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viernes, 28 de diciembre de 2018

SAN BERNARDO: DE LAUDE NOVAE MILITIAE AD MILITES TEMPLI.



Es de temer que en este juicio te precipites con el príncipe de las tinieblas y sus ángeles si aún no te has juzgado. Porque el hombre espiritual que juzga todas las cosas no será juzgado por nadie. También por eso mismo el juicio comienza por la casa de Dios a fin de que, llegado el juez, halle juzgados a los que le son conocidos y nada le quede por juzgar cuando sean juzgados los que no pasan fatigas humanas ni se afligen con ellos.
IX. El Jordán.
16. ¡Con qué alegría el Jordán recibe a los cristianos después de la gloria de haber sido consagrado por el bautismo de Cristo! Seguramente, el leproso de Siria se alejó mucho de la verdad cuando prefirió no sé qué aguas de Damasco a las de Israel, habiendo dado, devoto, nuestro Jordán tantas pruebas de obediencia a las órdenes de Dios cuando, deteniendo su curso por un milagro enteramente evidente, paró en seco para dar libre paso ya al profeta Elías, ya a su discípulo Eliseo, ya, por decir alguna cosa de tiempos más remostos, al gran capitán Josué y al pueblo que lo acompañaba. En fin, ¿cuál de entre todos los ríos fue más ensalzado que éste, que recibió una consagración particularísima por la presencia sensible y manifiesta de la Santísima Trinidad? El Padre fue aquí escuchado, el Espíritu Santo visto y el Hijo fue bautizado. Con gran razón pues, todos los cristianos experimentan en sus almas, obedeciendo a Cristo, esta misma virtud que el sirio Naamán, siguiendo el consejo del profeta, sintió en su cuerpo.

X. El lugar del Calvario.
17. Al salir de Jerusalén se va al lugar del Calvario, donde el verdadero Eliseo, después de haber sido motivo de mofa para unos niños insensatos, mereció la dulce risa de la gloria eterna para aquellos de quien dice: Miradme aquí y a los niños que el Señor me dio. Niños enteramente buenos a quienes, en oposición a otros maliciosos, el salmista invita a cantar los loores a Dios con estas palabras: Load, niños, al Señor, load su santo Nombre, para que este loor sea perfecto en la boca de los santos infantes y de aquellos niños de pecho, puesto que faltó en la de los envidiosos ingratos, de los que se queja el Señor a través de estas sentidas palabras del profeta: Alimenté hijos y los ensalcé, pero me despreciaron. Subió, pues, a la cruz nuestro salvador y fue expuesto a la risa del mundo para la salvación del mundo. Y, trabajando para borrar el pecado, el rostro y la fuente fueron descubiertos, no tuvo dificultad en exponerse no sólo a la vergüenza, sino también al suplicio de una muerte tan ignominiosa como cruel, para librarnos del oprobio y restituirnos la gloria. Ni esto es sorprendente. Porque ¿de qué se debería avergonzar quien de tal suerte nos ha lavado los pecados, quien ha sido no como agua que diluye y conserva la suciedad, sino como un rayo de sol que la deseca conservando su pureza? Así es la sabiduría de Dios, que alcanza a todas partes con su pureza.

XI. El sepulcro.
18. Entre estos santos y amables lugares, el sepulcro tiene, en cierta manera, la primacía y se sienten no sé qué movimientos de mayor devoción en el lugar en el que nuestro Señor reposó después de su muerte que en todos los otros en los que estuvo durante su vida. Hasta la memoria de su muerte nos mueve, con más eficacia que la de su vida, a los sentimientos de piedad y devoción. Juzgo que esto viene de la dulzura que apareció en aquélla, mientras no se ve sino austeridad en ésta. De la misma manera que el reposo del sueño es más agradable a la flaqueza humana que el trabajo de una vida laboriosa, y la seguridad de una buena muerte, más que la rectitud de la vida. La vida de Cristo me fue dada para modelo de la mía, pero su muerte ha sido el rescate de la muerte que yo mereciera. Aquélla instruyó mi vida. La vida de Cristo me fue dada para modelo de la mía, ésta destruyó mi muerte. Su vida, en verdad, fue penosa, pero su muerte preciosa; y una y otra me han sido necesarias por completo. En efecto, ¿de qué puede servir la muerte de Cristo a quien tiene una mala vida, o su vida al que muere en estado de condenación? ¿Pensáis que aún ahora la muerte de Cristo libra de la muerte eterna a los que viven aquí abajo en pecado hasta la muerte? ¿O que la santidad de su vida sacó de su cautiverio a los santos padres que murieron antes que Nuestro Señor? ¿No está escrito: Qué hombre vivirá sin verla muerte y quién librará su alma de la garra del infierno? Pero como ambas cosas nos son igualmente necesarias, es decir, vivir piadosamente y morir con la seguridad de nuestra salvación, nos ha enseñado a vivir con su vida y a morir con seguridad con su muerte, dado que murió para resucitar y dio a los que mueren una esperanza verdadera de su resurrección. Pero añadió un tercer beneficio, sin el cual todos los otros no servirían de nada, al perdonar los pecados. Pues, por lo que toca a la verdadera y soberana bienaventuranza, ¿qué premio conseguiría la vida más recta y longeva de cualquiera aún estando sólo manchado del pecado original? El pecado precedió para que la muerte lo siguiese; si el hombre lo hubiese evitado, jamás habría experimentado la muerte.
19. Pecando, pues, perdió la vida y encontró la muerte, porque no sólo Dios lo predijera así, sino que era una cosa muy justa que el hombre muriese si pecaba. Porque ¿qué cosa más conforme a justicia que la pena del talión? Pues, siendo Dios la vida del alma, como ésta es la vida del cuerpo, es justo que, queriendo perder el principio de su vida pecando mortalmente, perdiese también, a su pesar, el poder dar la vida a su cuerpo. Voluntariamente desechó la vida no queriendo vivir más; es justo pues, que no pudiese darla más a quien quisiera ni de la manera en que quisiera. El alma no se quiso dejar gobernar por la bondad de Dios; su cuerpo, pues, no sea gobernado más por ella.
Si ella no obedeció a su superior, ¿por qué va a mandar a su inferior? Puesto que el Creador encuentra a su criatura en rebelión, también es justo que el alma encuentre resistencia en la carne, que no está sino para servirla. Habiendo el hombre transgredido la ley de Dios, es justo que merezca encontrar entre sus miembros una ley que resista a la ley de su espíritu y que lo reduzca a la servidumbre bajo la ley del pecado. El pecado, como dice la Escritura, pone separación entre Dios y nosotros; haga la muerte, por tanto, separación entre nuestro cuerpo y nosotros. Lo mismo que el alma no pudo haber sido separada de Dios más que por el pecado, tampoco el cuerpo puede ser separado de ella más que por la muerte. ¿Por qué se queja del rigor del castigo, puesto que no sufre su servidor sino quien ha osado emprender contra su Señor? En verdad, nada era más congruente que producir la muerte otra muerte, la espiritual generar la corporal; la criminal, la penal; la voluntaria, la necesaria.
20. Así, habiendo sido condenado el hombre a esa doble muerte en referencia a su doble naturaleza, una espiritual y voluntaria y otra corporal y necesaria, el Dios-hombre, por su benignidad y por su poder, trajo remedio para ambas con una única muerte corporal y voluntaria anulando nuestras dos muertes. Y esto se hizo. Así tenía que ser porque, habiendo sido una de estas muertes el castigo del pecado y la otra la pena, Cristo, asumiendo el castigo sin haber cometido el pecado, nos merece justamente la vida y la santidad sólo por la muerte que quiso sufrir corporalmente. En efecto, si no hubiese padecido corporalmente, no habría satisfecho nuestra deuda; y si no muriera voluntariamente, ningún merito habría tenido su muerte pues, como ya hemos dicho, si el pecado es fruto de la muerte, y la muerte la deuda del pecado, remitiéndonos Cristo al pecado y muriendo por los pecadores ya no existe la culpa y su deuda queda saldada.


