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domingo, 31 de julio de 2016

Ite Missa est

31 de julio
San Ignacio de Loyola, patriarca y fundador.
(†556).

El gran celador de la mayor gloria divina, San Ignacio de Loyola, nació en la provincia de Guipúzcoa, y en la nobilísima casa de Loyola. Crió se desde niño en la corte de los reyes católicos y se inclinó a los ejercicios de las armas. Habiendo los franceses puesto cerco al castillo de Pamplona, Ignacio lo defendió con heroico valor, hasta que fué malamente herido. Agravándose le el mal, se le apareció el apóstol san Pedro, del cual era muy devoto, y a cuya honra había escrito un poema, y con esta visita del cielo comenzó a mejorar. En la convalecencia pidió algún libro de caballería para entretenerse, y como le trajesen, en lugar de estos libros, uno de la Vida de Cristo y otro de Vidas de santos, encendió se en su lección de suerte que determinó hollar el mundo. En este instante se sintió en toda la casa un estallido muy grande, y el aposento en que estaba Ignacio tembló, hundiéndose de arriba abajo una de las paredes. Sano de sus heridas, se partió para Montserrat, donde hizo confesión general, y colgó su espada y daga junto al altar de nuestra Señora, y dando los vestidos preciosos a un pobre, se vistió de un saco asperísimo. De allí partió para Manresa, donde por espacio de un año hizo vida austerísima y penitente en el hospital de santa Lucía y en una cueva cerca del río; en la cual ilustrado por el Espíritu Santo y enseñado de la Virgen santísima, escribió aquel famoso libro de los Ejercicios espirituales, que ha hecho siempre increíble fruto en la Iglesia de Dios. Pasó después a visitar los sagrados lugares de Jerusalén, y entendiendo que para ganar almas a Cristo eran necesarias las letras, volvió a España y estudió en Barcelona, en Alcalá y Salamanca, donde padeció por Cristo persecuciones, cárceles y cadenas. Acabó sus estudios en París y ganó para Dios nueve mancebos de los más excelentes de aquella florida universidad, y con ellos echó en el Monte de los Mártires los primeros cimientos de la Compañía de Jesús, que instituyó después en Roma, añadiendo a los tres votos de religión un cuarto voto de obediencia a] Sumo Pontífice acerca de las Misiones. Aprobó Paulo III la nueva religión diciendo con espíritu de pontífice: Digitus Dei est hic. El dedo de Dios es éste: porque en efecto la Compañía de Jesús era un nuevo e invencible ejército que el Señor suscitaba para la propagación de la santa fe y defensa de la santa Iglesia combatida por los sectarios de estos últimos tiempos, discípulos de Lutero e imitadores de la rebeldía de Lucifer. Y así la Compañía de Jesús conquistó para Cristo muchos reinos de Asia, África y América, restauró en Europa la piedad cristiana y la frecuencia de sacramentos, y ha ilustrado la Iglesia con centenares de mártires, con millares, de nombres sapientísimos, y aun dando por ella la vida, y resucitando para volver a luchar como antes por la mayor gloria de Dios. Tal es el espíritu magnánimo que infundió san Ignacio en su santa Compañía; el cual después de haberla gobernado por espacio de dieciséis años, a los sesenta y cinco de su edad descansó en la paz del Señor.

Reflexión: Si quieres alcanzar el espíritu de Jesucristo que informaba el alma de San Ignacio, lo hallarás en sus Ejercicios espirituales. Dice el pontífice- León XIII, que al conocerlos, no pudo menos de exclamar: He aquí el alimento que deseaba para mi alma. (Alocución de León XIII al clero de Carpineto).

Oración: Oh Dios que para propagar la mayor gloria de tu nombre, diste un nuevo socorro a la Iglesia militante por medio del bienaventurado Ignacio, concédenos que peleando con su ayuda y ejemplo en la tierra, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Ite Missa Est



UNDECIMO DOMINGO
DESPUES DE PENTECOSTES


Este Domingo, el undécimo de San Mateo, recibe el nombre entre los Griegos de la parábola del rey que hizo rendir cuentas a sus servidores '. En Occidente se le llama Domingo del Sordomudo desde que el Evangelio del Fariseo y del Publicano se trasladó al Domingo anterior. La Misa actual conserva aún, como será fácil comprobar, más de un recuerdo de la antigua disposición. En los años en que la Pascua se aproxima lo más cerca posible al 21 de Marzo, la lectura de los libros de los Reyes se prosigue hasta esta semana, que nunca llega a pasarla. En el Oficio de la noche son tema de las primeras lecciones: la enfermedad de Ezequías y la curación milagrosa obtenida por las oraciones del santo rey.
M I S A

El sabio y piadoso Abad Ruperto, escribiendo antes del cambio verificado en el orden de las lecturas evangélicas, explica en estos términos la elección del Introito del día hecha por la Iglesia "El publicano en el Evangelio se acusa y dice: Soy indigno de elevar los ojos al cielo. Pablo  en la Epístola le imita diciendo: Soy el menor de los apóstoles, que ni merezco ser llamado apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Así pues, como esta humildad que se nos presenta como ejemplo, es la guardiana de la unión entre los servidores de Dios, haciendo que el uno no se levante contra el otro; del mismo modo es muy natural que se cante al principio el Introito, enel cual habla del Dios que hace que habiten los hombres en su casa con un solo espíritu" 

INTROITO

Dios está en su lugar santo: Dios nos hace habitar unánimes en su casa: El mismo dará vigor y fortaleza a su pueblo. — Salmo: Levántese Dios, y disipen se sus enemigos: y huyan de su presencia los que Le odian. J. Gloria al Padre.

Nada tan conmovedor como la Colecta de este dia cuando se relaciona con el Evangelio que primitivamente la acompañaba. Con ser menos inmediata hoy esta aproximación, esta conexión no ha desaparecido aún, puesto que la Epístola, como diremos en su lugar, continúa, con el ejemplo de San Pablo, la lección de humildad que nos daba el publicano arrepentido. Ante el espectáculo que ofrece siempre a sus ojos maternales este publicano despreciado del judío, mientras golpea su pecho y sin apenas poder, por su profundo dolor, pronunciar una palabra, la Santa Iglesia, conmovida hasta lo más profundo de sus entrañas, viene a completar y ayudar su oración. Con inefable delicadeza pide a Dios Todopoderoso que, por su misericordia infinita, haga recobrar la paz a las conciencias intranquilas, perdonando los pecados, y que otorgue lo que la misma oración de los pobres pecadores no osa pedir en su reservado temor.

COLECTA
Omnipotente y sempiterno Dios, que, con la abundancia de tu piedad, excedes los méritos y deseos de los suplicantes: derrama sobre nosotros tu misericordia; para que perdones lo que la conciencia teme, y añadas lo que la oración no se atreve a pedir. Por nuestro Señor.

EPISTOLA
Lección de la  I Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios.
( XV, 1-10).
Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que ya os prediqué, el que ya recibisteis, y en el cual permanecéis, y por el cual os salvaréis, si retenéis la palabra que os prediqué, y no creéis en vano. Porque os enseñé, en primer lugar, lo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: y que fué sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras: y que fué visto por Cefas y después de él, pollos Once. Después fué visto por más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía, otros, en cambio, ya murieron. Después fué visto por Santiago, después por todos los Apóstoles: y, al último de todos, como a un abortivo, se apareció también a mí. Porque yo soy el mínimo de los Apóstoles, que no soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo qu soy, y su gracia no ha sido vana en mí.

