San Serafín de Vyritsa
“Después de cualquier caída
o herida en el corazón, debes ponerte inmediatamente
en presencia de Dios, para que te cure y purifique.”
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Ermitaño
La guía de un maestro
o Staretz, experto y seguro en la actividad espiritual, a quien se pueda acudir
diariamente para abrirle el corazón y confiarle los pensamientos y experiencias
del proceso interior, es la primera condición para practicar la oración
interior una vez hecha la elección de la vía del silencio. Sin embargo, cuando
no es posible encontrarlo, los mismos santos Padres hablan de excepción.
Prescribe claramente Nicéforo el Monje: «en el ejercicio de la actividad
interior del corazón es necesario un guía auténtico y sabio. Si no existe, hay
que buscarlo con diligencia. Si no se encuentra, hay que invocar la ayuda de
Dios con corazón contrito y aprovechar la enseñanza y guía que proporcionan los
santos Padres verificándola con la palabra de Dios revelada en la Escritura. Es
necesario considerar también que quien busca con celo y buena voluntad puede
aprender cosas útiles también de personas sencillas. Los santos Padres aseguran
que incluso un moro, si te acercas a él con fe y recta intención, puede decirte
una palabra preciosa. Y en cambio, si te acercas sin fe y recta intención a un
profeta, ni siquiera él podrá contentarte. Encontramos un ejemplo en Macario el
Grande, quien en cierta ocasión logró vencer una tentación con el sabio razonamiento
de un campesino. En cuanto a la ausencia de formas, es decir, la abstención del
uso de la imaginación y el rechazo de cualquier visión durante la contemplación
-sea una luz, sea un ángel, Cristo o cualquier santo-, nos lo imponen los
santos Padres, porque la creatividad de la imaginación puede encarnar
fácilmente o dar vida a representaciones de la mente. El inexperto puede
dejarse seducir con facilidad por estas fantasías, creer que son visiones de
gracia, y caer en la ilusión, a pesar de que la misma Escritura advierta que el
mismo Satanás pueda disfrazarse de ángel
de luz (2 Cor 11, 14). Que la mente pueda estar sin formas con toda
naturalidad, incluso mientras recuerda la presencia de Dios, se prueba por el
hecho de que el poder de la imaginación puede presentar perceptiblemente una
cosa sin formas, permaneciendo fija en aquella presentación. Así, por ejemplo,
la representación o la sensación de nuestra alma, o del aire, o del calor, o
del frío. Cuando se tiene frío, el calor puede ser representado con toda viveza,
aunque no tenga forma, ni sea visible, ni se lo mida con la sensación física de
quien siente frío. De la misma manera, la presencia de la esencia de Dios,
espiritual e inasible, puede hacerse presente a la mente, y ser advertida por el
corazón en la más absoluta ausencia de imágenes.
Peregrino
También a mí me ha
sucedido en mis peregrinaciones oír decir a la gente devota, ansiosa de la
salvación, que tenía miedo de empeñarse en la vida interior, por temor a las
ilusiones. A algunos les he leído yo mismo, con buenos resultados, las
enseñanzas de Gregario el Sinaíta, en la Filocalía. Dice este autor que «la
actividad del corazón no puede ser ilusoria, como puede serlo la de la mente,
porque si el enemigo quisiese transformar el calor del corazón en un fuego
incontrolado, o cambiar la alegría del corazón en un oscuro placer de los
sentidos, sucedería que el tiempo, la experiencia y la sensibilidad misma
revelarían su perfidia incluso a los ignorantes». También he encontrado a otros
que, desgraciadamente, después de haber conocido el camino del silencio y la
oración del corazón, encontrando alguna dificultad, causada por su culpable
debilidad, caen en el desconsuelo y abandonan la actividad interior del
corazón, que habían vivido
Profesor
Sí, ¡y es muy natural!
Yo mismo lo he experimentado en mí mismo cuando me he distraído internamente o
he cometido cualquier falta. Dado que la oración del corazón es cosa santa, y
es unión con Dios, ¿no es quizá inconveniente y temerario introducir lo santo
en un corazón pecador sin haberlo purificado antes con el silencio y la
contrición y con una digna preparación para el encuentro con Dios? Es
preferible enmudecer ante Dios que ofrecerle «palabras insensatas», nacidas de
un corazón oscuro y distraído.
Monje.
Es muy triste que
penséis así. Esto equivale a desánimo, que es el peor de los pecados y la principal
arma usada por el mundo de las tinieblas contra nosotros. Los sabios, y los
santos Padres, en un caso como éste, dan un consejo totalmente distinto.