DIOS NOS AMA. Dom Godofredo Belorgey


Jesús con María y Martha
¿Quién podrá decimos lo que fue el dolor de Cristo, y cual su intensidad? Teniendo en cuenta su ciencia, su amor y su santidad incomparables, Jesús sufrió como puede sufrir un Hombre-Dios: Un Hombre-Dios vale más que millones de mundos. Desde el momento, pues, en que ha querido sufrir, no es muy natural y sencillo que haya sufrido... mas que todas las criaturas juntas? Sera exageración decir que sus dolores son como un océano sin fondo y que todos los dolores de las criaturas al lado de los suyos son como gotitas? El Verbo encamado, por el mero hecho de haber querido sufrir, se constituyo como una parte de Dios en el sufrimiento: se hizo una parte infinita, lo cual es imposible en absoluto, sino que se hizo una parte infinitamente superior a la de sus criaturas. Cuando reflexionamos sobre esto, se apodera de nosotros una especie de estupor. ! Que estúpidos somos cuando nos parece que sufrimos mucho! Que son nuestras pobres e insignificantes miserias en comparación de los dolores de Jesús? Queremos tener una idea de la intensidad con que su alma fue torturada? Sondeemos cuanto sufrieron los santos viendo a Dios ofendido. De uno de ellos se dice que se desvaneció en el confesionario, creyendo haber cometido un pecado venial. Y, sin embargo, los santos no tenían más que una idea muy débil de la santidad de Dios; pero Cristo sabía bien lo que era.
Los sufrimientos morales de Jesús no deben hacernos olvidar los horrores que sufrió su cuerpo, mientras duro la agonía.
Cuando llego la hora de las tinieblas, su hora con tanto ardor deseada por amor nuestro, la Pasión con todas sus ignominias le trituro y exprimió como al racimo en el lagar: Es el Justo, entregado a sus enemigos, abandonado de los suyos, condenado inicuamente contra toda justicia y contra toda ley, azotado, coronado de espinas, maldecido por el pueblo y clavado en un infame patíbulo. Y mientras la tierra blasfema, y el Cielo parece sordo, la divina e inocente victima expira entre dos criminales: Nos amo hasta el fin75.
II. Jesús nos amo durante su vida terrenal
Todo lo que acabamos de recordar prueba, hasta la saciedad, cuales fueron la delicadeza y la generosidad del amor de Jesús al mundo. Sin embargo, partiendo de estos antecedentes, todavía nos resta hacer un descubrimiento mucho más importante. Estamos convencidos de que nuestro Señor amo a todos los hombres con un amor genérico, pero comprendemos que los ama también con un amor particular, que tiene por objeto a cada uno de ellos en particular? Hemos descubierto, por cuenta propia, la amistad que tiene con nosotros? Como Dios —ya lo hemos dicho— Jesús nos ama desde toda la eternidad.
Pero como hombre puede realmente pensar en mi, perdido entre miles de millones de hombres? Y, si verdaderamente lo puede, le puedo-yo interesar algo? Ya hemos recordado en otra parte la maravillosa realidad de todo esto.
Desde el primer instante de su Encarnación en el seno de la Virgen Maria, Jesús conoció a todos los hombres, pasados, presentes y futuros, tanto por la visión beatifica, de la que su alma gozaba ininterrumpidamente, como por su ciencia infusa. Como consecuencia, desde este primer instante, Jesús nos amo a todos- Pero su pensamiento no es limitado ni se divide como el nuestro; y así es cierto que Jesús me amo, a mí, personalmente con todos los recursos de su Corazón que late por mí.
Nosotros no podemos ni suponer siquiera la profundidad y la riqueza de su amor, porque nuestro Señor nos ama tan perfectamente como el Padre le ama a El mismo: Sicut dilexit me Pater, et ego dilexi vos. Yo os amo de la misma manera que el Padre me ama a Mi 77. .Comprendemos el alcance de esta afirmación?!El amor de Jesús a nosotros es tan fuerte como el amor del Padre a su Hijo! Y yo soy el objeto de ese amor, hasta tal punto, que se puede decir que Jesús se encamo, como si yo fuese la única criatura que había de rescatar.
Del mismo modo que su pensamiento humano me sigue a todas partes, así su amor no cesa jamás de ejercitarse conmigo. Todos los actos de Cristo son una señal de amor por mí. El me ama en el seno de su Madre, El me ama cuando nace en la cueva de Belén, El me ama personalmente durante los treinta años que vive en Nazaret, dándome ejemplo y mereciendo para mí las gracias necesarias para que algún día le pudiese seguir por el mismo camino. Todos los actos y todas las palabras de su vida pública están saturados del amor que me profesa. Lo mismo puede decirse de todos los detalles de su Pasión, que El ofrecía por mí, mientras mis faltas le herían profundamente en su amor. Por mi sufrió Jesús la agonía en el Huerto de las Olivas, se dejo maniatar como un malhechor, arrastrar ante los jueces, escarnecer por la chusma, azotar, coronar de espinas. Por mi llevo Jesús su Cruz y vivió las horas terribles de la agonía física en el más completo abandono moral, y, finalmente, murió, derramando hasta la última gota de su Sangre.
Pero no termino en el Calvario el amor de Jesús. Desde mi nacimiento, me rodea de atenciones y cuidados exquisitos. ! Cuantas pruebas personales de amor no ha dado a los que estamos aquí! Y los que leyeren estas líneas evocaran con agradecimiento aquellas de que ellos mismos han sido objeto.
El hizo que naciésemos, la mayor parte, de familias cristianas. El nos ha preservado de los peligros del mundo; y, si alguna vez hemos resbalado, nos ha venido a buscar. Nos ha llamado, nos ha levantado, nos ha tomado dulcemente en sus brazos para volvernos al redil. Luego, ha querido ganar completamente nuestro corazón introduciéndonos en su intimidad. Resistimos, quizás; pero ha sabido vencernos con su amor. Como dice San Benito, nos has escogido entre la multitud del pueblo78. Y si le preguntamos: Pero porque a mí, Señor? nos responde: No indagues, hijo mío, el por qué es un misterio: Yo te amo y basta.
III. El Maestro esta aquí y te llama
Si reflexionásemos un poco sobre el amor que Jesús nos tiene, quedaríamos atónitos. Acabamos de ver que esto no es simplemente un hecho histórico, una cosa cuya realidad ya paso. No. Es una realidad de todos los instantes.
Jesús está continuamente a nuestro lado, siguiéndonos con su afecto, e invitándonos a hacer personalmente el descubrimiento que nos dará la vida de amor. Porque, el amor llama al amor. Si verdaderamente Jesús nos ama sin interrupción, no podemos permanecer indiferentes; debemos amarle con todas nuestras fuerzas y entregarnos a El sin reserva.
