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miércoles, 19 de febrero de 2020

EL CORAZÓN ADMIRABLE DE LA MADRE DE DIOS

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§ 2. TRES CORAZONES Y UN SOLO CORAZÓN

CAPÍTULO III (continuación)

El Corazón corporal de la Santísima Madre de Dios Para mejor conocer qué sea el Corazón sensible y corpóreo de la Santísima Virgen, será bueno aclarar antes algo de las excelencias de su santo cuerpo, del cual es parte primerísima el Corazón. A este respecto he de afirmaros que así como nada existe en Jesús que no sea grande y admirable; tampoco hay nada en la Madre de Jesús que no esté lleno de maravillas y grandezas. Cuanto existe en la santa humanidad de Jesús, se halla deificado y elevado a una dignidad infinita por su unión con la divinidad. Y todo lo que existe en María se ve enaltecido y santificado hasta lo incomprensible por su divina Maternidad. Ninguna parte hay en el sagrado cuerpo de Jesús que no sea digna de la eterna admiración de los hombres y de los Ángeles. Y nada hay en absoluto en el cuerpo virginal de la Madre de Dios, que no merezca las inmortales alabanzas de la creación entera.
Con razón dice San Pablo: que en modo alguno somos deudores a la carne ni a la sangre'; que cuantos viven según las tendencias de la carne y de la sangre perecerán y morirán de muerte eterna (2); que la prudencia de la carne es la peste y muerte del alma 3; que la sabiduría de la carne, es enemistad con Dios (4); que los hijos de la carne no son hijos de Dios (5); que ni la carne ni la sangre poseerán el reino de Dios (6); que el bien no es patrimonio de nuestro cuerpo, sino todo lo contrario, lo es toda clase de mal; que es un cuerpo de muerte (7), y una carne de pecado (8); y que cuantos son de Jesucristo han crucificado su carne con todos sus vicios y perversos inclinaciones ( 9 ) .
Sin embargo, cuanto mayor debe ser nuestro desprecio y mortificación de este cuerpo de muerte y de esta carne de pecado que llevamos con nosotros, y que viene a ser un vertedero de inmundicias, masa de corrupción, un muladar pútrido e infierno de abominación, tanto mayor debe ser nuestro respeto y veneración del purísimo y santísimo cuerpo de la Madre del Redentor, por sus maravillosas excelencias de que está dotado, entre las cuales quiero señalar cinco principales que vienen a constituir el permanente objeto de veneración de los Espíritus bienaventurados.

LA CARNE VIVIFICA DE MARÍA

1. LA CARNE VIVIFICA DE MARÍA.
La excelencia primera, es la de haber sido formado este cuerpo, en las entrañas benditas de Santa Ana, no ciertamente por la ordinaria virtud de la naturaleza, sino por el extraordinario poder de Dios, ya que la inmaculada concepción de la Santísima Virgen, sólo a base de un gran milagro de naturaleza y de gracia pudo realizarse. En este sentido se puede aseverar que su cuerpo ha sido formado por mano del Espíritu Santo, y que es obra del Altísimo. Por eso después del cuerpo deificado de Jesucristo Nuestro Señor, no ha habido ni habrá nunca en la tierra cuerpo alguno tan perfecto en toda suerte de ventajosas cualidades como el sagrado cuerpo de la Purísima Madre. Pues Dios, le formó de propia mano y para altísimos destinos de su eterno juicio, ¿quién va a dudar de que la haya dotado de cualidades convenientes al fin tan sublime a que la ha destinado, y a las funciones en que ha de ocuparse? ¿Queréis saber algo de las raras perfecciones del santo cuerpo de la Virgen de las vírgenes? Leed lo que los Santos Padres y eclesiásticos historiadores dicen de él. Leed lo que nos dicen San Epifanio, Nicéforo, Calixto y tantos otros.
Su cuerpo se veía adornado de cuantas perfecciones se requieren para la perfección de una soberana hermosura. Su andar reposado y compuesto, lleno de modestia, con la cabeza algo inclinada al andar como una virgen humilde y pudorosa; su voz argentina, dulce, casta y graciosa. Toda su compostura exterior llena de majestad y bondad. En una palabra: era imagen viviente del pudor, de la humildad, de la mortificación, de la modestia y demás virtudes. El vestido era limpio y apropiado; siempre, con todo, modesto, sin ostentación, ni más color que el de la lana; su manto de color celeste.
Era de santísimas costumbres y en su conversación se mezclaban la dulzura y la gravedad, la humildad y la caridad: todo lo cual la hacía amable y respetable a cuantos la veían. Era amante del silencio, hablaba poco y raras veces, nunca se dejó llevar de ira, de impaciencia, de risas inmoderadas, ni pronunciaba jamás palabras ociosas.
De esta forma nos describe Nicéforo en su Historia a la Santísima Virgen (1O). Y parecidamente San Epifanio, presbítero de Jerusalén, que asegura haber puesto toda la diligencia posible en la búsqueda de antiguos autores griegos que describieron las costumbres de la Madre de Dios, para escoger cuanto hubiese de más exacto (11).
Prestemos oído ahora a los demás Santos Padres. "Sois toda hermosa, Virgen de las Vírgenes, exclama San Agustín; sois toda agradable, inmaculada, luminosa, gloriosa, adornada de toda perfección, enriquecida con toda santidad; sois más santa y más pura -aun en vuestro mismo cuerpo- que todas las Virtudes angélicas" 12. " i Oh hermosura de hermosuras! exclama San Jorge, Arzobispo de Nicomedia. ¡Oh madre de Dios!, sois el ornato y la corona de cuánto hay de más bello y resplandeciente en el universo" 13.
i0h Virgen santa, dice San Anselmo, vos sois tan soberanamente bella y tan perfectamente admirable, que encantáis los ojos y robáis los corazones de cuantos os contemplan!» (14).
La segunda excelencia del virginal cuerpo de la Reina del cielo es la de haber sido expresamente formado para nuestro Señor Jesucristo, y para El sólo. Fue creado el cielo para ser morada de los ángeles y de los santos; pero el cuerpo glorioso de María es un cielo creado exclusivamente para morada del Rey de los Ángeles y del Santo de los Santos. iOh divina Virgen, vuestra purísima sangre ha sido creada para materia del cuerpo adorable de Jesús; vuestro sagrado seno, para recibirle durante nueve meses; vuestros benditos pechos para amamantarle; vuestros santos brazos para sostenerle; vuestro seno y virginal pecho para hacerle reposar; vuestros ojos, para mirarle y cubrirle con sus lágrimas dolientes y amorosas; vuestros oídos, para escuchar sus divinas palabras; vuestro cerebro para emplearse en la contemplación de su vida y de sus misterios; vuestros pies, para conducirle y acompañarle a Egipto, Nazaret, Jerusalén, al Calvario, y demás lugares por los que anduvo; vuestro divino Corazón, para amarle, y amar cuanto El amaba.
La tercera excelencia del sagrado cuerpo de la Madre admirable, es la de haber sido animado por el alma más santa que haya existido, después del alma adorable de Jesús. Con respecto a lo cual puede afirmarse que los órganos de este santo cuerpo han servido para las más altas y excelentes funciones que pueden darse, después de las del alma deificada del Hijo de Dios.
Paréceme oír al gran apóstol San Pablo cuando protesta con orgullo que, sea en vida, sea en muerte, Jesucristo será siempre glorificado en su cuerpo (15). Si Cristo es glorificado en el cuerpo de un Apóstol, que llama a su mismo cuerpo, cuerpo... de pecado y de muerte, ¡qué gloria no recibirá en el cuerpo de su divina Madre, que es fuente de vida inmortal, y en el cual no tuvo entrada el pecado, por haber sido santificado juntamente con el alma desde el mismo instante de su Concepción inmaculada! Con tal motivo la llama en su liturgia, el apóstol Santiago, apellidado hermano del Señor:
"Virgen santísima, inmaculada, bendita sobre todas las cosas, siempre dichosa e irreprensible en todos sus modales".
Y he aquí la cuarta excelencia del sagrado cuerpo de la Madre del Santo de los santos, que consiste en haber cumplido a perfección el mandamiento que Dios nos enseña por su Apóstol con estas palabras: "Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo" (16); y que ella comenzó a poner en práctica mucho antes de que se pronunciasen.
Queriendo dar a conocer el Espíritu Santo a todos los cristianos que la voluntad de Dios es su santificación, no sólo en sus almas mas también en sus cuerpos, en los que han de llevarle y glorificarle, les comunica por boca de San Pablo: "Que deben ser en cuerpo y alma, como vasos honorables y santos, útiles al servicio del soberano Señor de todas las cosas, y dispuestos a toda clase de buenas obras" (17).
Que sus miembros deben ser como armas de justicia y de santidad en manos de Dios, de que pueda servirse El para combatir y vencer a su enemigo, el pecado, y para santificarles (18.)
Que sus cuerpos deben ser hostias vivas, santas, agradables a Dios y dignas de ser inmoladas a gloria de su Divina Majestad (19). Que esos mismos cuerpos deben ser templos del Dios vivo (2O).
Que son miembros de Jesucristo, hueso de sus huesos, carne de su carne, porción del mismo, y sus santas reliquias; y en consecuencia, deben vivir animados de su espíritu, vivir su vida, y hallarse revestidos de su santidad; y que el Hijo de Dios debe vivir no sólo en sus almas, sino también en sus cuerpos; y que debe aparecer su vida en nuestra carne mortal (2l).
Ahora bien; si un cuerpo de muerte, y una carne de pecado como es la nuestra, están obligados a llevar realmente todas estas santas cualidades y estar adornados de tan grande santidad, ¿cómo puede dudarse que el virginal cuerpo de la Madre de Dios no se halle poseído de tan sublime perfección, y que no haya experimentado tales efectos en sumo grado? ¿No es cierto que este cuerpo bienaventurado es vaso purísimo y utilísimo para gloria de su Hacedor, y es asimismo el más cumplido en frutos de buenas obras como jamás se hayan dado? ¿No es cierto que después de la Víctima adorable, inmolada en la cruz, nada más santo ha podido ofrecerse nunca a Dios que el purísimo cuerpo de la Reina de los Santos? ¿No es cierto que es el más augusto y el más digno templo de la divinidad, después del sacratísimo cuerpo del Hijo de Dios? ¿No es cierto que es el primero y más noble miembro del Cuerpo Místico de Jesús? Y ¿quién podrá referir el ornato y lustre que la casa de Dios recibe de este precioso y admirable vaso? ¿Quién podrá pensar en la gloria que recibe la Santísima Trinidad en este santo templo, con el sacrificio de esta hostia incomparable? ¿Quién dudará de que el espíritu de Jesús no se halle plenamente viviente en todas las partes del cuerpo de su divina Madre -la más noble y perfecta de las vidas-, como en el más noble y excelente de entre sus miembros? ¿A quién le cabe dudar de que este sagrado cuerpo no se vea amado, poseído y regido por este mismo espíritu como por su propia alma? ¿Quién puede dudar de que Dios no se vea más honrado en este cuerpo de la Virgen Madre, que en todos los cuerpos restantes y en todos los espíritus aun los más santos del cielo y de la tierra? ¿Quién puede dudar, en fin, de que esta fidelísima Virgen no haya glorificado a Dios en su cuerpo, de todas las formas posibles? Le ha glorificado con la práctica de las palabras de San Pablo, mucho antes de que fuesen proferidas: "Mortificad vuestros miembros" (22); pues la Virgen ha mortificado de continuo los suyos con ayunos, abstinencias y otras maceraciones, y por una perfecta privación de las satisfacciones de la naturaleza: no comiendo, no bebiendo, ni durmiendo, ni tomando recreación alguna para satisfacción de los sentidos, sino por sola necesidad, y para obedecer a la divina Voluntad que gobernaba enteramente su alma Y su cuerpo y en todas las cosas.



TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPIRITU DE PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO.

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IV. Es un estorbo para el espíritu de recogimiento.

  

1. El recogimiento a las gracias que se han recibido, es obligación esencial de la devoción. Pero este reconocimiento supone necesariamente el conocimiento de las gracias y misericordias de Dios; y no puede ser vivo y activo, sino a proporción de lo que lo es el sentimiento que tiene de las gracias y misericordias recibidas: y este sentimiento nunca es vivo en un alma que tiene poca confianza en Dios. No se atreve a prometerse que recibirá mucho en adelante: y aún no se atreve a creer que ha recibido mucho en el pasado. Y con semejante disposición, ¿cómo los afectos de reconocimiento podrán ser vivos y capaces de hacer sobre su corazón profundas impresiones?

   2. Si se le presenta algunas veces lo grande de las misericordias que Dios le ha hecho, y se le obliga a que las confiese, no por eso su reconocimiento se hace más vivo y más activo. Su esperanza, siempre débil y trémula, apenas le permite creer que es más dichosa, o está más favorecida de Dios. SE siente como movida a creer, que todas estas grandes gracias no servirán sino para hacerla más desgraciada, y para traer sobre sí más rigurosa condenación: y estas reflexiones casi destruyen en ella la experiencia de las misericordias de Dios y el espíritu de reconocimiento; lo cual es un nuevo estorbo para el espíritu de oración, y para otras nuevas gracias que Dios le hubiera comunicado; “porque la ingratitud, dice san Bernardo, es un viento abrazador, que seca el manantial de las gracias, e impide que corran asía nosotros”

V. Es un estorbo para el amor de Dios.

 1. Lo que disminuye tan fuertemente el sentimiento de las gracias y misericordias de Dios, enflaquece necesariamente el amor a este Señor. No se puede amar a Dios sino mientras nos parece amable; y no nos parece amable, sino a proporción de los que loa bienes que hemos recibido y esperamos recibir, nos parecen grandes, y hacen mayor impresión en nuestro corazón. No hay ningún cristiano tan desesperado que rehuse el amar a Dios; si pudiere persuadirse de que Dios lo ama y que le ama tanto, que quiere llegar a hacerlo eternamente participante del trono y reino de su Unigénito Hijo. Pero nadie puede amar sino se cree amado, si se cree desechado, sino tiene consuelo de agradar con su amor. Todo el fundamento de la virtud depende del amor; pero el mismo amor depende absolutamente de una viva persuasión de que Dios nos ama. Con que es menester ante todas estas cosas establecer en nuestro corazón está viva persuasión, como el fundamento inmutable de toda devoción. Así el apóstol san Juan nos representa a todos los cristianos como unas personas convencidas de que Dios nos ama. “Nosotros hemos reconocido, dice en nombre de todos, y creemos el amor que Dios nos tiene.”

2. Pero no puede fijar en el entendimiento una verdad de tanto consuelo como esta, tan esencial para la devoción. Nos entretenemos en discurrir en lugar de creer. Todos, cuando les preguntan, dicen con la boca que creen; y hay mucho menos de lo que se piensa que estén íntimamente persuadidos de esto. Traemos en el fondo de nuestro corazón un principio íntimo de incredulidad, de perplejidad, de timidez, de desconfianza; y aún no hay persona alguna que se purifique enteramente de esta levadura.

  3. Nos dejamos seducir con este discurso tan ordinario: ¿Cómo hemos de creer ser tan participantes de la caridad y misericordia de Dios, cuando no vemos en nosotros mismos sino tinieblas, insensibilidad y una miseria tan universal y profunda que no podemos sufrir nosotros mismos? Pero los que así hablan, ¿reflexionan que contradicen públicamente a la Escritura, la cual nos enseña, que Dios nos amó primero antes que encontrase en nosotros nada que fuese digno de su amor? “El amor de Dios asía nosotros, dice san Juan, consiste en que no somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que Él mismo nos amó primero” San Pablo tiene gran cuidado de hacernos reparar, que Dios hizo brillar su misericordia con nosotros en el tiempo mismo en que éramos pecadores e impíos. El amor de Dios no supone nada amable en lo que ama; porque su amor es del todo gratuito y no tiene otro origen ni otro fundamento que una purísima misericordia.

