No nos
es posible continuar con la hermosa doctrina de Santo Tomas de Aquino sobre la pasión
de nuestro Redentor porque nos llevaría mucho tiempo en exponerla dado que es
muy extensa, profunda y fascinante, quien pudiera tener en la actualidad un
cincuenta por ciento de la inteligencia del santo para exponer con simplicidad
la doctrina profunda de este gran santo? La suma teológica es algo que siempre
me ha fascinado y, si pudiera, pediría a mi Madre Santísima me diera algo del intelecto
de santo Tomas para saborear, afirmar y consolidar mi fe tan raquítica y tan
falta de luz celestial. Para difundir, en tiempos tan oscuros, la luz divina
que irradian de los escritos del santo e iluminar algo a las almas tan ansiosas
de la verdadera doctrina, de la verdadera fe y, con ello salvar mas almas o
arrebatarle al la herejía del modernismo almas, que por desgracia, están siendo
desviadas de la vida eterna.
Dentro
de los místicos españoles como Fray Luis de Granada y el Padre La Palma hay
otros tantos que narraron con su estilo místico, la pasión de Nuestro Señor. Siempre
me he inclinado por los místicos españoles realistas y muy en especial por el
Padre Luis de la Palma de quien ya subí un articulo y quiero en esta semana
santa continuar subiendo artículos de este gran místico español a menos de que
en sus comentarios me pidan lo contrario, o sea, seguir con Santo Tomas de
Aquino pues todavía hay mucha tela de donde cortar. Son ustedes estimados
lectores quienes tienen la última palabra por favor háganme saber si sigo o no
con santo Tomas, muchas gracias por su preferencia les deseo UNA SEMANA SANTA
LLENA DE LOS SENTIMIENTOS DE NUESTRO BUEN DIOS.
Cristo padeció por los hombres con amor
El
Salvador pasó toda la noche entre los que se burlaban de Él y le molestaban, y,
mientras tanto, les deseaba la paz y la felicidad, y no pensaba en pensamientos
de venganza. Nada ni nadie era más poderoso que El, y El se entregaba al
sufrimiento por amor a Dios y a los hombres. Estaba triste el Señor, pero, a la
vez, su amor era tan grande que se puede decir que deseaba sufrir, pues su
dolor salvaba a los hombres. Esta noche de
dolor fue también
noche de consuelo
y alegría,
“bañándose” -bautizándose-, como El dijo, “con este baño” -este
bautismo- de sangre, “hartándose de oprobios”. Este amor de Cristo “supera y
está por encima de todo entendimiento”, porque la fuente de donde nace está
también fuera de toda comprensión. Porque no se basa su amor al hombre en su
perfección o en sus méritos, pues es una criatura imperfecta y pecadora. No es
posible amar al hombre por sí mismo, el Señor no es ciego para poner su amor en
una criatura que tampoco lo merece. Este amor se funda en el amor que el Padre
eterno le tiene a Él, y en los inmensos beneficios que le concedió como hombre,
tanto es así, que por agradecimiento y obediencia y amor a su Padre, Dios amó a
los hombres. Pero... ¿por qué ama Dios al Hombre?
Dios,
en el mismo instante de la concepción de Jesús en el vientre de la Virgen
María, le dio el ser divino, uniéndole a su divina persona. Por lo cual podemos
decir y es cierto que aquel hombre, Jesús, es Dios, Hijo de Dios, ha de ser
adorado en los cielos y en la tierra como Dios, porque lo es. Este es un regalo
infinito porque lo que se da es ser Dios.Dios regaló a ese hombre, Jesús, el
ser rey de toda la creación y el primero entre todos los hombres para que, como
cabeza, por él fluyese a todos su virtud y su fuerza. Así que, en cuanto que es
Dios es igual al Padre y al Espíritu; y en cuanto es hombre es el primero entre
todos y la cabeza de todos. Posee una gracia infinita para que de Él, como de
una fuente o de un mar de gracia y de santidad se enriquezcan todos los hombres.