Pero El tiene bien conocida nuestra impotencia; sabe que sin El nada podemos, y por eso viene El mismo a ensenarnos a amarle. Sepamos escuchar su voz y comprender sus enseñanzas, —comprehenderé—. Comprender vale tanto como tener un conocimiento personal de alguna cosa, y en este caso, del amor de Cristo a nosotros. .No podría Jesús también hacemos este reproche que San Juan Bautista dirigía a sus compatriotas: En medio de vosotros esta uno a quien no conocéis? 79.
Como podremos, pues, hacer verdaderamente el descubrimiento de su amor, y saber la forma como debemos responder a Él? Ciertamente que tenemos a la mano el Evangelio para ayudarnos en esta tarea, pero con una condición al menos, y es, que lo leamos, o mejor, lo meditemos, más con el corazón que con la inteligencia, y teniendo en cuenta que, además de lo que aquí aprendamos, tenemos todavía mucho que hacer: descubrir a Jesús en el Tabernáculo. Porque Cristo no se contento con dejamos un testimonio escrito de su vida, sino que quiso —nueva prueba, y bien emocionante, de su amor— quedarse El mismo, realmente presente en medio de nosotros. Deciduo seguir viviendo aquí abajo en la Hostia, para lo cual, instituyo la Eucaristía y el sacerdocio, a fin de continuar amándonos, no solamente desde lo alto del cielo, sino también muy cerquita de nosotros, sobre la tierra, poniendo así a nuestra disposición un poderoso medio de conocerle más y mejor, amarle con mas delicadeza y sacar de El la fuerza de que continuamente necesitamos.
Jesús reside, pues, en el Tabernáculo. ! Allí esta! Lo que el Verbo, la Sabiduría increada, nos decía ya en la Escritura, este mismo Verbo, Sabiduría increada, nos repite ahora: Mis delicias son el estar con los hijos de los hombres80. Hay para quedarse estupefacto, y no creeríamos en ello si El mismo no lo hubiera dicho y nos lo probara quedándose en la Hostia.
Corramos a postrarnos a sus pies, y allí Jesús nos revelara su corazón, según su más ardiente deseo. Acercándonos a Él, frecuentando su compañía, recibiremos sus gracias y sus luces, entraremos en su intimidad, y de esa manera comprenderemos más fácilmente hasta que punto nos ha amado y nos ama personalmente, conforme a un principio muy del agrado de San Bernardo.
Es una experiencia que tenemos que hacer con todo interés, sin la cual, nuestra fe en la divina presencia corre el riesgo de quedar abstracta y fría.
Pero si frecuentamos la compañía de Jesús, algún día, de la manera que El sabe hacerlo, se descubrirá y se nos manifestara: Qui autem diligit me... et Ego diligan eum et manifestabo ei meipsum. A quien me ama, yo también le amare y me manifestare a el81. Entonces nuestra fe será ardiente, amorosa.
Nos convenceremos de que verdaderamente Cristo nos ama: habremos comprendido, y este será un descubrimiento, que sentiremos no haberlo hecho antes.
Si !Jesús mío!, esta será para mí una fecha importante, el comienzo de una nueva fase para mi vida interior; porque, a partir de este momento, experimentare que Vos estáis verdaderamente en el Tabernáculo, y que estáis allí con las mismas disposiciones con que os habéis manifestado en el curso de vuestra vida mortal, con vuestra bondad, con vuestro amor, en una palabra, con todas vuestras perfecciones. Sabré que estáis por mí, personalmente.
Parece que oigo salir del Tabernáculo vuestra voz que me dice lo que Marta decía a Maria: El Maestro está ahí y te llama82. Realmente así es: Jesús esta allí y me llama. Cuanto más convencido este de esto, con más gusto vendré a sus pies, para que me enseñe, como a Maria en Betania. Comprenderé que El tiene deseos de comunicarse conmigo, Percibiré la voz que me vuelve a decir: Yo soy la luz del mundo83. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida M. Yo he venido para que tengan vida, y que la tengan exuberante85. El que tenga sed, que venga a Mi y beba 86.
En el Tabernáculo, cada uno de nosotros descubrirá un Amigo verdadero, deseara vivir en continua unión con El, irá a visitarle con frecuencia, y, poco a poco, comprenderemos la santa impaciencia de Jesús por recibir nuestra visita, aunque solo dure algunos minutos.
Si tuviésemos un hermano prisionero en una celda, y nos concediesen autorización para hablarle siempre que quisiésemos, no perderíamos ocasión de estar a su lado, aunque solo fuese unos instantes, y con gusto nos apartaríamos un poco del camino para ir a saludarle. .No deberíamos hacer esto mismo y con más razón tratándose de Jesús? No tendríamos valor de pasar por delante de la puerta de una iglesia sin detenernos; y cada vez que hiciésemos esta parada llena de amor, al instante se nos concedería una gracia.
Si, a Jesús le complace ver cómo vamos a Él, y !que prodiga en favores se muestra con aquellos que acuden con confianza! Así, como en otro tiempo, las masas deseaban tocar aunque no fuese más que el ruedo de su vestido, porque salía de Él una virtud que curaba todos los enfermos87, del mismo modo, hoy, acerquémonos al Tabernáculo, toquemos al Señor, no tanto con la mano o con el dedo, como con impulso inflamado del corazón, con un acto de fe ardiente, humilde y confiada. Si establecemos este contacto frecuente entre Cristo y nosotros, la gracia se deslizara insensiblemente, y cuanto más dure este contacto, más intensa será la acción divina, virtus de illo exibat. No podemos estar el menor instante al lado de Jesús, sin ser enriquecidos; si no fuera así, Dios dejaría de ser Dios.
Vayamos, pues, a estar con Él, en la medida y con toda la frecuencia que nuestras ocupaciones nos lo permitan.
Pero, por favor, no vayamos a la Iglesia a pasar el tiempo, o por costumbre, porque han tocado la campana. Vayamos allá para encontrarnos con Alguien. Y como este Alguien es la riqueza infinita, y tiene sed de dar, de darse, sed de ser deseado —sitit sitiri Deus, dice San Gregorio Nacianceno 88—-!Cuanto sufre de no poder dar todo lo que quisiera porque no se le pide bastante; y sobre todo, porque se le demuestra muy poca confianza! Pidamos, pues, deseemos, y mejor todavía, bebamos en esta fuente, persuadidos de que nunca nos acercaremos a ella en vano.
Es verdad que, en ciertos momentos de sequedad, nos parecerá que Jesús ya no está allí, que perdemos miserablemente un tiempo precioso que pudiéramos emplear con más provecho en otras cosas. No hagamos caso de nuestras impresiones. Tengamos valor para avivar nuestra fe en su acción.


