12 de abril.
San Julio, Papa.
(†352)
Al
tiempo que murió el glorioso pontífice San Marcos, pusieron todos los ojos en San
Julio, porque por su rara prudencia, doctrinas y excelentes virtudes parecía el
más digno de sentarse como Vicario de Cristo en la silla de san Pedro. Y bien era
menester una entereza y santidad, como la de este insigne pontífice para
defender la causa de san Atanasio, patriarca de Alejandría, contra los herejes
arríanos; los cuales con el favor de los emperadores pretendían derribarle, y
con él, a toda la Iglesia de Jesucristo. Volvía San Julio, cuando los herejes
nombraron por patriarca a un Gregorio de Capadocia, hombre facineroso, hereje
insolente y atrevido, el cual entrando en la ciudad con mucha gente de guerra y
bárbara, hizo un estrago en toda aquella población tan extraño y lastimoso,
como si fuera un ejército de enemigos, no perdonando a doncellas ni casadas, ni
a viejos ni a niños, ni a seglares, ni a eclesiásticos, ni a cosa sagrada ni
profana, divina ni humana, con tan grande impiedad y fiereza que no se puede
explicar. Y viendo San Atanasio esta calamidad tan lastimosa, se salió a
escondidas de la ciudad y vino a Roma para ver si con la autoridad del sumo pontífice
podría hallar algún remedio para detener el ímpetu furioso de los herejes y
apagar aquel incendio que abrasaba no solo a Alejandría, mas también a Egipto y
a todas las partes de Oriente. Recibióle muy bien el santo pontífice Julio y
celebró un concilio en Roma en e] cual aprobó su inocencia, y declaró que era
valeroso capitán del Señor, e invencible defensor de su Iglesia, y cuatro años después
con el consentimiento del emperador Constante convocó un concilio ecuménico y
universal en Sárdica, el cual fué de trescientos obispos de todas las
provincias de la Iglesia occidental y setenta y seis de la oriental,
presidiendo en él, Osio, español, obispo de Córdoba con otros dos legados a la
sede apostólica. Y con la sentencia de este concilio, y las cartas que el santo
papa Julio escribió a los prelados de Alejandría, volvió san Atanasio a su iglesia,
y fué privado de aquella silla el usurpador, a quien acababa de matar el mismo
pueblo por no poder sufrir sus desafueros. Finalmente habiendo aprobado el santo
pontífice los veintiún cánones del concilio general de Sárdica y dado sabios reglamentos
a la Iglesia, que gobernó santísimamente por espacio de quince años, descansó
en la paz del Señor. Se conserva una excelente carta suya, o de su concilio, en
la cual defiende la verdad con una entereza y vigor digno del vicario de
Cristo.
Reflexión: Decía el Santo
Papa Julio en su carta a los fieles de Alejandría: «Recibid, amados míos, a
vuestro obispo Atanasio, con entera gloria y alegría espiritual, y con él a todos
los que han sido sus compañeros en sus grandes y trabajosas persecuciones. Yo
cierto tengo particular alegría cuando me pongo a pensar la que cada uno de
vosotros ha de tener cuando llegue vuestro pastor a esa • ciudad, como toda
ella ha de salir a recibirle, y la fiesta que se ha de hacer. ¡Qué día tan
regocijado será para vosotros, cuando nuestro hermano vuelva a veros, y los
males pasados tendrán fin y el corazón de todos será uno!» Como esta ha de ser
la unión de paz y amor que ha de reinar entre el pastor y las ovejas del rebaño
de Jesucristo. No turbemos jamás esta santa concordia, como suele turbarla por
cualquier motivo los herejes, antes, como obedientes .hijos de la
Iglesia, procuremos a todo trance conservarla.
Oración: Rogámoste,
Señor, que oigas las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu
bienaventurado confesor y pontífice Julio, y que por la intercesión y
merecimientos de aquel que dignamente te sirvió nos absuelvas de todos nuestros
pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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