CONTRICIÓN Y CARIDAD. — El Domingo pasado el Publicano nos recordaba la humildad que conviene al pecador. Hoy, el Doctor de las gentes nos muestra en su propia persona, que esta virtud cae bien asimismo al hombre justificado, que recuerda las ofensas que en otro tiempo hizo a Altísimo. El pecado del justo, aunque perdonado ya hace mucho, permanece sin cesar ante sus ojos; siempre dispuesto a acusarse a si mismo, no ve en el perdón y en el olvido de la ofensa por parte de Dios, sino un nuevo motivo para no olvidar jamás sus faltas. Los favores celestiales que vienen a recompensar la sinceridad de su arrepentimiento, conduciéndole más adelante en el conocimiento de los derechos de la justicia infinita le revelan más aún la enormidad de los crímenes voluntarios que han venido a juntarse" a la mancha original. Una vez entrado en este camino, la humildad no es para él solamente una satisfacción dada a la justicia y a la verdad por su inteligencia esclarecida de lo alto; sino que, a medida que vive con Dios en unión cada vez más estrecha, y conforme va elevándose por la contemplación en la inteligencia y en el amor, la caridad divina, que le apremia cada vez más de todos los modos es causa del mismo recuerdo de sus faltas. Sondea el abismo de donde la ha sacado la gracia, para lanzarse desde estas profundidades del infierno, más vehemente, dominante y activa. Entonces el pecador de otros tiempos no se contenta con el reconocimiento de las riquezas sin número que obtiene hoy de la divina liberalidad, sino que la confesión de sus miserias pasadas sale de su alma arrebatada como un himno al Señor.

NUESTRA COLABORACIÓN A LA GRACIA. — Por la gracia de Dios soy lo que soy, debe decir, en efecto, el justo con el Apóstol; y cuando esta verdad fundamental arraigue en su alma, puede con él añadir sin temor: Su gracia no ha sido en mi estéril. Pues la humildad descansa sobre la verdad: se faltaría a la verdad imputando al hombre, lo que en el hombre viene del Ser supremo; sería también ir contra ella, el no reconocer con los santos las obras de la gracia que Dios ha puesto en ellos. En el primer caso se iría contra la justicia tanto como contra la verdad; en el segundo contra la gratitud. La humildad, cuyo fin directo es evitar estos daños causados a la gloria debida a Dios refrenando las ansias de la soberbia, viene a ser por otra parte el más seguro auxilio del agradecimiento, noble virtud, que, en los caminos de aquí abajo, no tiene mayor enemigo que el orgullo.

GLORIARSE EN DIOS. — Cuando la Virgen proclamaba que todas las generaciones la llamarían bienaventurada, el entusiasmo divino que la animaba, no consistía menos en el éxtasis de su humildad que de su amor. La vida de las almas escogidas presenta a cada paso transportes sublimes de esta clase, en que, aplicándose a sí el cántico de su Reina, magnifican al Señor cantando las cosas grandes que hace por ellas con su poder. Cuando San Pablo, después del bajo aprecio que siente de sí, al compararse con los otros Apóstoles, añade que la gracia ha sido en él productiva y que ha trabajado más que todos ellos, no creamos que cambia de tema, o que el Espíritu que le dirige quiere corregir de este modo sus primeras expresiones; una sola necesidad, un mismo y único deseo le inspira estas palabras aparentemente diversas y contrarias: el deseo y la necesidad de no frustrar a Dios la gloria en sus dones, ya sea por la apropiación del orgullo, ya por el silencio de la ingratitud.

El Gradual ha sido puesto, según las obras de los piadosos intérpretes de la Liturgia, como la acción de gracias de los humildes, curados por Dios en conformidad con la esperanza que tenían puesta en El.

GRADUAL

En Dios esperó mi corazón, y he sido ayudado: y ha reflorecido mi carne, y le alabaré con toda mi voluntad. y. A Ti, Señor, he clamado: Dios mío, no calles: no Te apartes de mí. Aleluya, aleluya. J. Ensalzad a Dios, nuestro ayudador, cantad jubilosos al Dios de Jacob: cantad un salmo alegre con la cítara. Aleluya.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Marcos. (VII, 31-37).

En aquel tiempo, saliendo Jesús de los límites de Tiro, fué, por Sidón, al mar de Galilea, por medio de los confines de la Decápolis. Y le presentaron un sordomudo, y le rogaron que le impusiera las manos. Y, tomándole aparte de la turba, metió sus dedos en las orejas de él: y, escupiendo, tocó su lengua: y, mirando al cielo, suspiró, y díjole: Ephphetha, que significa: ¡Abrios! Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó el nudo de su lengua, y habló bien. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo prohibió El, más lo divulgaron ellos: y tanto más se admiraron, diciendo: Todo lo ha hecho bien: ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos.

EL GÉNERO HUMANO ENFERMO. Los Santos Doctores nos enseñan que este hombre representa a todo el género humano, excepción hecha del pueblo judío. Abandonado desde tantísimo tiempo en las regiones del aquilón, donde solamente reinaba el príncipe del mundo, experimentó los efectos desastrosos del olvido en que parece le tenía su Creador y Padre, como consecuencia del pecado original. Satanás, cuya pérfida astucia le hizo salir del paraíso, apoderándose de él, se excedió a sí mismo en la elección del medio que puso para salvaguardar su conquista. Con ladina tiranía redujo a su víctima a un estado de mutismo y de sordera, con que le tiene bajo su imperio más seguro que amarrado con cadenas de diamante; mudo para implorar a Dios, sordo para oír su voz; los dos medios de que podía servirse para libertarse, los tiene impedidos. Satanás, el adversario de Dios y del hombre, puede felicitarse. ¡Se ha dado al traste, a lo que puede creerse, con la última de las creaciones del Todopoderoso, se ha dado al traste con el género humano sin distinción de familias y de pueblos; pues hasta la misma nación conservada por el Altísimo como su parte escogida en medio de la defección de los pueblos, se ha aprovechado de sus ventajas para renegar con más crueldad que todos los demás, de su Señor y su Rey!

EL MILAGRO. — El Hombre-Dios gimió al ver una miseria tan extrema. Y ¿cómo no lo iba a hacer considerando los estragos ocasionados por el enemigo en este ser escogido? Así pues, levantando los ojos siempre misericordiosos de su santa humanidad, ve el consentimiento del Padre a las intenciones de su misericordiosa compasión; y, usando de aquel poder creador que en el principio hizo perfectas todas las cosas, pronuncia como Dios y como Verbo 3 la palabra omnipotente de restauración: ¡Ephphetha! La nada, o más bien, en este caso, la ruina, que es peor que la nada, obedece a esta voz tan conocida; el oído del infortunado se despierta; se abre con placer a las enseñanzas que le prodiga la triunfadora ternura de la Iglesia, cuyas oraciones maternales han obtenido esta liberación; y, penetrando en él la fe y obrando al mismo instante sus efectos, su hasta aquí trabada lengua vuelve a tomar el cántico de alabanza al Señor, interrumpido por el pecado desde hacía siglos

LA ENSEÑANZA. — Con todo eso, el Hombre-Dios quiere más, con esta curación, instruir a los suyos, que manifestar el poder de su palabra divina; quiere revelar les simbólicamente las realidades invisibles producidas por su gracia en lo secreto de los sacramentos. Por esto, conduce aparte al hombre que le presentan, lo lleva lejos de esa turba tumultuosa de pasiones y de vanos pensamientos que le habían hecho sordo a las cosas del cielo: ¿de qué serviría, en efecto, curarle si tiene el peligro de volver a caer nuevamente por no hallarse alejadas las causas de su enfermedad? Jesús, asegurando el futuro, mete en los oídos del cuerpo del enfermo sus dedos sagrados, que llevan el Espíritu Santo y hacen penetrar hasta los oídos de su corazón la virtud reparadora de este Espíritu de amor. Finalmente, con mayor misterio aún, puesto que la verdad que se trata de expresar es más profunda, toca con saliva de su boca divina esta lengua que se había hecho impotente para la confesión y la alabanza; y la Sabiduría, pues ella es la que se significa aquí místicamente, la Sabiduría que sale de la boca del Altísimo y, cual onda embriagadora, fluye sobre nosotros de la carne del Salvador, abre la boca del mundo del mismo modo que hace elocuente la lengua de los niños que aún no sabían hablar.

RITOS DEL BAUTISMO. — También la Iglesia, para hacernos ver que el relato evangélico se refiere en figura, no a un hombre aislado sino a todos nosotros, ha querido que los ritos del bautismo de cada uno de sus hijos recuerden las circunstancias de la curación que se nos acaba de relatar. Su ministro, antes de sumergir en el baño sagrado al escogido que le presenta, debe depositar en su lengua la sal de la Sabiduría, y tocar los oídos del neófito, repitiendo la palabra que Cristo dijo al sordomudo: Ephphetha, que significa: abrios.

En el Ofertorio se deja oír el canto de los humildes, libertados, curados y ensalzados por Dios.

OFERTORIO
Te exaltaré, Señor, porque me has socorrido, y no consentiste que se riesen de mí mis enemigos: Señor, clamé a Ti, y me has sanado.

La asamblea de los siervos de Dios, le suplica  en la Secreta que acepte sus dones, y que haga del Sacrificio el homenaje de su servidumbre y el sostén de su debilidad.

SECRETA
Suplicárnoste, Señor, mires propicio nuestra servidumbre: para que lo que te ofrecemos, sea un don grato a Ti, y sirva de ayuda a nuestra flaqueza. Por nuestro Señor.

La Antífona elegida para la Comunión no puede venir mejor, en un tiempo en que los trabajos de la siega y de la recolección están en todas partes en plena actividad. Debemos, en efecto, tratar de ofrecer al Señor, por intermedio de su Iglesia y de sus pobres, las primicias de estos bienes que recibimos de sus manos. Mas si queremos en verdad honrar con ello a Dios, guardémonos de imitar la jactancia del Fariseo en el cumplimiento del deber tan sencillo y tan provechoso a quien lo cumple.

COMUNIÓN
Honra al Señor con tu riqueza, y con las primicias de tus frutos: y se llenarán tus graneros plenamente y tus lagares rebosarán de vino. El sagrado remedio de los Misterios obra en el cuerpo y en el alma; produciendo de este modo la salvación del uno y de la otra, es la verdadera gloria del cristiano.

En la Poscomunión, la Iglesia implora para sus hijos esta plenitud efectiva del Sacramento.

POSCOMUNION

Suplicamos te, Señor, hagas que, con la recepción de tu Sacramento, sintamos su ayuda en el alma y en el cuerpo: para que salvados ambos, nos gloriemos de la plenitud de tu celestial remedio. Por nuestro Señor.

sábado, 30 de julio de 2016

MEDITACIONES FUNDAMENTALES por San Alfonso Maria de Ligorio, Doctor de la Iglesia

2. Vanidad del mundo.


¿De qué le vale al hombre conquistar el mundo entero, si pierde su alma ?(Mt. 16, 26) ¡Oh máxima poderosa, que tantas almas ha llevado al cielo y tantos santos ha dado a la Iglesia! ¿De qué sirve ganar todo este mundo, que muere, si se pierde el alma, que es eterna? ¡El mundo! ¿Qué es el mundo, sino una ficción, una jornada de comedia, que luego pasa? Llega la muerte, cae el telón, se acaba la comedia y se acabó todo. ¡ Ay de mi! En la hora de la muerte, a la luz de la candela, ¿cómo verá el creyente las cosas del mundo?

Aquella vajilla de plata, aquel dinero acumulado, aquellos muebles lujosos y vanos, qué pronto los ha de dejar! JESÚS mío, haced que de hoy en adelante mi alma sea toda vuestra y no ame más que a Vos. Quiero desprenderme de todo antes que la muerte me desprenda a la fuerza. Escribía Santa Teresa: «Dé a cada cosa su valor, y como lo que ha de acabar tan presto, lo estime» Procuremos, pues, la ganancia que sobrevive al tiempo. ¿De qué sirve ser feliz durante cuatro días si es que puede haber felicidad fuera de Dios al que ha de ser desgraciado por y, siempre jamás? Dice David que en la muerte todos los bienes terrenos parecerán un sueño. ¡Qué desilusión, encontrarse tan pobre como antes, después de haber soñado uno que era rey! Dios mío, ¿quién sabe si esta meditación es para mí la última llamada? Dadme fuerza para desasir mi corazón de todos los afectos terrenos, antes que tenga que partir de este mundo. Y hacedme comprender la desgracia que fue para mí el haberos ofendido y el dejaros por amor de las criaturas: Padre, no merezco llamarme hijo, tuyo (Le. 15,19). Me arrepiento de haberos vuelto la espalda; no me rechacéis ahora que vuelvo a Vos.

En la muerte no serán para un religioso ningún consuelo ni los oficios honrosos, ni la magnificencia de las fiestas del monasterio, ni las diversiones, ni las honras recibidas; no tendrá más consuelo que el amor que haya tenido a Jesucristo y lo poquito que haya padecido por su amor. Felipe II exclamaba al morir: «¡Ojalá hubiera sido simple lego de un convento antes que rey!» Felipe III decía también: «¡Oh! Si hubiera vivido en un desierto, me presentaría ahora con más confianza en el tribunal de Dios». Así hablaban al morir los que pasan por los más afortunados de la tierra. Sí; todas las cosas terrenas vienen a resumirse en la hora de la muerte en remordimientos de conciencia y en temores de condenación eterna. ¡Dios mío -dirán entonces muchos religiosos-, abandoné el mundo, pero seguí amando sus vanidades y viviendo según sus máximas! ¿De qué me sirve haber dejado el mundo; para llevar una vida desgraciada que no fue ni para el mundo ni para Dios? ¡Qué loco he sido! Podía haberme hecho santo con tantos medios y tanta facilidad como tenía podía haber llevado una vida feliz en la unión con Dios; pero ¿qué es lo que me queda de la vida pasada? Todo esto lo dirán cuando ya va a terminar la escena y están para entrar en la eternidad, próximos al momento supremo del que depende el ser felices o desgraciadas por toda la eternidad.

Señor, tened piedad de mí. No he sabido amaros en lo pasado. De hoy en adelante, Vos seréis mi único bien. «¡Dios mío y todas mis cosas!» Vos sólo merecéis todo mi amor, y a Vos sólo quiero amar. ¡Oh grandes del mundo! Ahora que estáis en el infierno, ¿qué provecho os dan vuestras riquezas y vuestros honores? Y responden, llorando: «¡Ninguno, ninguno; aquí no encontramos más que tormentos y desesperación. Pasó el mundo, pero nuestra pena no pasará jamás!». ¿Qué nos aprovecha nuestra soberbia? -dirán los miserables-. ¿De qué nos sirve el orgullo de nuestras riquezas? Todo pasó como una sombra, y no ha quedado de todo aquello más que tormentos eternos. Ay,sí!, En la hora de la muerte el recuerdo de las prosperidades mundanas no nos producirá confianza, sino temor y confusión.

¡Pobre de mi! En tantos años de vida y de religión, ¿qué he hecho hasta ahora por Dios? Señor, tened piedad de mí, y no me arrojéis de vuestra presencia. La hora de la muerte es la hora de la verdad; entonces se ve que todo lo de este mundo es vanidad, humo, ceniza. ¡Oh Dios mío! ¡Cuántas veces os he cambiado por nada! Ya no me atrevería a esperar el perdón si no supiera que habéis muerto por mí. Ahora os amo sobre todas las cosas, y aprecio más vuestra gracia que todos los reinos del mundo. La muerte es un ladrón: Aquel día viene como un ladrón; es un ladrón que nos despoja de todo: de todo, de hermosura, de dignidades, de parientes, y hasta de nuestra misma carne.

Se le llama también a aquel día día de ruina; en él perdemos todos los bienes y todas las esperanzas de este mundo. Poco me importa, JESÚS mío, perder los bienes de la tierra, con tal que no os pierda a Vos, bien infinito. Ensalzamos a los santos que por amor de Jesucristo despreciaron todos los bienes de la tierra, y, sin embargo, nosotros nos apegamos a ellos con tanto peligro dé condenación. Tan avisados como somos para las ganancias terrenas, ¿cómo descuidamos tanto las ganancias eternas? Iluminadme, Dios mío; hacedme comprender la nada que son las criaturas, y el todo infinito, que sois Vos. Haced que todo lo deje por conquistaros a Vos; sólo a Vos quiero, Dios mío, y nada más. Decía Santa Teresa que todos los pecados y todos los apegos a las cosas terrenas suponen una falta de fe. Reavivemos, pues, la fe; un día lo tenemos que dejar todo y entrar en la eternidad. Dejemos ahora con mérito lo que tendremos que dejar un día a la fuerza. ¡Ni riquezas, ni honores, ni parientes! ¡Dios, Dios! Busquemos sólo a Dios, y Dios lo suplirá todo. La gran sierva de Dios Margarita de Santa Ana, hija del emperador Rodolfo, y religiosa descalza, decía: ¿Para qué sirven los reinos en la hora de lamuerte? La muerte de la emperatriz Isabel hizo que San Francisco de Borja renunciara al mundo y se entregase del todo a Dios; en presencia de aquel cadáver, exclamó: «¡Así acaban las grandezas y las coronas de este mundo!»

¡Oh, siempre os hubiera amado, Dios mío! Haced que sea todo vuestro antes que me sorprenda la muerte. Gran fuerza secreta de la muerte ¡Cómo hace desvanecerse todas las ilusiones del mundo! ¡ Cómo hace ver el humo y el engaño de las grandezas terrenas! Miradas desde el lecho de muerte, las cosas más ambicionadas por el mundo pierden todo su encanto. La sombra de la muerte empaña el brillo de todas las bellezas. ¿Para qué las riquezas, si no ha de quedar de ellas más que un sudario para el cadáver? ¿Para qué la belleza del cuerpo, si ha de reducirse a un puñado de gusanos? ¿Para qué los altos cargos, si han de sepultarse en el olvido de una fosa? Exhorta SAN JUAN CRISÓSTOMO: «Vete al sepulcro; mira el polvo y los gusanos; llora y piensa: En eso me he de convertir yo, y no lo pienso, y no me doy a Dios.» ¡ Ah! ¿Quién sabe si los pensamientos que ahora leo no, son para mí la última llamada? Amado Redentor mío, yo acepto la muerte tal cuál os plazca enviármela; pero antes de llamarme ajuicio dadme tiempo para llorar las ofensas que os he hecho. Os amo, JESÚS mío, y me pesa de haberos menospreciado.

¡Oh, Dios mío! ¡Cuántos desgraciados pierden su alma por alcanzar una miseria de la tierra, un placer, una vaciedad! ¡Y con el alma lo perdieron todo! ¿Creemos que hay que morir, y que hay que morir una sola vez? ¿Sí o no? Pues ¿cómo no lo dejamos todo para obtener una buena muerte? Dejémoslo todo, para ganarlo todo. ¿Cómo se puede vivir una vida desordenada, sabiendo que en la hora de la muerte nos ha de causar un pesar inmenso? Dios mío, os doy gracias por las luces que me dais. ¿Qué es lo que hacéis, Señor? ¡Yo aumentando los pecados, y Vos aumentando las gracias! ¡Pobre de mí, si no sé por fin aprovecharlas! Tiene que desprenderse del mundo el que tiene que salir de él.

¡Oh, qué paz en la vida y en la muerte el de aquellos religiosos que, desasidos de todo, pueden decir alegremente: ¡Dios mío y todas mis cosas! Decía SALOMÓN que todos los bienes de esta tierra no son más que vanidad y aflición de espíritu, puesto que aquel que más favorecido se ve por ellos más tiene que sufrir. San Felipe Neri llamaba locos a los que tienen el corazón apegado a las cosas del mundo. Locos verdaderos, puesto que son infelices hasta en la presente vida.

¡Oh Dios mío! ¿Qué me queda de tantas ofensas contra Vos sino dolor y remordimientos, que me torturan y me torturarán más todavía en la hora de la muerte? Perdonadme. Vos me queréis todo vuestro, y yo quiero serlo. Desde ahora mismo me doy todo a Vos. Yo no quiero de Vos más que a Vos mismo. No creamos que el vivir desprendidos de todo y no amar más que a Dios haga la vida triste. ¿Quién disfruta en este mundo de mayor alegría que aquel que ama a Jesucristo de todo corazón? Buscadme entre todas las reinas alguna más feliz que la religiosa que se ha dado toda a Dios. Si tuvieras que salir ahora de este mundo alma mía, ¿estarías contenta de tu vida? Pues ¿a qué esperas? ¿A que la luz que Dios te da ahora por su misericordia vaya á ser la acusadora de tu ingratitud en el día de las cuentas? JESÚS mió, yo me desprendo de todo para darme a Vos; ya que me habéis buscado cuando huía, no me rechacéis ahora que os busco.


Vos me amasteis cuando yo no os amaba ni me preocupaba de vuestro amor; no me rechacéis ahora, que no deseo más que amaros y ser amado por Vos. Ya veo, Dios mío, que queréis salvarme; pues yo quiero salvarme, para daros gusto. Todo lo dejo por Vos. María Madre de Dios, rogad a Jesús por mí.

LOS MARTIRES MEXICANOS

MARTIR DE ZACATECAS

Y en efecto el señor Azanza fue llamado a la presencia del jefe, quien le comunicó la hazaña de Fidel, y que estaba dispuesto a dar a él y a su hija la libertad pero que tendrían que pagar como multa (¿por qué crimen?) cierta cantidad. Azanza, en vista de su hija, ofreció pagar la dicha multa, pero doblándola si al mismo tiempo daban la libertad al generoso Fidel.

El jefe aceptó gozoso, y recibió la doble cantidad que había señalado, poniendo inmediatamente en libertad a los dos Azanza, y prometiendo que al cabo de algunos días saldría libre también Fidel. ¡Felonía inconcebible en un militar mexicano! porque éstos siempre han tenido, fueran cuales fueran sus ideas, en grande estima su palabra de honor militar. Pero ¡ de todo hay en la viña del Señor! Fidel fue recluido en la penitenciaría y su tercer encarcelamiento que había de durar veintiséis días, sólo terminó con su martirio.

Los señores Azanza, profundamente amargados por tantos males, se expatriaron a los Estados Unidos, donde pronto murió la señora Doña María Sánchez Gordoa de Azanza, consumida por los pesares. Fidel en su prisión volvió a ser martirizado espantosamente. Algo de sus tormentos se supo por una compañera católica de prisión, que refirió cómo, sin piedad, lo dejaban días enteros sin alimento, ni agua para calmar su sed. Y cuando ya muerto, se pudo ver su cuerpo, se le encontró con las espaldas horriblemente llagadas y quemadas con resistencias eléctricas. Pero la misma compañera de prisión refirió que nunca se quejaba y siempre parecía contento esperando la hora del martirio. Y ésta llegó al fin.


Otra vez el traidor, sea quien sea, pero el mismo de antes, presentó otra denuncia al general Turrubiates; en virtud de la cual se arrestó a tres jóvenes menores de 22 años, Dionisio Avalos, Nicolás Acosta y Odilón Osorio, que había tomado el nombre de Alberto Balderas para ocultarse mejor de los enemigos, y además a dos antiguos jefes cristeros, José Belén Cárdenas y Fiacro Sánchez Serafín, y a Mauro Balderas.

El 14 de agosto fueron alojados en la penitenciaría, acusados de ser "agentes de los rebeldes" y a ellos unieron bajo la misma acusación a Fidel, para someterlos a todos a un juicio sumarísimo que ya sabemos lo que significaba: esto es la pena de muerte. Los familiares de los presos pretendieron interponer un amparo. ¡ Un amparo en aquellos días!... ¡Pobre del juez que se hubiera atrevido a respetarlo! La sentencia no se hizo esperar: "los siete individuos, basándonos en los documentos que obran en nuestro poder, serán pasados por las armas". Eran las tres y media de la madrugada del 15 de agosto de 1928 cuando en la farsa del juicio, se firmó la tal sentencia. Fidel, al ser presentado a los jueces, dio una nueva prueba de su hombría y su fe cristiana. —"Sé —dijo a los que le interrogaban— todo eso que me preguntáis, pero hice juramento a Dios de no decir cosa alguna de los negocios de la Liga y muero fiel a mi promesa".

Encapillaron a los siete gloriosos confesores de Cristo en la celda número 5 de la penitenciaría, por unos minutos, y luego los llevaron al paredón fatal. ¡Siete víctimas que con su sangre, iban a matizar los esplendores de aquel día de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora a los cielos!, dice el relator testigo de muchos de los sucesos que he referido y que se ha servido comunicármelos. Los presos solicitaron el permiso de escribir a sus familiares y se les concedió: "Somos inocentes de todo otro delito, escribieron, pero si nuestro delito es ser católicos declaramos que morimos por la fe en Dios".

A las cinco de la mañana estaban alineados todos ante el paredón. El primero en caer fue Fiacro Sánchez, el antiguo cristero... ¡En esos mismos momentos una hijita suya hacía su Primera Comunión. . .! El segundo fue Fidel, quien avanzó sereno y abriendo los brazos en cruz gritó el consabido "Viva Cristo Rey" que selló sus labios para siempre en la tierra. . .

Luego siguieron Dionisio Avalos, José Belén Cárdenas, Nicolás Acosta, Mauro Balderas y por último Odilón Osorio. Pocos minutos después llegaron los familiares y recogieron los cadáveres para darles honrosa sepultura. . .Sólo quedó tirada toda la mañana, ante el paredón, el cadáver de Fidel Muro, porque su pobre hermana, la única que pudiera reclamarlo. . .estaba presa. Al fin la señora Guadalupe Huerta, pudo sacar casi clandestinamente del hospital a donde había sido llevado a las tres de la tarde, el cadáver -del "Mártir de Zacatecas" como se le comenzó a llamar desde entonces. Llevólo a la casa de otra excelente señora, Doña Elena Soto, quien lo tendió para velarlo en una mesa que formaba parte de los muebles del obispado, que ella guardaba. Y sucedió entonces algo extraordinario. . .35 horas habían pasado de la muerte de Fidel, y había estado tendido en el patio de la penitenciaría y luego en una plancha del hospital; ni una mancha de sangre escapó de sus heridas en aquellos dos sitios, pero al colocarlo en la mesa del obispado, comenzó a manar de su cadáver sangre fresca, roja y abundante; tanto que las personas que acudieron a honrar el cadáver pudieron mojar en ella algodones, y aun se pudo reunir en una botellita algo de aquélla, que hasta la fecha se conserva líquida y roja esta reliquia estuvo en poder del Sr. Obispo de la Mora a quien se la entregó la madre Guadalupe; pasó después de la muerte del prelado a manos de los señores padres de Fidel en Zacatecas, y finalmente volvió a San Luis y después de 15 años, siempre fresca, la tuvo en el obispado de San Luis el Excmo. Sr. Obispo.

En el cementerio de San Luis se puede ver ahora una modesta tumba que levantó la Srita. María Azanza, sobre los restos del mártir, con esta inscripción:

“A la memoria del señor Fidel Muro —fusilado en la penitenciaría de San Luis Potosí— el 15 de agosto de 1928 a la edad de 25 años”.


Descansa en paz el que supo ofrendar su vida —que su sangre y la de sus compañeros que como él cayeron, al ser acepta a Dios Nuestro Señor nos obtenga la libertad que anhelamos.

FIN

ESCRITOS SUELTOS DEL LIC. Y MARTIR ANACLETO GONZALES FLORES, “EL MAISTRO”


EL EMPAREDAMIENTO


Estamos en vísperas de un inmenso e infame emparedamiento. Porque el emparedamiento de los cuerpos, por más que es una pena que ahoga, que aplasta, que de sólo pensarla asfixia y subleva, es muy poca cosa cuando se trata del emparedamiento de las almas.

Y de este emparedamiento se trata y no de otro. Porque las adiciones hechas últimamente al Código Penal Federal no van a otra cosa que a aplicarle al pueblo en masa, a nuestras tradiciones enteras, a nuestra historia, a las razones supremas y profundas de nuestro ser espiritual y nacional, la pena del emparedamiento. Sentimos que nuestros labios se abren ansiosamente, que nuestras manos arañan instintivamente piedras y muros, solamente al imaginar el emparedamiento de nuestro cuerpo.

Sentimos que toda nuestra alma se retuerce, que se crispa, que jadea, que se subleva hirviente de anatema, que grita encendida de coraje como león recientemente amarrado a los barrotes de la jaula cuando pensamos en el emparedamiento de la conciencia, en el emparedamiento de los espíritus. Nuestra alma nació en la cárcel; nace en la lóbrega sombra, en el rincón tenebroso de un trasto de barro olvidado pobre; pero todos los días –y éste es el trabajo tenaz de nuestra vida– buscamos ansiosamente, mejor dicho, busca ansiosamente, incansablemente, el espíritu abierto, las cuatro grandes y largas lejanías donde extender las alas inmensas del pensamiento.

Tenemos ya cerca de nosotros y desde que nacemos un infatigable, un implacable carcelero que todos los días apaga, quiebra, rompe el verso resonante o la palabra en que lanza sus ansias de emparedado el espíritu. Cuando Rafael en uno de los libros de Lamartine, dice que las notas son de fuego y el instrumento es caña, para expresar nuestros pensamientos, no hace más que arrojar sobre nuestra frente todo el lamento que han repetido todos los inspirados que no han podido escapar a la garra brutal de viejo carcelero que todos llevamos dentro de nosotros, cerca de nosotros, al lado de nosotros. Y aliarse bayonetas y espadas con ese carcelero, darle piedras y canteras para nuestras nuevas murallas, que aprieten, que sofoquen, que encierren para siempre el espíritu, es condenar al más infame de los emparedamientos. Y consagrar este emparedamiento en las leyes, sobre todo en materia religiosa, es ignorar hasta los principios más rudimentarios que presiden la vida humana, y cercenar brutalmente, matar reservas interiores y espirituales, que nunca podrán ser reemplazadas por nada ni por nadie.  No se necesita ser muy perspicaz para descubrir este hecho; cada hombre, cada pueblo a la vuelta de poco tiempo llega a trasladar, a transfundir en la totalidad de su vida exterior y en sus símbolos y elementos materiales exteriores, su ser interior.

La bandera no es más que esto; un signo exterior donde se ha querido que cuaje para siempre la fisonomía interior y total de un pueblo. Y como la bandera, hay otras muchas cosas que podríamos señalar. Y el ansia que todos sentimos de arrojar a nuestro camino una seña que nos recuerde, no es más que una de las manifestaciones del afán ciego e incontenible que siente nuestro espíritu de respirar y de quedar afuera de su cárcel aunque sea en un símbolo.

Somos, por tanto, como individuos, como patrias y como razas, un inmenso, complicado y sensible cordaje que todos los días vibra y se asoma para arrojar sus sonidos hacia los cuatro vientos. Hay entre las múltiples cuerdas de esa arpa maravillosa de nuestra alma, una que todos hemos sentido temblar y que hace al sacudirse se estremezca hasta lo profundo de las entrañas y del mundo central del espíritu, todo nuestro ser; es la cuerda con que todos, grandes y pequeños, sabios e ignorantes, ricos y pobres, cobardes y valientes, hemos saludado a Dios al verlo asomar todos los días a nuestra conciencia, a su paso por los cosmos, por nuestra vida y por la historia.

Por esto la libertad religiosa es la más íntima, la más espontánea y la más incontenible de todas las libertades. Se la ha intentado sofocar muchas veces; se la ha amarrado otras muchas; pero apenas hay un resquicio por donde el espíritu pueda saludar a Dios y se oye pasar por encima de las blasfemias de los beodos con el vino de Satán, el torrente ensordecedor de la glorificación.

Y a pesar de todo y de todos se cumple como siempre se ha cumplido, el pensamiento de Menéndez Pelayo[1]: “el que tenga Fe en el alma y valor para dar testimonio de su Fe ante los hombres, ante Dios, aún en medio del silencio general, no faltarán primero almas que sientan con él luego voces que respondan a la suya”. Piénsese bien; y esta frase del inmortal crítico español resume la historia de la libertad de conciencia. Pero de todos modos, quien se atreve a tener la audacia de abrir cárceles y de hacerse carcelero de la libertad religiosa, magulla, ahoga, estruja, desangra la fibra vital más honda, más íntima y más profunda de hombres y de pueblos. Y por esto el emparedamiento de las conciencias es un crimen que está sobre todos. Porque con ese crimen se intenta romper el hilo invisible que une al hombre con lo más alto, que es Dios. Hace poco tiempo, un articulista hablaba de los mutilados en la guerra del catorce. Y hacía hincapié en la angustia especial, en la amargura insondable de los mutilados del rostro. Pues éstos se sienten perpetuamente agobiados por la deformación de la cara, que es la síntesis de nuestro cuerpo en cuanto a la fisonomía. Pues la mutilación de la libertad religiosa, es más ruda, más dolorosa, más llena de amargura que la mutilación del rostro. Porque la mutilación de la libertad de conciencia es indudablemente la mutilación del ala más poderosa y más osada del pensamiento y de la vida.

Y día llegará, que está muy próximo, entre nosotros, en que se compruebe por medio de la crítica implacable de la historia, que si hemos llegado a ser un pueblo tuberculoso, lleno de úlceras y en bancarrota, ha sido, es solamente porque una vieja conjuración legal y práctica desde hace mucho tiempo mutiló el sentido de lo divino. Las adiciones últimas hechas al Código Penal Federal, son la más brutal mutilación que puede hacerse a la libertad de conciencia. Son las cuatro inmensas e impenetrables murallas donde se continuará padeciendo un emparedamiento donde la asfixia, para el pensamiento, para la conciencia, para el espíritu, será le ley ordinaria, la condición permanente de vivir.

Todo lo que quiera y piense el hombre bajo el impulso encendido de la conciencia iluminada por Dios, se quedará entre cuatro paredes: llámense esas cuatro paredes, templo, hogar, o barro humano. Y claro está que el emparedamiento de las almas y de los pensamientos es más funesto que el de los cuerpos. Porque todos vivimos del respiro de los demás en el orden espiritual más amplio y más fuerte. Entre el maestro y el discípulo no hay más que un fenómeno de respiración; el alumno absorbe, como el viajero quemado por el sol aspira el aire fresco, el aliento espiritual del maestro. Y así empezamos la vida de nuestro espíritu y así tenemos que continuarla. O sobrevendrá el emparedamiento y la anemia y, por último la asfixia. Se trata de matar la conciencia misma. No se trata solamente de un atentado contra la libertad de conciencia. Se la quiere matar. Porque el emparedamiento no va a otra cosa que a matar con la muerte más lenta, más desesperante y más arrasadora.

La prensa periódica independiente es una conciencia libre. Y porque es libre, maldice y anatematiza el emparedamiento, no tanto de cuerpos, como de pensamientos y des espíritus. Por esto hoy –en vísperas del grande, del inmenso emparedamiento de ideas, de plumas y de palabras y mañana también cuando se haya cerrado en torno de todas las almas cuatro largas, altas e impenetrables paredes erizadas de bayonetas de las últimas adiciones del Código Penal Federal– nosotros sumamos las ardientes, las inflamadas protestas de todas las bocas, las maldiciones de todos los condenados al emparedamiento y las arrojamos sobre la frente de los verdugos de la conciencia. Hace apenas cuatro días que se celebró en todo el mundo la toma de la Bastilla, llamada por Michelet[2] “la prisión del pensamiento”. En esta frase de Michelet hay algo, si no es que mucho más de metafórico. En cambio, en llamar a las últimas adiciones “la Bastilla de la libertad de conciencia” en nuestra Patria, no hay más que una fuerte y viva exactitud.

Y llamarles “la prisión del pensamiento”, el emparedamiento de los espíritus, el más infame, el más despótico, el más desesperante emparedamiento, es decir una rotunda, una aplastante verdad como una montaña.



[1] MENÉNDEZ y Pelayo, Marcelino (1856-1912). Polígrafo español, de vastísima erudición, fue un gran crítico y analista. Fue director de la Biblioteca Nacional.
[2] MICHELET, Jules (1798-1874). Historiador francés, doctor en letras, convertido al catolicismo en 1816, nunca renunció a su simpatía por el liberalismo político y filosófico.

Ite Missa Est

30 DE JULIO

SAN ABDON Y SENEN, MARTIRES


BIENAVENTURANZA DE LOS PERSEGUIDOS. — La Iglesia ha elegido en este día el Evangelio de las Bienaventuranzas para poner ante nuestra consideración la felicidad de los que son de Dios, de los que no titubean un instante en abandonarlo y en sufrirlo todo para serle fieles. Y de estas ocho bienaventuranzas que nos hace leer, la postrera es la más inesperada: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos." "¿Qué hay que temer de hombres que se apartan del mundo, que limitan en lo que pueden las asperezas de ambiciones terrenas y renuncian a toda rivalidad; de hombres misericordiosos y pacíficos que sólo obran el bien? Se llevan bien con sus prójimos, son inofensivos, ¿porqué perseguirlos, pues?" La leyenda de los Santos Abdón y Senén nos dice que eran ambos cristianos y que tenían la costumbre de enterrar dignamente a los mártires. ¿Qué motivo tenía nadie para odiarles por ello? Y, sin embargo, fueron detenidos, encarcelados y conducidos a la muerte por solo estos crímenes. "La historia nos enseña, efectivamente, que los hombres difícilmente soportan un espíritu que no es el suyo y, sobre todo, principios que superan a los suyos. Se dan entonces las persecuciones sufridas "por la justicia" por la sola adhesión a Dios y a su voluntad. El odio de Dios y del bien podrá parecer inexplicable, mas es real. Hay personas que sólo son perseguidas y molestadas por su virtud, por causa de Aquel a quien sirven y representan. "Mas, ¿cómo explicar la bienaventuranza relacionada con los perseguidos? Porque, sencillamente, el padecimiento es una etapa momentánea; por otro lado, la promesa divina es de tales proporciones que borra todo temor. A más de esto, solo hay verdadera dicha uniéndose a Dios, por lo que nosotros debemos considerar como una gran fortuna todo aquello que nos acerca más a El"'. Esta fué la felicidad y el gozo de nuestros mártires y su herencia por toda una eternidad.


VIDA. — Poco sabemos sobre los santos Abdón y Senén. Las pinturas de su cripta sepulcral nos hacen pensar que eran nobles persas. Sus nombres prueban que eran de origen oriental, mas su sepultura en las inmediaciones de un barrio obrero y junto a los almacenes de un gran puerto, ha hecho suponer que más bien eran comerciantes o bien obreros, o quién sabe si esclavos. Verosímilmente vertieron su sangre por Cristo bajo Decio o Valeriano, mediado el siglo III. Sus cuerpos fueron sepultados en el cementerio de Ponciano y en su honor se levantó una basílica junto a la vía de Porto. En el siglo ix el Papa Gregorio IV depositó sus reliquias en la basílica de San Marcos. Créese que una parte de estas reliquias fué trasladada al Monasterio de Notre-Dame, en Arles-sur-Tech, en la diócesis de Perpignan. Su fiesta, mencionada en el calendario de 354, es una de las más antiguas de la liturgia romana.


PLEGARIA. — Recitaremos en su honor el antiguo y hermoso Prefacio que el Sacramentario gregoriano asigna para este día. "Verdaderamente es digno y justo que te alabemos, oh Dios, y que cantemos tu magnificencia en tus Santos. Tú les has predestinado para gloria eterna desde antes de la creación del mundo a fin de mostrar a esta tierra por medio de ellos la luz de tu verdad. Tú les has amado por el Espíritu de la verdad para que fueran capaces de vencer el temor de la muerte en su carne débil. En medio de todos estos Santos se encuentran tus mártires Adbón y Senén que han florecido cual rosas y lirios en el jardín de tu Iglesia. Sangre de tu único Hijo era la que corría sobre ellos al tiempo que combatían y daban el testimonio de tu nombre y, en recompensa de sus sufrimientos, El les ha revestido del blanco esplendor de los lirios."

viernes, 29 de julio de 2016

San Pedro de Alcántara - Tratado de la Oración y Meditación

PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I.

DEL FRUTO QUE SE SACA DE LA ORACIÓN Y
MEDITACIÓN


Porque este tratado breve habla de oración y meditación, será bien decir en pocas palabras el fruto que de este santo ejercicio se puede sacar, porque con más alegre corazón se ofrezcan los hombres a él. Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que el hombre tiene para alcanzar su última felicidad y bienaventuranza, es la mala inclinación de su corazón, y la dificultad y pesadumbre que tiene para bien obrar; porque a no estar ésta de por medio, facilísima cosa le sería correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin para que fue criado. Por lo cual dijo el Apóstol (Rom.7,23): Huélgome con la ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley e inclinación en mis miembros, que contradice a la ley de mi espíritu. Y me lleva tras sí cautivo a la ley del pecado. Ésta es, pues, la causa más universal que hay de todo nuestro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad y facilitar este negocio, una de las cosas que más aprovechan es la devoción. Porque (como dice Santo Tomás) no es otra cosa devoción si nos una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual despide de nuestra ánima toda esa dificultad y pesadumbre y nos hace prontos y ligeros para todo bien. Porque es una refección espiritual, un refresco y rocío del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo y un afecto sobrenatural; el cual, de tal manera regla, esfuerza y transforma el corazón del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos muestra la experiencia de cada día, porque al tiempo que una persona espiritual sale de alguna profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por Él; y, finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma.

Y si me preguntas por qué medios se alcanza ese poderoso y tan notable afecto de devoción, a esto responde el mismo santo doctor diciendo: que por la meditación y contemplación de las cosas divinas; porque de la profunda meditación y consideración de ellas redunda este afecto y sentimiento acá en la voluntad, que llamamos devoción, el cual nos incita y mueve a todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado este santo y religioso ejercicio de todos los santos; porque es medio para alcanzar la devoción, la cual, aunque no es más que una sola virtud, nos habilita y mueve a todas las otras virtudes, y es como un estímulo general para todas ellas. Y si quieres ver cómo esto es verdad, mira cuán abiertamente lo dice San Buenaventura (en De vita Christi) por estas palabras: Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás, y defenderte de sus engaños, seas hombres de oración. Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente, si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe la unción y gracia del Espíritu Santo, la cual enseña todas las cosas. Y demás de esto, si quieres subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejercítate en la oración, porque éste es el camino por donde sube el ánima a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. Ves, pues, de cuánta virtud y poder sea la oración? Y para prueba de todo lo dicho (dejado aparte el testimonio de las Escrituras Divinas), esto basta ahora por suficiente probanza que habemos oído y visto, y vemos cada día muchas personas simples, las cuales han alcanzado todas estas cosas susodichas y otras mayores mediante el ejercicio de la oración. Hasta aquí son palabras de San Buenaventura. Pues ¿qué tesoro, qué tienda se puede hallar más rica, ni más llena que ésta? Oye también lo que dice a este propósito otro muy religioso y santo Doctor', hablando de esta misma virtud: En la oración (dice él), se a limpia el ánima de los pecados, apacientase la caridad, certifica se la fe, fortalecese la esperanza, alegrase el espíritu, derrítense las entrañas, purifícase el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, renuevanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella no faltan centellas vivas de deseos del cielo, entre los cuales arde la llama del divino amor. ¡Grandes son las excelencias de la oración! ¡Grandes son sus privilegios! A ella están abiertos los Cielos. A ella se descubren los secretos, y a ella están siempre atentos los oídos de Dios. Esto basta ahora para que en alguna manera se vea el fruto de este santo ejercicio.

Ite Missa Est

29 DE JULIO

SANTA MARTA, VIRGEN

Misa – DILEXÍSTI
Epístola – II Cor; X, 17-18 y XI, 1-2
Evangelio – San Lucas X, 38-42


HOSPEDERA DEL SEÑOR. — "En cualquiera ciudad o aldea que entréis, informaos de quién hay en ella digno, y quedaos allí'", decía el Hombre- Dios a sus discípulos. Ahora bien, nos narra San Lucas, sucedió que, yendo de camino, entró él en una aldea, y una mujer llamada Marta le acogió en su casa. ¿Dónde encontraremos un elogio más bello y alabanza más cierta de la hermana de Magdalena, que en la confrontación de estos dos textos evangélicos? Este lugar donde se acogió como digno de él, y que fué escogido por Jesús para darle hospedaje: este villorrio, dice San Bernardo, era nuestro humilde planeta, perdido, como obscura aldehuela, en la inmensidad de las posesiones del Señor El Hijo de Dios, abandonados los cielos, caminaba en busca de la oveja perdida, llevado del amor. Oculto en el disfraz de nuestra carne pecadora vino a este mundo, hechura de sus manos, mas el mundo no le conoció Israel, pueblo suyo, no le puso ni siquiera una piedra donde recostar su cabeza; y le abandonó en su sed viéndose obligado a mendigar el agua de los Samaritanos. Nosotros los rescatados a la gentilidad por él, a quienes buscaba amorosamente con sacrificios y renuncias, ¿no es cierto que debemos unir nuestro agradecimiento al suyo para aquella que, no haciendo caso de la impopularidad del presente y de las amenazas de persecución en el futuro, quiso saldar para con él una deuda común a todos nosotros?.

PRIVILEGIO DE MARTA. — ¡ Gloria, pues, sea dada a la hija de Sión que, fiel a las tradiciones hospitalarias recibidas de sus antepasados los patriarcas, fué bendecida mucho más que ellos en el ejercicio de tan noble virtud! Con más o menos claridad, supieron, eso no obstante, estos antecesores de nuestra fe que el deseado de Israel y esperado de las naciones debía aparecer como viajero y peregrino sobre la tierra3. Por eso, ellos mismos, peregrinos de una patria mejor y sin morada fija, honraban al futuro Salvador en todo desconocido que a su tienda se acercaba; lo mismo que nosotros debemos venerar a Cristo en el huésped que su bondad nos envía. Para ellos, lo mismo que para nosotros, esta relación que se les indicaba entre el que había de venir y el forastero que buscaba un asilo, hacia de la hospitalidad una de las más ilustre allegadas de la caridad. Más de una vez la visita de Angeles, presentándose bajo apariencias humanas en los buenos servicios de su celo, manifestó, efectivamente, la complacencia del cielo. Pero, si es justo estimar en su debido valor estas celestiales finezas de las que en manera alguna era digna la tierra, no hay que olvidar que mucho más elevado fué el privilegio de Marta, verdadera dama y princesa de la santa hospitalidad, desde el momento en que colocó su bandera en la cumbre hacia donde convergen todos los siglos que precedieron a aquel momento y los que seguirán. Si fué meritorio honrar a Cristo, antes de su venida, a aquellos que, de lejos o de cerca, eran figura suya; si Jesús promete la eterna recompensa a cualquiera que le ampare y sirva en sus miembros místicos, sin duda más laudable fué y más mereció aquella que recibió en persona a Aquel cuyo simple recuerdo o memoria comunica a la virtud, en todos los tiempos, mérito y grandeza. Y así como supera Juan a todos los Profetas' por haber mostrado presente al Mesías a quienes ellos anunciaron desde lejos, así el privilegio de Marta, que recibe su excelencia de la propia y directa excelencia del Verbo de Dios a quien ella socorrió en la misma carne que había tomado para salvarnos, la coloca por encima de todos los que practicaron las obras de misericordia.

ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN. — Mas no creamos que, porque María haya escogido la mejor parte a los pies del Señor2, la de Marta haya de ser menospreciada. El cuerpo es uno solo, más tiene numerosos miembros; y todos estos miembros no tienen un idéntico oficio. Así, el empleo de cada miembro con Cristo es diverso según la gracia que haya recibido, ya sea para profetizar o sólo para servir. Y el apóstol, exponiendo esta diversidad del divino llamamiento, decía: "Por la gracia que me ha sido dada, os encargo a cada uno de vosotros no sentir por encima de lo que conviene sentir, sino sentir modestamente, cada uno según Dios le repartió la medida de la fe". ¡Oh discreción, custodia de la doctrina y madre de todas las virtudes 5, cuántas pérdidas en las almas y frecuentes naufragios podrías tú evitar! "Quienquiera que se ha entregado plenamente a Dios—dice San Gregorio con su habitual criterio siempre tan exacto—debe cuidar de no darse sólo a las obras, sino que debe tender también a las cumbres de la contemplación. Conviene saber bien, eso no obstante, que existe una gran variedad de temperamentos espirituales. Uno que podría vacar pacíficamente a la contemplación de Dios, quizás sucumba aplastado bajo el peso de las obras; otro que habría llevado una vida honesta en medio de la acostumbrada ocupación de los negocios humanos, será tal vez mortalmente herido con la espada de una contemplación que excedería sus fuerzas; todo ello unas veces por falta de amor que impide al descanso degenerar en languidez, otras, por falta de temor que nos guarda de ilusiones orgullosas y sensuales. El hombre que quiere ser perfecto, debe primero andar por el camino trillado de la práctica de las virtudes, para ascender a las alturas con mayor seguridad, abandonando acá abajo todo impulso de los sentidos que sólo son capaces de extraviar la búsqueda del espíritu y toda imagen cuyos límites no puedan adaptarse a la luz sin término que él desea contemplar. A la acción, pues, el primer tiempo; a la contemplación el último. El Evangelio alaba a María, pero en manera alguna censura a Marta porque grandes son los méritos de la vida activa, aunque mejores los de la contemplativa'".

FIGURA DE LA IGLESIA. — Si queremos penetrar más en el misterio de las dos hermanas observemos que, aún cuando sea María la preferida, no fué en su casa ni en la de su hermano Lázaro, sino en la de Marta, donde el Hombre-Dios se manifestó morando acá abajo con aquellos a quienes amaba. Jesús—dice San Juan—amaba a Marta y a su hermana María y a Lázaro2. Lázaro, figura a los penitentes que su misericordiosa omnipotencia llama cada día de la muerte del pecado a la vida divina; María, entregándose desde este mundo a las ocupaciones de la eternidad; Marta, finalmente, nombrada aquí la primera como de mayor edad que sus dos hermanos, la primera por el tiempo místicamente, como ha dicho arriba San Gregorio, mas también como de quien dependen el uno y la otra en esta morada cuya administración está encomendada a sus cuidados. ¿Quién no reconocerá aquí al tipo perfecto de la Iglesia, donde, en la abnegación de un fraternal amor bajo la mirada del Padre que está en los cielos, el misterio activo tiene la precedencia del gobierno sobre todos aquellos a quienes la gracia conduce a Jesús? ¿Quién no comprendería por eso las preferencias del Hijo de Dios para esta casa bendita? La hospitalidad que recibía en ella, por más abnegada que fuese, le descansaba menos de su trabajoso camino que la vista tan perfilada ya de la Iglesia que le habrá arrastrado del cielo a la tierra.

EL HONOR DE SERVIR. — Marta comprendió, pues, anticipadamente que cualquiera que tenga la primacía debe ser el servidor. De la misma manera que el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir '; del mismo modo que más tarde el Vicario de Cristo se llamará siervo de los siervos de Dios. Mas, sirviendo a Jesús como servía ella con El y por El a su hermano y a su hermana, ¿quién habrá que dude que más que nadie tenía ella parte en las promesas del Hombre-Dios, cuando decía: "Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo esté, también estará allí mi servidor... y mi Padre le honrará?". Y esta regla tan hermosa de la hospitalidad antigua, que creaba entre el huésped y el extranjero una vez admitido a su hogar, lazos semejantes a los de la sangre, ¿creeremos nosotros que en el caso presente el Emmanuel no habría reparado en ella, siendo así que su evangelista nos dice que "a cuantos le recibieron dio les potestad de llegar a ser hijos de Dios?'". Efectivamente, nos dice El mismo, "quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado" .La paz prometida a toda casa que se mostrase digna de recibir a los enviados celestiales; la paz que va acompañada siempre del Espíritu de adopción de hijos, se posó sobre Marta con una incomparable abundancia. La exuberancia demasiado humana que al principio se había dejado entrever en su nerviosa solicitud, habla sido para el Hombre-Dios ocasión de mostrar su divino celo en la perfección de esta alma tan pura y sacrificada. Al contacto sagrado, la naturaleza viva .de la hospedera del Rey pacífico, Despojó se de todo lo que le quedaba de febril inquietud; y más obsequiosa servidora que nunca, más estimada que ninguna otra4, bebió con su ardiente fe en el Hijo de Dios vivo5 aquella inteligencia de lo único necesario y de la mejor parte que un día debía ser también la suya. ¡Cómo se nos muestra aquí Jesús como maestro de la vida espiritual y modelo de prudente firmeza, de dulzura paciente, de sabiduría celestial en la dirección de las almas a las cumbres!

BETANIA. — Hasta el final de su carrera mortal, según el consejo de estabilidad que El mismo había dado a los suyos ', el Hombre-Dios permaneció fiel a la hospitalidad de Betania. De allí partió para salvar al mundo con su dolorosa Pasión y, cerca de la misma Betania quiso, al abandonar el mundo, volver a los cielos2.

SERVIDA POR EL SEÑOR.— ¡Oh Marta!, envidiable es tu lugar en los cielos, una vez que has tomado posesión de la mejor parte para siempre. Pues, según dice San Pablo, "los que desempeñaren dignamente su ministerio alcanzarán honra y gran autoridad en la fe de Cristo Jesús". El servicio ministerio que desempeñan los diáconos, de los que habla el Apóstol, en la Iglesia le has hecho tú con su Cabeza y Jefe. Tú has sabido gobernar bien tu propia casa' que era figura de esta casa tan amada del Hijo de Dios. Ahora bien, nos dice el Doctor de las gentes "Dios no es injusto, no olvida vuestras obras y el amor que le habéis demostrado los que habéis servido a los santos'". Y el Santo de los Santos, convertido en tu huésped y deudor, ¿no nos deja desde este momento entrever tus grandezas cuando, hablando del siervo fiel constituido como procurador de su familia, exclama: "Dichoso el siervo aquel a quien, al venir su amo, hallare que hace así. En verdad os digo que le pondrá al frente sobre toda su hacienda?"2. Llegó ya el momento del eterno encuentro. Sentada desde hoy en la morada de este huésped, fiel más que ningún otro a las leyes de la hospitalidad, le verás hacer de su mesa la tuya y, Ciñendo se a su vez, te servirá como tu le serviste a él.


AL SERVICIO DE LA IGLESIA. — Desde el lugar de tu descanso, protege a los que administran los intereses de Cristo acá en la tierra en su cuerpo místico que es toda la Iglesia, en sus miembros fatigados o dolientes que son los pobres y los afligidos de cualquier manera. Bendice y multiplica las obras de la santa hospitalidad. Que el vasto campo de la misericordia y de la caridad vea acrecentar cada vez más en nuestros días sus prodigiosos frutos. ¡Qué no se pierda nada de la laudable actividad en donde se consume el celo de tantas almas generosas! Y con este motivo enséñanos, ¡oh santa hermana de María! a no anteponer nada al "único necesario", a estimar en su debido valor "la mejor parte'".