jueves, 27 de diciembre de 2018

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY




Artículo 3º.- Persecuciones de parte de las personas buenas
Las persecuciones pueden venirnos de parte de los malos y de parte también de las personas buenas.
«Ser despreciado, reprendido y acusado por los malos, es realmente dulce para un hombre animoso -dice San Francisco de Sales-; empero ser reprendido, acusado y maltratado por los buenos, por los amigos, por los parientes, eso sí que es meritorio. Así como las picaduras de las abejas son más agudas que las de las moscas, del mismo modo, el mal que proviene de las personas buenas y las contradicciones que nos ocasionan, se toleran con mayor dificultad que las de los otros.» San Pedro de Alcántara, penetrado de la más viva compasión por Santa Teresa, le dijo que una de las mayores penas de este destierro era lo que ella había soportado, es decir, esta contradicción de los buenos. ¿Radica esto en que el aprecio y el afecto de estas personas nos son más estimados, o en que la prueba era menos esperada? ¿Obedece acaso a que las personas buenas, creyendo seguir el dictamen de su conciencia, guardan menos consideraciones? Sean cualesquiera el origen y las circunstancias de estas duras pruebas, nos parece conveniente entrar en algunas consideraciones que ayudarán a santificarías.
Todos los santos han pasado aquí abajo por la persecución, dice San Alfonso. Ved a San Basilio acusado de herejía ante el Papa San Dámaso, a San Cirilo condenado por hereje por un Concilio de cuarenta Obispos y depuesto luego vergonzosamente, a San Atanasio perseguido por culpársele de hechicero y a San Juan Crisóstomo por costumbres relajadas. «Ved también a San Romualdo, quien contando más de cien años, es con todo acusado de un crimen vergonzoso, tanto que se intentó quemarle vivo; a San Francisco de Sales, a quien por espacio de tres años se le juzgó manteniendo relaciones ilícitas con una persona del mundo, y esperar por todo ese tiempo que Dios le justifique de esta calumnia; por último, ved a Santa Liduvina, en cuyo aposento entró un día una mujer desgraciada para vomitar injurias a cuál más grosera.» Ninguno de nosotros ignora que nuestro bienaventurado Padre San Benito estuvo a punto de ser envenenado por los suyos, y ¡cuánto no tuvieron que sufrir nuestros primeros padres del Cister, así de sus hermanos de Molismo, como de otros monjes de su tiempo! Otro tanto aconteció al venerable Juan de la Barriére y al Abad de Rancé cuando quisieron implantar su reforma. San Francisco de Asís renunció al cargo de Superior a causa de la oposición que encontró' entre los suyos: Fray Elías, su vicario general, no reparó en acusarle ante un crecido número de religiosos de ser la ruina del Instituto, y este mismo Fray Elías fue el que encarceló a San Antonio de Padua. San Ignacio de Loyola fue encerrado en los calabozos del Santo Oficio. San Juan de la Cruz, habiendo reformado el Carmelo, es arrojado por los
Padres de la Observancia en una oscura cárcel, y allí privado de celebrar la Santa Misa durante largos meses, y tuvo además que sufrir rigurosísima abstinencia y las más duras disciplinas y reprensiones. Por idéntico motivo, y a causa de los caminos por los que Dios la llevaba, hubo de sufrir Santa Teresa durísimas vejaciones, de las que se percibe el eco en su Vida. Su confesor, el P. Baltasar Álvarez, sufrió también una especie de persecución motivada por su oración sobrenatural.
Otros muchísimos podríamos citar, pero terminaremos por San Alfonso, que fue perseguido durante largos años: como teólogo por los rigoristas, como fundador de los Redentoristas por los regalistas, y finalmente por sus hijos, como ya dejamos dicho. Baronio cuenta cómo el Papa San León IX cedió a las prevenciones contra San Pedro Damiano: «Yo lo digo –añade este sabio Cardenal-, para consolar a las víctimas de estas malas lenguas, para hacer más prudentes a los demasiado crédulos y enseñarles a no prestar fácilmente oídos a las calumnias.»
Estas persecuciones hallan su aparente explicación en la diversidad de espíritus: «¿Qué acuerdo puede haber entre Jesucristo y Belial?» Los malos no pueden soportar la virtud por modesta y reservada que sea, porque los condena, los molesta y los quiere convertir. Las personas buenas, hasta que no han mortificado bastante sus pasiones (si éstas son numerosas), déjanse cegar y arrastrar cualquier día con menoscabo de la paz y de la caridad. Ejemplo de ello tenemos en el P. Francisco de Paula, encarnizado perseguidor de San Alfonso, que lejos de ser mal religioso, hasta gozaba de reputación muy recomendable. Mucho se hubiera extrañado si se le hubiese predicho que, andando el tiempo, trabajaría con celo digno de mejor causa en perder a su ilustre y santo Fundador, mediante informes tendenciosos, envenenados y llenos de calumnias; hízolo, sin embargo, porque no había combatido suficientemente su desmesurada ambición, que ni siquiera había echado de ver hasta entonces. Los más santos pueden hacerse sufrir mutuamente, ya porque se engañan, o porque no entienden su deber de la misma manera, existiendo como existe entre los hombres diversidad de miras y caracteres.
Mas para penetrar a fondo el misterio de estas pruebas es preciso remontarse hasta Nuestro Señor y penetrar en los consejos de la Providencia. Jesús nos advierte que ha venido a traer la espada y no la paz, y que los enemigos del hombre serán los de su casa; que ha sido perseguido y hasta se ha llegado a llamarle Belcebú, y que no es el discípulo más que su Maestro; se nos odiará, se nos perseguirá de ciudad en ciudad, se nos entregará y llegará tiempo en que los mismos que nos den la muerte crean hacer un servicio a Dios. El Apóstol, a su vez, se hace eco de su Maestro: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo padecerán persecución»; pero termina diciendo el Señor, «bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Cuando os maldijeren y persiguieren y se hubieren dicho contra vos todos los males imaginables sin razón y por mi causa, regocijaos, alegraos porque vuestra recompensa es grande en el Reino de los cielos y tened presentes a los Profetas, que antes que vosotros fueron también perseguidos». Y ¿qué fin se propone la Providencia con estas pruebas purificadoras? Quiere señalar todas sus obras con el sello de la cruz, despojarnos de la estima y afecto propio, formarnos en la paciencia, en el perfecto abandono, en la caridad sólo por amor de Dios, consumar la santidad de sus mejores amigos.
Jesús humilde, despreciado, víctima de la iniquidad, pero manso y humilde de corazón en medio de los ultrajes, amante y abnegado hasta la total efusión de su sangre a pesar de todas las injusticias y perfidias, es el Maestro que nos muestra el camino, el Modelo al que el Espíritu Santo ha encargado la misión de hacernos semejantes. La Providencia emplea a los buenos y a los malos como instrumento para reproducir en nosotros a Jesús ultrajado, vilipendiado, tratado indignamente; pero al propio tiempo el Espíritu Santo nos ofrece la gracia, obra en nosotros para hacernos imitar fielmente a Jesús manso y humilde de corazón, a Jesús lleno de dulzura y de heroica caridad. Caminar con paso resuelto por las huellas de Jesús perseguido, es entrar en las vías de la santidad.
Murmurar, quejarse y andar con repugnancia, es arrastrarse penosamente en la mediocridad. San Alfonso, por su parte, dice: «Persuadámonos que en recompensa de nuestra paciencia en sufrir de buen grado las persecuciones, tendrá Dios cuidado de nosotros, pues es Dueño de levantarnos cuando quisiere. Mas aunque fuera preciso vivir en lo sucesivo, bajo el peso del deshonor, existe la otra vida, en la que por nuestra paciencia seremos colmados de honores tanto más sublimes.» Olvidemos, pues, a los hombres y todas las faltas que creemos tienen, y desechemos de nuestro corazón la amargura y el resentimiento. Fijos constantemente los ojos en el eterno perseguido, en Jesús nuestro modelo y en el Amado de nuestras almas, adoremos como El todos los designios de su Padre, que es también el nuestro. Abracemos con amor las pruebas que El nos envía y los efectos de ellas ya consumados e irreparables, esforzándonos por sacar de ellos el mejor partido posible, entrando plenamente en las disposiciones de nuestro dulce Jesús y obrando en todo como El lo haría en nuestro caso. Esto no nos impide, en cuanto al porvenir, hacer lo que depende de nosotros para precaver los peligros, para evitar las consecuencias si fuere del agrado de Dios, siempre que la gloria divina, el bien de las almas, u otras justas razones lo exijan o lo permitan.
El beato Enrique Susón recorrió durante largo tiempo este doloroso camino, y ved las enseñanzas que recibió del cielo.
Díjole una voz interior: «Abre la ventana de tu celda, mira y aprende.» La abrió, y fijando la vista, vio a un perro que corría por el claustro, llevando en su boca un trozo de alfombra con la que se divertía, ya lanzándola al aire, ya arrastrándola por el suelo, destrozándola y haciéndola pedazos. Una voz interior dijo al beato: «así serás tú tratado y despedazado por boca de tus hermanos». Entonces hízose esta reflexión: «Puesto que no puede ser de otra manera, resígnate; mira cómo esta alfombra se deja maltratar sin quejarse, haz tú lo mismo.» Bajó, cogió la alfombra y la conservó durante largos años como preciado tesoro. Cuando tenía una tentación de impaciencia, la cogía en sus manos, a fin de reconocerse en ella y de adquirir la valentía de callarse. Cuando desviaba el rostro despreciando a los que le perseguían, era por ello castigado interiormente y una voz decíale en el fondo de su corazón: «Acuérdate que Yo, tu Señor, no aparté mi rostro a
los que me escupían.» Entonces experimentaba un verdadero arrepentimiento y entraba de nuevo en sí mismo... Decíale aún la voz interior: «Dios quiere que cuando seas maltratado con palabras y hechos soportes todo con paciencia, quiere que mueras del todo a ti mismo, que no tomes tu diario alimento antes de haberte dirigido a tus adversarios y de haber sosegado, en cuanto te fuere posible, la ira de su corazón por medio de palabras y modales caritativos, dulces y humildes...No has de suponer que ellos sean otros Judas en el verdadero sentido de la palabra, sino los cooperadores de Dios que debe probarte para bien tuyo.»
San Alfonso, condenado por el Papa a causa de injustas acusaciones y separado definitivamente de la Congregación que había fundado, no se quejó y no recriminó a nadie, tan sólo dijo con heroica sumisión: «Seis meses ha que hago esta oración: Señor, lo que Vos queréis lo quiero yo también.» Y aceptó con el alma toda destrozada, aunque con resignación, vivir proscrito hasta la muerte, puesto que tal era la voluntad de Dios. Lejos de conservar animosidad contra su perseguidor, escribíale: «Me entero con alegría de que el Papa os prodiga sus favores. Tenedme al corriente de todo lo bueno que os acontezca, para que pueda dar gracias a Dios. Le pido aumente en vos su amor, que multiplique vuestras casas, y que os bendiga a vos y a vuestras misiones.» En esta prueba, como en todas las circunstancias difíciles, había comenzado por hacer que orase su Congregación y por recomendar a cada uno se renovase en el fervor, a fin de tener a Dios de su parte; después había tomado cuantas medidas podía aconsejar la prudencia, pero sometiéndose de antemano al divino beneplácito.


EN LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SERMON DE SAN AGUSTIN



Sermón del glorioso Doctor San Agustín, sobre la fiesta sacratísima, y alegría inefable del Nacimiento de nuestro Redentor. Nos enseña como en esta fiesta divina hemos de prometer y pagar al Señor, apartándonos de los pecados, y siguiendo las virtudes.
Procure defenderle con gran fortaleza, y no pierda cosa, que no tiene reparación después de perdida, no pierda por un momento de delectación, una hermosura tan grande de su cuerpo, ni consienta una fealdad tan torpe en su alma, por la codicia de una tan breve y vana figuración; en fin no se deje vencer de una flaqueza tan baja. Si el que este bien alcanza me creyere, permanecerá con él, y si no él sentirá un daño que no tiene reparación.
También quiero hablar con los que sois casados, y lo  primero que os amonesto, es que viváis castamente; y acordaos de que la gloriosa Isabel que tan largos años había vivido castamente con su marido, y ambos delante del Señor habían guardado entera fidelidad, merecieron al tiempo y edad en que se contaban por muertos tener un hijo, que con su santidad honrase a sus padres, y con su predicación convirtiese muchas gentes.
Asimismo vuelvo a hablar con vosotras las viudas: guardad con perfecta castidad vuestra viudez, no seáis parleras, antes esperad con silencio santo al Señor que prometió recibir al huérfano y la viuda. La viuda que el Señor recibe, es la que siempre se ocupa en orar, hacer limosnas, y guardar perfecta humildad, y si no tiene facultad para hacer limosnas, a lo menos esté siempre aparejada su voluntad con caridad y limpios pensamientos; y en fin digo en especial a todas las mujeres, no seáis maldicientes, ni juradoras, ni prontas para hablar. ¿Acaso me diréis que soy muy pesado e importuno en esto que os digo.  Sabed que no puedo callar lo que os digo, y más temo al que me manda hablar, que no al que se queja de lo que digo. Y el que conoce que se halla con culpa enmiéndese luego, y el que no se halla en culpa guarde estos consejos, para los que conociere que los han menester. Con los que tenéis en la Santa Iglesia estado de penitentes, quiero también hablar , amonestándoos de parte del Señor, que para que recibáis fruto de vuestra penitencia, es menester que perseveréis en ella con lágrimas y dolor de corazón, y que lloréis sabiamente; y si me preguntáis qué cosa es sabiamente llorar, es no llorar pidiendo a Dios bienes temporales, sino perdón de vuestros pecados, y el premio de la bienaventuranza: el que así llora, sabiamente llora, tales lágrimas como estas no caen en tierra, antes se cumple en ellas lo que el Señor nos prometió por boca del Profeta Real, diciendo: pusiste Señor mis lágrimas delante de tus ojos. Ya es razón de que sepáis amar a Dios, y de que hayáis pasado del temor al puro amor, según nos testifica el Santo Evangelio que hizo aquella mujer pecadora, de la cual se escribe, a la que mucho es perdonado mucho ama. Mucho, pues, debéis todos amar al Señor que ha tenido por bien traeros a estado de verdadera penitencia, esperando con paciencia vuestra enmienda, y no castigando con rigor vuestras culpas. Con vosotros pobres que vais mendigando por las puertas, y vivís con las limosnas que los cristianos os dan, quiero también hablar: y digo que os consoléis, y otra vez digo que os consoléis, porque vuestra tristeza será convertida en gozo, y vuestro dolor se mudará en alegría. Pero es preciso que tengáis paciencia con la pobreza, y no os enojéis, ni os parezca grave el mendigar, ni os quejéis en vuestro corazón de Dios, como si os hiciera agravio; porque sin ninguna duda es justo y piadoso en todas sus obras, y si permitió que sufrieseis en la tierra esta breve pena de la pobreza, fue para daros las riquezas eternas en el cielo; y al rico dio las riquezas, para que socorriendo con ellas la necesidad del pobre, mereciese alcanzar perdón de sus pecados, y pasar a las del cielo; por tanto los pobres tened paciencia, y esperanza en el Señor. Quiero también hablar con vosotros los que estáis en servicio de los Señores del mundo, sean estos los que fueren, es justo que les tengáis obediencia, y que los améis, no con muestras fingidas de amor, sino que dentro del corazón tengáis lo mismo que por fuera les mostráis; porque Dios los ha puesto en aquel grado, superiores á vosotros, para que ellos os manden, y vosotros les sirváis, y juntad con el buen servicio la intención sana para con Dios, que sin duda no os faltará la paga de su parte; y si vosotros sois buenos, también lo seréis en el servicio de los señores malos, porque las almas de los hombres, en la estimación de Dios no se diferencian por la nobleza, sino por las obras, ni por el linaje de que vienen, sino por las obras que hacen.
Con todos he querido hablar hoy porque el Señor nació hoy por todos, y después murió por todos; por tanto, amados hermanos míos, guardad bien lo que os he dicho, porque yo goce del fruto que se cogiere de vosotros, y al fin todos seáis puestos en los graneros soberanos por manos del Señor que vive y reina para siempre jamás. Amén.

Homilía del venerable Beda, sobre el Evangelio que se canta en el alba de la noche de Navidad ( i ) , escríbelo San Lucas en el cap. 2. v. 15. Dice así: en aquel tiempo los pastores hablaban los unos con los otros, diciendo: pasemos hasta Belén , y veamos esta palabra que es hecha, la cual hizo el Señor y nos la mostró, etc
Nacido que fue en Belén el Señor y Salvador nuestro, como la historia del Santo Evangelio lo testifica, el Ángel del Señor apareció con grande resplandor a los pastores que en aquella región estaban velando, y guardando las velas de la noche sobre su ganado, dándoles la noticia de que el sol de justicia había ya nacido al mundo.
Y esto les anunció, no solo con viva voz celestial, más aun con el resplandor admirable que solo en tal embajada se debía mostrar. No hallamos en todo el discurso del viejo Testamento, aunque apareciesen muchas veces los Ángeles a los Santos Padres, que jamás les apareciesen con resplandor. Justamente estaba guardado este privilegio para esta fiesta sacratísima cuando había nacido en las tinieblas la nueva luz, que es el Señor misericordioso y lleno de misericordias para los que son rectos de corazón. Mas porque embajada de tan gran misterio no convenía que con la autoridad de solo un Ángel se tratase, cuando ya el primero hubo dado noticia del nuevo Nacimiento del Redentor, luego le acompañó gran multitud de compañías celestiales, cantando gloria á Dios, y predicando paz para los hombres; que fue mostrar claramente que la merced que de este Nacimiento bienaventurado nos vendría, sería tan grande, que los hombres se convertirían a la paz de una fe, de una esperanza, y de un amor, y a la gloria de las alabanzas divinas. El misterio secreto que en estos pastores se encierra, es el que denotan los Doctores Santos, y Conductores de las almas de los fieles católicos. La noche cuya vela ellos guardaban sobre su ganado, nos denota los peligros grandes que a las ovejas se ofrecen en las tentaciones; y los buenos pastores jamás cesan de guardar sus ovejas de estos peligros. Y justamente, nacido el Señor, velan los pastores sobre su ganado, pues ven nacido aquel Señor, que de sí mismo dice: yo soy buen pastor, el buen pastor pone su vida por sus ovejas.
Nazaret quiere decir flor, ó cosa limpia, Nombres son que justamente convienen a Chisto nuestro Redentor humanado por nosotros: porque siendo limpio de toda culpa, recibió la naturaleza del hombre, y después salió como flor y principio de frutos espirituales para todos los que en él creen, dándoles ejemplos para que fuesen justos y bienaventurados, y ayudándolos para esto con el don sagrado de su gracia.
Salió, pues, la vara de la raíz de Jesé, y subió el Nazareo de su raíz, cuando la Virgen sin mansilla nació del linaje de David, que por otro nombre se llama Jesé: y de sus entrañas sacratísimas el soberano Señor tomó en la ciudad de Nazaret nuestra carne verdadera, limpia de todo defecto y culpa. Que había de nacer en Bethlem, también estaba profetizado por el Profeta Miqueas cuando dijo: y tú Bethlem tierra llamada Efrata, pequeño lugar eres en las grandezas de Judá, mas de tí saldrá el que será Señor de Israel. Y fue conveniente que naciese en Bethlem, lugar de la Tribu de Judá, así porque la estirpe real de David venia de allí, como también porque el nombre del lugar era conforme al misterio; porque Bethlem quiere decir casa de pan. El Señor por su boca nos dijo, yo soy pan vivo que descendí del cielo; y porque él vino del cielo a la tierra por darnos parte de los manjares del cielo, y saciar nuestras almas con el don de la eterna dulcedumbre, con razón se llamó casa de pan el lugar en donde nació. Otra razón podemos dar por la cual lo ordenó así la Divina Providencia: es á saber, dispuso que su Majestad no naciese en la misma ciudad en donde fue concebido, para que sus enemigos, y los que habían de procurar su muerte siendo niño, más fácilmente se engañasen para no efectuar su malicia. Sabía muy bien la sabiduría eterna, cómo, luego que fuese nacido, Herodes había de procurar matarle: y así determinó nacer en aquella ciudad de David donde la Reina de los Ángeles , y su santo esposo Joseph eran huéspedes, y no tenían casa propia: antes bien cumplido el misterio Sacratísimo de su Nacimiento, y vistas las maravillas, y testimonios que allí se habían de ver de su grandeza, él con sus padres juntamente se fuesen a Egipto: y con esto se remedió, no solo que Herodes no le hallase, sino también que no tuviese disposición de conocer a sus parientes, ni de hacerles daño, porque no hallaría camino de saber quiénes eran y no es razón que se nos pase sin ser muy admirada la gran misericordia y amor que el Señor nos tuvo, el cual no solo quiso hacerse hombre por nuestra redención, sino que quiso nacer en tal sazón de tiempo, que fuese escrito como tributario, junto con los otros hombres: vistióse de nuestra humanidad, por vestirnos de su divinidad: descendió del cielo a la tierra, por levantarnos de la tierra al cielo: pagó el tributo al César, por darnos la gracia de la libertad perdurable sirvió el Hijo de Dios hecho hombre a un Rey que no conocía el misterio que aquí se encerraba, y todo por darnos ejemplo de humildad. Muéstranos cuan obligados estamos a servirnos con amor y humildad unos a otros: pues él tuvo por bien pagar servicio a un Rey que no sabía qué cosa era verdadera caridad; y mostró aquí el mismo Señor con el ejemplo, lo que después nos había de enseñar con las palabras del Príncipe de los Apóstoles, que dice: seréis súbditos a toda criatura humana por Dios, a al Rey como al más excelente de todos, o a sus Ministros como a hombres enviados por él.

