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martes, 30 de julio de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. SAN JUAN DE LA CRUZ


La desesperación de Judas
El un enemigo y el otro, que solían enseñorearse y herir a las gentes, ahogados quedan en la sangre bendita de Jesucristo, y muertos con su muerte preciosa.
Y en lugar de ellos, sucede sempiterna justicia con que el ánima aquí es justificada, y después sucede vista de Dios, faz a faz en el cielo (por la luz de la gloria), y vida bienaventurada en cuerpo y ánima para siempre.
¿Qué diremos a estas cosas, doncella, sino lo que nos enseña San Pablo diciendo (1 Cor., 15, 57): ¡Gracias a Dios que nos dio victoria por Jesucristo! Al cual adorad, y con corazón amoroso y agradecido decidle: Toda la tierra te adore, y te cante, y diga cantar a tu nombre (Ps. 65, 4).
Y decidlo muchas veces al día, y en especial cuando en el altar es alzado su sacratísimo Cuerpo por manos del sacerdote.
CAPITULO 23
Del grande mal que hace en el ánima la desesperación; y cómo conviene vencer este enemigo con espiritual alegría, y diligencia y fervor en el servicio de Dios.

Es la desesperación y caimiento del corazón tiro tan peligroso de nuestro enemigo, que cuando yo me acuerdo de los muchos daños que por ella han venido a conciencias de muchos, deseo hablar algo más en el remedio de este mal, si por ventura resultare algún provecho.
Acaece así, que hay personas que andan cargadas con muchedumbre de grandes pecados, y ni saben qué es desesperación, ni aun un poco de temor, ni les pasa por pensamiento, sino andan asegurados con una falsa esperanza y presunción loca, ofendiendo a Dios y no temiendo castigo. Y si la misericordia de Dios luce en sus ánimas, y comienzan a ver la grandeza de sus males, siendo razón, que pues piden a Dios misericordia con deseo de enmienda, v reciben el beneficio y consuelo de los Sacramentos, con esto estuviesen esforzados para contra lo pasado, y para lo que en el camino de Dios se les pudiese ofrecer; tienen extremo de demasiado temor, como antes lo tenían de falsa seguridad; no entendiendo que los que a Dios ofenden y no se arrepienten, tienen por qué temer y temblar, aunque todo el mundo les favorezca, pues tienen provocada contra sí la ira del Omnipotente, al cual no hay quien resista; y que los que se humillan a Dios y reciben sus santos Sacramentos y quieren hacer su voluntad, deben tener, como dicen, un ánimo de león, pues les está mandado que con estas prendas confíen que Dios es con ellos. Al cuál, como lo tienen por enemigo de malos, y por haberlo ellos sido, por eso temen, es mucha razón que lo tengan por amigo de buenos, y que por aquella buena voluntad que les ha dado, pueden confiar que lo es de ellos y lo será, acrecentando el bien que Él mismo plantó, y perfeccionando lo que comenzó. Cierto, es así, que en diciendo un hombre de verdad lo que decía David (Ps., 118, 48): Alcé mis manos para obrar tus mandamientos, que yo amé, pone Dios sus ojos y corazón donde el hombre pone sus manos, para favorecer al tal hombre; y como quien es bueno por infinita bondad, acoge debajo su amparo y de su bando al que quiere pelear por su honra, haciendo guerra a sí mismo por dar contentamiento a Dios.
Y aunque es verdad que cuando el hombre comienza a servir a Dios con llamamiento particular suyo, que le incite a—despreciadas todas las cosas—buscar la margarita del Evangelio (Mí., 13, 45) con perfección de vida espiritual, se levantan contra el tal hombre tales asechanzas y guerras de los demonios por sí y por medio de malos hombres, y le ponen en tal aprieto, que al primer paso que se levanta de tierra, y pone el pie en la primera de las quince gradas para subir a la perfección, es constreñido a decir (Ps., 119, 1): Como fuese atribulado, llamé al Señor y me oyó: Señor, libra mi ánima de los labios malos y lengua engañosa. Labios malos son los que abiertamente impiden el bien, y lengua engañosa la que solapadamente quiere engañar. Y algunas veces se ofrecen, o lo parece, tan grandes impedimentos para salir con lo comenzado, que son semejables a aquellos grandes gigantes que decían los hijos de Israel (Núm., 13, 34): Comparados nosotros a ellos, somos como unas pequeñas langostas. Y parecen los muros de la ciudad que hemos de combatir, llegar con su alteza a los cielos, y que la tierra que allí hay traga a sus moradores. Mas con todo esto debéis mirar, y miremos todos con ojos abiertos, cuánto desagradó a Dios el desmayo y desesperación que los hijos de Israel tuvieron con estas cosas ya dichas; pues que los pecados que en el desierto habían hecho, aunque eran muchos y grandes, y uno de ellos fue adorar por Dios al becerro, que parece no poder más crecer la maldad; todo esto les sufrió Dios, y les dio su favor para proseguir la empresa comenzada, y no les sufrió la desconfianza y desesperación que de su misericordia y poder tuvieron, y les juró en su enojo, como dice Santo Rey y Profeta David (Ps. 94. 11) que no entrarían en su holganza, y como lo juró lo cumplió. ¿No os parece que tenemos razón para maldecir este vicio, contrario a la honra de la bondad divinal, la cual es mayor que nuestra maldad, cuanto Dios es mayor que el hombre? Y tened por cierto, que como el camino de la perfecta virtud sea una muy reñida batalla, y con enemigos muy fuertes dentro de nos y fuera de nos, no puede llevar consigo quien comienza esta guerra cosa más perjudicial, que la pusilanimidad de corazón; pues quien ésta tiene, de las sombras suele huir.
Con mucha causa mandaba Dios en tiempos pasados que  cuando su pueblo estuviese en la guerra, antes que comenzasen a pelear, sus sacerdotes esforzasen al pueblo, no con esfuerzos humanos de muchedumbre de gentes y de armas, mas con la sombra del Señor de los ejércitos, en cuya mano está la victoria; el cual suele vencer los altos gigantes con las pequeñas langostas, para gloria de su santo nombre. Y conforme a esto que Dios mandaba, dice aquel valeroso San Pablo a los que quieren entrar en la guerra espiritual (Ephes., 6, 10): Confortaos en el Señor, y en el poder de su fortaleza; para que así confortados peleen las peleas de Dios con alegría y esfuerzo. Como de Judas Macabeo se lee (1 Mac., 3, 2) que peleaba con alegría, y así vencía. Y San Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía decir que «la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a nuestro enemigo». Que cierto es, que el deleite que se toma en la obra, acrecienta fuerzas para la hacer. Y por esto San Pablo nos amonesta (Philip., 4, 4): Gozaos siempre en el Señor. Y de San Francisco se lee que reprendía a los frailes que veía andar tristes y mustios, y les decía: «No debe el que a Dios sirve estar de esta manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has hecho, confiésate, y torna a tu alegría.» Y de Santo Domingo se lee parecer en su faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría; como lo hicieron aquellos que les robaron los bienes y quedaron alegres (Hebr., 10, 34). Y la causa fue porque aposentaron en su corazón que tenían mejor hacienda en el cielo; experimentando lo que dijo San Pablo (Rom., 12, 12): Gozosos en la esperanza, y sufridos en la tribulación; porque sin lo primero, mal se puede haber lo segundo.
Mas cuando este vigor y alegría falta, es cosa digna de compasión ver lo que pasan personas que andan en el camino de Dios, llenos de tristeza desaprovechada, aheleados (Aheleados: amargados, llenos de hiel) los corazones, sin gusto en las cosas de Dios, desabridos consigo y con sus prójimos, y con tan poca confianza de la misericordia de Dios, que por poco no tendrían ninguna. Y muchos hay de éstos que no cometen pecados
mortales, o muy raramente; mas dicen, que por no servir a Dios como deben y como desean, y por los pecados veniales que hacen, están de aquella manera; como en la verdad sean tales las cosas que se siguen de aquella pena demasiada, que les daña mucho más lo que de la culpa sucede, que la misma culpa que cometieron. Y lo que pudieran atajar, si prudencia y esfuerzo tuvieran, lo hacen crecer, y que de un mal caigan en otro.
Deben éstos procurar y trabajar de servir a Dios con toda diligencia; mas si se vieren caídos, lloren, mas no desconfíen. Y conociendo ser más flacos de lo que pensaban, humíllense más, y pidan más gracia, y vivan con mayor cautela, tomando avisos de una vez para otra.
Y hacen muchos al revés de esto, que son descuidados y perezosos en servir a Dios, y en cayendo en la culpa no se saben valer, sino dan consigo en el pozo de la desconfianza y de mayor negligencia; como en la verdad la principal causa para evitar la desesperación sea evitar la tibieza y descuido en el servicio de Dios; porque habiendo estas raíces, quiera el hombre, o no, no puede tener aquel vigor de corazón y esfuerzo que de la buena y diligente vida se siguen. Y si éstos considerasen que pasan mayor trabajo con estos sentimientos tristes y desesperados que de la tristeza se siguen, que pasarían en cortar de raíz las malas afecciones y peligrosas ocasiones que los impiden de servir a Dios con fervor, ya que fuesen amigos de huir de trabajos, habían de elegir los que tiene anejos la perfecta virtud, por huir los que se siguen a la falta de ella.