   4. El amor de las criaturas es débil e indigente: siempre supone bondad en el objeto que ama y no lo produce; busca en las criaturas algún bien y con esto procura suplir alguna cortísima parte de su indigencia y de sus urgencias. Mas como este amor es impotente, no puede mudar la naturaleza y calidades de los objetos: pero el amor de Dios es infinitamente rico e independiente de sus criaturas. Voz sois mi Dios, dice el profeta, porque no necesitas de mis bienes. Nuestro amor no puede hacerle más dichoso. Encuentra en la infinita plenitud de su ser y sus perfecciones una soberana felicidad, que no puede tener aumento alguno, así como no puede padecer ninguna disminución. Dios nos ama porque quiere amarnos, porque es caridad, porque es la bondad y la misericordia misma; y no es necesario buscar otra razón de su amor. Como este amor omnipotente, no supone bondad en el objeto que ama sino que la produce en nosotros y con nosotros en el grado que quiere.
   5. Creemos, pues, que Dios es todo amor; que nos amó no obstante nuestra corrupción y nuestra indignidad. Reconozcamos y creamos, como san Juan nos lo ordena, la caridad que Dios nos tiene y empezaremos a estar penetrados de reconocimiento, de confianza y amor. No opongamos nuestra insensibilidad a nuestra confianza; contrapongamos, si, nuestra confianza a nuestra insensibilidad. Nuestra dureza nos hace dudar que somos amados. Creámoslo y no seremos ya duros e incrédulos. Trabajemos sin cesar en destruir en nosotros estas raíces secretas que han infectado a los hombres; las que jamás enteramente se arrancan del corazón de los fieles; que hacen la fe más lenta y menos viva; que suspenden las actividades de la esperanza y que son un preparado venenoso contra la caridad, la cual saca toda su fortaleza y su vida de aquella persuasión en que estamos de que Dios nos ama y quiere ser amado de nosotros. Conozcamos bien cuanto perjudica a nuestro amor para con Dios una esperanza débil y tímida; que no adelantaremos en este amor sino cuanto aumentemos la confianza de ser amados del Señor. No opongamos nuestras indisposiciones a nuestra esperanza, como si fuera preciso tener disposiciones perfectas para esperar, y como si estuviera en poder del hombre darle primero una cosa a Dios, y ofrecerle lo que no se haya recibido de su bondad enteramente gratuita. Siempre se ha empezar afirmándose en esta esperanza; y con ella empiezan las disposiciones necesarias, más grandes en unos, mas imperfectas en otros. Y muy distante de oponerse la necesidad de estas disposiciones a la esperanza; por el contrario, con la esperanza se ha de procurar alcanzarlas.




martes, 18 de febrero de 2020

El MARTIRIO DEL BEATO ANACLETO GONZALES FLORES. M. CRISTEROS

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 BEATO ANACLETO GONZALES FLORES
"No hemos nacido, se decía, únicamente para comer frijoles, sino para trabajar por el bien de la sociedad, de nuestros hermanos, por el progreso intelectual y moral, especialmente de todos los hijos de una misma patria, por el honor y glorificación de Dios, y la consecución del último fin para que fuimos creados".

Y empezando desde luego a realizar su ideal apostólico, las tardes de los domingos, antes de la serenata, reunía a los desarrapados chicuelos de la aldea, los llevaba a pasear a las afueras de la población, para al mismo tiempo enseñarles el Catecismo.
No faltó entre los pudientes de Tepatitlán, alguno que notara los nuevos rumbos de la vida del simpático rebocero, y le propuso caritativamente, nada menos que el objeto de sus deseos de tanto tiempo atrás, llevarlo al Seminario de San Juan de los Lagos, y costearle todos los gastos de sus estudios.
Y así fue cómo en septiembre de 1908, cuando tenía ya los veinte años, se separó de los suyos para ingresar en el Seminario, no con el anhelo de hacerse sacerdote del Señor, para lo que no tenía vocación, sino para convertirse en apóstol seglar culto, futuro guía de una juventud que, como la suya hasta entonces, vagaba sin rumbo fijo por los eriales de la patria mexicana.
Anacleto era uno de esos caracteres viriles, que cuando se proponen algo no descansan ni aflojan en su constancia hasta conseguir su objeto, por más dificultades que se les atraviesen.
Había ido al Seminario de Lagos a estudiar, y comenzó a hacerlo de tal modo y con tal aplicación, que a los tres meses, con asombro de sus compañeritos, niños todavía de pantalón corto, se vio al hasta ayer obrero inculto, y de veinte años de edad, poder sostener una conversación en latín con su profesor. Y así siguió con tal aprovechamiento que al año siguiente ya podía substituir a algún profesor que por cualquier motivo faltara a su clase.
Fue entonces cuando sus compañeros, admirados, le pusieron el sobrenombre del "Maistro", que le venía tan bien, y era tan revelador de la personalidad de Anacleto, que se le quedó para siempre.
"Es insólito e inexplicable humanamente", escribía D. Efraín González Luna, su pariente y testigo de su vida. "Sólo una vocación providencial especialísima es la clave de la vida de Anacleto".
"Su infancia está rodeada de un medio sin tradición, sin horizontes, sin nada que trascienda de una mediocridad muy limitada. Ni la intensa pulsación de la religiosidad, ni la audacia y energía en la acción, ni el anhelo intelectual, ni la apostólica generosidad, pudieron tener en los suyos y en su medio, un punto de partida, o siquiera un punto de apoyo. Todo lo empujaba a una modesta y estéril oscuridad. La pobreza, que él amó siempre a pesar de haber sido duramente pobre, y de que pudo dejar de serlo sin grandes esfuerzos, le impuso en la adolescencia el yugo bendito del oficio manual.
Luego, músico ínfimo de su pueblo natal, encontró en éste, que no deja de ser un oficio para elevarse a un arte, ocasión para vislumbrar el mundo de la belleza, con atisbos humildes que nunca olvidó y que probablemente fueron el germen de su constante devoción estética".
Del Seminario de Lagos, pasó a estudiar la preparatoria, al de Guadalajara, siempre protegido por sus buenos amigos, que por las espléndidas calificaciones que obtenía en todos sus exámenes veían en él algo prometedor para la patria. Con el mismo éxito terminó sus estudios en el Seminario y en 1913 se matriculó en la Escuela Libre de Leyes de la capital tapatía.
