CAPÍTULO
4
Encíclica
Humanum genus
del
Papa León XIII
sobre
la secta de los Masones
(20
de abril de 1884)
León
XIII señala toda la perversidad de la Masonería
(continuación)
Laicismo del
Estado y lucha contra la Iglesia.
«Por esto proclaman y defienden por doquier el
principio de que “Iglesia y Estado deben estar completamente separados”».
Como consecuencia de su naturalismo,
los masones preconizan el laicismo del Estado. Hay que separar a la Iglesia de
él, y eliminar los dogmas y la verdad objetiva. Después de esto, influirán en
la enseñanza que imparte el Estado en las escuelas públicas y universidades,
para poder secularizar las inteligencias y los espíritus, y conseguir
finalmente que penetren sus ideas de relativismo, que conducen prácticamente a
la supresión de Dios. León XIII precisa:
«No les basta
con prescindir de tan buena guía como la Iglesia, sino que la agravan con
persecuciones y ofensa. Se reduce casi a nada su libertad de acción, con leyes
en apariencia no muy violentas, pero en realidad expresamente hechas y
acomodadas para atarle las manos. Vemos, además, al Clero oprimido con leyes
excepcionales y graves, para que cada día vaya disminuyendo en número y le
falten las cosas más necesarias». Van a obligar a los seminaristas a que hagan el
servicio militar. El Estado, al apoderarse de los bienes de la Iglesia, privará
al clero de la posibilidad de crear y mantener obras de educación o caridad. «Los restos de los bienes de la Iglesia,
sujetos a todo género de trabas y gravámenes».
Segundo
principio: el indiferentismo
El segundo principio de los masones
es el indiferentismo, que prácticamente es una consecuencia del naturalismo
pero que, con todo, es un principio particular. El indiferentismo es una
palabra que se emplea a menudo en los documentos pontificios. Tiene un
significado muy preciso: postula en la práctica y propaga la idea de que valen
todas las ideas y que ninguna en particular tiene más valor:
«Abriendo los
brazos a cualesquiera y de cualquier religión, consiguen persuadir de hecho el
gran error de estos tiempos, a saber, el indiferentismo religioso y la igualdad
de todos los cultos; conducta muy a propósito para arruinar toda religión,
singularmente la católica, a la que, por ser la única verdadera, no sin suma
injuria se la iguala con las demás». Ahora ya no se usa este lenguaje. En
el Vaticano, ya no se usaría más. León XIII afirma que no se puede poner al
mismo nivel la verdad y el error.
Tercer
principio: negación de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma
El tercer principio es la negación
de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. El Papa comenta así
este principio:
«En ellos
pierden su certeza y exigirá aun en las verdades que se conocen por luz natural
de la razón [así que ya no guardan las verdades fundamentales de la filosofía],
como son la existencia de Dios, la espiritualidad e inmortalidad del alma
humana. (…) Ni disimulan tampoco ser entre ellos esta cuestión de Dios causa y
fuente abundantísima de discordia».
Aunque los masones hablan del Gran
Arquitecto no significa que creen en la existencia de Dios. Para ellos, el Gran
Arquitecto, son las grandes fuerzas naturales que sostienen al mundo en su existencia,
pero no significa de manera alguna un Dios personal, creador del mundo, y que
lo dirige y sostiene en su existencia. Es más bien una especie de panteísmo,
como dice León XIII.
«Destruido o
debilitado este principal fundamento [la existencia de Dios y la inmortalidad
del alma], síguese que han de quedar vacilantes otras verdades conocidas por la
luz natural». (…).
La consecuencia
de estas negaciones es la desaparición de las verdades más necesarias para la
vida:
«Destruidos estos principios, que son como la base del
orden natural, importantísimos para la conducta racional y práctica de la vida,
fácilmente aparece cuáles han de ser las costumbres públicas y privadas. Nada
decimos de las virtudes sobrenaturales (…) de las cuales por fuerza no ha de
quedar vestigio en los que desprecian, por desconocidas, la redención del
género humano, la gracia divina, los sacramentos (…) Hablamos de las
obligaciones que se deducen de la probidad natural. Un Dios creador del mundo y
su próvido gobernador; una ley eterna que manda conservar el orden natural y
veda el perturbarlo; un fin último del hombre y mucho más excelso que todas las
cosas humanas y más allá de esta morada terrestre: éstos son los principios y
fuente de toda honestidad y justicia; y, suprimidos éstos, como suelen hacerlo
naturalistas y masones, falta inmediatamente todo fundamento y defensa a la ciencia
de lo justo y de lo injusto. (…) Y, en efecto, la única educación que a los
Masones agrada, y con la que, según ellos, se ha de educar a la juventud, es la
que llama laica, independiente y
libre; es decir, que excluya toda idea religiosa».Hoy diríamos: la “moral permisiva”.