lunes, 29 de julio de 2019

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY


DAVID Y SAUL
9. LAS PRUEBAS INTERIORES EN GENERAL
Hemos considerado ya los bienes y los males temporales, la esencia de la vida espiritual y sus modalidades extrínsecas.

«No hay día -dice San Francisco de Sales- que se parezca enteramente a otro; y así los hay nebulosos, de lluvia, secos y de viento. Otro tanto sucede en el hombre: su vida se desliza como el agua, flotando y ondulando en una continua diversidad de movimientos que, ya le levantan a la esperanza, ya le abaten por el temor, ya le tuercen a la derecha por los consuelos, ya a la izquierda por la aflicción; de suerte que nunca se halla en un mismo estado... Quisiéramos no hallar ninguna dificultad, ninguna contradicción, ninguna pena, sino más bien consolaciones sin arideces, reposo sin trabajo, paz sin turbación, pero, ¿no es esto una locura? Pretendemos un imposible, pues solución tan completa sólo se halla en el paraíso o en el infierno; en el paraíso: el bien, el reposo, la consolación sin mezcla alguna de mal, de turbación ni de aflicción; en el infierno reina el mal, la desesperación, la turbación y la inquietud sin mezcla alguna de bien, de esperanza, de tranquilidad ni de paz. Mas en esta vida perecedera nunca se halla el bien sin su correspondiente mal, ni reposo sin trabajo, consolación sin aflicción.»
La vida interior no puede sustraerse a esta ley general, debiendo, por tanto, hallarse en ella, y en grande, las vicisitudes y las pruebas, de las que nuestra miseria puede ser la causa inmediata, o bien la malicia del demonio; pero Dios es siempre su primera causa. Cuando se originan de nuestro propio fondo, se explican por la ignorancia del espíritu, la sensibilidad del corazón, el desarreglo de la imaginación, la perversidad de nuestras inclinaciones, etc. Mas, ¿no obedece a un designio de Dios que hayamos nacido hijos de Adán, y a su voluntad que hayamos de soportar estas enfermedades para nuestra santificación? ¿Puede el demonio mismo cosa alguna contra nosotros sin la permisión de Dios? Cuando Saúl era asediado de tentaciones de envidia y de aversión contra David, los libros santos nos dicen que «el espíritu maligno, venido del Señor, le agitaba». Pero, si este espíritu viene de Dios, ¿cómo puede ser malo? Y si es malo, ¿cómo puede venir de Dios? Es malo, por la depravada voluntad que tiene de afligir a los hombres para perderlos; es del Señor, porque Dios le ha permitido que nos aflija, atendiendo a los designios que tiene de salvarnos.
Con mucha frecuencia es el mismo Señor quien obra y diversifica su acción en relación con la fuerza y necesidades de las almas y los designios que sobre ellas tiene. He aquí cómo el venerable Luis de Blosio resume en maravillosos rasgos «la conducta admirable del Celestial Esposo para con un alma que le está unida». Al principio, cuando los nudos del contrato apenas están formados, El la visita, la fortifica, la ilumina, cautiva su corazón haciéndola encontrar tan sólo la alegría en su servicio, la atrae por la dulzura de sus atractivos, y de continuo muéstrasele lleno de encantos por retenerla en su presencia; en una palabra, no le hace gustar sino las delicias y dulzuras en consideración a su debilidad. Mas, con el tiempo, la retira la leche de la consolación, dándola el alimento sólido de las aflicciones; ábrela los ojos, y la hace conocer cuánto habrá de sufrir en adelante. Y ved ahí el cielo y la tierra y el infierno conjurados todos contra ella. Enemigos por fuera, y tentaciones por dentro; fuera, tribulaciones y tinieblas, y en el interior del alma sequedades y desolaciones: todo lo cual contribuye a su martirio. Aquí el Esposo se sustrae a sus miradas, y si algún tiempo después reaparece, es para volverla a dejar. Ya la abandona en las sombras y horrores de la muerte, ya la llama a la luz y a la vida para hacerla gustar la verdad de este oráculo: «El es quien conduce al sepulcro y saca de él.»
ESAU Y JACOB
¿Por qué esta conducta de la Providencia? Es porque en nosotros hay dos pueblos. «El amor divino y el amor propio están en nuestro corazón como Jacob y Esaú en el seno de Rebeca; y como entre ellos hay marcada antipatía chocan de continuo entre sí. "Dos naciones hay en tu seno -dijo el Señor a Rebeca-: los dos pueblos que de ti saldrán estarán divididos, y el uno dominará al otro; el mayor servirá al menor". Del mismo modo, el alma que tiene dos amores dentro de su corazón, tiene, por consiguiente, dos grandes pueblos o muchedumbres de movimientos, afectos y pasiones; y así como los dos hijos de Rebeca le ocasionaban grandes convulsiones por el encuentro y lucha de sus movimientos, así los dos amores de nuestra alma causan grandes trabajos a nuestro corazón; pero aquí es preciso también que el mayor sirva al menor, es decir, que el amor sensual sirva al amor de Dios.»
El amor propio se manifiesta por el horror al sufrimiento, por el interés de los goces, y sobre todo por el orgullo, de donde nace esta guerra intestina de que se lamentaba el Apóstol; guerra siempre ruda y tenaz, pero más violenta en determinadas personas, sobre ciertas materias y en determinadas edades, en determinados tiempos y en determinadas ocasiones. Aun en los espirituales aprovechados queda un fondo de amor propio oculto, un orgullo refinado y casi imperceptible, de donde se origina una infinidad de imperfecciones de que apenas tiene conciencia, vanas complacencias en sí mismo, vanos temores, vanos deseos, manifestaciones de confianza en el valor personal, sospechas y burlas contra el prójimo, todo un caos de miserias, debilidades y pequeñas faltas. ¿Cuál será el remedio? Indudablemente que la mortificación cristiana, a la que hemos de entregarnos de lleno, y proseguir y perseverar en ella sin tregua ni descanso. Pero unas veces nos faltará la luz, otras decaerá el ánimo; mas nunca podremos cantar victoria definitiva sobre ese enemigo casi imperceptible y que forma parte de nosotros mismos, si Dios por la acción de su Providencia no nos alarga la mano poderosa de su gracia.
De dos maneras nos la puede alargar: mediante las dulzuras, o los santos rigores. Cuando un alma comienza a entregarse a El, cólmala de consuelos sensibles para atraerla, para alejarla de los placeres terrenales; y así engolosinada, despégase ella poco a poco de las criaturas y se une a Dios, si bien de manera defectuosa, pues es vicio general de las almas todavía imperfectas buscar su satisfacción casi en todo cuanto hacen. Y precisamente las dulzuras constituyen el plato más delicado tanto para el orgullo como para la gula espiritual.
Por medio de miras imperceptibles de complacencia, se apropia los dones de Dios, y uno se siente satisfecho en tal o cual estado; y en lugar de bendecir a la infinita misericordia, se atribuye a sí el mérito de lo que hace, por lo menos en el interior de su corazón. Conveniente será, pues, dar el golpe de gracia al amor propio, que Dios nos someta a los recios golpes de las pruebas interiores, que aunque dolorosas serán decisivas.
Por este medio, Dios nos humilla y nos instruye. Celoso de conservar su gloria y de asegurarla contra estos secretos latrocinios del corazón, nos oculta la mayor parte de sus gracias y favores. Sólo dos excepciones hemos de poner en esta regla: primero, los principiantes que tienen necesidad de ser atraídos y ganados por medio de estos dones sensibles y conocidos; y segundo, los grandes santos, que a fuerza de haber sido purificados del amor propio con mil pruebas interiores, pueden reconocer en sí las gracias de Dios sin la menor mirada de propia complacencia. En general, también oculta a las almas los favores de que las coima, de modo que no vean ni su humildad, ni su paciencia, ni sus progresos, ni su amor a Dios. De ahí que algunas veces no puedan menos de llorar por la presunta ausencia de estas virtudes y su falta de generosidad en el sufrimiento. Al propio tiempo les descubre este profundo abismo de nativa corrupción que llevamos en nosotros mismos, y que hasta entonces no habían podido ni querido sondear; y muéstraselo despacio, no mediante luces gloriosas, sino a fuerza de dolorosas experiencias. Nada más a propósito para destruir nuestro amor propio que este cuadro tan aflictivo y humillante. Sentir a cada instante su debilidad, y verse al borde del precipicio, ¿no es la prueba más fuerte para llevarnos a la desconfianza de nosotros mismos y a la confianza en sólo Dios? Si nos es provechoso ser abatidos en presencia de los demás, no menos lo es vernos anonadados a nuestros propios ojos, y esto será lo que poco a poco hará morir nuestro orgullo: esta es la razón por la que Dios permite tantas humillaciones interiores. Es una lección de evidencia deslumbradora, por lo que la prolonga hasta que quede bien aprendida y no pueda, por decirlo así, ser jamás olvidada. Sólo resta saber aprovecharse de ella, para establecerse en la verdadera humildad dulce y tranquila, que arroja fuera de sí la falsa humildad malhumorada y despechada. El enojo y el despecho en la humillación son otros tantos actos de orgullo, como en los dolores son otros tantos actos de impaciencia.



