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jueves, 16 de marzo de 2017

ET NOS CREDIDIMUS CARITATE

LOS EXALUMNOS DEL PADRE DECO.

Sus amigos más relevantes para Marcel Lefebvre en las clases de primer grado y del último fueron, además de George Donze, de quien ya se hablo, (que llego a ser sacerdote y luego fue rector del Seminario de Lille y cayó en el campo del honor en Boulogne el 26 de mayo de 1940), Geroge Leclercq, futuro rector de las facultades católicas de Lille y Enri Duprez, industrial, miembro activo de la “burguesía cristiana” y luego fundador de la Unión Sindical Patronal de Roubaix-Turcoing, cuyo secretario seria Jacques Dumortier.
Los alumnos de filosofía de los cursos en que el Padre Deconinck enseño en Turcoing (1921.1923) conservaron la amistad con su maestro y entre ellos una amistad muy profunda que dio como resultado una asociación  llamada “los alumnos del Padre Deco y además crearon un boletín interno. La lista de 1945 registraba cincuenta y cinco miembros, de los cuales ya habían fallecido trece, veintiocho eran sacerdotes y religiosos: entre ellos había cuatro misioneros, un trapense, dos dominicos y un jesuita. Tal era la admirable de ese colegio que, aun respetando la libertad de cada alumno, lograba dar los mismos frutos que un seminario menor, como señalaba Monseñor Lefebvre, con la ventaja de colocar eficazmente a los laicos en la vida. Y todo esto gracias a que el colegio de Turcoing contaba en aquella época con treinta y cinco profesores sacerdotes.

AL SERVICIO DE LOS POBRES.

Desde que empezó a repetir curso Marcel había ingresado en la Conferencia de San Vicente de Paul del colegio, fundada para “llevar a los pobres una ayuda material, pero al mismo tiempo establecer y mantener entre los miembros relaciones de verdadera caridad y fraternidad”.
Cuando el Padre Deconinck llego al colegio, anexo a la Conferencia un círculo de estudios, que él dirigía. Muchas actas de la reunión son encantadoras; redactadas por un alumno, muestran una gran libertad de espíritu y un sano humor en la manera de cómo unos miembros consideraban a otros. Marcel, secretario interino (16 de noviembre de 1922), daba cuenta de la intervención de su compañero Albert Strée sobre las causas de los conflictos sociales (la huelga había sido casi total en turcoing) en los meses precedentes de septiembre y octubre). El Padre Deconinck hizo el balance de la situación  al fin de la exposición  situando el origen de las luchas “en la mala organización del siglo XIX , causada a su vez por la disolución de las antiguas organizaciones profesionales”, pero cuando la discusión llego a los remedios, solo propuso “seguir la opinión pública y encontrar un acuerdo cordial entre ambas partes” (patronos y obreros), en vez de llegar lógicamente a la conclusión de que había que reconstruir, adaptándolas al tiempo actual, las asociaciones profesionales. ¿No se ve aquí claramente una falta de fe en la eficacia de los principios?
Marcel, de espíritu practico, no se contento con las tesis del circulo Ozanam, se sentía mas agusto con sus pobres a los que se dedico desde 1921. De 19222-1923 llego a ser vicepresidente de la conferencia de San Vicente de Paúl, y como tal hizo un llamamiento en las páginas del Chez nous, revista interna del colegio, a la generosidad de sus compañeros para que colaboraran con una pequeña limosna dominical, ropa usada o calzado demasiado estrecho para donarla a los pobres. Igualmente, organizo su tiempo libre para visitar a sus pobres, informándose a través de los sacerdotes sobre quiénes eran los más desamparados y asignándolos a sus asociados. “Un pobre paralitico de ambas piernas estaba deprimido y sin trabajo. Marcel lo visito, puso en orden su casa, le consiguió los clientes y le devolvió la alegría de vivir”
Marcel nunca se vanaglorio de lo que hacía. En Lourdes, a donde a veces acudía en peregrinación con su familia, se ponía en total disponibilidad del Conde de Beaucham, presidente del hospital, para ser camillero. Su caridad era eficaz, pero discreta.

