CAPITULO XVIII
EL MITO DE “LA
SOLA LIBERTAD”
De Lamennais a
Sangnier
“Ellos no temen trazar
paralelos blasfemos entre el Evangelio y la Revolución.”
San Pío X, Notre Charge
Apostolique
Apenas constituido, el
liberalismo católico va a lanzarse al asalto de la Iglesia con la bandera del
progreso. Permitidme evocar algunos nombres de este liberalismo progresista
Lamennais (1782-1854) Félicité de Lamennais, sacerdote que se rebelará contra
la Iglesia y será infiel a su sacerdocio, funda su liberalismo en el mito del
progreso de la humanidad que se manifiesta por medio de aspiraciones crecientes
de los pueblos hacia la libertad. Este movimiento, dice, “tiene su principio
indestructible en la ley primera y fundamental en virtud de la cual la
humanidad tiende a despojarse progresivamente de los lazos de la infancia, a
medida que, el cristianismo creciente y en desarrollo vaya emancipando la
inteligencia y los pueblos alcancen, por así decirlo, la edad madura”. En la
Edad Media, la humanidad estaba en su infancia y necesitaba la tutela de la Iglesia;
hoy día los pueblos ya adultos deben emanciparse de esta tutela, mediante la
separación de la Iglesia del Estado. En cuanto a la Iglesia, debe adaptarse a
este nuevo orden de cosas que Ella misma ha creado: “Un nuevo orden social,
fundado sobre un inmenso desarrollo de la libertad, que el catolicismo ha hecho
necesario, desarrollando en nuestras almas la verdadera noción y el sentimiento
del derecho.” El volante de presentación del programa del diario L’Avenir nos
da el remate perfectamente liberal de la teoría de Lamennais: “Todos los amigos de la
religión deben comprender que ésta no necesita sino una sola cosa: la
libertad.” Era querer someter a la
Iglesia al derecho común a todas las asociaciones o confesiones religiosas ante
la ley. El Papa Gregorio XVI no podía dejar de condenar este error y lo hizo en
la encíclica Mirari Vos del 15 de agosto de 1832, condenando: “Aquellos que
quieren separar la Iglesia del Estado y romper la mutua concordia del Imperio y
del sacerdocio” pues, explica: “Lo que es cierto, es que
esta concordia que siempre fue tan favorable y saludable a los intereses de la
Religión y a los de la autoridad civil, es temida por los partidarios de una
libertad desenfrenada “e igualmente: “Esta máxima absurda, o mejor dicho este
delirio, que propugna ser preciso asegurar y garantizar a quien sea la libertad
de conciencia.”
Ciertamente, la Iglesia, no
podía acomodarse al principio revolucionario y liberal de la libertad para
todos y de la misma libertad reconocida a todas las opiniones religiosas sin
discriminación. En cuanto a la emancipación progresiva de la humanidad, la fe
católica le da su verdadero nombre: la apostasía de las naciones. Marc Sangnier y “Le Sillon” A pesar de las condenas de
los Papas, el liberalismo progresista continúa su pene-tración de la Iglesia.
El Padre Emmanuel Barbier escribió un pequeño libro titulado Le Progrès de
Libéralisme Catholique en France sous le Pontificat du Pape Léon XIII [El Progreso
del Liberalismo Católico en Francia bajo el Pontificado del Papa León XIII].
Hay un capítulo que trata del “catolicismo progresista”, del cual el autor
dice: “La expresión del catolicismo progresista es la que M. Fogazzaro presenta
en su novela Il Santo para designar el conjunto de reformas que él pide a la
Iglesia en su doctrina, su vida interior y su disciplina. Hay casi una identidad
de tendencias entre el movimiento que estudiamos en Francia y aquel cuyo
portavoz más escuchado en Italia es actualmente Fogazzaro.” Si Fogazzaro expuso sin
vergüenza alguna el plan de penetración de la Iglesia por el modernismo, eso
quiere decir que el modernismo y el catolicismo liberal son actitudes parecidas
y usan tácticas semejantes.