viernes, 26 de julio de 2019

ACUERDATE QUE NO TIENES MAS DE UN ALMA. SANTA TERESA DE JESUS



NI HAY MAS DE UNA GLORIA Y ESTA ES ETERNA (FINAL)
231.- Verdaderamente que, como dice S. Agustín, es tal aquella felicidad que, por un solo día de gloria se habían de pasar innumerables penas, iY SE COMPRARLA BARATA!
232.- S. Juan Crisóstomo añadió lo que parece encarecimiento, y no lo es, conviene a saber, que es de tan subidos quilates aquella felicidad, que, si fuera necesario padecer todos los días gravísimos tormentos, y los del mismo infierno por algún tiempo; los debiéramos sufrir, por ver y gozar de DIOS, en compañía de sus Ángeles.
233.- Aquí parece que tiró el Santo la barra a todo cuanto se puede decir, porque ninguna cosa de las penosas tiene comparación con el infierno, así por la acerbidad de las penas, como por la crueldad de los verdugos, y la compañía de los atormentados, y horribilidad del lugar, que cada cosa de por sí es terrible de llevar- y la bienaventuranza es de tan subido precio, que todo es poco, y nada en su comparación.
234.- Considera, pues, tú, ahora, que Reino te espera, que Paraíso te tiene DIOS preparado, y para qué felicidad te crió, mira con atención la silla que tienes señalada en el cielo, la cual está prevenida para tu descanso; medita despacio en la grande anchura y longitud de aquel lugar, la luz inaccesible que le baña, la hermosura y variedad de sus moradores, la hermandad de sus vecinos, la paz y quietud que gozan, la tranquilidad interior, el gozo inexplicable que llena sus corazones poseídos por la bondad de DIOS.
235.- Oye un rato aquellas músicas que dan al Celestial Cordero, mira los coros tan concertados con que le festejan, y el agrado con que mira a todos desde aquel trono celestial.
236.-Considérate presente sentado en tu silla en aquel coro glorioso a todo lo que allí pasa, vestido de inmortalidad; coronado de flores y con palma de vencedor en la mano, como has de estar eternamente tú, que estás leyendo esta escritura Para ti compró DIOS con su propia sangre el Cielo, a ti mismo te espera, y podrá ser que se llegue tu hora de ir allá cuanto antes.
237.- Contempla de espacio otro sí qué gozo será el de tu corazón, cuando te halles en aquel lugar, qué felicidad será la tuya cuando entres por aquellas puertas, y te salga a recibir aquella celestial milicia, repartida en escuadrones.
238.- ¿Qué responderás cuando te den el parabién de tu dicha
aquellos santos moradores?, y ¿qué alegría bañará tu alma cuando oigas aquella voz de boca del Salvador? : ¡Oh buen siervo y fiel amigo, que diste tan buena Cuenta de lo poco, Yo te ensalzaré sobre lo mucho, entra' en el gozo de tu Señor! ¡Oh, cómo se derretirán tus entrañas al sonido de esta voz! ¡Qué poco te parecerá todo lo trabajado en comparación de la gloria poseída! Por cuánto quisieras no haberla perdido, y, si la perdieras, ¿a qué precio la compraras?
239.- Lo mismo dirás tú cuando recibas el galardón de tus obras: ¡dichosa oración, dichosa obediencia, dichosa penitencia, dichosa paciencia, dichosa limosna y dichosa caridad, que, tal premio ha tenido! ¡Oh quién: hubiera servido más y mejor a un DIOS tan bueno, que tanto merece, y de esta suerte premia a los que le sirven!
240.- De esto solo dice S. Francisco que tuvieran los bienaventurados dolor, si fueran capaces de él, de no haber servido más a DIOS y de no haber merecido mayor premio en la bienaventuranza.
 DARAS DE MANO A MUCHAS COSAS
241.- Común proverbio es, y sentencia trillada entre los filósofos, que cada cosa descubre su valora vista de su contrario: lo blanco campea más junta a lo negro, y lo negro se descubre más a vista de lo blanco. De la misma manera descubre su brevedad lo temporal a vista de lo eterno, y su vileza lo terreno cotejado con lo celestial.
Por lo cual, si quieres conocer el valor de todo lo de acá abajo, considérate como decía, en la gloria, y mira qué poco caudal harás entonces de lo que el mundo adora.
242.- ¡Qué viles te parecerán las riquezas, qué vanas las honras, qué menguados los deleites, qué falsos los placeres, y qué engañoso y aparente todo lo que acá se estima! ¡Qué ese engaño tendrás a la luz de aquella claridad inaccesible!
243.- Y pues te hallas ahora en tiempo de ganar tan crecida felicidad, no te engañe el oropel que brilla en el mundo, mira por ti, y a vista de tan crecido premio desprecia el mundo, atesora en el cielo, y no en la tierra, trabaja por lo eterno, y no gastes tu vida en buscar lo temporal; obra: con fervor, y trabaja por llegar con brevedad a aquel descanso.
244.- No te descuides; porque no se lleve otro tu corona; que, si tú la pierdes, no le faltarán a Dios muchos que poner en tu lugar.
Acuérdate de S. Pedro; el cual con una sola gota de este licor  quedó tan embriagado, que no quería volver al mundo más, y rogaba al Señor que se quedasen en el Monte Tabor; Señor, bien estamos aquí; no bajemos más al siglo, porque todo en él no vale por un'instante de estar aquí.
245.- Pues si a S. Pedro le dio en rostro todo lo terreno" por sola una gota que gustó de la gloria de CRISTO, ¿qué fastidio tendrás tú cuando goces de aquel río de gloria, que vio S. Juan correr desde el trono de DIOS? ¿Qué hartura tendrá tu corazón, cuando bebussin medida de aquel licor celestial de la gloria del Señor?