Consecuencias
desastrosas de los principios masónicos
León XIII, después de haber definido
los principios de la Masonería, pasa a las consecuencias de estos principios.
Los resultados son absolutamente deplorables.
Inmoralidad
pública
«Una vez
suprimida la educación cristiana, prontamente se han visto desaparecer las
buenas y sanas costumbres, tomar cuerpo las opiniones más monstruosas y subir
de todo punto la audacia en los crímenes. Públicamente se lamenta y deplora
todo esto, y aun lo reconocen, aunque no querrían, no pocos que se ven forzados
a ello por la evidencia de la verdad».
Al leer este texto, podríamos pensar
que León XIII lo hubiera escrito en nuestra época, refiriéndose a los crímenes
tan audaces que aparecen ahora en los periódicos: secuestros, crímenes en todas
partes, asesinatos: en Francia, en España y en otros lugares… Esas bombas que
explotan matando a inocentes… Es algo abominable. «La audacia en los crímenes»:
estamos viviendo eso. Luego el Pa-pa hace una alusión a la negación del pecado
original, que es la causa de todos esos desórdenes.
Negación del
pecado original y sociedad de consumo
«Como la naturaleza humana quedó inficionada con la
mancha del primer pecado, y por lo tanto más propensa al vicio que a la virtud,
requiérese absolutamente para obrar bien sujetar los movimientos obcecados del
ánimo y hacer que los apetitos obedezcan a la razón. Y para que en este combate
conserve siempre su señorío la razón vencedora, se necesita muy a menudo
despreciar todas las cosas humanas y pasar grandísimas molestias y trabajos. Pero
los naturalistas y masones, que ninguna fe dan a las verdades reveladas por
Dios, niegan que pecara nuestro primer padre, y estiman, por tanto, al libre
albedrío en nada amenguado en sus
fuerzas ni inclinado al mal. Antes, por lo contrario, exagerando las fuerzas
y excelencia de la naturaleza, y poniendo en ésta únicamente el principio y
norma de la justicia, ni aun pensar pueden que para calmar sus ímpetus y regir
sus apetitos se necesite una asidua pelea y constancia suma. De aquí vemos
ofrecerse públicamente tantos estímulos a los apetitos del hombre: periódicos y
revistas sin moderación ni vergüenza alguna; obras dramáticas, licenciosas en
alto grado; asuntos de las artes, sacados con proterva de los principios de lo
que llaman realismo; ingeniosos
inventos para una vida blanda y muy regalada; rebuscados, en suma, toda suerte
de halagos sensuales, a los cuales cierre los ojos la virtud adormecida».
Hoy el hombre, esclavo de sus
pasiones, está sometido a todo lo que ahora se llama “sociedad de consumo”. Cómo
se puede definir la sociedad de consumo sino como ese tipo de sociedad que se
compromete a poner a la disposición de los hombres la mayor cantidad posible de
bienes materiales y, por lo tanto, estimularlos al placer, al dinero, y a
aprovechar y comprar todo. Si por lo
menos se tratase de poner a la disposición de los hombres los bienes honestos.
Pero no es el caso, porque las cosas malas tienen su lugar junto a las buenas.
En pocas palabras, todo está hecho para incitar al pecado. No hay que
sorprenderse de que esta sociedad se encamine a su propio aniquilamiento. No se
tiene en cuenta ni el pecado original, ni la virtud, ni la espiritualidad del
alma, ni todo lo que es espiritual y que debería prevalecer sobre los bienes
materiales. No; el hombre sólo es un cuerpo y un objeto de consumo. Hay que
hacerle consumir lo más que se pueda para ganar la mayor cantidad posible de
dinero y darle las mayores facilidades que le lleven al pecado.