Unido a otros estudiantes de diversas materias, de varias poblaciones de Jalisco, formaron una casita humilde bajo la dirección de una pobre vieja a la que llamaban cariñosamente doña Giro (doña Gerónima) y a la casa tanto por esta circunstancia, como por formar todos los estudiantes una especie de partido de oposición a las ideas revolucionarias, le pusieron el nombre de "La Gironda", como los célebres oposicionistas de la Revolución Francesa.
Y entonces Anacleto, ya con bastantes conocimientos, comenzó también a dar clases de Apologética e Historia, en algunos Colegios particulares, y así a ganar algún dinero, para las necesidades de su vida de estudios. Inmediatamente que logró esto se apersonó con sus protectores de los años pasados, para darles las gracias por su caridad y rehusar en adelante aquella ayuda, que ya por sí mismo podía encontrar en su trabajo.
No trato de escribir una biografía completa del "Maistro" Anacleto.
Otros, y entre ellos, Efraín González Luna y Antonio Gómez Robledo, sus amigos y testigos, ya la han hecho, y por cierto los dos últimos admirablemente.
Gómez Robledo, sin embargo, con una fina ironía, critica la formación escolar de aquellos tiempos, prefiriendo los métodos modernos, a los estudios clásicos.
No es lugar éste para discutir la excelencia y superioridad de un método sobre el otro. El hecho es que Anacleto en el estudio y formación por medio de los clásicos de la antigüedad, templó su alma y fortificó sus ideales de algo mucho más grande y noble, que no la prosperidad económica, ideal éste general en la gran mayoría de los jóvenes que se forman con los métodos modernos. Él se levantaba mucho más alto que el amor a los bienes de la tierra, a algo más digno del hombre. Era si se quiere un Quijote, en comparación con los Sancho Panza de nuestra moderna juventud. "No hemos nacido, se decía, únicamente para comer frijoles, sino para trabajar por el bien de la sociedad, de nuestros hermanos, por el progreso intelectual y moral, especialmente de todos los hijos de una misma patria, por el honor y glorificación de Dios, y la consecución del último fin para que fuimos creados".
Tenía una vocación especial de "apóstol seglar" y naturalmente, Dios que lo llamaba a eso, le había dado las cualidades requeridas para el mejor desempeño de su misión, cualidades que no trató de ocultar como aquel hombre de los talentos de la parábola, sino que puso en acción, como los otros de la misma parábola, alabados por Jesucristo.
Ya le hemos visto desde su conversión dedicarse en los tiempos libres a reunir rapazuelos para enseñarles el catecismo; y esta ocupación le era tan querida, que en los años posteriores durante sus estudios no la abandonó nunca.
En Guadalajara ideó un arbitrio curioso para reunir a los chicos de la vecindad.
En una de las ventanas de la casa de "La Gironda", logró colocar un viejo fonógrafo que pagó poco a poco con sus exiguas entradas. Las tardes de los domingos lo ponía a funcionar temprano, y los muchachos, atraídos por la novedad y la destemplada música del fonógrafo, se reunían poco a poco frente a la morada estudiantil; cuando ya había un número suficiente los invitaba tan entusiasta y atractivamente a entrar en el patio, que pocos lo rehusaban, y entonces con habilidad suma e interés creciente, les explicaba el Catecismo por un buen rato, para terminar con otra audición fonográfica.
La situación general de nuestra patria, dominada desde los tiempos de Juárez por el laicismo liberal, era algo que no podía soportar, y le llenaba de amargura, sobre todo con la consideración de que, en gran parte, los culpables de aquello eran los mismos católicos.
Oigámosle a él mismo, en un bello artículo, que escribió en un periódico fundado por él, La Palabra, porque también esgrimió la poderosa arma de la prensa, contra los enemigos de Dios y de la Patria: —-"Si hemos de ser sinceros y deseamos sanar —escribe en su artículo Hacia todos los vientos—, debemos empezar por reconocer, que nada nos ha perjudicado tanto, como el hecho de que los católicos nos entreguemos a vivir con éxtasis en nuestros templos, y abandonemos todas las vías abiertas de la vida pública a todos los errores.
"En lugar de haber estado en todas partes, especialmente allí donde hicieron su aparición los portaestandartes del mal, nos encastillamos en nuestras iglesias y en nuestros hogares. Y allí estamos todavía.
"Nos parece que baste rezar, que basta practicar muchos actos de piedad, y que basta la vida del hogar y del templo para contrarrestar la inmensa conjuración de los enemigos de Dios.
"Y les hemos dejado a ellos la escuela, la prensa, el libro, la cátedra en todos los establecimientos de enseñanza, les hemos dejado todas las rutas de la vida pública y no han encontrado una oposición seria y fuerte por los caminos por donde han llevado la bandera de la guerra contra Dios.
"Y han logrado arrebatarnos a la niñez, a la juventud, a las multitudes, a todas las fuerzas vivas de la sociedad con rarísimas excepciones. Y nos han arrebatado todas esas fuerzas, porque, claro está, que con nuestra acción recluida dentro de nuestros templos y de nuestras casas, no hemos podido defender, no hemos podido amurallar el alma de las masas, de los jóvenes, de los viejos y de los niños.
"Y tenemos necesidad urgentísima de que nuestros baluartes se alcen, dentro y fuera de nuestras iglesias y de nuestros hogares, para que cada corazón, cada alma, nos encuentre en plena vía pública para conservar los principios, que hemos sembrado en lo íntimo de las conciencias, dentro del santuario del hogar y del templo.
"Y si la guerra contra Dios se ha enconado furiosamente en la calle y en todas las vías públicas, y si las paredes de nuestras iglesias han tenido que sufrir duros golpes, ha sido fundamentalmente porque la acción de los católicos se ha limitado a hacerse sentir dentro de los templos y las casas.
"Y urge que en lo sucesivo, el católico rectifique radicalmente su vida en este punto y tenga entendido que hay que ser soldados de Dios en todas partes: iglesias, escuelas, hogar; pero sobre todo allí donde se libran las ardientes batallas contra el mal.

sábado, 15 de febrero de 2020

EL MODERNISMO DESTRUYE LA VERDADERA NOCION DE LA FE CATOLICA. ENC. PASCENDI GREGIS.



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SU SANTIDAD SAN PÍO X AUTOR DE LA ENCICLICA PASCENDI GREGIS
Nota. Los párrafos encerrados entre corchetes y subrayados en azul solo están para aclarar lo que San Pío X dice, no son palabras de él sino de vuestro servidor.

14. Otro punto hay en esta cuestión de doctrina en abierta contradicción con la verdad católica.
Pues el principio de la experiencia se aplica también a la tradición sostenida hasta aquí por la Iglesia, destruyéndola completamente. A la verdad, por tradición entienden los modernistas cierta comunicación de alguna experiencia original que se hace a otros mediante la predicación y en virtud de la fórmula intelectual; a la cual fórmula atribuyen, además de su fuerza representativa, como dicen, cierto poder sugestivo que se ejerce, ora en el creyente mismo para despertar en él el sentimiento religioso, tal vez dormido, y restaurar la experiencia que alguna vez tuvo; ora sobre los que no creen aún, para crear por vez primera en ellos el sentimiento religioso y producir la experiencia. (No encuentro sencillo para explicar esta aberración de tradición nueva que en nada tiene que ver con la católica, sin embargo tratare de explicarlo mediante un fenómeno natural: la Aurora Boreal Una aurora se produce cuando una eyección de partículas solares cargadas choca con la magnetosfera de la Tierra. Esta «esfera» que nos rodea obedece al campo magnético generado por el núcleo de la Tierra, formada por líneas invisibles que parten de los dos polos, como un imán. Si un sacerdote o seminarista presenta a los fieles desconocedores del tema tratara de decir cómo se produce y porque se origina con pruebas fehacientes hasta lograr su objetivo, que surja un sentimiento como este ¡Que hermoso cuán grande es Dios en sus obras! Pero esto no es fe y menos la tradición CATOLICA) Así es como la experiencia religiosa se va propagando extensamente por los pueblos; no sólo por la predicación en los existentes, más aún en los venideros, tanto por libros cuanto por la transmisión oral de unos a otros.
Pero esta comunicación de experiencias a veces se arraiga y reflorece; a veces envejece al punto y muere. El que reflorezca es para los modernistas un argumento de verdad, ya que toman indistintamente la verdad y la vida. De lo cual colegiremos de nuevo que todas las religiones existentes son verdaderas, (dado que también ellos tienen estas experiencias) pues de otro modo no vivirían.
15. Con lo expuesto hasta aquí, venerables hermanos, tenemos bastante y sobrado para formarnos cabal idea de las relaciones que establecen los modernistas entre la fe y la ciencia, bajo la cual comprenden también la historia.
Ante todo, se ha de asentar que la materia de una está fuera de la materia de la otra y separada de ella (objetivamente hablando Pedro o es Juan y viceversa Pedro esta fuera de Juan y Juan fuera de Pedro). Pues la fe versa únicamente sobre un objeto que la ciencia declara serle incognoscible; de aquí un campo completamente diverso: la ciencia trata de los fenómenos, en los que no hay lugar para la fe; ésta, por lo contrario, se ocupa enteramente de lo divino, que la ciencia desconoce por completo. De donde se saca en conclusión que no hay conflictos posibles entre la ciencia y la fe; porque si cada una se encierra en su esfera, nunca podrán encontrarse ni, por lo tanto, contradecirse.
Si tal vez se objeta a eso que hay en la naturaleza visible ciertas cosas que incumben también a la fe, como la vida humana de Jesucristo, ellos lo negarán. Pues aunque esas cosas se cuenten entre los fenómenos, mas en cuanto las penetra la vida de la fe, y en la manera arriba dicha, la fe las transfigura y desfigura, son arrancadas del mundo sensible y convertidas en materia del orden divino. Así, al que todavía preguntase más, si Jesucristo ha obrado verdaderos milagros y verdaderamente profetizado lo futuro; si verdaderamente resucitó y subió a los cielos: no, contestará la ciencia agnóstica; sí, dirá la fe. Aquí, con todo, no hay contradicción alguna: la negación es del filósofo, que habla a los filósofos y que no mira a Jesucristo sino según la realidad histórica; la afirmación es del creyente, que se dirige a creyentes y que considera la vida de Jesucristo como vivida de nuevo por la fe y en la fe. (Niegan su divinidad o naturaleza divina por donde Jesucristo es hombre y no Dios, cuando los católicos decimos que es Dios y hombre a la vez)
16. A pesar de eso, se engañan muy mucho el que creyese que podía opinar que la fe y la ciencia por ninguna razón se subordinan la una a la otra; de la ciencia sí se podría juzgar de ese modo recta y verdaderamente; mas no de la fe, que, no sólo por una, sino por tres razones está sometida a la ciencia. Pues, en primer lugar, conviene notar que todo cuanto incluye cualquier hecho religioso, quitada su realidad divina y la experiencia que de ella tiene el creyente, todo lo demás, y principalmente las fórmulas religiosas, no sale de la esfera de los fenómenos, y por eso cae bajo el dominio de la ciencia. (Error intencional, es la ciencia la que debe sujetarse a la fe que es lo correcto y no la fe a la ciencia dado que la fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestras almas) Séale lícito al creyente, si le agrada, salir del mundo; pero, no obstante, mientras en él viva, jamás escapará, quiéralo o no, de las leyes, observación y fallos de la ciencia y de la historia.
Además, aunque se ha dicho que Dios es objeto de sola la fe, esto se entiende tratándose de la realidad divina y no de la idea de Dios. Esta se halla sujeta a la ciencia, la cual, filosofando en el orden que se dice lógico, se eleva también a todo lo que es absoluto e ideal. Por lo tanto, la filosofía o la ciencia tienen el derecho de investigar sobre la idea de Dios, de dirigirla en su desenvolvimiento y librarla de todo lo extraño que pueda mezclarse; de aquí el axioma de los modernistas: «la evolución religiosa ha de ajustarse a la moral y a la intelectual»; esto es, como ha dicho uno de sus maestros, «ha de subordinarse a ellas».
Añádase, en fin, que el hombre no sufre en sí la dualidad; por lo cual el creyente experimenta una interna necesidad que le obliga a armonizar la fe con la ciencia, de modo que no disienta de la idea general que la ciencia da de este mundo universo. De lo que se concluye que la ciencia es totalmente independiente de la fe; pero que ésta, por el contrario, aunque se pregone como extraña a la ciencia, debe sometérsele.
Todo lo cual, venerables hermanos, es enteramente contrario a lo que Pío IX, nuestro predecesor, enseñaba cuando dijo: «Es propio de la filosofía, en lo que atañe a la religión, no dominar, sino servir; no prescribir lo que se ha de creer, sino abrazarlo con racional homenaje; no escudriñar la profundidad de los misterios de Dios, sino reverenciarlos pía y humildemente»(9). Los modernistas invierten sencillamente los términos: a los cuales, por consiguiente, puede aplicarse lo que ya Gregorio IX, también predecesor nuestro, escribía de ciertos teólogos de su tiempo: «Algunos entre vosotros, hinchados como odres por el espíritu de la vanidad, se empeñan en traspasar con profanas novedades los términos que fijaron los Padres, inclinando la inteligencia de las páginas sagradas… a la doctrina de la filosofía racional, no fiara algún fprovecho de los oyentes, sino para ostentación de la ciencia… Estos mismos, seducidos por varias y extrañas doctrinas, hacen de la cabeza cola, y fuerzan a la reina a servir a la esclava»(10). La fe, que es la reina, sometida a l ciencia, que es la esclava.  
17. Y todo esto, en verdad, se hará más patente al que considera la conducta de los modernistas, que se acomoda totalmente a sus enseñanzas. Pues muchos de sus escritos y dichos parecen contrarios, de suerte que cualquiera fácilmente reputaría a sus autores como dudosos e inseguros. Pero lo hacen de propósito y con toda consideración, por el principio que sostienen sobre la separación mutua de la fe y de la ciencia. De aquí que tropecemos en sus libros con cosas que los católicos aprueban completamente; mientras que en la siguiente página hay otras que se dirían dictadas por un racionalista. (El ffilosofo modernista es ambiguo y sofista con intención porque maneja a gusto la verdad católica y el error modernista. Como dice san Pío X “dicen una verdad como que Jesucristo es hombre y Dios a la vez lo cual coincide con el sentir católico verdadero, pero a la vuelta de la hoja escriben todo lo contrario) Por consiguiente, cuando escriben de historia no hacen mención de la divinidad de Cristo; pero predicando en los templos la confiesan firmísimamente. Del mismo modo, en las explicaciones de historia no hablan de concilios ni Padres; mas, si enseñan el catecismo, citan honrosamente a unos y otros. De aquí que distingan también la exégesis teológica y pastoral de la científica e histórica.
Igualmente, apoyándose en el principio de que la ciencia de ningún modo depende de la fe, al disertar acerca de la filosofía, historia y crítica, muestran de mil maneras su desprecio de los maestros católicos, Santos Padres, concilios ecuménicos y Magisterio eclesiástico, sin horrorizarse de seguir las huellas de Lutero(11); y si de ello se les reprende, quéjense de que se les quita la libertad.
Confesando, en fin, que la fe ha de subordinarse a la ciencia, a menudo y abiertamente censuran a la Iglesia, porque tercamente se niega a someter y acomodar sus dogmas a las opiniones filosóficas; por lo tanto, desterrada con este fin la teología antigua, pretenden introducir otra nueva que obedezca a los delirios de los filósofos.

jueves, 13 de febrero de 2020

TIEMPOS APOCALIPTICOS IV DE IV.

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La Iglesia quitada, es decir, eclipsada, en el sentido como explica el P. Castellani al referirse a la vuelta de Cristo y a la perdida de la fe: «…porque fe habrá, aunque sean pocos y perseguidos en los últimos tiempos. Pero la fe en este sentido, significa la fe organizada, es decir la Iglesia. La iglesia dice el teólogo Domingo Soto será quitada del medio». (Catecismo para Adultos, ed. Patria Grande, Buenos Aires 1979, p.36).
«En todas las naciones hay grandes catedráticos de la Anti Iglesia, voceros potentes de la impiedad, es decir, la modernista». (Castellani, Los Papeles de Benjamín Benavides, ed. Dictio Buenos Aires 1978, p. 266).
La Anti Iglesia (Modernista actual) es la que persigue y eclipsa a la Iglesia, pues no la puede totalmente destruir, gracias a la promesa las puertas del infierno no prevalecerán, ya que siempre habrá un pequeño rebaño.
La posibilidad de un antipapa o falso Papa por haber perdido la fe en connivencia con el hombre y el mundo no es algo absurdo, ni contra la fe, como algunos equivocadamente piensan o creen. Claro está que un antipapa no es algo nuevo en la historia de la Iglesia, ha habido al menos unos cuarenta y el primer antipapa terminó muriendo mártir, y fue San Hipólito Mártir. Además en nada afecta a la fe ni a la institución divina de la Iglesia un antipapa, pues queda siempre a salvo la institución del Papado, pues los Papas nacen y mueren, pero el Papado y la Iglesia nacen pero no mueren a lo largo de la historia. El error de Lutero fue aplicarle al Papado lo que las Escrituras decían del Anticristo, otra cosa es que un Papa por un misterio de iniquidad claudique en la fe convierta a Roma en sede del Anticristo y se haga un Anticristo, como la Bestia de la Tierra o Pseudoprofeta: «La segunda bestia, una fiera que surge de la tierra como la otra surgió del mar, es decir, de la Iglesia en contraposición al mundo; la cual aunque habla como dragón “tiene dos cuernos semejantes al Cordero”. Esta bestia es la que “actúa” y reduce a la práctica, es decir, ritualiza todo el poder de la otra, dice el Profeta. (...) Esta bestia es pues evidentemente un movimiento religioso, una herejía parecida al Cristianismo, la última herejía, la más nefanda y sutil de todas, la adoración del hombre; en carnada en un genio religioso, una especie de inmenso Lutero, Focio, o Mahoma. (Por el momento esta herejía modernista es la peor de todas las que ha habido en la historia de la Iglesia, es la herejía del lobo con piel de oveja la que “arrojo” a la Iglesia Católica VERDADERA)
Quizá sea un antipapa y los dos cuernos signifiquen la mitra episcopal no lo sabemos». (Ibíd. p.297).
« ¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso?» se pregunta nuevamente el P. Castellani, (Cristo ¿Vuelve o no Vuelve?, ed. Dictio, Buenos Aires 1976 p.29).
Nada más judaizante como señala el P. Castellani, que esperar un triunfo de la Iglesia sin la Parusía y lamentablemente es la opinión de muchos hoy en día: « pero ¿qué cosa más judaizante que esperar un gran triunfo terreno de la Iglesia antes de la segunda venida de Cristo?». (El Apokalypsis, p. 87).
Igualmente de judaizante es el Ecumenismo: «El punto focal (...) no es otro que esa unificación triunfal el universo (...) la gran fusión de los pueblos en uno y del advenimiento natural de la Restauración Ecuménica. (...) Todo lo que es internacional es de esencia religiosa. (...) Decir esto es decir que todo lo que hoy día es internacional, o es católico o es judaico. Son las dos únicas religiones universales. La masonería es una invención judaica, el islamismo es una herejía judaica». (Cristo ¿Vuelve... , p.289).
«Hoy día, todo lo que es internacional, si no es católico es judío, incluso la francmasonería». (Ibíd. p. 150). «Si admitimos que la pacificación de la Humanidad en una gran familia es un asunto religioso, no quedan para realizarlo sino dos religiones que son internacionales: la Iglesia Católica y la Anti-Iglesia, o sea la Sinagoga. La Iglesia es internacional por divina vocación. La Sinagoga es internacional por divina maldición. La Iglesia y la Sinagoga representan las dos concreciones más fuertes y focales del sentimiento religioso que existen en el mundo. (...) Todas las demás religiones jerárquicas existentes son herejías de estas dos: el mahometismo es una herejía judaica, el protestantismo es una herejía cristiana. Las religiones panteístas del oriente son formas del paganismo, constituyen el sentimiento religioso informe que no ha llegado a realizarse en sociedad religiosa. (...) El bolchevismo tiene raíz judaica, es mesiánico, anticristiano y profetal, y por tanto está en el plano religioso. El ateísmo ruso está informado de un oscuro soplo religioso. Es una forma provisional, representa una etapa, la etapa de la lucha contra las religiones trascendentes. El mismo es una religión inmanente, la religión del hombre divinizado, el reverso del misterio de la encarnación, el Misterio de iniquidad de que hablo San Pablo...». (Ibíd. p. 151-152).
«La naturaleza del comunismo es religiosa y no solamente política. Es una herejía cristiano judaica. Del cristianismo descompuesto en protestantismo tomó Marx la idea obsesiva de justicia social, que no es sino la primera bienaventuranza vuelta loca ("Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos". Esta es la concepción católica de la bienaventuranza) vaciada de su contenido sobrenatural: los pobres deben reinar aquí, reinar políticamente por el mero hecho de ser pobres, como los santos de Oliver Cromwell. Pero el elemento formal de la herejía es judaico: es el mesianismo exasperado y temporal que constituye el fondo amargo de la inmensa alma del Israel deicida a través de los siglos: Construiremos con la fuerza, con la astucia y con la religiosidad unidas un Reino Temporal del Proletariado, que será el Paraíso en la Tierra. Para eso destruiremos primero todo el orden existente, incurablemente inficionado por el mal». (Ibíd. p. 205).
«El comunismo no es un partido; el comunismo es una herejía. Es una de las tres Ranas expelidas por la boca del diablo en los últimos tiempos, que no son otros que los nuestros. Las otras dos ranas, herejías palabreras que repiten siempre la misma canturria y se han convertido en guías de los reyes, es decir, en poderes políticos, son el catolicismo liberal y el modernismo. Estas tres herejías se van a unir por las colas, (cosa admirable, dado que las ranas no tienen cola) contra lo que va quedando de la Iglesia de Cristo, un día que quizá no está lejano». (Ibíd. p. 204).
«El cuá-cuá del liberalismo es “libertad, libertad, libertad”; el cuá – cuá del comunismo es “Justicia social”; el cuá-cuá del modernismo, de donde nacieron los otros y los reunirá un día, podríamos asignarle éste: “Paraíso en Tierra; Dios es el Hombre; el hombre es dios”. ¿Y la “democracia”? Es el coro de las tres juntas: democracia política, democracia social y democracia religiosa: Demó –cantaba la rana, craciá- debajo del río». (Los Papeles, p. 46). La democracia, como lo definió magistral e insuperablemente Nicolás Gómez Dávila, es una religión antropoteísta, no lo olvidemos.



miércoles, 12 de febrero de 2020

FUERTE DECLARACION CONTRA EL MODERNISMO DE UN ARZOBISPO CATOLICO.


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Monseñor Antonio de Castro Mayer
Mis queridos amigos,
Pienso que ustedes, que están ahora en el Ministerio y que quisieron conservar la Tradición, tienen la voluntad de ser sacerdotes como siempre, como lo fueron los santos sacerdotes de antes, todos los santos párrocos y los santos sacerdotes que nosotros mismos pudimos conocer en las parroquias. Ustedes continúan y representan de verdad la Iglesia, la Iglesia Católica. Creo que es necesario convencerse de esto: ustedes representan de verdad la Iglesia Católica. La Iglesia Visible. No que no haya Iglesia fuera nosotros; no se trata de eso. Pero este último tiempo, se nos ha dicho que era necesario que la Tradición entrase en la Iglesia visible. Pienso que se comete allí un error muy, muy grave. ¿Dónde está la Iglesia visible? La Iglesia visible se reconoce por las señales que siempre ha dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica. (Estas cuatro notas son el fundamento de la verdadera Iglesia Católica: una por su fundación, Santa por quien la fundo Nuestro Señor Jesucristo. Católica por ser universal en su fe, en sus dogmas, en su doctrina y en su lengua latina. Apostólica porque procede de los discípulos de Nuestro Señor Jesucristo

Les pregunto: ¿dónde están las verdaderas notas de la Iglesia? ¿Están en la Iglesia oficial (no se trata de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia oficial,es, decir, la modernista) o en nosotros, en lo que representamos, lo que somos? Queda claro que somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la Iglesia oficial lease modernista Un obispo cree en esto, el otro no; la fe es distinta, sus catecismos abominables contienen herejías. ¿Dónde está la unidad de la fe en Roma? ¿Dónde está la unidad de la fe en el mundo? Está en nosotros, quienes la conservamos.

La unidad de la fe realizada en el mundo entero es la catolicidad. Ahora bien, esta unidad de la fe en todo el mundo no existe ya, no hay pues más catolicidad prácticamente. Habrá pronto tantas Iglesias Católicas como obispos y diócesis. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar, de predicar, de hacer su catecismo. No hay más catolicidad. ¿La apostolicidad? Rompieron con el pasado, es decir,con la tradición bimilenaria. Si hicieron algo, bien es eso. No quieren saber más del pasado antes del Concilio Vaticano II.