lunes, 24 de diciembre de 2018

EN LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SERMON DE SAN AGUSTIN





Sermón del glorioso Doctor San Agustín, sobre la fiesta sacratísima, y alegría inefable del Nacimiento de nuestro Redentor. Nos enseña como en esta fiesta divina hemos de prometer y pagar al Señor, apartándonos de los pecados, y siguiendo las virtudes.
Os ruego, muy amados hermanos míos, que recibáis con alegre corazón todo lo que en este día dulcísimo, ayudándome el Señor, os diré: acordaos de que es tanta la majestad de este día que aun los infieles sienten en este día dolor de sus culpas: y el pecador se mueve a misericordia, y el penitente espera perdón: el cautivo espera verse en libertad, y el herido el remedio de su mal. Este en fin, es el día sacratísimo en que nace el Cordero que quita los pecados del mundo: en cuyo nacimiento, el justo siente mayor dulzura en su gozo, y el pecador despierta á mirar por sí con mayor atención que solía, el bueno ora con amor afectuoso, y el pecador suplica con mucha devoción: dulce día, y verdaderamente dulce el que trae perdón para todos los pecadores! Prometoos, hijos míos, como cosa cierta que cualquiera que en este día sacratísimo se arrepintiere de buen corazón, y con tal firmeza que no vuelva a las primeras culpas, puede seguramente pedir la misericordia al Señor y no se le negará: tenga fe constante y no recaiga en el mal pasado.
¿Cómo puede ningún pecador desesperar en este día sacratísimo, en que se quita el pecado de todo el inundo? Pero es preciso que entendáis que tal ha de ser la penitencia: porque hallaréis muchos que cada día y cada hora se confiesan pecadores, dicen que les pesa, y que quieren emendar su vida, y junto con esto les agrada el pecado: esto es promesa, mas no enmienda: en los tales se acusa el alma, mas no sana; se pronuncia la culpa, mas no se quita: creedme que nunca hay penitencia verdadera, sino cuando con toda verdad se hallan en el alma el amor de Dios, y el aborrecimiento del pecado. Cuando de tal manera te arrepientes, que te amarga en el corazón lo que solía serte dulce en tu modo de vivir, y lo que deleitaba a tu cuerpo ya con el verdadero dolor da pena a tu alma: estando en este estado con verdad puedes decir gimiendo delante de Dios: Señor a tí solo pequé, y en tu presencia hice el mal: con verdad digo que a ti solo pequé, porque ningún hombre hay sin pecado: y por esto a ti solo pequé, porque ninguno es sin pecado: concede, pues, Señor misericordia a mí miserable que te la pido, pues tanto tiempo me has esperado siendo yo pecador.
Inclínate ahora Señor al remedio, la humildad del penitente, pues no te pudo mover el largo tiempo que viví en el pecado. Habla con las lágrimas de tu corazón, y dile: piedad inmensa, mira al desgraciado: misericordia pública, mira al que ha sido cruel: yo Señor vengo como hombre que no espera de otro alguno el remedio, a tí que eres Todo poderoso: vengo como herido, a tí que eres verdadero Médico. Y pues tanto has dilatado y detenido el cuchillo de tu venganza sobre mí, guarda conmigo ahora la ley de tu misericordia, y con la muchedumbre de tus misericordias, quita la muchedumbre de mis miserias. Esta es, hijos míos, la verdadera penitencia, convertirse para nunca más pervertirse, dolerse para nunca más deleitarse en el pecado. Veamos, pues, hoy con la gracia del Señor, quienes serán los que tendrán esta enmienda, y ejercitando sus almas en virtudes, de tal manera se aprovecharán de lo que hoy les diré, que con doble virtud peleen contra los vicios que por sí son flacos.
En la verdad esforzado es en pelear el que se vence a sí mismo: y los que han tenido muchas veces los oídos abiertos para oír vanidades dañosas, ténganlos hoy por reverencia de Dios abiertos, para oír sus mandamientos y su doctrina: y los que tantas veces han tenido los ojos abiertos para ver tinieblas vergonzosas, ábranlos hoy para ver la luz que con su lumbre da vida, y los que tanto tiempo han tenido atravesado el corazón coa el deleite pestilencial de las culpas, hiéranle hoy con el amoroso y saludable cuchillo de la penitencia. Levante y ponga en pie la virtud a los que con los vicios tanto tiempo a que están derribados por tierra. Tengan por bien sanar de la enfermedad del olfato, los que hasta hoy le han empleado en la hediondez de las culpas. Por último, suplico al Señor, que hoy abra los ojos de vuestro corazón, pues hoy tuvo por bien nacer por todos nosotros, para que con su gracia podáis ver cuán amargo será en el fuego eterno lo que en este momento de tiempo os parece con su engaño tan dulce; y conoceréis con qué pena tan triste y tan sin fin se ha de pagar este tan breve deleite: pasa este sabor falso del mundo, y nos deja muertos: pasa, y nos deja heridos: nos deja llenos de miserias, y huye: nos carga de desventuras, y desaparece. ¡O cuán hermosa es la limpieza del alma! ¡Cuán bienaventurada es la ciencia llena de virtudes y buenas obras! Si piensa que es feliz el que alcanza los placeres tristes del mundo, con ser cierto que brevemente los ha de perder, ¿qué alegría deberá sentir el alma que espera los del cielo para poseerlos sin fin? Si el que con tiranía manda en el mundo, se tiene por poderoso: ¿cuánto más poderoso y bienaventurado es el que trae a Dios dentro de su conciencia? Por tanto, dulcísimos, y amados hijos míos, toda vuestra codicia sea tener limpieza en el alma, y no se halle en ella sino amor de Dios y del prójimo. Perdonad a los que os han ofendido, y el Señor os perdonará vuestras ofensas. Y los que os hallareis con la justicia en vuestras conciencias, guardaos de ofender á Dios, y Dios permanecerá en vosotros.
Siendo como es verdad todo lo que hemos dicho, amados hermanos míos, me parece que teniendo el Señor por bien nacer hoy, y venir para nuestra redención, será cosa muy justa que le presentemos de nuestra parte algunos votos, y los cumplamos conforme á lo que el gran Profeta nos enseña, diciendo: prometed y pagad lo que prometiereis a vuestro Señor Dios. Prometamos nosotros dulcemente con alegría y confianza, que el mismo Señor nos dará posibilidad para cumplir lo que prometiéremos: y aun la gracia para prometer nos ha de venir del mismo Señor. Preguntareis por ventura, qué es lo que hoy habéis de prometer y pagar. Porque son muy diversas las promesas que los hombres en este día hacen a Dios: unos prometen alguna vestidura, otros aceite, otros cera para que de noche se alumbre la Iglesia, otros prometen que estarán algunos años sin beber vino, otros prometen que ayunarán por cierto tiempo, otros que no comerán carne. Sabed pues, hermanos, que ninguno de estos votos es de los mas buenos y perfectos: otro voto mejor que ninguno de estos es el que yo quiero: porque Dios ni ha menester tu hermosura, ni tu aceite, ni tu ayuno: mas lo que el Señor quiere de tí, es lo que hoy con su venida ha redimido, que es tu propia alma. Medirá alguno, ¿cómo tengo yo de ofrecer a Dios mi alma, pues ya él la tiene en su poder? a esto respondo, que tú se la has de ofrecer viviendo santamente, con castidad en tus pensamientos, con fruto de buenas obras, apartándote del mal, siguiendo el bien, condenando los vicios, amando a Dios y al prójimo: teniendo piedad con los pobres y miserables, acordándonos de cuán pobres éramos todos nosotros antes de nuestra redención, perdonando a los que contra nosotros pecan, porque todos nosotros algún día hemos