No es sólo que en El la gracia sea mayor, sino que es el santificador de todos
los hombres; es, por poner un ejemplo, como un tinte en el que todos han de
recibir este color de santidad. Bien que la santidad no es algo de fuera, sino
interior, del ser entero. Cuando Jesús
se viese a sí mismo
así, y supiese
que todo le venía de
Dios, se encontrase siendo rey
de todas las criaturas, y viese arrodillados delante de Él a todos los
espíritus del cielo, decid, si se pudiera decir, ¿con qué amor amaría a Dios?
¿Con qué deseo se ofrecería a servir y obedecer a Dios? No hay lengua que pueda
hablar y explicar esta misteriosa grandeza. Al manifestar Jesús su inmenso
deseo de servir y agradar a su Padre Eterno, el Padre Eterno le diría que le encomendaba
la salvación de todos los hombres que se habían perdido por culpa del pecado de
un hombre. A El encargaba esta empresa, debía amar a los hombres con tal amor
que fuera capaz de pasar cualquier cosa por ellos para salvarles. Jesús amó a
los hombres por amor a su Padre y por obedecerle, y, como era Dios, les amó
desde un principio con el amor de Dios. Dios regaló a Jesús la infinita
gracia de ser
Dios, y Jesús,
al ser Dios,
correspondió infinitamente agradecido
y enamorado. De Jesús, fuente grande y río caudaloso, fluyó el amor de
Dios a todos los hombres. El Padre Eterno entregó a
Jesús todos los
hombres. De eso habla con frecuencia el Evangelio: “Todo me ha sido
dado por mi Padre”. Todas las cosas, todos los hombres, que son míos, me los ha
dado mi Padre. “Esta es la voluntad del que me envió, de mi Padre, que no se
pierda nada de todo lo que me ha dado”. Pero como al encomendarle todo ya todo
estaba perdido, fue como encomendarle que reconquistase y ganase todo otra vez.
“No mandó Dios a su Hijo al mundo para que juzgara al mundo, sino para que el
mundo se salvara por El”. Esta recomendación hizo que se preocupara con
verdadera solicitud por redimir al
mundo. Lo advierte San Juan cuando dice: “Sabía que su Padre había puesto todo
en sus manos”, por eso se levantó de la cena, se quitó el vestido, se puso una
toalla, lavó los pies a sus discípulos. Por esta misma preocupación en cumplir
el encargo de su Padre, dijo: “He dado a conocer Tu nombre a los hombres, que
me diste”. Por esto mismo hacía oración por ellos: “No te pido por el mundo,
sino por los que me has dado, porque son tuyos”. Y por la misma razón se
ofreció por ellos: “Y por ellos Yo me santifico”. Cuando en el huerto le fueron
a prender, por esta misma preocupación de cumplir el mandato de su Padre les
defendió: “Si me buscáis a Mí dejad a estos que se marchen. Y así se cumplió lo
escrito que dice: No perdí a ninguno de los que me diste”; no perdió a ninguno
por su culpa, por eso le dolió tanto la perdición de Judas, porque, habiéndoselo también
encomendado su Padre,
no quedase por
El el conservarle a su lado y el
salvarle. “Guardé a los que me diste, y ninguno se perdió, excepto el hijo de
la perdición, y así se cumplió la Escritura”. De esta misma fuente nació no
sólo el amor a los hombres sino también a todo lo que convenía para el bien y
felicidad de los hombres. Esto dijo poco antes de su pasión: “Para que el mundo
sepa cuánto es lo que yo amo a mi Padre, y que como me lo ha mandado así lo hago
y lo cumplo, ¡levantaos y vámonos de aquí!” Y se fue a morir por los hombres en
una cruz. Era tan grande el deseo de hacer a Dios este servicio que decía: “Con
un bautismo he de ser bautizado, ¡y cómo estoy inquieto hasta que llegue la
hora en que se cumpla!” Era tan grande el deseo que sentía de verse bautizado
con sangre, que cada hora se le hacía mil años por la grandeza de su amor. En
la Fiesta de los Ramos quiso ser recibido por la gente de Jerusalén para que
viera la alegría de su corazón, y, por la misma causa, entre aplausos y
cubierto de rosas y flores, quiso subir a la cruz. El rey David expresó la
fuerza del amor de Jesús al escribir: “Se alegró como un atleta para correr su