Vean el Motu Proprio del Papa que nos condena, dice bien: “la Tradición viva, esto es Vaticano II”. No es necesario referirse a antes del Vaticano II, eso no significa nada. La Iglesia lleva la Tradición con ella de siglo en siglo. Lo que pasó, pasó, desapareció. Toda la Tradición se encuentra en la Iglesia de hoy. ¿Cuál es esta Tradición? ¿A que está vinculada? ¿Cómo está vinculada con el pasado? Es lo que les permite decir lo contrario de lo que se dijo antes, pretendiendo, al mismo tiempo, guardar por sí solos la Tradición. Es lo que nos pide el Papa: someternos a la Tradición viva. Tendríamos un mal concepto de la Tradición, porque para ellos es viva y, en consecuencia, evolutiva. Pero, es el error modernista: el santo Papa Pió X, en la encíclica “Pascendi”, condena estos términos de “tradición viva”, de “Iglesia viva”, de “fe viva”, etc., en el sentido que los modernistas lo entienden, es decir, de la evolución que depende de las circunstancias históricas. La verdad de la Revelación, la explicación de la Revelación, dependerían de las circunstancias históricas. (He aquí la "tradición viva de los modernistas)

La apostolicidad: nosotros estamos unidos a los Apóstoles por la autoridad. Mi sacerdocio me viene de los Apóstoles; vuestro sacerdocio les viene de los Apóstoles. Somos los hijos de los que nos dieron el episcopado. Mi episcopado desciende del santo Papa Pío V y por él nos remontamos a los Apóstoles. En cuanto a la apostolicidad de la fe, creemos la misma fe que los Apóstoles. No cambiamos nada y no queremos cambiar nada. Y luego, la santidad. No vamos a hacernos cumplidos o alabanzas. Si no queremos considerarnos a nosotros mismos, consideremos a los otros y consideremos los frutos de nuestro apostolado, los frutos de las vocaciones, de nuestras religiosas, de los religiosos y también en las familias cristianas. De buenas y santas familias cristianas germinan gracias a vuestro apostolado. Es un hecho, nadie lo niega. Incluso nuestros visitantes progresistas de Roma constataron bien la buena calidad de nuestro trabajo. Cuando Mgr Perl decía a las hermanas de Saint Pré y a las hermanas de Fanjeaux que es sobre bases como esas que será necesario reconstruir la Iglesia, no es, a pesar de todo, un pequeño cumplido. Todo eso pone de manifiesto que somos nosotros quienes tenemos las notas de la Iglesia visible. Si hay aún una visibilidad de la Iglesia hoy, es gracias ustedes. Estas señales no se encuentran ya en los otros. No hay ya en ellos la unidad de la fe; ahora bien es la fe que es la base de toda visibilidad de la Iglesia. La catolicidad, es la fe una en el espacio. La apostolicidad, es la fe una en el tiempo. La santidad, es el fruto de la fe, que se concreta en las almas por la gracia del Buen Dios, por la gracia de los Sacramentos. Es totalmente falso considerarnos como si no formáramos parte de la Iglesia visible. Es increíble.

Es la Iglesia oficial la que nos rechaza; pero no somos nosotros quienes rechazamos la Iglesia, bien lejos de eso. Al contrario, siempre estamos unidos a la Iglesia Romana e incluso al Papa por supuesto, al sucesor de Pedro. Pienso que es necesario que tengamos esta convicción para no caer en los errores que se está extendiéndose ahora. ¿Salir de la Iglesia?

Por supuesto, se podrá objetársenos: ¿”Es necesario, obligatoriamente, salir de la Iglesia visible para no perder el alma, salir de la sociedad de los fieles unidos al Papa”? No somos nosotros, sino los modernistas quienes salen de la Iglesia. En cuanto a decir “salir de la Iglesia VISIBLE”, es equivocarse asimilando Iglesia oficial a la Iglesia visible. Nosotros pertenecemos bien a la Iglesia visible, a la sociedad de fieles bajo la autoridad del Papa, ya que no rechazamos la autoridad del Papa, sino lo que él hace. Reconocemos bien al Papa a su autoridad, pero cuando se sirve de ella para hacer lo contrario de aquello para lo cual se le ha dado, está claro que no se puede seguirlo.

¿Salir, por lo tanto, de la Iglesia oficial? En cierta medida, ¡sí!, obviamente. Todo el libro del Sr. Madiran “La Herejía del Siglo XX” es la historia de la herejía de los obispos. Es necesario, pues, salir de este medio de los obispos, si no se quiere perder el alma. Pero eso no basta, ya que es en Roma donde se instala la herejía. Si los obispos son herejes (incluso sin tomar este término en el sentido y con las consecuencias canónicas), no es sin la influencia de Roma. Si nos alejamos de esta gente, es absolutamente de la misma manera que con las personas que tienen el SIDA. No se tiene deseo de contraerlo. Ahora bien, tienen el SIDA espiritual, enfermedades contagiosas. Si se quiere guardar la salud, es necesario no ir con ellos.

¡Sí!, el liberalismo y el modernismo se introdujeron en el Concilio y dentro de la Iglesia. Son ideas revolucionarias; y la Revolución, que se encontraba en la sociedad civil, pasó a la Iglesia. El cardenal Ratzinger, por otra parte, no lo oculta: adoptaron ideas, no de Iglesia, sino del mundo y consideran un deber hacerlas entrar en la Iglesia. Ahora bien, las autoridades no cambiaron de una iota sus ideas sobre el Concilio, el liberalismo y el modernismo. Son anti-tradición, tal como debe entenderse y como la Iglesia lo comprende. Eso no entra en su concepción. El suyo es un concepto evolutivo. Están, pues, en contra de esta Tradición fija, en la cual nos mantenemos. Consideramos que todo lo que nos enseña el catecismo nos viene de Nuestro Señor y de los Apóstoles, y que no hay nada que cambiar.

Para ellos, no, todo eso evoluciona y evolucionó con Vaticano II. El término actual de la evolución es Vaticano II. Esta es la razón por la que no podemos vincularnos con Roma. Suceda lo que suceda, debemos seguir como lo hemos hecho, y el Buen Dios nos muestra que siguiendo esta vía, cumplimos con nuestro deber. No negamos la Iglesia Romana. No negamos su existencia, pero no podemos seguir sus directivas. No podemos seguir los principios del Concilio. No podemos vincularnos. Me di cuenta de esta voluntad de Roma de imponernos sus ideas y su manera de ver. El cardenal Ratzinger me decía siempre: “Pero Monseñor, sólo hay una Iglesia, no es necesario hacer una Iglesia paralela”.

¿Cuál es esta Iglesia para él? La Iglesia conciliar, queda claro. Cuando nos dijo explícitamente: “Obviamente, si se les concede este protocolo, algunos privilegios, deberán aceptar también lo que hacemos; y por lo tanto, en la iglesia Saint-Nicolas-du-Chardonnet será necesario decir una nueva misa también todos los domingos”… Ustedes ven que quería traernos a la Iglesia conciliar. No es posible, ya que queda claro que quieren imponernos estas novedades para terminar con la Tradición. No conceden nada por aprecio de la liturgia tradicional, sino simplemente para engañar a aquellos a quienes lo dan y para disminuir nuestra resistencia; insertar una cuña en el bloque tradicional para destruirlo. Es su política, su táctica consciente. No se equivocan, y ustedes conocen las presiones que ejercen…


martes, 11 de febrero de 2020

El MARTIRIO DEL BEATO ANACLETO GONZALES FLORES. M. CRISTEROS

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¡ Reee . . . boozos ! . . . ¡Re . . . boozooos finos! ¡Rebozos. . .!
Pregonando así su mercancía, pasaba un muchacho de cabellera hirsuta, rostro vivo y simpático, una blusa colgante, unos pantalones raídos, y unos zapatos que, por la abertura de la punta, dejaban asomar los dedos, y parecían también gritar: ¡ya no podemos cumplir nuestro oficio! Iba el humilde rebocero, por una calleja de Tepatitlán, pueblo del Estado de Jalisco, cercano a Guadalajara, cargando sobre el hombro una buena docena de los clásicos rebozos mexicanos, que él, con todos los de su familia que podían trabajar, fabricaba en un tallercito instalado en una infecta casa de vecindad, un tugurio estrecho y mal oliente, compuesto escasamente de tres piezas: el taller, la alcoba de toda la familia, la cocina que servía al mismo tiempo de comedor, y un patiecillo donde escarbaban el suelo unas cuantas gallinas.
A la puerta de la casa, y obstruyendo el libre paso por la calle, el jefe de la familia, don Valentín González, a su vuelta de una prisión en las tinajas de San Juan de Ulúa, y los campos de Quintana Roo, había establecido un puesto de fierros viejos y cachivaches de toda especie, con cuya venta, bien escasa por cierto, en un poblacho como aquél, sacaba algunos centavos, con los que ayudaba a lo obtenido en el trabajo de los suyos en el telar de rebocería.
El, viejo y cansado, enfermo de la malaria contraída en Quintana Roo, no podía ya trabajar de otra manera, sino sentado a la puerta de su casa, al rayo del sol, huraño, silencioso y meditabundo, cuidando su viejo bazar, y rumiando en su memoria los recuerdos de otros días más felices.
Nadie, en efecto, podía reconocer en aquel viejo arrugado, amarillo por la fiebre, y tembloroso, al valentón de otros años. Un día en que, casado ya, con la señora María Flores y con una docena de hijos de los cuales el segundo era nuestro rebocero, le había entrado en el majín el imitar al Cura Hidalgo, y hacer otra revolución de independencia, de la llamada entonces dictadura porfirista, en compañía de un grupo de vecinos tan exaltados como él montados todos en unos caballejos de mala muerte, y se le vio salir gritando por las calles de Tepatitlán: ¡Muera el mal Gobierno! El resultado fue que aprehendidos inmediatamente los alborotadores con su jefe, fueron a dar todos a las tinajas de San Juan de Ulúa.
Dejó, pues, don Valentín abandonada a su numerosa familia, y para poder subsistir se entregaron todos a la fabricación de rebozos. El hijo mayor era el jefe del taller y el segundo salía a venderlos por el pueblo y las rancherías de los alrededores.
¡Rebozos. . .! ¡ Reeeeboooo zooos . . . finos . . . ! ¡Re . . . bo . . . zoooos ! . . A la puerta de otra casona de vecindad del pueblo, dos comadres se comunicaban las noticias del día, cuando acertó a pasar junto a ellas el rebocero.
—Cómpreme usted un rebozo, doña Concha. . . —¡Adiós! ¿otro? ¡con el que te compré la semana pasada...! ¿para qué quiero dos?
—Pos entonces usted, doña Pomposa. . . —¿Yo? ¿pos no ves que traigo el mío?. . .¡ Pa lo malos y caros que son los tuyos ! . . . —¡Eso sí que no! No hay en todo Jalisco mejores rebozos que los que hacemos en casa, ni más baratos . . . —No; no, ahora no lo necesito.
—Pos entonces me voy, que tengo, que ir muy lejos, al rancho de doña Mariquita, que me va a comprar uno—. Y diciendo y haciendo, el rebocero continuó su camino, seguido por las miradas cariñosas de las dos comadres.
— ¡Has visto a Anacleto, Pomposa. . .! Dime no más; quien lo oye platicar, ni parece, y apenas se sube en un cajón, la labia tan florida que tiene! . . .
Acababa en efecto de pasar el 16 de septiembre, y en el portalillo de la plaza de Tepatitlán, se había celebrado la fiesta cívica de la patria, y el orador oficial había sido aquel muchacho rebocero, aquel Anacleto González Flores, que llegaría a ser una de las figuras más extraordinarias de la Epopeya Cristera y un mártir de Jesucristo.
No se contentaba Anacleto con el trabajo constante, humilde y saludable para el cuerpo. Tenía un alma ardiente y enamorada de ideales más grandes.
Por lo pronto aprendió uno de esos oficios o arte bella, que pule y eleva los sentimientos delicados del espíritu: la música. Y hétele aquí, que pronto formó parte de la banda del pueblo, la que los domingos y fiestas, en la plaza de Tepatitlán, deleitaba, interrumpiendo la monotonía del trabajo servil, a los buenos vecinos del pueblo. ¡La serenata de los domingos! en que Anacleto, vestido con un limpio y reluciente uniforme, tocaba en el kiosco de la plaza, junto con sus compañeros, esos danzones y polkas tan gustadas en aquellos días por nuestro pueblo, dejó en el ánimo de Anacleto un recuerdo imborrable para toda su vida, y entre pieza y pieza, acodado a la barandilla del kiosco, que fue su primera tribuna, se divertía "chuleando" a las pollas, que perifolladas con el traje dominguero, se las arreglaban admirablemente, para pasar con frecuencia cerca de aquel galán que les echaba las flores más lúcidas de su repertorio literario. Porque Anacleto era también poeta "a natura". La cultura en letras, que parecía tener, la había adquirido el pobre rebocero, en la lectura de los periódicos y revistas de la barbería del pueblo, mientras esperaba su turno para la rapada consabida por el peluquero.
Y en esa lectura había aprendido también, las parrafadas líricas de los discursos que, conociendo sus aficiones, le encomendaba el alcalde del pueblo para amenizar las fiestas oficiales de la patria.
Ya se comprenderá, que con tales maestros, su literatura era un tanto ramplona y cursi. El mismo, con su claro talento, se daba cuenta de ello, y por eso, uno de sus más ardientes deseos era estudiar, ¡estudiar! para saber, y poder hablar como los Lozano, los Urueta, los Moheno, figuras cumbres de la oratoria mexicana de aquellos días; pues las palabras relamidas y untuosas que usaba, bien comprendía que traicionaban sus ímpetus oratorios: no era sólo poeta, era orador "a natura". En resumidas cuentas un verdadero diamante en bruto, que aspiraba al pulimento conveniente, para que pudiese lanzar destellos de luz por todas sus facetas.
Pero el único centro de verdadera cultura en aquella región, era el Seminario de S. Juan de los Lagos, ciudad cercana también a Tepatitlán; y los ojos y el corazón de Anacleto estaban siempre puestos en él. ¡Si yo pudiera ir allá!; ¡si yo pudiera. . .! Mas para eso, tendría que dejar el trabajo con que ayudaba a sus hermanos y a sus padres a solventar las crisis de la vida; y luego, por módica que fuera entonces la pensión de un estudiante, era siempre un pequeño desembolso, que sus padres no podían hacer cómodamente.
No era malo el muchacho, aunque un poco distraído, y sobre todo un galanteador empedernido de cuanta pollita se presentaba a su vista; decidor, alegre, parrandero, de buena presencia, aunque el continuo inclinarse sobre los hilos del taller, le había creado una incipiente joroba hasta merecerle el primer apodo de "el camello" que le pusieron sus compañeros de parranda.
Los grandes entusiasmos que bullían en el fondo de su alma, los había dirigido a conquistar el amor de las mujeres. No que fuera uno de esos que llamamos ahora "fifíes" empalagosos y afeminados; por el contrario, la energía de su carácter, que no lograron nunca debilitar sus incesantes devaneos, se mostraba con tanta frecuencia, que insensiblemente lo hacían ya desde esta época frívola de su vida un verdadero jefe entre sus amigos, que le respetaban y temían, aun entre las efusiones de la amistad y del cariño a que se hacía acreedor por el resto de sus cualidades.
Cierto día, un misionero de Guadalajara fue invitado a dar una misión en el pueblo. Como sucede en estos casos, todo el vecindario católico acudió a la misión, y Anacleto entre ellos, no sólo por seguir la corriente, sino también por esa su afición a oír a los oradores.
Dios se valió de ello para los fines de su Providencia, porque Anacleto salió otro de la misión. Cayó entonces en la cuenta de la seriedad de la vida; de que ésta se nos da para glorificar de algún modo a Dios, y no para pasarla entre placeres y devaneos; se hizo reflexivo, piadoso, y sin disminuir en un ápice lo amable y alegre de su carácter, se resolvió a hacer algo que valiese la pena, por Dios y por la patria, tan necesitada en esos días de hombres de valer, capaces de poner un dique a las malas ideas y la corrupción de las costumbres, que podían llevarnos hasta la apostasía nacional.
Para ello, para encontrar fuerzas y luz en la empresa, que sentía como un llamamiento o vocación de Dios, hizo el propósito de asistir cotidianamente al Santo Sacrificio, y comulgar con frecuencia; propósito que nunca más dejó de cumplir.