sido esclavos del pecado: poniendo debajo de nuestros pies la soberbia, pues sabemos que el primer hombre fue derribado por la soberbia: arrojando de nosotros la envidia, pues no ignoramos que por la envidia engañó el demonio al linaje humano. Siendo lo que os he dicho tanta verdad como lo es, levantad vuestros corazones de modo que no quede hombre libre, o siervo, noble, o plebeyo que hoy no ofrezca este voto al Señor, y juntamente le cumpla: porque sería una gran miseria nuestra que hoy no ofreciésemos algo al Señor de lo que es nuestro propio: viendo como él puso su vida por nosotros, y siendo eterno y sin principio, se hizo por nuestra reparación temporal, tomando nuestra humanidad. Pues viendo esto, por reverencia del Señor, aquel que tiene ira, o rencor con su prójimo le deponga, y haciendo esto ofrece voto: el que ha estado revolcándose en la hediondez de la sensualidad con larga y envejecida costumbre despierte y a, pues es tiempo, y sacudiendo de sí este polvo que le ciega, hiera su corazón con dolor, y vuelto al Señor diga así: Señor piadoso, Dios lleno de misericordia, baste ya el tiempo que te he ofendido: baste ya que hasta el día de hoy yo te he menospreciado, yo he cumplido con la torpeza hedionda de mi carne : ahora, Señor, valiéndome de tu santa inspiración, yo prometo apartarme de mi maldad, y volverme a tí, mi Dios y Señor. El que así lo dijere y hiciere, puede decir que ofreció voto. El que se sintiere enredado en la envidia, teniendo placer del mal de sus prójimos y pesar del bien, lo que es un pecado que llega hasta dar la muerte, prometa en sí que dejará todo el veneno de su corazón, y pensará en amar al prójimo, y haciendo esto ya ofreció voto. Si dentro de su conciencia trae algún homicidio cometido por obra, o por deseo, él mismo se dé la penitencia: vénguese con el dolor de su propia culpa, determine alguna especie de castigo en sí mismo: castíguese con tal penitencia delante de Dios, que pueda esperar misericordia: y con mucha humildad y abstinencia, desee tanta aflicción, que baste a lavar el alma de la ponzoña que hay en ella, por la sangre del prójimo derramada por obra, o por deseo. Y de lo contrario no sea tan atrevido que se llegue a recibir el Cuerpo Sacratísimo del Señor, teniendo el alma llena de pecados.
Cuando fuere tal la disposición de su conciencia, que pueda hacerlo así, haga cuenta que ha ofrecido voto.
El que estuviere acostumbrado, como muchos, a murmurar de sus prójimos, mirando siempre las culpas ajenas y nunca las suyas, prometa a Dios diciendo dentro de su corazón: Señor, yo he acostumbrado á decir mal de los otros, y no miraba mis culpas: y estando mas lleno de torpezas que todos los del mundo, solo veía las miserias de los otros: perdóname, Señor, lo que hasta aquí con mi lengua he pecado, que de hoy mas ofrezco la enmienda de todo: el que esto hiciere ofrece voto. Y el que en sí sintiere espíritu de crueldad, ofrezca que tendrá misericordia con el próximo: y el soberbio prometa humildad: el destemplado en comer y beber, prometa templanza: el que hubiere ofendido a los mayores que él, a quienes debe la obediencia, pídales perdón: y si no le supiere pedir, es razón que el tal superior le perdone. Cuando hubiereis cumplido estas cosas, muy amados hermanos míos, estad ciertos de que habéis ofrecido voto acepto al Señor, y correspondéis al que tantas mercedes os ha hecho. Podéis tener por cierta la bendición que después de esto os vendrá, siendo vuestros votos presentados ante el tribunal de su Majestad, y aun aceptados.
Y como el sabio dijo: vuestra memoria no será puesta en olvido, antes se dirá de vosotros: mirad que el pueblo que yo gané con mi sangre, me ha llenado de votos, y me ha ofrecido muchos buenos olores; por tanto yo seré como su Señor, y ellos me serán como mi pueblo, y nunca más se verán cautivos ni desamparados. Tomemos, pues, cuán dulce cosa y cuán gloriosa será para nosotros, cuando los Ángeles bienaventurados elegidos para nuestra guarda presenten ante Dios nuestros votos, cuales arriba los hemos declarado. Si a un hombre mortal hacemos acá en la tierra algún presente que le agrade, siempre estamos con esperanza de que nos será agradecido: ¿pues cuánto es más justo que la tengamos en Dios? Alegrémonos, pues, y gocémonos en el Señor con lágrimas de alegría y devoción, acordándonos de la grandeza que hoy con nosotros obra, de la triste cautividad en que estábamos. El que por verse poderoso se levanta a la soberbia, ponga delante de sus ojos la profundísima humildad de Cristo: si no serán contra él las palabras del sabio. O tierra y ceniza: ¿de qué te ensoberbeces? cuando viéremos alguno puesto en miseria, necesidad o pobreza, acordémonos de Dios. Cuando viéremos algún cautivo, acordémonos de cuán copiosa fue nuestra redención.
Cuando la sugestión engañosa nos hiciere presente algún pecado, acordémonos de que por la misericordia de Dios nuestros pecados son ya perdonados. No perdamos el beneficio admirable que la preciosa Sangre de nuestro Redentor nos ha traído: no volvamos a manchar la estola de la inocencia que tiene nuestra alma, con la vileza de la avaricia, o de la sensualidad. Acordémonos de que estábamos por tierra, y el Señor nos ha levantado; de que estábamos heridos, y nos ha sanado: y ninguno se puede excusar con decir, el diablo me engañó, el diablo, me precisó: porque todas sus fuerzas, solo pueden convidarnos al mal, representarnos los placeres engañosos, mas no alcanza a obligarnos: podrán aconsejarnos con el pensamiento, mas no luchar con nosotros para que lo pongamos por obra. Y pues en esta sacratísima fiesta celebramos el parto purísimo de la Virgen y Madre: quiero hablar con las vírgenes, así hombres, como mujeres: hablaré también con las viudas, y con todos los penitentes, pobres o ricos, siervos o señores: porque delante de la divina Majestad, no hay otra diferencia, sino la de las obras; en lo demás, todos son unos. Oídme, pues, todos cuantos por la merced de Dios poseéis un don tan alto y excelente, como es el de la virginidad, y mirad que hablo con todos, hombres y mujeres: oídme, pues, y el que conoce tener en su cuerpo este bien que he dicho, procure tenerle también en el alma y de tal manera se alegre de verse virgen en el cuerpo, que de esto no le venga daño al alma, y gócese de este don tan precioso que Jesucristo le ha dado, con tal concierto, que su gozo esté lleno de humildad, y mezclado con lágrimas de piedad: de gracias al Señor de que le hace merced de una limpieza y felicidad tan grande, que pueda seguir al Cordero sin mancilla adonde quiera que fuere; y esto será así, según la doctrina del Apocalipsis, si en su boca jamás se hallare mentira; suplique á Dios que le de perseverancia en esta perfección hasta el fin, de tal manera, que los placeres del mundo, los engaños y envidia del diablo, no le puedan hurtar tan precioso don, ni le puedan anublar tan grande claridad, ni escurecer tan grande resplandor.
Procure defenderle con gran fortaleza, y no pierda cosa, que no tiene reparación después de perdida, no pierda por un momento de delectación, una hermosura tan grande de su cuerpo, ni consienta una fealdad tan torpe en su alma, por la codicia de una tan breve y vana figuración; en fin no se deje vencer de una flaqueza tan baja. Si el que este bien alcanza me creyere, permanecerá con él, y si no él sentirá un daño que no tiene reparación…Continuara



