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martes, 16 de abril de 2019

LA PASION DE JESUCRISTO SEGUN EL PADRE LA PALMA




No nos es posible continuar con la hermosa doctrina de Santo Tomas de Aquino sobre la pasión de nuestro Redentor porque nos llevaría mucho tiempo en exponerla dado que es muy extensa, profunda y fascinante, quien pudiera tener en la actualidad un cincuenta por ciento de la inteligencia del santo para exponer con simplicidad la doctrina profunda de este gran santo? La suma teológica es algo que siempre me ha fascinado y, si pudiera, pediría a mi Madre Santísima me diera algo del intelecto de santo Tomas para saborear, afirmar y consolidar mi fe tan raquítica y tan falta de luz celestial. Para difundir, en tiempos tan oscuros, la luz divina que irradian de los escritos del santo e iluminar algo a las almas tan ansiosas de la verdadera doctrina, de la verdadera fe y, con ello salvar mas almas o arrebatarle al la herejía del modernismo almas, que por desgracia, están siendo desviadas de la vida eterna.
Dentro de los místicos españoles como Fray Luis de Granada y el Padre La Palma hay otros tantos que narraron con su estilo místico, la pasión de Nuestro Señor. Siempre me he inclinado por los místicos españoles realistas y muy en especial por el Padre Luis de la Palma de quien ya subí un articulo y quiero en esta semana santa continuar subiendo artículos de este gran místico español a menos de que en sus comentarios me pidan lo contrario, o sea, seguir con Santo Tomas de Aquino pues todavía hay mucha tela de donde cortar. Son ustedes estimados lectores quienes tienen la última palabra por favor háganme saber si sigo o no con santo Tomas, muchas gracias por su preferencia les deseo UNA SEMANA SANTA LLENA DE LOS SENTIMIENTOS DE NUESTRO BUEN DIOS.
Cristo padeció por los hombres con amor
El Salvador pasó toda la noche entre los que se burlaban de Él y le molestaban, y, mientras tanto, les deseaba la paz y la felicidad, y no pensaba en pensamientos de venganza. Nada ni nadie era más poderoso que El, y El se entregaba al sufrimiento por amor a Dios y a los hombres. Estaba triste el Señor, pero, a la vez, su amor era tan grande que se puede decir que deseaba sufrir, pues su dolor salvaba a los hombres. Esta   noche   de   dolor   fue   también   noche   de   consuelo   y   alegría,   “bañándose” -bautizándose-, como El dijo, “con este baño” -este bautismo- de sangre, “hartándose de oprobios”. Este amor de Cristo “supera y está por encima de todo entendimiento”, porque la fuente de donde nace está también fuera de toda comprensión. Porque no se basa su amor al hombre en su perfección o en sus méritos, pues es una criatura imperfecta y pecadora. No es posible amar al hombre por sí mismo, el Señor no es ciego para poner su amor en una criatura que tampoco lo merece. Este amor se funda en el amor que el Padre eterno le tiene a Él, y en los inmensos beneficios que le concedió como hombre, tanto es así, que por agradecimiento y obediencia y amor a su Padre, Dios amó a los hombres. Pero... ¿por qué ama Dios al Hombre?
Dios, en el mismo instante de la concepción de Jesús en el vientre de la Virgen María, le dio el ser divino, uniéndole a su divina persona. Por lo cual podemos decir y es cierto que aquel hombre, Jesús, es Dios, Hijo de Dios, ha de ser adorado en los cielos y en la tierra como Dios, porque lo es. Este es un regalo infinito porque lo que se da es ser Dios.Dios regaló a ese hombre, Jesús, el ser rey de toda la creación y el primero entre todos los hombres para que, como cabeza, por él fluyese a todos su virtud y su fuerza. Así que, en cuanto que es Dios es igual al Padre y al Espíritu; y en cuanto es hombre es el primero entre todos y la cabeza de todos. Posee una gracia infinita para que de Él, como de una fuente o de un mar de gracia y de santidad se enriquezcan todos los hombres. No es sólo que en El la gracia sea mayor, sino que es el santificador de todos los hombres; es, por