carrera; desde lo más alto del cielo salió, y en su órbita llegó al otro
extremo, y no hay nada que escape a su
calor”. El amor divino salió de Dios y volvió a Dios. No amó al hombre por el
hombre, sino por Dios. No hay nadie que pueda escapar de su calor ni huir de su
amor; porque su caridad es tan encendida que fuerza y casi obliga a los
corazones, como dice el Apóstol: “El amor de Cristo nos empuja”. Al apóstol
Pablo le apremiaba tanto el amor de Cristo que, despreciando el hambre y la
sed, las persecuciones, y la vida y la muerte, hasta deseaba por su amor, si
fuera posible, padecer las penas del infierno: “Desearía hasta ser apartado de
Cristo por el bien de mis hermanos”. El apóstol Andrés, al ver la cruz en que
había de morir, le echaba piropos, y le decía que se alegrara como él se
alegraba al verla. Estos ejemplos nos deben mover a desear subir el escalón de
la cruz y llegar al corazón de Cristo. Si nos parece grande el amor de Pablo y
de Andrés, mayor es, infinitamente mayor, el amor de Jesús. También Jacob da un
gran ejemplo de verdadero amor: siete años sirvió a su suegro Labán para
poderse casar con Raquel. Y tenía tanto trabajo que de noche casi no dormía y
de día no descansaba. Andaba con la piel quemada por el hielo y el sol. Y, a
pesar de esto, siete años “le parecieron poco por el gran amor que sentía por
Raquel”. ¿Qué le parecería a Cristo una noche de burlas y tres horas de cruz
para conseguir como esposa a la Iglesia, y hacerla hermosa y sin ninguna
mancha? Le parecería poco. Sin duda amó mucho más que padeció, y fue mayor el
amor encerrado en su corazón que el sufrimiento que hacían ver sus heridas y
sus llagas. Si lo que Dios le mandó hacer por todos los hombres se lo hubiera
mandado hacer por cada uno, por cada uno lo hubiera hecho. Y si como estuvo
tres horas en la cruz hubiera sido necesario estar allí hasta el fin del mundo,
lo hubiera hecho, que amor tenía para todo.
Fue mucho menos lo que el Señor padeció que lo que amó y deseó padecer;
si sólo esa muestra de su sufrimiento fue tan sorprendente para muchos hombres,
que “fue escándalo para los judíos y locura para los gentiles”. ¿Qué hubieran
pensado si les hubiese dado otra prueba que mostrara toda la grandeza de su
amor? La prueba de amor que nos dio ciega, en medio de tanta luz, a los que no
creen; a los amigos, a los que conocen este amor, les deja pasmados cuando Dios
les descubre este secreto, y les da a sentir este misterio; se deshacen en
lágrimas, se abrasan de amor, les hace alegrarse en la tribulación y en el
dolor, les da fuerza para acometer lo que todo el mundo teme, les hace desear y
amar todo lo que Cristo ha deseado y amado. Este fue otro motivo de alegría
para el Señor cuando estaba, en aquella
noche, en medio de golpes y burlas: veía, gracias al dolor que sufría,
la imagen del mundo ya renovado, los hombres transformados de carnales a espirituales.
Veía a los hombres que, al conocer lo que había sufrido por ellos, se encendían
de amor por El, se hacían a su imagen y semejanza, despreciando el mal y
deseosos de hacer el bien en el mundo. Con esta alegría pudo sufrir la deshonra
y la burla y el desprecio, lo pudo sufrir con fortaleza y sin desviar la cara
para evitar las bofetadas y sin retirar su cuerpo para librarse de los golpes.
Veía que a través de lo que hacían en El aquellos verdugos labraba el Padre
Eterno, también en El, la imagen y ejemplo de los predestinados. Dios Padre se
complacía en la obediencia de su Hijo y disponía y preparaba el premio con que
quería honrarle por toda la
deshonra que estaba
sufriendo, componía un cantar con que alabarle perpetuamente en
el cielo por todos los insultos que aquella noche le decían.
Me gustó mucho esta explicación también. Es mas apegada a una explicación terrenal. Santo Tomas es mas Evangélico, pero los dos me encantaron. Gracias
ResponderEliminarY todo por su inmenso amor a la humanidad 😔
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