domingo, 23 de diciembre de 2018

SERMON SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS



"Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos".

       
        Esa es la verdadera pobreza de espíritu...
        La pobreza de espíritu es la pobreza que ha penetrado en nuestro corazón, en nuestro espíritu, con su aguijón, con su herida, y gracias a nuestra aceptación voluntaria de la providencia con fe, esperanza y en la caridad.
       
        El sólo buscar el reino de Dios, las riquezas del Cielo, de Dios es lo que debemos desear.
         
        "Señor - rezaba por su lado San Agustín -, cuando medito en vuestra pobreza, como quiera que la considere, me resulta vil toda adquisición mía...dadme lo que es eterno, concededme lo que permanece. Dadme vuestra Sabiduría, dadme vuestro Verbo, Dios de Dios, dadme a Vos, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo".
        Por eso la pobreza, puede alcanzarlos en la salud, en la enfermedad, debilidades de todo tipo; en el afecto, por la soledad, la falta de cariño, de comprensión; en la edad, por la declinación de nuestras fuerzas, la belleza se marchita y el tiempo que nos queda se nos escapa como el agua entre los dedos... Pobreza en el futuro, por el fracaso de planes y ambiciones justas, en el hogar, en la carrera, en el trabajo... La pobre del error y del pecado...
        Y hay así pobres que no lo son de espíritu y por eso son  ricos: son los que sin tener dinero, rechinan los dientes y envidian y odian por no tener, son los que rechazan y maldicen su pobreza. Todos estos son ricos en orgullo.
        Están también los que tiene dinero y lo aman, y son los avaros, los que se esfuerzan en conseguirlo.
        Hay por último quienes gozan de las riquezas, los poderosos que ambicionas crecer en la riqueza.
        Sobre ellos Cristo nos va a enseñar a lo que lleva su orgullo, ambición y codicia:"¡Ay de vosotros los que estáis hartos de los bienes de la tierra, porque padeceréis hambre!" (Lc. 6,25).
        Por eso San Bernardo afirmaba que
        Quien a expresado y compendiado mejor esta bienaventuranza es Santa Teresa de Jesús en aquellos versos que todos conocemos:
                Nada te turbe, nada te espante...
                Quien a Dios tiene Nada le falta
                Todo lo alcanza...Sólo Dios basta.

        Las riquezas dividen a los hombres, engendran peleas, violencias y hasta guerras,  desatan las pasiones, y es necesario luchar contra todo ello.
        De allí  que Jesús nos de la segunda lección:

"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra".

       
       
        Así fue como venció San Francisco de Sales, el santo de la mansedumbre, la furia de un hombre que lo aborrecía y que cierto día lo injurió de mil maneras. Al preguntarle como había hecho, contestó: "mi lengua y yo hemos hecho un pacto inviolable, y hemos convenido en que, mientras mi corazón esté en emoción, la lengua no tiene que decir nada. ¿Podía yo enseñar mejor a este pobre hombre ignorante el modo de poseerse que callando? Y su cólera ¿podía apaciguarse por otro medio que con el silencio?".
        La mansedumbre nos hace gratos a Dios y a los hombres y nos asemeja a Cristo que dijo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11, 29).
        El tema de la mansedumbre ocupa un lugar importante en las Escrituras, y del texto del párrafo anterior resulta que ella se nos muestra como una cualidad de Cristo. En el salmo 34, se invita a al hombre "a gustar y ver cuán suave es el Señor", y en el libro de la Sabiduría se enseña que el maná en el desierto "era el alimento que mostraba la dulzura de Dios hacia sus hijos" (Sab. 16,21).
        Sin embargo existe una dificultad al pretender comprender la paradoja que encierra, y ello porque lo primero que aparece en nosotros respecto a la mansedumbre es una idea que la aleja de la fortaleza y del vigor. En lo moral, un hombre manso nos lleva a pensar en que tiene una mujer mandona y él un pobre sin carácter que a todo dice sí... Y el símbolo de la mansedumbre es el cordero que está hecho para ser trasquilado, y al final, para ser llevado al matadero. Terminamos separando, aislando la mansedumbre de la fortaleza, de la energía... Y por cierto el tema tiene su importancia porque está en juego la virilidad, la reciedumbre, el valor de nuestra fe, de la moral cristiana. Parecería que el católico no está llamado a luchar en la vida, enfrentar las dificultades en la sociedad en que vive...para encontrar luz, debemos recurrir a la experiencia, y particularmente a la experiencia de nuestra vida interior:
        ¿Quién no experimentado la violencia que debe hacerse uno mismo- cuando sentimos que la cólera se levanta, cuando la envidia nos aguijonea, cuando se excita en nosotros cualquier otra pasión- para conservar un poco de sangre fría, de dominio de sí, de esa mansedumbre frente a los demás que un resto de razón nos aconseja?.
        Así lejos de asociarse con la debilidad, la verdadera mansedumbre es más un coronamiento de un largo combate contra la violencia desordenada de nuestros sentimientos. La mansedumbre encierra pues, una gran fuerza interior, un gran vigor..., dominio de sí, generosidad, bondad frente a los demás...     Hay ciertamente diversos grados de mansedumbre y también por tanto de bienaventuranza: están los que hablan a todos con corazón y palabras mansas, los que quebrantan la ira ajena con la respuesta dulce,  quienes sufren mansamente las injurias y robos, los que se alegran en Cristo en tales daños, en fin, los que vencen la malicia de los enemigos y su rabia con su mansedumbre y beneficios hasta ganarlos como amigos.
        Enseña San Agustín que "manso es aquel que en todas sus obras y en todo lo que hace de bueno, procura agradar sólo a Dios, y aunque tenga que sufrir adversidades no desagrada a Dios".
        Y un teólogo añade que mansos "son los que no juzgan temerariamente, que no ven en su prójimo a un rival a quien hay que hacer a un lado, sino a un hermano a quien socorrer, a un hijo de su mismo Padre celestial..., los que no se obstinan con terquedad en el propio juicio".
        No se trata entonces de una blandura que no choca con nadie por tener miedo de todos; la mansedumbre supone un gran amor de Dios y del prójimo porque  es la flor de la caridad.
        Su premio es la posesión de la tierra, posesión que San Jerónimo interpreta por el cielo,  que es la patria de los que verdaderamente viven, y Santo Tomás ve significada por la estabilidad de los bienes eternos.
       
       
        Mientras que el mundo considera la felicidad en una vida de placeres, Cristo le opone su enseñanza tercera:

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados".

        Esta tercera bienaventuranza nos invita a ser hombres y no niños a quien se protege contra los espectáculos turbadores y penosos. Nos invita a mirar la vida como ella es, con sus dolores, sufrimientos, con sus lágrimas, para lo cual se requiere una gran fuerza vital: en la lucha es cuando uno más se afirma y más progresa...
Pero aún podemos penetrar un poco más en la paradoja de esta bienaventuranza... No es sólo soportar, se trata de ver cómo sacar del sufrimiento alegría...