En 1894, Marc Sangnier funda
su revista Le Sillon que se convertirá en un movimiento de la juventud que
sueña con reconciliar a la Iglesia con los principios de 1789, el socialismo y
la democracia universal, basándose en el progreso de la conciencia humana. La
penetración de sus ideas en los seminarios, la evolución cada vez más
indiferentista del movimiento llevaron a San Pío X a escribir su Carta Notre
Charge Apostolique del 25 de agosto de 1910 que condena la utopía de reformar
la sociedad acariciada por los jefes de “Le Sillón”: “Nos sabemos muy bien que se
glorían de exaltar la dignidad humana y la condición demasiado menospreciada de
la clase trabajadora, de hacer justas y perfectas las leyes del trabajo y las
relaciones entre el capital y los asalariados; finalmente, de hacer reinar
sobre la tierra una justicia mejor y un mayor caridad, y de promover, por medio
de movimientos sociales profundos y fecundos, en la humanidad un progreso
inesperado. Nos, ciertamente, no reprochamos esos esfuerzos, que serían, desde
todos los puntos de vista, excelentes, si los sillonistas no olvidasen que el
progreso de un ser consiste en vigorizar sus facultades naturales por medio de
energías nuevas y en facilitarle el juego de su actividad dentro del cuadro y
de una manera conforme a las leyes de su constitución; y que, por el contrario,
al lesionar sus órganos esenciales, al romper el cuadro de su actividad, se
impulsa a ese ser, no hacia el progreso, sino hacia la muerte. Esto es, sin
embargo, lo que quieren hacer de la sociedad humana; éste es su sueño de
cambiar las bases naturales y tradicionales de la sociedad y de prometer una
ciudad futura edificada sobre otros principios, que ellos tienen la osadía de
declarar más fecundos, más beneficiosos que los principios sobre los cuales
reposa la ciudad cristiana actual.”
Luego de haber denunciado a
ejemplo de León XIII, el falso lema de libertad-igualdad, San Pío X descubre las
fuentes del liberalismo progresista de “Le Sillon”: “Finalmente, en la base de
todas las falsificaciones de las nociones sociales funda-mentales, ‘Le Sillon’
pone una idea falsa de la dignidad humana. Según él, el hombre no será
verdaderamente hombre, digno de ese nombre, sino en el día en que habrá
adquirido una conciencia luminosa, fuerte, independiente, autónoma, pudiendo
prescindir de todo maestro, no obedeciendo más que a sí mismo, y capaz de
asumir y de cumplir sin falta las más graves responsabilidades. Grandilocuentes
palabras, con que se exalta el sentimiento del orgullo humano (...) “Porque se inspira a vuestra
juventud católica la desconfianza hacia la Iglesia, su madre; se le enseña que,
después de diecinueve siglos, la Iglesia no ha logrado todavía en el mundo
constituir la sociedad sobre sus verdaderas bases; que no ha comprendido las
nociones sociales de la autoridad, de la libertad, de la igualdad, de la
fraternidad y de la dignidad humana (...) El soplo de la Revolución ha
pasado por aquí (...) Nos no tenemos que demostrar que el advenimiento de la
democracia universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo.”
San Pío X denuncia entonces
el indiferentismo de “Le Sillon” que es tan parecido, como dos hermanos, al del
Vaticano II: “¿Qué pensar de este respeto
a todos los errores y de la extraña invitación, hecha por un católico, a todos
los disidentes para fortificar sus convicciones por el estudio y para hacer de
ellas fuentes siempre más abundantes y de fuerzas nuevas? ¿Qué pensar de una
asociación en que todas las religiones y incluso el libre-pensamiento pueden
manifestarse en alta voz y a su capricho?” Y el santo Papa va al fondo
de la cuestión: “[‘Le Sillon’] no forma ya
en adelante más que un miserable afluente del gran movimiento de apostasía,
organizado, en todos los países, para el establecimiento de una Iglesia
universal que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni regla para el espíritu, ni
freno para las pasiones (...). Nos conocemos muy bien los sombríos talleres en
donde se elaboran estas doctrinas deletéreas (...) Los jefes de ‘Le Sillon’ no
han podido defenderse de ellas; la exaltación de sus sentimientos (...) los han
arrastrado hacia un nuevo Evangelio (...) al estar su ideal emparentado con el
de la Revolución, no temen hacer entre el Evangelio y la Revolución
aproximaciones blasfemas...”
Finalmente, el santo
pontífice concluye restableciendo la verdad respecto al verdadero orden social:“(...) La Iglesia, que nunca
ha traicionado la dicha del pueblo con alianzas compro-metedoras, no tiene que
separarse del pasado, y que le basta volver a tomar, con el concurso de los
verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la
Revolución y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano que los ha
inspirado, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad
contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni
revolucionarios ni innovadores sino tradicionalistas.”
He aquí pues, los términos
enérgicos y precisos con que el Papa San Pío X condena el liberalismo
progresista y define la actitud realmente católica. Mi mayor consuelo es poder
decirme que soy fiel a la doctrina de este Papa canonizado. Los textos que os he
citado aclaran notablemente las doctrinas conciliares sobre esta materia, en
las que me detendré a continuación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario