MARTIR
DE ZACATECAS
Y en efecto el señor Azanza fue llamado a la presencia del jefe, quien le
comunicó la hazaña de Fidel, y que estaba dispuesto a dar a él y a su hija la
libertad pero que tendrían que pagar como multa (¿por qué crimen?) cierta
cantidad. Azanza, en vista de su hija, ofreció pagar la dicha multa, pero
doblándola si al mismo tiempo daban la libertad al generoso Fidel.
El jefe aceptó gozoso, y recibió la doble cantidad que había señalado, poniendo
inmediatamente en libertad a los dos Azanza, y prometiendo que al cabo de
algunos días saldría libre también Fidel. ¡Felonía inconcebible en un militar
mexicano! porque éstos siempre han tenido, fueran cuales fueran sus ideas, en
grande estima su palabra de honor militar. Pero ¡ de todo hay en la viña del
Señor! Fidel fue recluido en la penitenciaría y su tercer encarcelamiento que había
de durar veintiséis días, sólo terminó con su martirio.
Los señores Azanza, profundamente amargados por tantos males, se expatriaron
a los Estados Unidos, donde pronto murió la señora Doña María Sánchez Gordoa de
Azanza, consumida por los pesares. Fidel en su prisión volvió a ser martirizado
espantosamente. Algo de sus tormentos se supo por una compañera católica de
prisión, que refirió cómo, sin piedad, lo dejaban días enteros sin alimento, ni
agua para calmar su sed. Y cuando ya muerto, se pudo ver su cuerpo, se le
encontró con las espaldas horriblemente llagadas y quemadas con resistencias
eléctricas. Pero la misma compañera de prisión refirió que nunca se quejaba y
siempre parecía contento esperando la hora del martirio. Y ésta llegó al fin.
Otra vez el traidor, sea quien sea, pero el mismo de antes, presentó otra
denuncia al general Turrubiates; en virtud de la cual se arrestó a tres jóvenes
menores de 22 años, Dionisio Avalos, Nicolás Acosta y Odilón Osorio, que había
tomado el nombre de Alberto Balderas para ocultarse mejor de los enemigos, y
además a dos antiguos jefes cristeros, José Belén Cárdenas y Fiacro Sánchez
Serafín, y a Mauro Balderas.
El 14 de agosto fueron alojados en la penitenciaría, acusados de ser "agentes
de los rebeldes" y a ellos unieron bajo la misma acusación a Fidel, para
someterlos a todos a un juicio sumarísimo que ya sabemos lo que significaba:
esto es la pena de muerte. Los familiares de los presos pretendieron interponer
un amparo. ¡ Un amparo en aquellos días!... ¡Pobre del juez que se hubiera
atrevido a respetarlo! La sentencia no se hizo esperar: "los siete
individuos, basándonos en los documentos que obran en nuestro poder, serán
pasados por las armas". Eran las tres y media de la madrugada del 15 de
agosto de 1928 cuando en la farsa del juicio, se firmó la tal sentencia. Fidel,
al ser presentado a los jueces, dio una nueva prueba de su hombría y su fe
cristiana. —"Sé —dijo a los que le interrogaban— todo eso que me
preguntáis, pero hice juramento a Dios de no decir cosa alguna de los negocios
de la Liga y muero fiel a mi promesa".
Encapillaron a los siete gloriosos confesores de Cristo en la celda
número 5 de la penitenciaría, por unos minutos, y luego los llevaron al paredón
fatal. ¡Siete víctimas que con su sangre, iban a matizar los esplendores de aquel
día de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora a los cielos!, dice el relator
testigo de muchos de los sucesos que he referido y que se ha servido comunicármelos. Los presos solicitaron el permiso de escribir a sus familiares y se les
concedió: "Somos inocentes de todo otro delito, escribieron, pero si
nuestro delito es ser católicos declaramos que morimos por la fe en Dios".
A las cinco de la mañana estaban alineados todos ante el paredón. El primero
en caer fue Fiacro Sánchez, el antiguo cristero... ¡En esos mismos momentos una
hijita suya hacía su Primera Comunión. . .! El segundo fue Fidel, quien avanzó
sereno y abriendo los brazos en cruz gritó el consabido "Viva Cristo
Rey" que selló sus labios para siempre en la tierra. . .
Luego siguieron Dionisio Avalos, José Belén Cárdenas, Nicolás Acosta,
Mauro Balderas y por último Odilón Osorio. Pocos minutos después llegaron los familiares y recogieron los
cadáveres para darles honrosa sepultura. . .Sólo quedó tirada toda la mañana, ante el paredón, el cadáver de Fidel
Muro, porque su pobre hermana, la única que pudiera reclamarlo. . .estaba
presa. Al fin la señora Guadalupe Huerta, pudo sacar casi clandestinamente del
hospital a donde había sido llevado a las tres de la tarde, el cadáver -del
"Mártir de Zacatecas" como se le comenzó a llamar desde entonces. Llevólo
a la casa de otra excelente señora, Doña Elena Soto, quien lo tendió para
velarlo en una mesa que formaba parte de los muebles del obispado, que ella
guardaba. Y sucedió entonces algo extraordinario. . .35 horas habían pasado de
la muerte de Fidel, y había estado tendido en el patio de la penitenciaría y
luego en una plancha del hospital; ni una mancha de sangre escapó de sus
heridas en aquellos dos sitios, pero al colocarlo en la mesa del obispado,
comenzó a manar de su cadáver sangre fresca, roja y abundante; tanto que las
personas que acudieron a honrar el cadáver pudieron mojar en ella algodones, y
aun se pudo reunir en una botellita algo de aquélla, que hasta la fecha se
conserva líquida y roja esta reliquia estuvo en poder del Sr. Obispo de la Mora
a quien se la entregó la madre Guadalupe; pasó después de la muerte del prelado
a manos de los señores padres de Fidel en Zacatecas, y finalmente volvió a San
Luis y después de 15 años, siempre fresca, la tuvo en el obispado de San Luis
el Excmo. Sr. Obispo.
En el cementerio de San Luis se puede ver ahora una modesta tumba que
levantó la Srita. María Azanza, sobre los restos del mártir, con esta inscripción:
“A la memoria del señor Fidel Muro —fusilado en la penitenciaría de San
Luis Potosí— el 15 de agosto de 1928 a la edad de 25 años”.
Descansa en paz el que supo ofrendar su vida —que su sangre y la de sus
compañeros que como él cayeron, al ser acepta a Dios Nuestro Señor nos obtenga
la libertad que anhelamos.
FIN
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