246.- Verdaderamente dijo bien S. Bernardo que por falta de consideración de este premio andaban los hombres engañados buscando los placeres terrenos; porque, si le consideraran como es, sin duda que los despreciaran todos, y no hubiera cosa, por áspera que fuese'! que no tuvieran por leve en su comparación.
247.- Por lo cual el Redentor del mundo, no habiendo hecho ostentación en su vida de las penas del infierno; la hizo en el Tabor de la gloria, para que a vista de ésta tuviesen los mortales por leve y fácil la cruz, y se animasen a buscarla, conociendo a vista de ojos su grandeza.
248.- Si la vista de la hermosa Raquel disminuyó el trabajo de la servidumbre a Jacob, de manera que 14 años de servicio le parecían pocos en su comparación, ¿cuánto menos les parecerán los trabajos presentes a vista de la hermosura de la gloria futura a los que la miran y desean?
249.- No la olvides, y todo será fácil de sufrir; contémplala de espacio y te robará el corazón, mide su grandeza , y todo será corto en su comparación; medita su belleza, y tendrás por feo cuanto el mundo adora; piensa en su valor, y conocerás lo poco que vale 10 terreno; habita con el alma en el cielo, y despreciarás la tierra, y, como dice nuestra Santa, acuérdate que no tienes más que una gloria, y darás de mano a muchas cosas, porque, si la pierdes, no te queda adónde apelar.
250.- Y, si allí no hallas entrada, has de dar contigo forzosamente en los calabozos del infierno. Mira qué diferente es aquella suerte de ésta, coteja la una con la otra, y, pues tienes tiempo, esfuérzate a obrar bien y merecerla.
251.- Sólo resta, para el complemento de la doctrina de este aviso, que deslindemos en singular qué cosas son estas muchas a que dice nuestra Santa que dará de mano el que rumiare las verdades propuestas. Y lo primero, de los deleites sensuales, ya hemos visto que son los primeros señalados en este Catálogo, 252.- Porque lo uno, viendo el dejo tan amargo que tienen en la muerte, y la costa tan crecida a que se compran en las penas del infierno, y el sinsabor de sus culpas, a los avisos de la eterna, todos pierden el gusto, y, como dice S. Gregorio, son desabridos al paladar, como los otros manjares, después de haber gustado miel; y así los da de mano y los fastidia quien rumia con la memoria las verdades dichas.
AVISOS ESPIRITUALES FIN

252.- Porque lo uno, viendo el dejo tan amargo que tienen en la muerte, y la costa tan crecida a que se compran en las penas del infierno, y el sinsabor de sus culpas, a los avisos de la eterna, todos pierden el gusto, y, como dice S. Gregorio, son desabridos al paladar, como los otros manjares, después de haber gustado miel; y así los da de mano y los fastidia quien rumia con la memoria las verdades dichas.
253.- También dará de mano a las honras, viendo su brevedad, y conociendo su vanidad con la luz de la última candela, pues entonces se desvanecen todas y se convierten en humo que atormenta y mucho más a vista del juicio, del infierno y de la gloria, en que descubren que no fueron más que sombras aparentes y sueños de la imaginación.
254.-En tercer lugar entra la hacienda, y el afán y cuidado de adquirirla, a que da de mano el que medita con atención las verdades evangélicas, a cuyos resplandores conoce cuán poco valor tiene todo en el acatamiento de DIOS, el cual no hace diferencia del oro al lodo, ni de la plata al estiércol, ni de las piedras diamantes a las piedras que pisamos; y que, al pasar los  puertos de esta vida, nos desnudan de todo; y que, cuando nos acompañaran, no pudieran servimos de cosa alguna para el cuerpo y el alma.
255.- ¡Desengaño grande! para los fieles, con que reciben aliento para pisarlo todo y atesorar el cielo solamente. En esta lista entran también las pretensiones del siglo, los valimientos con los que pueden y mandan, el aprecio del linaje y de la sangre, las noblezas que tanto el mundo adora, el cuidado de adquirirlas y el ansia de aumentarlas, mirando, a los avisos de lo eterno, cuán frágil y mentiroso es todo.
256.- ¡A cuántos ha derribado en el infierno, conociendo su inconstancia, sus sinsabores y amarguras, el poco tiempo que duran y la hiel que se bebe con todo ello!
257.- ¿Qué diré de los mandos y prelacías? ¿Qué de los bandos y parcialidades? ¿Qué de la ambición de los puestos y de salir con la suya, que a tantos ha condenado en el Tribunal de DIOS?
258.- Todo lo desprecia y da de mano el que aprecia los bienes celestiales, y no se le da nada de los hombres, ni de sus amistades y favores, contento con el de DIOS. Da de mano también a las cortesías y pundonores del mundo, a las habilidades y dotes naturales, a la hermosura del cuerpo, conociendo a estas luces que es un muladar cubierto de nieve, y que a un sol o un aire se deshace y se pudre y hierve en gusanos. Y finalmente da de mano a todo lo que el mundo aprecia, y sólo estima lo que DIOS estima, con que vive libre de los cuidados de este siglo, superior a todo lo terreno, y su corazón alegre en las moradas del Cielo, cuya paz y tranquilidad empieza a gozar desde acá, como ciudadano suyo y peregrino en la tierra.