Nicetas Stethatos asegura que ni siquiera si hubieras caído en lo más profundo
del infierno deberías desesperar, sino dirigirte inmediatamente a Dios, quien
elevará en seguida tu corazón caído y te dará más fuerza que antes. Por eso,
después de cualquier caída o herida en el corazón, debes ponerte inmediatamente
en presencia de Dios, para que te cure y purifique. Te sucederá como a las
cosas infectas, que, puestas a los rayos del sol, pierden su fuerza dañosa. Muchos
maestros espirituales hablan positivamente de esta lucha interna con los
enemigos de la salvación, con nuestras pasiones. Incluso si estuviésemos
heridos mil veces, no deberíamos renunciar a la acción vivificante, es decir, a
la invocación de Jesucristo presente en nuestros corazones. Nuestras acciones
no deben desviarnos de nuestro modo de presencia de Dios y de la oración
interior, despertando en nosotros el ansia, el desánimo y la melancolía. Deben,
más bien, avivar nuestra vinculación a Dios. Un niño pequeño, ayudado por la
madre cuando comienza a andar, se vuelve en seguida a ella y se agarra a ella
con más fuerza precisamente cuando se ha caído.
Ermitaño
Lo que yo pienso es
lo siguiente: el espíritu de desánimo y los pensamientos ansiosos y de duda se
elevan más fácilmente cuando la mente, distraída, falta a la guarda silenciosa
del propio corazón. Los Padres antiguos, en su divina sabiduría, consiguieron
la victoria sobre el desánimo y lograron la iluminación y la fuerza interior
gracias a la esperanza en Dios, al silencio y a la soledad. Nos dejaron este
útil y prudente consejo: «permanece en silencio en tu celda, y lo aprenderás
todo».
Profesor
Por la confianza que
tengo en vosotros he escuchado con gozo vuestra crítica a mi modo de pensar acerca
del silencio que tanto alabáis y a los beneficios de la vida solitaria que
llevan los ermitaños. Yo creo que, dado que todos los hombres, por una ley
natural que viene del Creador, dependen necesariamente unos de otros, y por eso
están obligados a ayudarse mutuamente en la vida y a trabajar unos para otros,
el bienestar del género humano y el amor al prójimo está y se manifiesta en la
sociabilidad. Y por eso me pregunto: ¿cómo puede un silencioso ermitaño, que se
ha sustraído a la relación humana, sin trabajar, ser útil a su prójimo; o en
qué manera contribuir al bienestar de la sociedad humana? Destruye plenamente
en sí la ley del Creador, por la que los hombres deben estar unidos en el amor
y trabajar para el bien de los hermanos.
Ermitaño
Al no ser exacto tu
punto de vista sobre el silencio, son también erradas las consecuencias que
deduces. Veamos el problema en sus particularidades:
1. El solitario que
vive en el silencio no sólo no se encuentra en una condición de inactividad y
de ocio, sino que es activo en su más alto grado, más que el que participa en
la vida social. Trabaja incansablemente según la parte más elevada de su
naturaleza racional; se guarda a sí mismo; medita, vigila sobre el estado y
progreso de su existencia moral. Esta es la verdadera finalidad del silencio. Y
en la medida en que es útil a su perfeccionamiento, lo es también al del
prójimo, privado de la posibilidad de concentrarse en sí mismo sin distracciones
para dedicarse a la propia edificación moral. Quién vigila en el silencio,
comunicando sus experiencias interiores, sea a voces (en casos excepcionales),
sea confiándolas al papel, contribuye eficazmente al beneficio espiritual y a
la salvación de los hermanos. Su aportación es mayor y de más alta calidad que
la del hombre caritativo, porque la caridad privada y emotiva de la gente del
mundo es algo siempre limitado a un pequeño número de beneficiados. En cambio,
quien ofrece beneficios divulgando convenientes y experimentados métodos de perfeccionamiento
espiritual, se convierte en benefactor de pueblos enteros. Su experiencia y
enseñanzas se transmiten de generación en generación, como podemos constatar
nosotros mismos, que nos servimos de las enseñanzas aparecidas desde tiempos antiguos
hasta hoy. Y esto no difiere para nada del amor cristiano; más aún, lo supera
en sus consecuencias.
2. El beneficio y
utilísimo influjo sobre el prójimo de quien guarda el silencio se revela no
sólo en la comunicación de sus instructivas observaciones sobre la vida
interior, sino también en el ejemplo de su vida separada, que ayuda al seglar
atento, guiándole al conocimiento de sí mismo y despertando en él el sentido de
devoción. El hombre del mundo, yendo hablar del devoto solitario, experimenta
un impulso hacia la vida devota, recuerda su vocación en este mundo y la posibilidad
de volver al antiguo estado contemplativo en el que estaba al salir de las
manos del Creador. El silencioso ermitaño enseña con su propio silencio,
socorre con su propia vida, edifica y persuade a la búsqueda de Dios.
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