El comunismo
esclavista
Sin embargo, ahí donde los
comunistas han conseguido el poder, los pueblos son privados de las ventajas de
la sociedad de consumo, cuyos beneficios recibe sólo el Estado. El hombre no es
más que un esclavo y un instrumento de trabajo. Sólo tiene que comer lo
necesario para mantenerse con suficiente salud para poder seguir trabajando.
Todo lo demás tiene que ir al Estado, para servir al demonio, a la Masonería,
al comunismo, a la revolución mundial, a la dominación mundial y a la
destrucción de la Iglesia.
Tenemos, por una parte, la
esclavitud de las pasiones, que aparentemente es menos grave que la esclavitud
de los pueblos que están sometidos al comunismo. Pero en cierto modo, la
esclavitud de las pasiones se vuelve quizás más perjudicial a la espiritualidad
del alma, a la fe y a la conservación de la religión que la esclavitud del
comunismo, porque este último, aunque priva al hombre de todos los bienes que
ofrece la sociedad de consumo, lo coloca en un cierto estado de ascesis y de
sacrificio, y en ese ambiente de sacrificio los hombres piensan más y se inclinan
a buscar más los bienes espirituales.
Eso explica por qué la religión está
quizás más viva y es más real detrás del “telón de acero” que en el Occidente.
Porque para satisfacer todas las pasiones de los hombres, nada mejor que
sumergir su espíritu en el gozo de todos esos bienes y acabar con la religión.
Para la Masonería, seguramente es más fácil intentar arrancar a los hombres los
principios de la religión en la sociedad de consumo y de placer, que a los
comunistas con los pueblos privados de los bienes de este mundo y obligados a
trabajar como esclavos. En efecto, como mantienen a los hombres de esos países
en una especie de embrutecimiento, se ve que, privados de los bienes de este
mundo se inclinan más a los bienes espirituales. De ahí la lucha encarnizada de
los comunistas contra la religión para impedir que los hombres saquen provecho
de esa ascesis en la que los han puesto. Por eso los profesores de ateísmo, en
todas las escuelas en que han eliminado a Dios, prosiguen una lucha sin tregua contra
la religión.
Destrucción de
la familia a través de la destrucción del matrimonio
León XIII, después de haber
estudiado los principios de la Masonería y los resultados deplorables que su
aplicación causa a la vida espiritual, tanto en la vida individual como en la
vida política, y tras haber expuesto la criminalidad y la esclavitud de las
pasiones totalmente desencadenadas, trata el tema de la destrucción de la
familia.
«Apenas hay tan
rendidos servidores de esos hombres sagaces y astutos como los que tienen el
ánimo enervado y quebrantado por la tiranía de las pasiones. Hubo en la secta
masónica quien dijo públicamente y propuso que ha de procurarse con persuasión
y maña que la multitud se sacie con la innumerable licencia de los vicios, en
la seguridad que así la tendrán sujeta a su arbitrio para poder atreverse a
todo en lo futuro».
Para los masones, desarrollar la
corrupción sistemática de la población es uno de los medios más eficaces para
lograr la destrucción de la familia.
«Por lo que toca
a la vida doméstica, he aquí casi toda la doctrina de los naturalistas: el
matrimonio es un mero contrato; puede justamente rescindirse a voluntad de los
contratantes».
Puede ser anulado como cualquier
contrato; no hay razón para que no se pueda disolver si los que lo han hecho
deciden romperlo. Como se hizo por voluntad de los contrayentes, éstos lo
pueden también anular. Si esto se aplica a los actos libres, que dependen
únicamente de la voluntad de los contrayentes, está bien. Pero aunque el
matrimonio es realmente un contrato, sólo es libre en lo que se refiere a la
elección de las personas y no en lo que se refiere a las condiciones del
contrato, que han sido inscritas en la naturaleza misma del hombre y de la
mujer. Dios mismo es quien ha puesto las condiciones del contrato en la
naturaleza. Los hombres no están obligados a hacerlo, pero desde el momento en
que lo hacen, ya no lo pueden romper, porque las condiciones con que se
establece manifiestan que no se puede; es definitivo hasta la muerte de los
contrayentes. La familia está hecha para la procreación, para multiplicar la
especie humana, de modo que los padres no pueden romper ese contrato a su
gusto. Esa ruptura dejaría a los hijos en el abandono, como vemos que sucede
desde la legalización del divorcio. Por eso la Iglesia ha profesado siempre la
indisolubilidad del matrimonio. Este vínculo no se puede romper. En casos
extremos, la Iglesia tolera la separación de cuerpos, pero jamás admite el divorcio.