miércoles, 24 de julio de 2019

SATAN EN EL MUNDO MODERNO.



Tiene mil veces razón cuando llega a la conclusión: "Toda la ciencia del mundo no vale una onza de prudencia y el progreso técnico más vertiginoso queda corto si el hombre no
lo domina cualitativamente. Dicho de otro modo: ¿qué le sirve al hombre ganar al mundo entero si llega a perder su alma?" Hace tres siglos Pascal decía ya, en un lenguaje incomparable: "Todos los cuerpos juntos, y todos los espíritus juntos, y todas sus producciones, no valen el mínimo movimiento de caridad. Esto es de otro orden infinitamente más elevado."
Vista de conjunto
Tendríamos, a nuestro entender, un cuadro de nuestro mundo actual enteramente falso si confundiéramos la oposición este-oeste con el confrontamiento: Satán contra Dios; si separáramos al planeta en dos zonas absolutamente distintas: la del Diablo en China y en Rusia y en los otros países comunistas y la de Dios, que sería el lado nuestro.
Vamos a dar la palabra a un ruso como prueba. Hemos leído, hace poco, a uno de ellos en nuestros diarios. Se trata de un ingeniero soviético que ha venido a Europa occidental con una misión científica y que pasa entre nosotros una temporada relativamente larga.
Y decía: "En el fondo ustedes los occidentales son materialistas. Pueden con el dinero obtener todos los bienes, satisfacer todos los deseos. Pero justamente, no piensan más que en eso. La vida, la actividad, la ciencia, la técnica, todas las ocupaciones y preocupaciones, las consagran ustedes a este objetivo físico: acrecentar el bienestar, mejorar la comodidad. Automóvil, heladera eléctrica, televisión: he ahí para la inmensa mayoría de ustedes la razón de vivir." ¿Quién se atrevería a decir que no hay una parte de verdad en esta acusación? El materialismo no es solamente tara del comunismo, también lo es del capitalismo. Si hemos de creer al mismo ingeniero, la decadencia infligida al hombre por el capitalismo sería mucho más grave que en el régimen comunista. Veamos, en efecto, la continuación de su razonamiento: "Para nosotros, por el contrario, todas estas cuestiones no existen (quiere decir, la búsqueda del bienestar). La comodidad de ustedes nos es prácticamente desconocida. Porque no tenemos esa posibilidad, ni siquiera pensamos en ello. Han matado en nosotros el deseo de estos bienes materiales, que los acapara por entero a ustedes. Y al hacer esto, nos han liberado. Toda la energía que ustedes malgastan en la búsqueda de cosas fútiles, nosotros la empleamos en leer, en la música, en reflexionar, en soñar. ¿Qué otra cosa quieren que hagamos cuando por la noche regresamos a nuestro departamento estrecho, un poco, si quieren, como un monje a su celda?" Y terminaba con estas palabras: "Sí; tenemos todavía el tiempo para pensar y el gusto del pensamiento, pero <?y ustedes?"
¡Qué consoladoras serían estas palabras si entre las ocupaciones que este ruso tiene a bien reservarse hubiera, a continuación de las palabras: "leer, música, reflexionar, soñar" esta pequeñísima indicación: rezar! No obstante, se advierte que el ideal de este ingeniero es más elevado que el de los dirigentes comunistas: alcanzar y superar a los Estados Unidos en productividad, riquezas materiales, millones de toneladas de acero, de carbón, de kilovatios, de automóviles, de estaciones de televisión, etc. Lo que este ingeniero desprecia — y que nosotros despreciamos como él en la medida en que todo esto se opone al desarrollo espiritual del ser humano— es justamente lo que los jefes de su pueblo y de las otras naciones comunistas han tomado como objetivo final. ¿El comunismo no está acaso definido en China?: "¿A cada cual según sus necesidades?", y nuestras necesidades en esta fórmula ¿no son ante todo nuestros deseos materiales? Pero no tenemos que oponer comunismo a capitalismo. El uno y el otro están inspirados por Satán, en la medida en que niegan a Dios y el alma. El comunismo, en total, no ha hecho otra cosa que retomar la filosofía "burguesa". Es fruto de ella. La lleva al extremo.
Si es verdad que no existe ni Dios, ni el diablo, ni el espíritu, y que todo es materia, el capitalismo y el comunismo no son más verdad el uno que el otro ¡porque no hay más verdad en el sentido cabal del vocablo, todo es mentira, todo es satánico! Después de esto, sin alegría, pero sin miedo tampoco, denunciamos aquí como marcas indudables de la presencia de Satán entre nosotros algunos rasgos de nuestra "civilización" contemporánea que nadie puede negarse a ver: la mediocridad de nuestros grandes medios de difusión, cinematógrafo, radiotelefonía, televisión; mediocridad que no reside en el poder de la propaganda, sino en la nobleza y la belleza de la acción ejercida sobre las almas; 29 el erotismo ambiente que se despliega en las novelas, en las piezas de teatro, en las canciones, en todo lo que resumen estas palabras: "los espectáculos", "las distracciones" en el sentido pascalino, "los ocios"; la degradación del arte moderno, que parece no tener ya el gusto de lo bello, sino únicamente de lo feo o de lo obscuro.
Al final de este capítulo, que hubiera sido fácil prolongar, ¿qué vemos? Satán en obra por todas partes. Frente a él, una sola fuerza real: Jesucristo. Por una parte, el materialismo ateo, la mentira, el desprecio de la vida humana, la sangre de Abel derramada por Caín.
Por la otra, la fe, la caridad, la inmensidad del amor, en la oración, en la adoración, en el rechazo del odio satánico, en el deseo de la extensión universal del reino de Dios, en el entusiasmo de la demanda incesante de corazones: "Vénganos tu reino."
La visión de la historia universal no ha cambiado: Ciudad de Dios contra Ciudad de Satán, ¡Ciudad del Amor contra Ciudad del Odio! Hay dos estandartes: el de Satán y el de Jesucristo.
Cosa extraña, el cristiano que hace profesión de despreciar la vida presente, porque sabe que existe otra, eterna, practica, sin embargo, el respeto más absoluto por la vida humana y por la persona humana.
En cambio Satán que convence a sus adeptos que la vida presente es la única, que no existe otra, después de ésta, la cual constituye el bien supremo del hombre, Satán manifiesta por esta misma vida, que es todo, un desdén que se traduce ;en campos de concentración, en ejecuciones en masa, en hornos crematorios, en torturas deshonrosas!
¡Vale decir que la mentira está siempre asociada al asesinato!
Pero el reproche más grande que hacemos a los adeptos de Satán, es la mutilación que infligen al hombre, negándole el infinito, rehusándole la inmortalidad.
La estrechez de espíritu de los incrédulos es lo más lamentable que hay en ellos. A ellos debemos repetir el grito de Tertuliano, a los heréticos de su época: "Parce orbis unicae spei!" ("¡Cuidad la única esperanza del universo!") Si queremos, en efecto, un día poseer este universo mismo que no vale nuestra alma ¡es nuestra alma la que hay que salvar por la fe y el amor! ¡Qué puesta formidable la de la lucha entre Satán y Cristo!


