Los efectos de la Misa Nueva en la Iglesia Hoy
Consideremos ahora LA ESENCIA DEL SACRIFICIO en el nuevo Ordo Missae.
Ya no se expresa explícitamente el misterio
de la Cruz. Queda disimulado al conjunto de los fieles. Es algo que resulta de
múltiples elementos, de los cuales vamos a ver los principales.
1. El sentido dado a la denominada «plegaria
eucarística».
El número 54 (al final) de la Ordenación
general declara: «El sentido de esta plegaria es que toda la congregación
de los fieles se una con Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en
la ofrenda del sacrificio». ¿De qué
sacrificio se trata? ¿Quién es el que
ofrece el sacrificio?
No hay ninguna respuesta a estas
preguntas. El mismo número 54 da, al
principio, una definición de la «plegaria eucarística»: «Ahora es cuando tiene
lugar el centro de toda la celebración, cuando se llega a la Plegaria eucarística,
que es una oración de acción de gracias y santificación». Aquí se ve que los EFECTOS reemplazan a la
CAUSA. De la causa no se dice ni una
sola palabra. La mención explícita del fin último de la Misa, que se encuentra
en el Suscipe (ahora suprimido) no ha sido reemplazada con nada. El
cambio de fórmula revela el cambio de doctrina.
2. La supresión del papel de la Presencia
real en la economía del Sacrificio.
La razón por la que ya no se menciona
explícitamente el Sacrificio es porque se ha suprimido el papel central de la
Presencia real. Este papel central está
resaltado con toda claridad en la liturgia eucarística del Misa romano de San
Pío V. En cambio en la Ordenación general, la Presencia real sólo se
menciona una vez, en una nota (nota 63 en el número 241), que es ¡la única
cita del concilio de Trento! Esta mención se relaciona además con la
Presencia real en cuanto alimento. Pero en ningún otro lugar aparece otra
alusión a la Presencia real y permanente de Cristo con su Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad en las especies transubtanciadas. La propia palabra transubstanciación
no figura ni una vez. La supresión
de la invocación a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad (Veni
Sanctificator), para que baje sobre las ofrendas como en otro tiempo bajó
al seno de la Virgen para realizar en ella el milagro de la Divina Presencia,
se inscribe en este sistema de negaciones tácitas y de desinterés sistemático
por la Presencia real. Por último, es
imposible no darse cuenta de la abolición o alteración de los gestos con los
que se expresa espontáneamente la fe en la Presencia real. El nuevo Ordo Missae
elimina:
las genuflexiones,
cuyo número se reduce a tres para el sacerdote celebrante, y a una sola (aunque
con algunas excepciones) para los asistentes, en el momento de la consagración;
la purificación de
los dedos del sacerdote encima del cáliz o dentro de él;
la preservación de
todo contacto profano de los dedos del sacerdote después de la consagración;
la purificación de
los vasos sagrados, que puede diferirse y realizarse fuera del corporal;
la palia para
proteger el cáliz;
el dorado interior de
los vasos sagrados;
la consagración del
altar móvil;
la piedra consagrada y las reliquias
colocadas dentro del altar cuando es móvil o se reduce a una simple mesa en los
casos en que no se celebra en un lugar sagrado (esta última cláusula instaura
de derecho la posibilidad de «eucaristías domésticas» en casas particulares);
los tres manteles del
altar reducidos a uno solo;
la acción de gracias
de rodillas (reemplazada por una grotesca acción de gracias del sacerdote y de
los fieles sentados, conclusión de la comunión recibida de pie);
las prescripciones sobre el caso en que
cayera al suelo una Hostia consagrada, que en el número 239 se reducen a un «reverenter
accipiatur» casi sarcástico.
Todas estas expresiones no hacen sino
acentuar de modo provocativo el repudio implícito del dogma de la Presencia
real.
3. Función asignada al altar principal.
Casi siempre se designa al altar con la
palabra mesa 13: «El altar o la mesa
del Señor, que es el centro de toda la liturgia eucarística» (cf. nº 49 y 262).
– Se estipula que el altar tiene que estar separado del muro para poder dar la
vuelta a su alrededor y que la celebración pueda hacerse de cara al pueblo (nº
262). Se señala que tiene que ser el centro de la asamblea de los fieles, para
que la atención se dirija espontáneamente a él (ibid). Pero al comparar el nº
262 con el nº 276, se excluye netamente que el Santísimo Sacramento pueda
guardarse en el altar mayor. Esto va a consagrar una irreparable dicotomía
entre la Presencia de Sumo Sacerdote en el sacerdote celebrante y esta misma
Presencia realizada sacramentalmente. Antes, se trataba de una presencia única 14.
15 El
nuevo ORDO MISSAE emplea rara vez la palabra hostia –de uso tradicional
en los libros litúrgicos– con el sentido concreto de víctima. Es la misma
voluntad sistemática de resaltar solamente los aspectos de «cena» y de «comida»
de la Misa.