En algunos casos reconoce la nulidad
del matrimonio, pero aun en esos casos hace falta que haya motivos seguros.
Cuando la Iglesia reconoce la nulidad de un matrimonio es porque se ha comprobado
que no se cumplió una de las condiciones del contrato, porque hubo quizás miedo
o amenaza. Por ejemplo, si una mujer se casó por presión de sus padres o
amenaza de malos tratos, y tenía tanto miedo que no se atrevió a decirlo, y sin
ese miedo hubiera dicho que no. Si realmente se puede comprobar que antes del
contrato existía tal presión moral que no era libre, el contrato no tuvo
lugar, porque faltaba la voluntad de uno de los contrayentes. Se puede invocar
alguna de esas razones.
Otro caso es si uno de los
contrayentes afirma antes del matrimonio —y ante testigos que lo puedan
demostrar— que no quería tener hijos. Esa es otra condición que prueba la
nulidad del contrato, pues se hace para que los esposos tengan hijos. Si no los
pueden tener por motivos particulares es un caso distinto, pero la voluntad de
no tener hijos hace que el contrato matrimonial sea nulo. Fuera de estas raras
condiciones, que alguna vez suceden, la Iglesia nunca rompe un matrimonio. Si
el matrimonio se ha realmente comprobado y no hay ninguna razón de nulidad, la
Iglesia no puede romperlo, ni depende de ella. Ni el mismo Papa puede hacerlo;
no tiene derecho a romper un matrimonio, porque eso no depende de él. Dios
mismo, autor de la naturaleza, concibió e instituyó el matrimonio, e indicó sus
condiciones y finalidad. A causa del fin del matrimonio, que es la procreación
y la educación de los hijos, el matrimonio es indisoluble, porque los hijos
necesitan a sus padres, la estabilidad de su unión y la continuidad de la
existencia de la familia para ser educados convenientemente.
Pero los masones tienen un concepto
totalmente distinto, y para ellos el matrimonio es un contrato cualquiera, que
puede ser “legítimamente disuelto por voluntad de los contrayentes” .Señalemos
que la indisolubilidad del matrimonio es algo específico de la religión
católica. Ella es la única que profesa esta doctrina fundamental, porque la
base y célula de la sociedad humana es la familia. Todas las demás religiones,
sean las que sean, aceptan motivos de divorcio, con más o menos facilidad,
incluso los ortodoxos y protestantes. El rechazo del divorcio es realmente una
señal distintiva de la religión católica, porque la institución divina del
matrimonio no lo permite. Salvo en el caso de
matrimonio cristiano no consumado que, por motivos graves, puede ser disuelto
por el Papa; o el del matrimonio entre infieles, que puede ser disuelto en
“favor de la fe” del cónyuge que recibe el bautismo si el otro cónyuge se niega
a una cohabitación pacífica.
El matrimonio cristiano, garantía de la dignidad de la mujer
Al proponer a la Santísima Virgen
como modelo de las mujeres, la Iglesia muestra cuánta estima tiene a la mujer,
porque Dios mismo la ha elegido para ser la madre de Nuestro Señor Jesucristo. En todas las civilizaciones antiguas
y en toda la historia del paganismo, siempre se vio el desprecio de la mujer.
Se la consideraba como un simple objeto sin derechos civiles. Podía ser
expulsada y hasta vendida. La Iglesia establece y garantiza la libertad de la
mujer. Yo pude ver en África que en todas las tribus paganas con que tuve
oportunidad de entrar en con-tacto, el gran problema era siempre el de la
mujer. Los hombres pasan su tiempo vendiendo a sus hijas, o comprando mujeres,
o volviéndolas a vender. A este procedimiento lo llaman “dote”, pero no es
cierto, porque se trata de un auténtico negocio. Las niñas recién nacidas son
puestas al mercado y hay quien ya ofrece dinero para comprarlas. Cuando un
hombre ofrece más dinero del que dio el marido, los padres de la esposa
arreglan todo para que su hija deje al esposo con el que está, devuelven la
“dote” al esposo que la había comprado primero y se quedan con el resto. Si la
mujer fue vendida en 1000 francos y otra persona ofrece 2000, le devuelven los
1000 al primero y guardan los otros 1000. Es un auténtico tráfico que apenas se
puede imaginar.