poner un ejemplo, como un tinte en el que todos han de recibir este color de santidad. Bien que la santidad no es algo de fuera, sino interior, del ser entero. Cuando  Jesús se viese a     mismo   así,   y   supiese   que   todo  le venía de  Dios,   se encontrase siendo rey de todas las criaturas, y viese arrodillados delante de Él a todos los espíritus del cielo, decid, si se pudiera decir, ¿con qué amor amaría a Dios? ¿Con qué deseo se ofrecería a servir y obedecer a Dios? No hay lengua que pueda hablar y explicar esta misteriosa grandeza. Al manifestar Jesús su inmenso deseo de servir y agradar a su Padre Eterno, el Padre Eterno le diría que le encomendaba la salvación de todos los hombres que se habían perdido por culpa del pecado de un hombre. A El encargaba esta empresa, debía amar a los hombres con tal amor que fuera capaz de pasar cualquier cosa por ellos para salvarles. Jesús amó a los hombres por amor a su Padre y por obedecerle, y, como era Dios, les amó desde un principio con el amor de Dios. Dios regaló a Jesús la infinita gracia   de   ser   Dios,   y   Jesús,   al   ser   Dios,   correspondió   infinitamente   agradecido   y enamorado. De Jesús, fuente grande y río caudaloso, fluyó el amor de Dios a todos los hombres. El Padre Eterno entregó  a  Jesús  todos  los  hombres. De  eso habla  con frecuencia el Evangelio: “Todo me ha sido dado por mi Padre”. Todas las cosas, todos los hombres, que son míos, me los ha dado mi Padre. “Esta es la voluntad del que me envió, de mi Padre, que no se pierda nada de todo lo que me ha dado”. Pero como al encomendarle todo ya todo estaba perdido, fue como encomendarle que reconquistase y ganase todo otra vez. “No mandó Dios a su Hijo al mundo para que juzgara al mundo, sino para que el mundo se salvara por El”. Esta recomendación hizo que se preocupara con verdadera solicitud  por redimir al mundo. Lo advierte San Juan cuando dice: “Sabía que su Padre había puesto todo en sus manos”, por eso se levantó de la cena, se quitó el vestido, se puso una toalla, lavó los pies a sus discípulos. Por esta misma preocupación en cumplir el encargo de su Padre, dijo: “He dado a conocer Tu nombre a los hombres, que me diste”. Por esto mismo hacía oración por ellos: “No te pido por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos”. Y por la misma razón se ofreció por ellos: “Y por ellos Yo me santifico”. Cuando en el huerto le fueron a prender, por esta misma preocupación de cumplir el mandato de su Padre les defendió: “Si me buscáis a Mí dejad a estos que se marchen. Y así se cumplió lo escrito que dice: No perdí a ninguno de los que me diste”; no perdió a ninguno por su culpa, por eso le dolió tanto la perdición de Judas, porque,   habiéndoselo   también   encomendado   su   Padre,   no   quedase   por   El   el conservarle a su lado y el salvarle. “Guardé a los que me diste, y ninguno se perdió, excepto el hijo de la perdición, y así se cumplió la Escritura”. De esta misma fuente nació no sólo el amor a los hombres sino también a todo lo que convenía para el bien y felicidad de los hombres. Esto dijo poco antes de su pasión: “Para que el mundo sepa cuánto es lo que yo amo a mi Padre, y que como me lo ha mandado así lo hago y lo cumplo, ¡levantaos y vámonos de aquí!” Y se fue a morir por los hombres en una cruz. Era tan grande el deseo de hacer a Dios este servicio que decía: “Con un bautismo he de ser bautizado, ¡y cómo estoy inquieto hasta que llegue la hora en que se cumpla!” Era tan grande el deseo que sentía de verse bautizado con sangre, que cada hora se le hacía mil años por la grandeza de su amor. En la Fiesta de los Ramos quiso ser recibido por la gente de Jerusalén para que viera la alegría de su corazón, y, por la misma causa, entre aplausos y cubierto de rosas y flores, quiso subir a la cruz. El rey David expresó la fuerza del amor de Jesús al escribir: “Se alegró como un atleta para correr su carrera; desde lo más alto del cielo salió, y en su órbita llegó