LAS PENAS DEL PURGATORIO:
EL FUEGO
EL FUEGO
(SEGUNDA PARTE)
El condenado odia a Dios
Para el condenado el caso es muy distinto porque el alma no
estando en gracia de Dios, elige voluntariamente y obstinadamente un estado de
completa separación de Él y se encierra en sí misma por el orgullo. Odia a
Dios, porque aquella infinita grandeza contrasta con el propio orgullo, quiere
seguir odiando, en aquel estado que es su propio ambiente y su propio reino,
rechaza toda misericordia como una disminución de su propio orgullo; es todo
maldad, todo odio, el mal le produce una infelicidad desesperante y obstinada,
en la que vive y de la que no puede separarse porque en su odio contra Dios no
puede dejar de reconocer su majestad y su amor.
Un hijo que odia al padre conociendo lo amoroso que es con él, le
hace el máximo desprecio alejándose de su amor y compartiendo con la gente de
mala vida. Se encuentra en un abismo de penas. Y allí permanece, porque no
quiere salir del estado de odio hacia el Padre. Por este odio contra Dios, los
demonios y condenados buscan perder a las almas y desean llevarlas con ellos a
la infelicidad.
El vicioso quisiera ver a los otros como él, el ladrón quisiera
tener compañeros ladrones como él. También en la tierra el mal es terriblemente
contagioso y tiende a propagarse y escandalizar.
Los perversos quieren la perdición de los demás, que viven en la
tierra y en la paz, por la oculta y tremenda envidia que tienen de su
felicidad. Si los hombres consideraran qué cosa es el Infierno, no serían tan
insensatos para caer y permanecer desesperadamente condenados por toda la eternidad.
¿Cómo puede el fuego atormentar un Espíritu?
Con respecto al fuego del Purgatorio como aquel del Infierno se ve
una dificultad gravísima: ¿Cómo puede el fuego atormentar a un alma? De las
apariciones de las almas purgantes o condenadas, por las evidentes quemaduras
que han dejado como señal de su presencia, se deduce claramente que aquel fuego
tiene algo de material; entonces, ¿cómo puede atormentar un espíritu? Esta es la
solución de esta dificultad: Nosotros sabemos científicamente que los hombres
tienen sensaciones dolorosas que pasando por los sentidos llegan al cerebro y
desde allí al alma. Es en el alma y por ella que se perciben. Un muerto no
siente dolor porque no tiene alma, un anestesiado completo no siente dolor
porque los sentidos están inertes por la anestesia, no transmiten las sensaciones
dolorosas al cerebro y por lo tanto al alma. El alma está casi fuera del
cuerpo.
La anestesia es como una muerte temporal, el cuerpo vive, pero
casi mecánicamente porque los órganos de la vida no están todavía en
disolución, sino adormecidos profundamente. Ahora bien, el fuego del Purgatorio
y del Infierno no pueden encontrar ninguna analogía con el fuego de la tierra,
que las almas purgantes llaman “suave brisa” en comparación con el fuego que
las purifica. He aquí por qué el fuego del Purgatorio da al alma las
sensaciones dolorosas opuestas: el frío y el calor espantoso, el hambre y la
sed atormentadora, la parálisis y el nerviosismo, etc., según las culpas que
deben expirar. Reviven pos así decirlo, en el alma, todos los sentidos del
cuerpo, pero de una manera intensísima y total.
Tenemos un pálido ejemplo en el fenómeno científico de aquél que
ha sufrido una operación y han tenido que amputarle un pie, advierte en el
lugar del pie la misma sensación dolorosa que sentía antes, aunque el pie ya no
existe. La sensación está toda en el alma, que continúa sintiendo el miembro enfermo
que le transmitía la sensación. Este fenómeno sucede también cuando se extrae
un diente, se advierte el dolor en la encía donde ya no hay diente. Estos fenómenos
son tan intensos como era antes de la operación.
El alma purgante tuvo un cuerpo en la vida terrenal y este cuerpo
aunque reducido a polvo está destinado a la resurrección, y por lo tanto, es
siempre del alma a la cual perteneció. El alma tiene siempre una referencia
constante al cuerpo que ella animó y que desgraciadamente fue medio e
instrumento de los pecados que ella cometió y por los cuales se encuentra entre
las llamas. La referencia al cuerpo que tuvo en la vida terrenal no es una
simple relación científica que hemos señalado, es una relación de profundo
dolor por los pecados cometidos con el cuerpo, y deseo de reparación. El fuego
que la atormenta se vuelve en ella como un medio de expiación y puede
atormentar el espíritu en su referencia al cuerpo que tenía en la tierra.
Esta terrible realidad explicaría el respeto que todos los pueblos
han tenido siempre por los cuerpos de los difuntos. El ánfora, las monedas, los
alimentos puestos cerca del cadáver, las flores, las coronas, los
embalsamamientos, las leyes severísimas contra los profanadores de tumbas,
etc., nos dicen que subconscientemente la humanidad ha presentido que el cuerpo
se comunica todavía con el alma como si estuviese vivo. Por esto, la bellísima
costumbre cristiana de querer dar sepultura en un lugar santo para santificar
el cadáver y atraer sobre el alma la misericordia divina. Por esto, las
conmovedoras plegarias de la Iglesia sobre los cadáveres, implorando sobre
ellos la misericordia del Señor, como si fueran todavía peregrinos.
El uso moderno de no poner cadáveres en la tierra, sino en cajas de
zinc soldadas, en nichos donde los protegen de la pudrición y de los gusanos,
es una costumbre discutible. La Iglesia no excluye la cremación de los cadáveres,
con tal que no tenga el significado de rebelión y oposición a la tradición
cristiana. La sepultura en la tierra tiene un propósito claro, que es la espera
de la resurrección, porque el cuerpo es como semilla puesto en la tierra con la
esperanza de una vida que surgirá nuevamente. De hecho, el campo donde se
sepultan los muertos se llama cementerio, lugar donde se duerme con Cristo en
espera de la resurrección.
En el Purgatorio, el fuego que atormenta al alma está atenuado por
el amor y la esperanza de la gloria eterna, el alma sufre como sufrieron los
Santos en la tierra, en una piadosa unión con la Divina Voluntad y podemos
decir, llenos de alegría, por cada culpa que es purificada por el fuego
doloroso y que acrecienta su amor y sus suspiros a Dios, infinito amor. También
sobre la tierra quien se da un baño de mar a pesar de tener fastidio por el
agua helada, siente en todo su cuerpo un gran bienestar que lo mueve a manifestarlo
con gritos y gestos. En el Infierno, en cambio, el fuego atormenta a los condenados
con una desesperación espantosa porque aquel fuego es su estado, voluntaria y obstinadamente
elegido; como el dolor desesperado excita terriblemente la ira, se encuentran
en un estado de tremendo odio atormentándose mutuamente. El sufrimiento expiatorio
pone orden y paz; en cambio el sufrimiento desesperado, genera el desorden y el
horror eterno. Por eso Jesús en el ímpetu de su Sagrado Corazón dice: Si tu
ojo, si tu pie, o tu mano te escandaliza, y te pone en condición de condenarte,
sácalo, córtalo porque es mejor ir ciego o manco al Reino de Dios que ir corporalmente sano al fuego eterno”.
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