16
Se trata del procedimiento habitual: desplazamiento y reemplazo subrepticio de
una cosa por otra. Se asimila la Presencia real a la presencia en la palabra
(nº 7 y 54), pero son dos cosas de distinta naturaleza. La presencia en la
palabra sólo tiene realidad según el uso que se hace de ella, mientras que la
Presencia real es objetiva, permanente e independiente de la recepción del
Sacramento. Fórmula típicamente protestante: «el mismo Cristo, por su Palabra,
se hace presente en medio de los fieles» (nº 33; cf. Sacros. Conc. nº 33
y 77): fórmula que estrictamente hablando no tiene ningún sentido. La presencia
de Dios en la palabra no es inmediata sino que está vinculada a un acto de la
mente humana en su condición temporal; este acto se puede renovar, pero no
funda objetivamente ninguna permanencia. Funesta consecuencia de semejante
fórmula: insinúa que la Presencia real está, lo mismo que la presencia en la
palabra, vinculada al uso que se hace de ella y que cesa al mismo tiempo que
éste.
17 La
omisión del Quod pro vobis tradetur después de Hoc est enim Corpus
meum significa que en ese momento, aunque ya se ha producido la Presencia
real, todavía no se ha realizado el Sacrificio (al que se ordena inmediatamente
esta Presencia). A partir de ahora se recomienda conservar el Santísimo
Sacramento aparte, en un lugar favorable para la devoción privada de los
fieles, como si se tratara de una reliquia. De este modo, lo que atraerá
inmediatamente la mirada al entrar en una iglesia, ya no será el Sagrario sino
una mesa descubierta y sin nada encima. De nuevo, eso es suponer la piedad
litúrgica a la piedad privada y levantar altar contra altar. Se recomienda
insistentemente distribuir en la comunión las hostias que se han consagrado en
la misma Misa e incluso consagrar un pan con dimensiones bastante grandes 15 como
para que el sacerdote pueda dividirlo por lo menos con una parte de los fieles;
se trata de la misma actitud de desprecio por el Sagrario como por toda piedad
eucarística fuera de la Misa; se trata igualmente de un nuevo y violento
perjuicio de la fe en la Presencia real, que perdura mientras permanezcan las
Especies consagradas 16.
4. Las fórmulas de la Consagración.
La antigua fórmula de la Consagración es
propiamente sacramental, en forma de intimación y no de narración. Aquí
están las pruebas:
a) No recoge a la letra
el texto del relato de la Escritura. La inserción Paulina: «mysterium fidei»
es una confesión de fe inmediata del sacerdote en el misterio realizado por
Cristo en la Iglesia a través de su sacerdocio jerárquico 17.
b) Puntuación y
caracteres tipográficos. En el Misal romano de San Pío V, el texto litúrgico de
las palabras sacramentales de la Consagración está puntuado y resaltado de un
modo propio, pues se separa el hoc est enim por un punto y seguido de la
fórmula que le precede: manducate ex hoc omnes. Este punto y seguido
señala el paso del tono de narración al tono de intimación, propio de la acción
sacramental. En el Misal
romano, las palabras
de la Consagración están impresas en caracteres tipográficos mayores y en el
centro de la página; a menudo en distinto color.
Todo esto manifiesta que las palabras
consagratorias tienen un valor propio y, por consiguiente, autónomo.
c) La anamnesis 18
del Canon romano se refiere a Cristo en cuanto operante y no sólo al recuerdo
de Cristo o de la Cena como acontecimiento histórico: haec quotiescumque
feceritis, in mei memoriam facietis; en griego: eis ten emou anamnesin;
es decir: «hacia mi memoria». Esta expresión no invita simplemente a
acordarse de Cristo o de la Cena, sino que es una invitación a volver a
realizar lo que Él hizo y del mismo modo que Él lo hizo. A esta fórmula tradicional del Misal romano,
el nuevo rito sustituye una fórmula de San Pablo: Hoc facite in meam
commemorationem que será proclamada diariamente en lenguas vernáculas.
Tendrá por efecto inevitable, sobre todo en esas condiciones, de trasladar en
la mente de los oyentes el énfasis al recuerdo de Cristo. La «memoria» de
Cristo será señalada como el término de la acción eucarística, siendo que sólo
es el principio. «Hacer memoria de Cristo» sólo será un fin buscado
humanamente. En lugar de la acción real, de orden sacramental, se
colocará la idea de «conmemoración» 19.
En el nuevo Ordo Missae, se señala
explícitamente el modo narrativo (ya no sacramental) en la descripción
orgánica de la «plegaria eucarística», en el número 55, con la fórmula:
«Narración de la institución»; e igualmente, en el mismo lugar, con la
definición de la anamnesis: «La Iglesia realiza el memorial (memoriam agit)
del mismo Cristo». La consecuencia de
todo esto es insinuar un cambio de sentido específico en la Consagración. Según
el nuevo Ordo Missae, las palabras de la Consagración se pronunciarán ahora
como una narración histórica y ya no como afirmando un juicio categórico y de
intimación proferido por Aquel en cuya persona obra el sacerdote: Hoc est
Corpus meum y no Hoc est Corpus Christi 20.