martes, 23 de julio de 2019

San Bruno y el Difunto que Habla


SAN BRUNO FUNDADOR DE LOS MONJES TRAPENSES

Presentación:
Vamos a examinar bien dos cosas:
1) Si existe verdaderamente un infierno y que es el infierno. A pelo aquí a tu buena fe y a tu lealtad.
Lo que los pueblos han creído siempre, constituye lo que se llama una verdad de sentido común, que si os parece mejor de sentimiento común universal. Quien quiera rehusarse a admitir una de estas verdades universales, no tendría como se dice, sentido común.
En el libro de Job, dice que los impíos que rebosan de bienes y dicen a Dios, no tenemos necesidad de vos, no queremos vuestra ley, a que fin serviros y rogaros. Esos impíos caen de repente en el infierno. Job llama al infierno, la región de las tinieblas, la región sumergida en las sombras de la muerte, la región de las desdichas y de las tinieblas, en las que no existe orden alguno y la sombra de la muerte, donde reina el horror eterno.
He aquí testimonios más que respetables y que se remontan a los más apartados orígenes históricos. Mil años antes de la era cristiana, cuando no se trababa aun historia griega ni romana, David y Salomón hablan con frecuencia del infierno como de una gran verdad. De tal modo conocida y admirada por todos, que no hay necesidad de demostrarla.
Este terrible dogma forma parte del tesoro de las grandes verdades universales, que constituye la luz de la verdad. Luego no es posible que un hombre sensato la ponga en duda, diciendo la locura de una orgullosa ignorancia, no hay infierno, luego sí lo hay. El infierno no ha sido inventado ni pudo serlo.
No amigos, nunca nadie ha inventado el infierno, no ha sido y nunca podrá serlo. La eternidad de las penas del infierno, es un dogma que la razón no puede comprender, puede comprender el hombre. No el hombre no ha inventado el infierno, ni lo habría podido inventar. El dogma del infierno se remonta hasta el mismísimo Dios, forma parte de la formación primitiva que es la base de la religión y de la vida moral del género humano.
En primer lugar debemos decir que el infierno es para castigar a los réprobos, no para dejarlos volver al mundo, a los que haya van, haya se quedan, porque siempre aparece la pregunta, si es que hay verdaderamente un infierno, como es que nadie ha vuelto de él. Decís que de allá no vuelven, esto es verdad en el orden habitual de la providencia. ¿Pero es cierto que no hay vuelto nadie del infierno, estáis seguro de que Dios en un acto de misericordia y de justicia no haya permitido a un condenado aparecerse en el mundo? En la Sagrada escritura y en la historia se leen pruebas de lo contrario.
Y por supersticiosa que sea la creencia casi general, en lo que se llama los aparecidos, seria inexplicable si no arrancase de un fondo de verdad. Permitidme ahora que me refiera algunos hechos, cuya autenticidad parece evidente y que prueban la existencia del infierno, por el intachable testimonio de los mismos que están en aquel lugar.
1) Jesús, te suplico e imploro Tu misericordia para los pobres pecadores y te pido luz y la gracia de la conversión. No permitas que se pierdan almas redimidas con tan Preciosa, Santísima Sangre Tuya.
2) Reconozcamos que somos tan malos cristianos que diferimos hasta la hora de la muerte el arreglo de la conciencia. «Cuando se echare encima la destrucción como una tempestad..., entonces me llamarán, y no iré...; comerán los frutos de su camino» (Pr., 1, 27, 28 y 31). 3) Roguemos que nos asistan, los sacramentos de la Confesión, Comunión y Extremaunción en la hora de la muerte.
Relato:
En la vida de San Bruno, fundador de los cartujos, se encuentra un hecho estudiado muy a fondo, por los doctísimos bolandistas, y que presenta ala critica más formal, todos los caracteres históricos, de la autenticidad.
Un hecho acontecido en Paris, en pleno día, en presencia de muchos miles de testigos, cuyos detalles han sido recogidos por sus contemporáneos y que ha dado origen a una gran orden religiosa.
Acababa de fallecer un célebre doctor de la universidad de Paris, llamado Reimond Diocre, dejando universal admiración entre todos sus alumnos, corría el año 1082, uno de los más sabios doctores de esos tiempos conocido por todo Europa por su ciencia, su talento y sus virtudes, llamado Bruno, hallábase en Paris con cuatro compañeros, y se hizo un deber asistir a las exequias del ilustre difunto. El cuerpo se había depositado en la gran sala de la cancillería cerca de la Iglesia de Nuestra Señora y una inmensa multitud rodeaba respetuosamente la cama, en la que costumbre de aquella época estaba cubierto el difunto con un simple velo.
En el momento en que se leía una de las lecciones del oficio de difuntos, que dice así, ―respóndeme cuan grandes y numerosas son tus iniquidades‖ la cuarta lectura de maitines de la misa de difuntos. Sale de debajo del fúnebre velo, una voz sepulcral y todos los concurrentes, escuchan claramente estas palabras.
-―Por justo juicio de Dios he sido acusado‖.
Acuden inmediatamente, levantan el paño mortuorio, y el pobre difunto estaba allí inmóvil, helado, completamente muerto. Continuose la ceremonia por un momento interrumpida, hallándose aterrorizados y llenos de temor todos los concurrentes, se vuelve a comenzar el oficio, y se llega de nuevo a la referida lección, ―respóndeme‖ y a plena vista de todos, el muerto se levanta y con robusta y acentuada voz dice:
-―Por justo juicio de Dios he sido juzgado‖. Y vuelve a caer.
El terror del auditorio llega hacia su colmo, dos médicos justifican nuevamente su muerte. El cadáver sigue rígido, frio, no se tuvo ya valor para continuar y se aplazo el oficio, hasta el día siguiente. Las autoridades eclesiásticas no sabían que resolver, unos decían, ―es un condenado es indigno de las oraciones de la Iglesia‖, otros decían ―no, todo esto en duda es espantoso, pero en fin, no seremos todos acusados, primero y después juzgados por justo juicio de Dios como dijo el muerto‖. El obispo fue de este parecer. Y al día siguiente, a la misma hora volvía a comenzar la fúnebre ceremonia hallándose presente como en la víspera Bruno y sus compañeros. Toda la universidad, todo Paris, había acudido a la Iglesia de nuestra Señor, vuelve pues a comenzar el oficio, a la misma lección respóndeme.
El cuerpo del doctor Raimond se levanta de su asiento y con un acento indescriptible que hiela de espanto a todos los concurrentes exclama: ―por justo juicio de Dios, he sido condenado‖ y volvió a caer inmóvil.
Esta vez no quedaba duda alguna, el terrible prodigio justificado hasta la evidencia no admitía replica, por orden obispo y previa sesión, se despojo al cadáver de las insignias de sus dignidades y fue llevado al sitio donde se vacían el estiércol o la basura.
Al salir de la gran sala de la cancillería, Bruno, San Bruno, que contaría entonces con cuarenta y cinco años de edad, se decidió irrevocablemente a dejar el mundo. Y se fue con sus compañeros a buscar en las soledades de la gran cartuja, un retiro donde pudiese asegurar su salvación, y preparase así despacio para los justos juicios de Dios.
Conclusión y suplicas:
Verdaderamente he aquí un condenado que volvió del infierno, no para salir de él, sino para dar de él un irrecusable testimonio. ¡Oh Dios mío! Si yo hubiera muerto en aquella ocasión, ¿dónde estaría ahora? Te doy gracias por haberme esperado y por todo ese tiempo en que debiera haberme hallado en el infierno, desde aquel instante en que te ofendí. Dame luz y conocimiento del gran mal que hice al perder voluntariamente tu gracia... Perdóname, Jesús mío, que yo me arrepiento de todo corazón y sobre todos los males de haber menospreciado tu bondad infinita. Espero que me hayas perdonado... Ayúdame, Salvador mío, para que no vuelva a perderte jamás... ¡Ah Señor! Si volviese a ofenderte después de haber recibido de Vos tantas luces y gracias, ¿no sería digno de un infierno sólo creado para mí?... ¡No lo permitas, por los merecimientos de la Sangre que por mí derramaste! Dame la santa perseverancia; dame tu amor... Te amo, y no quiero dejar de amarte jamás. Ten, Dios mío, misericordia de mí, por el amor de Jesucristo tu amado hijo.



