19 DE MAYO
SAN PEDRO
CELESTINO V, PAPA Y CONFESOR
III
Clase – Paramentos Blancos
Misa
– Si diligis me
Epístola
– I Pedro V, 1-4. 10-11
Evangelio
– San Mateo XVI, 13-19
LA HUMILDAD DE UN PAPA. — Al lado de León, Doctor
ilustre, Jesús resucitado llama en este día al humilde Pedro Celestino,
Pontífice Supremo como León, pero apenas elevado a la cátedra apostólica,
descendió de ella para volver al desierto. Entre tantos héroes como hay en la serie
de los Pontífices romanos, debía encontrarse alguno que representase más
especialmente la noble virtud de la humildad; y Pedro Celestino es a quien la
gracia divina ha otorgado este honor. Arrancado del remanso de su soledad para
ser elevado al trono de San Pedro y tener en sus manos temblorosas las llaves
que abren y cierran las puertas del cielo, el santo ermitaño miró en torno a
sí; consideró las necesidades del rebaño de Cristo y examinó después su propia
debilidad. Agobiado por la responsabilidad que abarca a toda la raza humana, se
juzgó incapaz de soportar por más tiempo semejante carga; depuso la tiara e
imploró el favor de ocultarse en su querida soledad. De la misma manera, Cristo
su Maestro, ocultó su gloria primeramente en la oscuridad de 30 años, más tarde
bajo la sangrienta tempestad de su Pasión y bajo las sombras del sepulcro. Los
resplandores de la Pascua han disipado completamente estas tinieblas y el
vencedor de la muerte se ha manifestado en todo su esplendor. Pero quiere que
sus miembros participen de su triunfo y que la gloria con que brillarán
eternamente esté como la suya en proporción con sus esfuerzos en humillarse en
esta vida mortal. ¿Qué lengua podrá describir la aureola que circunda la frente
de Pedro Celestino, en pago de la oscuridad en que buscó el olvido de los
hombres con más ardor que otros buscan su estima y admiración? Grande en el
trono Pontificio, mayor en el desierto, su grandeza en los cielos sobrepasa todos
nuestros pensamientos.
VIDA — Pedro
nació en Isernia, en los Abruzzos, en 1210.
Muy joven abrazó la vida monástica,
después se retiró a la soledad para vivir como ermitaño. No tardaron en
presentársele discípulos y fundó una nueva congregación monástica bajo la regla
de San Benito. Estando vacante el trono pontificio durante dos años, los
cardenales eligieron a Pedro para reemplazar a Nicolás IV. Fue coronado y consagrado el 29 de agosto de 1294 y tomó el nombre de Celestino. Más pronto aplanado
por las responsabilidades de su cargo, dimitió la dignidad suprema y se volvió
a su soledad. Murió poco después el 19 de mayo de 1296. Los milagros obrados en
su sepulcro manifestaron su santidad y el 5 de marzo de 1313. Clemente V le
canonizó en Avignón. Su familia religiosa ha conservado su nombre de Papa y
constituye la Congregación de los Celestinos.
ALABANZA. — Oh
Celestino, has logrado el objeto de tu ambición y te ha sido concedido
descender de las gradas del trono apostólico y volver a entrar en la calma de
esta vida oculta que durante tanto tiempo había constituido tus delicias. Gozas
de los encantos de la soledad que tanto amaste; ella te es devuelta con todos
los tesoros de la contemplación en el secreto del trato íntimo con Dios. Cuando
llegue la hora, la cruz, que has preferido a todas las cosas, se levantará luminosa
en la puerta de tu celda invitándote a participar en el triunfo pascual de quien
descendió del cielo para enseñarte que el que se humilla será ensalzado. Tu
nombre, oh Celestino, brillará hasta el último día del mundo en la lista de los
Pontífices romanos. Y, tú eres uno de los anillos de esta cadena que une la Iglesia
a Jesús, su fundador y su Esposo; pero te está reservada una gloria mayor, la
de hacer cortejo al Cristo divino resucitado. La Iglesia, que se inclinó
durante algún tiempo ante ti, mientras tenías las llaves de Pedro, después de algunos
siglos te tributa y te tributará hasta el último día el homenaje de su culto,
porque reconoce en ti uno de los elegidos de Dios, uno de los príncipes de la
corte celestial.
PLEGARIA. —
Oh Celestino, nosotros también estamos llamados a subir donde tú estás para contemplar
eternamente como tú el más bello de los hijos de los hombres, al vencedor de la
muerte y del infierno. Pero solamente puede conducirnos un camino: el que tú
mismo seguiste, el de la humildad. Fortifica en nosotros esta virtud, oh
Celestino, y enciende el deseo en nuestros corazones. Sustituye el desprecio de
nosotros en lugar de la estima que muy frecuentemente tenemos la desgracia de
tributarnos. Danos el desprecio de nosotros mismos. Vuélvenos indiferentes a
toda gloria mundana, firmes y alegres en las humillaciones, para que habiendo
bebido el agua del torrente", como Jesús, nuestro Maestro, podamos un día
"levantar la cabeza'" como él y con él y rodear eternamente el trono
de nuestro común Redentor.
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