al otro extremo, y no hay nada  que escape a su calor”. El amor divino salió de Dios y volvió a Dios. No amó al hombre por el hombre, sino por Dios. No hay nadie que pueda escapar de su calor ni huir de su amor; porque su caridad es tan encendida que fuerza y casi obliga a los corazones, como dice el Apóstol: “El amor de Cristo nos empuja”. Al apóstol Pablo le apremiaba tanto el amor de Cristo que, despreciando el hambre y la sed, las persecuciones, y la vida y la muerte, hasta deseaba por su amor, si fuera posible, padecer las penas del infierno: “Desearía hasta ser apartado de Cristo por el bien de mis hermanos”. El apóstol Andrés, al ver la cruz en que había de morir, le echaba piropos, y le decía que se alegrara como él se alegraba al verla. Estos ejemplos nos deben mover a desear subir el escalón de la cruz y llegar al corazón de Cristo. Si nos parece grande el amor de Pablo y de Andrés, mayor es, infinitamente mayor, el amor de Jesús. También Jacob da un gran ejemplo de verdadero amor: siete años sirvió a su suegro Labán para poderse casar con Raquel. Y tenía tanto trabajo que de noche casi no dormía y de día no descansaba. Andaba con la piel quemada por el hielo y el sol. Y, a pesar de esto, siete años “le parecieron poco por el gran amor que sentía por Raquel”. ¿Qué le parecería a Cristo una noche de burlas y tres horas de cruz para conseguir como esposa a la Iglesia, y hacerla hermosa y sin ninguna mancha? Le parecería poco. Sin duda amó mucho más que padeció, y fue mayor el amor encerrado en su corazón que el sufrimiento que hacían ver sus heridas y sus llagas. Si lo que Dios le mandó hacer por todos los hombres se lo hubiera mandado hacer por cada uno, por cada uno lo hubiera hecho. Y si como estuvo tres horas en la cruz hubiera sido necesario estar allí hasta el fin del mundo, lo hubiera hecho, que amor tenía para todo.  Fue mucho menos lo que el Señor padeció que lo que amó y deseó padecer; si sólo esa muestra de su sufrimiento fue tan sorprendente para muchos hombres, que “fue escándalo para los judíos y locura para los gentiles”. ¿Qué hubieran pensado si les hubiese dado otra prueba que mostrara toda la grandeza de su amor? La prueba de amor que nos dio ciega, en medio de tanta luz, a los que no creen; a los amigos, a los que conocen este amor, les deja pasmados cuando Dios les descubre este secreto, y les da a sentir este misterio; se deshacen en lágrimas, se abrasan de amor, les hace alegrarse en la tribulación y en el dolor, les da fuerza para acometer lo que todo el mundo teme, les hace desear y amar todo lo que Cristo ha deseado y amado. Este fue otro motivo de alegría para el Señor cuando estaba, en aquella   noche, en medio de golpes y burlas: veía, gracias al dolor que sufría, la imagen del mundo ya renovado, los hombres transformados de carnales a espirituales. Veía a los hombres que, al conocer lo que había sufrido por ellos, se encendían de amor por El, se hacían a su imagen y semejanza, despreciando el mal y deseosos de hacer el bien en el mundo. Con esta alegría pudo sufrir la deshonra y la burla y el desprecio, lo pudo sufrir con fortaleza y sin desviar la cara para evitar las bofetadas y sin retirar su cuerpo para librarse de los golpes. Veía que a través de lo que hacían en El aquellos verdugos labraba el Padre Eterno, también en El, la imagen y ejemplo de los predestinados. Dios Padre se complacía en la obediencia de su Hijo y disponía y preparaba el premio con  que  quería honrarle  por  toda la   deshonra  que  estaba  sufriendo,   componía  un cantar con que alabarle perpetuamente en el cielo por todos los insultos que aquella noche le decían.



2 comentarios:

  1. Me gustó mucho esta explicación también. Es mas apegada a una explicación terrenal. Santo Tomas es mas Evangélico, pero los dos me encantaron. Gracias

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  2. Y todo por su inmenso amor a la humanidad 😔

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