sábado, 20 de julio de 2019

Fátima y la visión del infierno


Presentación:
En Fátima, Nuestra Señora recordó a los hombres sus postrimerías:
El Cielo: "Soy del Cielo (...) Vas al Cielo y Jacinta y Francisco también. Cuando recéis el Rosario, diréis después de cada misterio: ¡Oh Jesús (...) lleva todas las almas al Cielo!‖
El purgatorio: "Amelia estará en el purgatorio hasta el fin del mundo".
El infierno: la Santísima Virgen, con un rostro grave, pidió cinco veces a los pastorcitos oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores: "Después de cada misterio, diréis: ¡Oh Jesús, (...) líbranos del fuego del infierno!' Más aún, por la primera vez en la historia de sus apariciones, Nuestra Señora MOSTRÓ EL INFIERNO A LOS TRES NIÑOS.
Esta visión es para nuestra época es una gran gracia; pues en el espíritu del "hombre moderno", la idea de poder ser condenado a un fuego eterno ha desaparecido progresivamente. Incluso se burla de eso. ¿Y cuál fue el instrumento principal de esta terrible anestesia? El silencio de los predicadores.
¿Cuántos gritan: "¡FUEGO!", "¡FUEGO ETERNO!"? San Alfonso, doctor de la Iglesia, decía que se consideraría culpable de un pecado mortal si no hubiese predicado sobre el infierno por lo menos una vez al año. Añadamos, como "instrumento", la generación de los que no transmitieron a sus hijos las convicciones que habían recibido en la misma edad.
"Lo que vieron los pastorcitos..." Miles de almas se levantarán el día del juicio final: "Ustedes, que lo sabían, ¿por qué no nos avisaron? ¿Por qué nos tranquilizaron? Ustedes, que sabían en qué estado estábamos, ¿por qué no se preocuparon por nuestra conversión? ¿Por qué, por lo menos, no rezaron por nosotros? La mejor de las Madres ha avisado a sus hijos.
De hecho, la evocación de esta visión del infierno ha producido ya muchas veces efectos saludables en las almas, sobre todo con el apoyo de la oración y de la penitencia. Todavía produce y seguirá produciendo estos efectos.
La Santísima Virgen vino expresamente y usó este medio para impedir que otros hijos suyos cayeran en el abismo eterno de fuego y de desesperación.
Hay personas que se extrañan de que Nuestra Señora haya revelado a unos niños un espectáculo tan espantoso y asqueroso. En general, para no decir casi siempre ¡estas personas necesitaban escuchar este relato para empezar a entender después que ellas mismas debían convertirse!
Y comprenden entonces la pedagogía de Nuestra Señora, ejemplo de las madres: Las almas de los pastorcitos no se quedaron traumatizadas, "estresadas", sino llenas de una lucidez sobrenatural, de fervor en la oración y de caridad apostólica por la conversión de los pobres pecadores.
En el mes siguiente, el día 19 de agosto, Nuestra Señora pronunció un pequeño pues" que nos debe hacer pensar: "Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores, PUES muchas almas van al infierno POR NO TENER QUIEN SE SACRIFIQUE Y PIDA POR ELLAS". Hay una relación de causa a efecto entre el celo de un cristiano y la salvación de otra alma, o entre la falta de generosidad de un cristiano y la condenación de esta alma.
―No los trastornó tanto el horror de la visión como la tristeza de María y el destino de los condenados al infierno‖.
Una enfermedad con llagas repulsivas provoca en el buen médico, no un invencible asco, sino el deseo de hacer todo para curarla.
Del mismo modo, estos santos niños harán todo lo posible para que se salven las almas en peligro de condenarse
1) Pidamos a Dios Nuestro Señor, la gracia del arrepentimiento. Nos humillemos ante su presencia.
2) Imagínate que estas solo con la Santísima Virgen maría, ella extiende sus manos y ves un agujero en el suelo, lleno de fuego, demonios angélicos y demonios humanos. Oyes sus gritos desgarradores y te descompone el olor a carne podrida y quemada.
3) Considera que es verdaderísimo que estas entre el cielo y el infierno, y que la elección que se haga del uno o del otro durara eternamente….
Relato:
Una Visión del Infierno
El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió. ¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del Infierno? Ella dijo: "Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno".
Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría.
María dijo a los niños: "Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten".
"Al decir estas palabras, abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo (de luz que ellas irradiaban) parecía penetrar en la tierra y vimos un como mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban - en el incendio llevadas por las llamas que salían de ellas mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados - semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios - pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa”
Nuestra Señora de Fátima dijo a los Pastorcitos:
–Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: ―¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!.
–Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas.
Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se conservará siempre, etc. (Aquí comienza la tercer parte del secreto, escrita por Lucía entre el 22 de diciembre de 1943 y el 9 de enero de 1944.) Esto no lo digáis a nadie. A Francisco sí podéis decíselo.
Cuando recéis el rosario, decid después de cada misterio: ―Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Conclusión y suplicas:
"La contemplación del Inmaculado Corazón de María y la visión del infierno fueron las causas de la santificación de Jacinta. Ella decía con frecuencia: ¡Oh infierno ¡Oh infierno! ¡Qué pena tengo de las almas que van para el infierno ¡Y las personas que, estando allí vivas, arden como la leña en el fuego! ¡Tanta gente que va al infierno! ¡Tanta gente en el infierno!" Y la pastorcita advertía a los padres: "¡No dejen cometer pecados a sus hijos, que pueden ir a parar al infierno"!
Si eran personas mayores: "Díganles que no hagan eso, que ofenden a Dios Nuestro Señor, ¡y después pueden condenarse"!
¡Oh Misericordiosísimo Jesús! sos mi esperanza. Desesperaría yo del perdón de mis culpas y de alcanzar mi eterna salvación si no te mirara como fuente de gracia y de misericordia, por medio de la cual Dios derramó toda su Sangre para lavar mi alma de tantos pecados como ha cometido.
Te amo, Señor, y quiero amarte siempre. Dame la perseverancia que sin la cual no podre permanecer sin caer nuevamente. ¡Oh María, Madre amorosa, guíame hacia Dios, y haced que yo sea suyo por completo antes que muera!