Nosotros teníamos que pelear para
mantener los matrimonios cristianos e incluso en esos casos era difícil, porque
esas costumbres estaban realmente enraizadas, y como los padres no siempre eran
cristianos sino paganos, actuaban de modo pagano con sus hijas que se habían
hecho cristianas y se habían casado cristianamente. Las mujeres que dejaban de
ese modo a su esposo no tenían nada contra él, pero obedecían a las
intimidaciones de sus padres, que seguían mandando. Si un padre le decía a su
hija: “Vuelve a casa y yo te caso con otra persona”, la hija estaba subyugada
por él y no podía hacer nada. Si su padre muere, pertenece a su hermano mayor.
Siempre pertenece a alguien y nunca es libre. En esos pueblos a veces nos veíamos
obligados a ir a buscar a alguna mujer que había dejado a su esposo. Formábamos
un grupo comando con algunos muchachos, con una piragua, para ir a buscar-la.
Lo hacíamos porque algunos catequistas nos decían: “Padre: si Vd. no hace nada,
todas se van a ir”. ¡Menuda misión me parecía a mí, ir a buscar así a las
mujeres!
Lo hicimos varias veces. Cuando los
padres se daban cuenta que buscábamos a su hija, la mandaban esconder en el
bosque para que no la pudiéramos encontrar, pero siempre hubo quien en el pueblo
que nos indicara su paradero y así la encontrábamos, porque la mujer solía
desear volver con su esposo. Pero delante de sus padres, tenía que mostrar lo
contrario. Se ponía a gritar para fingir que se iba sin su consentimiento. Ante
el sacerdote que venía, sus padres no se atrevían a decir nada. Algunas veces
tuvimos que tomar a la mujer por la fuerza, atándola y poniéndola en la
piragua, y así regresar a nuestro pueblo. Apenas nos habíamos alejado de sus
padres, se ponía a aplaudir y a manifestar la alegría de volver con su esposo.
Pero antes protagonizaba escenas increíbles: “¡Me voy a matar!”… y se echaba al
río: “¡Me voy a ahogar!”… y los muchachos la iban a sacar. En todo caso eso
prueba que esas pobres mujeres no siempre eran libres de disponer de sí mismas
y que eran objeto de un auténtico negocio.
Es muy difícil defender el
matrimonio cristiano en esas condiciones. Si consideramos el Islam y el comportamiento
de algunos musulmanes, vemos el mismo desprecio de la mujer. En Marruecos y en
Argelia, tuve oportunidad de ver harenes. Es horrible. Las mujeres están
encerradas toda su vida en un espacio muy reducido, en grupos de tres o cuatro.
Son compradas, vendidas o vueltas a vender; es un negocio abominable. El
matrimonio cristiano es la garantía del respeto a la mujer, respeto que aún
existe gracias a Dios en nuestras familias y en muchas regiones cristianas,
pero en cuanto se difunden las doctrinas masónicas con el divorcio, se ve que
se desprecia cada vez más a la mujer y se la respeta menos. El matrimonio es
uno de los signos de la civilización cristiana. Por eso la Iglesia hizo todo lo
posible para impedir la legalización del divorcio, pero actualmente, en la
mayor parte de los países que aún no aprueban el divorcio, los masones han
lanzado campañas y hacen presión para conseguir su legalización.
También los católicos, e incluso los
obispos, han contribuido en cierta medida a favorecer el divorcio, como el
cardenal Tarancón, que elogió la institución de dos clases de matrimonio: uno
para los que quieren el matrimonio indisoluble y otro civil para los que
quieren divorciarse. Esto lo leí en una conocida revista de Madrid, en donde el
cardenal hacía explícitamente una campaña a favor de que esos dos tipos de
matrimonio. Ya sabemos que España es un país de tradición católica y, por lo
tanto, no hablaba para los no católicos, sino del matrimonio entre católicos.
¡Es inimaginable oír tales palabras de la boca de un cardenal!
La consecuencia de todo esto, es que
la Masonería es el origen de esas ideas, porque es de una tendencia universal.
Si fuese en un solo país, podríamos pensar que viene de su jefe de gobierno;
pero resulta que en todos los países, uno tras otro, la asamblea legislativa
lanza proyectos de ley para instituir el divorcio. Eso es obra de la Masonería.
Quiere que los jefes de gobierno tengan poder sobre el vínculo conyugal.
CONTINUA...
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