Por último, la aclamación por parte de la
asistencia inmediatamente después de la Consagración: «Anunciamos tu muerte,
Señor... hasta que vengas», introduce bajo una apariencia escatológica 21 una
ambigüedad suplementaria sobre la Presencia real, pues se proclama sin solución
de continuidad la espera en la venida de Cristo al final de los tiempos
precisamente en el momento en que acaba de venir sobre el altar, donde ya está
sustancialmente presente; como si la auténtica venida fuera solamente la del
final de los tiempos y no sobre el altar. Esta ambigüedad queda aún reforzada en la
fórmula de aclamación facultativa propuesta en el Apéndice (n° 2): «Cada vez
que comemos este pan y bebemos este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta
que vengas». La ambigüedad llega aquí al paroxismo, entre la inmolación y la
maducación por una parte, y entre la Presencia real y la segunda venida de
Cristo por otra 22.
13 Reconoce una vez la función
primordial del altar, en el nº 259: «El altar, en el que se hace presente el
sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales». Es muy poco para eliminar
los equívocos la otra denominación constante.
14 Pío XII, Alocución al Congreso de
liturgia, 18-23 de septiembre de 1956: «Separar el Sagrario del altar es
separar dos cosas que tienen que permanecer unidas por su origen y naturaleza».
15 El
nuevo ORDO MISSAE emplea rara vez la palabra hostia –de uso tradicional
en los libros litúrgicos– con el sentido concreto de víctima. Es la misma
voluntad sistemática de resaltar solamente los aspectos de «cena» y de «comida»
de la Misa.
16 Se
trata del procedimiento habitual: desplazamiento y reemplazo subrepticio de una
cosa por otra. Se asimila la Presencia real a la presencia en la palabra (nº 7
y 54), pero son dos cosas de distinta naturaleza. La presencia en la palabra
sólo tiene realidad según el uso que se hace de ella, mientras que la Presencia
real es objetiva, permanente e independiente de la recepción del Sacramento.
Fórmula típicamente protestante: «el mismo Cristo, por su Palabra, se hace
presente en medio de los fieles» (nº 33; cf. Sacros. Conc. nº 33 y 77):
fórmula que estrictamente hablando no tiene ningún sentido. La presencia de
Dios en la palabra no es inmediata sino que está vinculada a un acto de la
mente humana en su condición temporal; este acto se puede renovar, pero no
funda objetivamente ninguna permanencia. Funesta consecuencia de semejante
fórmula: insinúa que la Presencia real está, lo mismo que la presencia en la
palabra, vinculada al uso que se hace de ella y que cesa al mismo tiempo que
éste.
17 La
omisión del Quod pro vobis tradetur después de Hoc est enim Corpus
meum significa que en ese momento, aunque ya se ha producido la Presencia
real, todavía no se ha realizado el Sacrificio (al que se ordena inmediatamente
esta Presencia).
18 Anamnesis:
nombre dado por los liturgistas a la oración que sigue a la Consagración.
Literalmente: «recuerdo».
19
La acción sacramental tal como se describe en la Ordenación general del
nuevo ORDO MISSAE, se caracteriza por el hecho de que Jesús dio a los apóstoles
su Cuerpo y Sangre como alimento bajo las especies de pan y vino, ya no se
caracteriza por el acto de la Consagración, y por la separación mística entre
el Cuerpo y Sangre que resulta de este acto en el orden sacramental. Ahora
bien, esta separación mística es lo que constituye la esencia del Sacrificio
eucarístico: cf. Pío XII, encíclica Mediator Dei, todo el primer
capítulo de la segunda parte: «El culto eucarístico».
20 Tal
como figuran en el nuevo ORDO MISSAE, las palabras de la Consagración pueden
ser válidas en virtud de la intención del sacerdote; pero pueden no serlo, pues
ya no lo son por la propia fuerza de las palabras o, más concretamente, ya no
lo son en virtud de su sentido propio (del modus significandi) que
tienen en el Canon romano del Misal de San Pío V. ¿Consagrarán válidamente los
sacerdotes que, en un futuro próximo, no hayan recibido la formación
tradicional y que se fíen del nuevo ORDO MISSAE y a su Ordenación general para
«hacer lo que hace la Iglesia»? Es legítimo dudarlo.
21 Escatología: lo que
se relaciona con las postrimerías del hombre y la segunda venida de Cristo al
fin del mundo.
22 No
vale decir que estas expresiones pertenecen al mismo contexto escriturario
(1Cor. 11, 24-28), pues precisamente la Iglesia ha apartado siempre la
yuxtaposición y la superposición para evitar la confusión entre las diferentes
realidades designadas respectivamente por estas diferentes expresiones.
Asimilar en cuanto a su naturaleza cosas que la Escritura presenta simplemente
juntas constituye un proceder bien conocido de la crítica protestante.
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