el carácter ilusorio de la posición
asumida por el clero posconciliar, en virtud de la cual es menester abstenerse
de ejercer toda presión y hasta toda influencia en los "no
creyentes". En África, donde pasé la mayor parte de mi vida, las misiones
combatieron los flagelos de la poligamia, la homosexualidad, el desprecio con
que se trata a la mujer. Ésta, y bien se conoce cuál es la situación degradante
que tiene en la sociedad islámica, se convierte en una esclava o en un objeto
desde el momento en que desaparece la civilización cristiana. No se puede dudar
del derecho que tiene la verdad a imponerse y a reemplazar las religiones
falsas. Y sin embargo, en la práctica la iglesia no preconiza una ciega
intransigencia en lo tocante al culto público de esas religiones. La Iglesia
siempre profesó que ese culto podía ser tolerado por los poderes públicos a fin
de evitar mayores males. Por eso el cardenal Ottaviani prefería la expresión
"tolerancia religiosa". Si consideramos el caso de un Estado católico
en el que la religión de Cristo está oficialmente reconocida, esa tolerancia
evita perturbaciones que serían perjudiciales al conjunto social. En una
sociedad laica que profesa la neutralidad religiosa, ciertamente la ley de la
Iglesia no será observada. Entonces, se preguntará el lector, ¿para qué
conservarla? Pero ante todo no se trata de una ley humana que se pueda abrogar
o modificar. En segundo lugar, el abandono del principio mismo tiene graves
consecuencias, varias de las cuales ya hemos señalado. Los acuerdos entre el
Vaticano y ciertas naciones, que otorgaban muy justamente una condición
preferencial a la religión católica, han sido revisados. Así ocurrió en España
y poco después en Italia, donde el catecismo ya no es obligatorio en las
escuelas. ¿Hasta dónde llegaremos? Los nuevos legisladores de la naturaleza
humana ¿pensaron acaso que el Papa es también jefe de Estado? ¿Debería el Papa
laicizar el Vaticano y autorizar en él la construcción de un templo protestante
y de una mezquita? Otro fenómeno es el de la desaparición de los Estados
católicos. En el mundo actual, hay Estados protestantes, un Estado anglicano,
Estados musulmanes, Estados marxistas, ¡y ya no se quiere que haya Estados
católicos! Los católicos ya no tendrían el derecho de establecer Estados
católicos, sino que tendrían el deber de mantener el indiferentismo religioso
del Estado. Pío IX llamó a esto "delirio" y "una libertad de
perdición". León XIII condenó el indiferentismo del Estado en materia
religiosa. ¿Ya no es cierto lo que era válido en aquella época? No se puede
afirmar la libertad de todas las comunidades religiosas de la sociedad humana,
sin otorgar igualmente la libertad moral a esas comunidades. El islamismo
admite la poligamia, los protestantes tienen según las iglesias, posiciones más
o menos laxistas sobre la indisolubilidad de los vínculos conyugales y sobre la
anticoncepción. .. Así desaparece el criterio del bien y de mal. En Europa, el
aborto ya no está prohibido por la ley más que en la Irlanda católica. No es
posible que la Iglesia de Dios cubra de alguna manera estos excesos al afirmar
la libertad religiosa. Otra consecuencia: las escuelas libres. El Estado ya no
puede comprender que existan escuelas católicas ni que estas representen la
mayor parte del sector de la enseñanza privada. Como se ha visto recientemente,
el Estado las coloca en el mismo plano que las escuelas fundadas por diversas
sectas y dice: "Si os permitimos existir, debemos proceder de la mismo
manera con Moon y con todas las otras comunidades de esta índole que tienen tan
mala reputación". ¡Y ahora la Iglesia no tiene argumentos que oponer! El
gobierno socialista ha sacado muy buen partido de la declaración sobre la
libertad religiosa. De conformidad con el mismo principio, se pensó en fusionar
escuelas católicas con otras ¡siempre que éstas observen el derecho natural!
Otras escuelas católicas están abiertas para niños de cualquier religión y
algunas se jactan de tener más alumnos musulmanes que cristianos. De esta
manera la Iglesia, al aceptar una situación jurídica común en las sociedades civiles,
corre el riesgo de convertirse en una secta entre otras. Corre el peligro de
desaparecer pues es evidente que la verdad no puede dar sus derechos al error
sin renegar de sí misma. Las escuelas libres adoptaron en Francia para hacer
manifestaciones en las calles un himno muy hermoso cuyas palabras empero
revelan el contagio de este detestable espíritu: "Libertad, tú eres la
única verdad". La libertad considerada como un bien absoluto es
quimérica. Aplicada al orden religioso conduce al relativismo doctrinal y a la
indiferencia práctica. Los católicos perplejos deben aferrarse a las palabras
de Cristo que cité antes: "La verdad os hará libres".
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