Un temperamento contrastado y equilibrado

Chrietiane es una excelente testigo para conocer y definir el carácter del adolescente: “El buen Dios-decía ella- había dotado a Marcel de un temperamento equilibrado y apacible dentro de una fortaleza de alma poco común. Con su hermano René era el animador de la “banda de los cinco” Mamá solía decir que poco y nada debía ocuparse de los juegos de los cinco mayores: ellos mismos sabían organizarlos juntos. Había mucho entusiasmo y alegría entre nosotros y, por supuesto, nuestros hermanos mayores- futuros misioneros- los que dirigían a la pequeña banda”
René tomaba la iniciativa, mientras que Marcel era sobre todo un organizador. En el verano de 1920 preparo la excursión de los hermanos y hermanas desde bagnoles-de-ÍOrne hasta el monteSaint Michel. El joven tenía también el don de captar los acentos provinciales, como el conserje de la fábrica, quien apreciaba las breves visitas de Marcel y después cuando regresaba a casa, se ponía a hablar en un dialecto muy típico del conserje. Marcel contrastaba con la hermana mayor, Jeanne que era cuidadosa de la perfección, pero fácilmente moralizadora. “Marcel también era perfecto- comentaba Christinane- pero muy distendido, trasmitía paz, bastaba verlo para sentirse feliz, con una facilidad que tenia para esas replicas bromistas que te alegraban.”
Sentido práctico y juicio destacado.
El carácter servicial de Marcel era unánimemente elogiado por su familia. En casa se las ingeniaba para hacer más fácil el trabajo de las sirvientas. Aceptaba de buena gana leer un fragmento de la vida de los santos, mientras que su hermano mayor lo hacía bastante mal. Además le gustaba acompañar a su abuelo Eugene Lefebvre quien tenía una especial debilidad por él: “Mi nieto tenía el don de adivinar el origen del vino tan solo por el aroma, decía el abuelo”. Sin embargo lo que le seducía de él era sobre todo la caridad sencilla pero efectiva del adolescente.
A estas cualidades del corazón, se le unía una inteligencia abierta a todos los conocimientos: alimentada por una perseverante dedicación que lo orientaba preferentemente Asia las cosas prácticas.
Después de la guerra de 1919, Marcel decidió que ya no era necesario iluminar las habitaciones con las grandes lámparas de aceite. Y así, durante las vacaciones, leía con avidez  un libro de electricidad y luego, con su amigo y su vecino Robert Leputre, se puso a conectar todos los cables en el primer y segundo piso de la casa, previendo todas las necesidades. No bien termino el trabajo, hicieron lo mismo en casa de su amigo.
También adquirió la habilidad para tallar la madera, esto a los 18 años, y con esta habilidad hizo varios objetos, uno de ellos un enorme pedestal esculpido para una imagen de la Virgen. Tampoco le faltaba el sentido comercial, se encargaba de las gallinas y de los conejos y le cobraba a su madre los huevos que recolectaba en el gallinero y con ese dinero pudo comprarse una bicicleta que le permitían hacer todos los encargos que le pidiesen, sobre todo visitar a sus pobres. “de dos de los hermanos, René se mantenía fácilmente a la cabeza de su clase y brillaba mas por la vivacidad de su inteligencia. Marcel, que se encontraba más bien entre los segundones, destacaba más por la claridad de su juicio. Así, cuando se fue al seminario, mamá me hizo esta reflexión: “Me pregunto como la casa podrá seguir su vida sin Marcel” su partida fue una de las más duras, decía Christiane”

LA GRAN DECISION.

Una decisión madura.

La señora Lefebvre tuvo una premonición sobre el futuro de Marcel, pero se abstuvo muy bien de compartirla con su hijo y de influir en la decisión de su hijo. Probablemente Asia el verano de 1919, cuando la sotana del hermano mayor impresiono a la familia y todos se pusieron a hablar de este tema, Marcel se sintió movido a declarar su vocación a sus padres: _ ¡Me gustaría ser sacerdote!
Apenas tres semanas de su entrada en el Seminario de Roma, René, entusiasmado, le escribió a Marcel: “Solo te pido una cosa, y es que te puedas reunir aquí conmigo dentro de tres años. Disfrutaras de la alegría que no pueden darse en otras partes, ni en el mundo ni en ningún otro seminario de Francia, creo yo. Roma y el Seminario Francés son dos gracias que debemos pedir a Dios”
Así sintió Marcel crecer su deseo del sacerdocio. Pero cuando en la clase de último curso, al acercarse las vacaciones de semana Santa, oyó que el Padre Deconinck les advertía a sus alumnos: “¡Ojo!, durante estas vacaciones deben tomar una decisión sobre su futuro”, se quedo perplejo. ¿Cómo decidir por sí mismo algo tan serio? Su director espiritual, el Padre Desmarchelir, quería que la vocación se dejara oír directamente en el alma, sin que el director ayudase con algún consejo. Marcel, en cambio, esperaba la inspiración de su director como viniendo del Espíritu Santo, y por ese lado no llegaba nada. Durante esas vacaciones le confió a su hermana menor Christiane sus dudas y reflexiones:
_Creo que no seré sacerdote. Me parece una locura pensar en hacerme sacerdote. Así que hare como San Francisco: quiero ser santo, me hare religioso, pero no puedo pensar en ser sacerdote.
_ no puedes quedarte con esa indecisión, le respondió su hermana, ¿Por qué no haces unos días de retiro? A ciertas horas se sentía atraído por la vida austera de los trapenses, cerca de Sant Omer estaba la abadía benedictina de Wisquez, seguramente frecuentada por su padre en otro tiempo, cuando era alumno interno en Boulogne.
_ ¡Vete a Wisquez, le aconsejaron sus padres, el Padre hospedero se encarga de esclarecer a los ejercitantes.
Marcel opto por ir a Wisquez y, a su regreso, toda la familia tenía la misma pregunta en los labios:
_Bueno ¿Qué dice el Padre hospedero?
_pensó que no tengo vocación para ser benedictino porque me atrae el apostolado.
Pero esto no le bastaba al joven; le hacía falta una indicación positiva. En Poperinghe, Bélgica, se hallaba la Trapa de San Sixto de Westvleteren, donde se encontraba como familiar de un tío de su padre, Alban Théry. “Iba a verlo, contaba, y esa vida me atraía mucho, incluso me habría quedado allí como hermano. Me parecían tan admirables esos hermanos, tan cerca de Dios… en su sencillez y candor reflejan una felicidad celestial.”
Seguramente no habría que pensar más…Pero, en dicha abadía, se encontraba un monje conocido por su santidad y don de profecía, el Padre Alphonse. “Me gustaría ir a Poperinghe, dijo Marcel,  y hablar con el Padre Alphonse.”
Tomo su bicicleta, llego a la trapa, saludo al tío Alban y solicito hablar con el Padre Alphonse y aconteció que antes de entrar al locutorio, incluso antes de preguntar, el Padre le dijo: “Usted será sacerdote…Ud. Debe ser sacerdote.” Esta vez ya no había dudas.



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