viernes, 19 de julio de 2019

CARTA A LOS CATOLICOS PERPLEJOS.

SAN PIO X CELEBRANDO LA MISA

Si se suprimen los gestos que materializan la "virtud de religión" ¿cómo puede uno estar persuadido de que se encuentra en presencia del Creador y soberano, Señor de todas las cosas? ¿No se corre así el riesgo de disminuir el sentimiento de Su Presencia real en el tabernáculo? Los católicos están también desorientados por la trivialidad y hasta por la vulgaridad que se les impone en los lugares de culto de manera sistemática. Se tildó de triunfalismo todo aquello que contribuía a la belleza de los edificios y al esplendor de la ceremonia. Hoy la decoración debe aproximarse a la decoración cotidiana, a lo "vivido". En los siglos de fe, se ofrecía a Dios lo que el hombre poseía de más precioso-, en las iglesias de aldea se podía ver precisamente aquello que no pertenecía al universo cotidiano: piezas de orfebrería, obras de arte, ricos tejidos, encajes, bordados, estatuas de la Santa Virgen coronadas de joyas. Los cristianos hacían sacrificios financieros para honrar lo mejor que podían al Altísimo. Todo eso contribuía a la oración, ayudaba al alma a elevarse, y éste es un fenómeno natural en el hombre: cuando los reyes magos acudieron al pobre pesebre de Belén, llevaban oro, incienso y mirra. Hoy se embrutece a los católicos haciéndolos rezar en un ambiente trivial, en "salas polivalentes" que no se distinguen de ningún otro lugar público y a veces son incluso peores que los lugares públicos. Aquí y allá se abandona una magnífica iglesia gótica o románica para construir al lado una especie de cobertizo pelado y triste, o bien se organizan eucaristías domesticas en comedores y hasta en cocinas. Me han hablado de una de ellas celebrada en el domicilio de un difunto en presencia de su familia y de amigos; después de la ceremonia se retiró el cáliz y sobre la misma mesa cubierta por el mismo mantel se instaló el refrigerio. Durante todo ese tiempo y a algunos centenares de metros, los pájaros eran los únicos que cantaban al Señor alrededor de la iglesia del siglo XIII provista de magníficos vitrales. Aquellos lectores que hayan conocido la época anterior a la guerra seguramente se acuerdan del fervor de las procesiones de Corpus Christi, con las múltiples estaciones, los cantos, los incensarios, la custodia resplandeciente a los rayos del sol, llevada por el sacerdote bajo el dosel bordado de oro. El sentido de la adoración nacía así en el alma de los niños y les quedaba grabado para toda la vida. Este aspecto primordial de la oración parece muy descuidado. ¿Se podrá aducir el motivo de la evolución necesaria, de los nuevos hábitos de vida? Las complicaciones del tránsito de automóviles no impiden las manifestaciones callejeras, y los que participan de ellas no sienten ningún respeto humano para expresar sus opiniones políticas o sus reivindicaciones justas o injustas. ¿Por qué tendría que ser Dios el único en quedar descartado y por qué sólo los cristianos deberían abstenerse de rendirle el culto público que le corresponde? La desaparición casi total de las procesiones no tiene por origen un desafecto de los fieles. La procesión está prescrita por la nueva pastoral que sin embargo insiste incesantemente en la busca de una "participación activa del pueblo de Dios". En 1969 un cura de Oise era destituido por su obispo después de haber recibido la prohibición de realizar la tradicional procesión de Corpus, pero esa procesión se realizó así y todo y atrajo a diez veces más personas que los propios habitantes de la aldea. ¿Se podrá decir que la nueva pastoral, por lo demás, en contradicción en este punto con la contribución conciliar sobre la Santa Liturgia, está de acuerdo con las aspiraciones profundas de los cristianos que permanecen aferrados a esas formas de piedad? ¿Qué les proponen en cambio? Muy poco, pues el servicio del culto se redujo muy rápidamente. Los sacerdotes ya no celebran todos los días el Santo Sacrificio y concelebran el resto del tiempo; el número de misas disminuyó en grandes proporciones.
En la campaña es prácticamente imposible asistir a misa en los días hábiles; los domingos es necesario usar algún vehículo para llegar a la localidad a la que le toca recibir al sacerdote del "sector". Numerosas iglesias de Francia han quedado definitivamente cerradas, otras se abren algunas veces en el año. Si se agrega a esto la crisis de las vocaciones, el resultado es que la práctica religiosa se hace año tras año más difícil. Las grandes ciudades están en general mejor servidas, pero la mayoría de las veces es imposible comulgar, por ejemplo, los   primeros viernes o los primeros sábados del mes. Naturalmente ya no hay que pensar en la misa cotidiana; en muchas parroquias de ciudades las misas se celebran por encargo, para un grupo dado de personas a una hora convenida y de manera tal que el que entra por casualidad donde se dice la misa se siente extraño a una celebración salpicada de alusiones a las actividades especiales y a la vida del grupo. Se ha tratado de desacreditar lo que se ha dado en llamar celebraciones individuales por oposición a las celebraciones comunitarias; en realidad, la comunidad se disgregó en pequeñas células; no es raro ver a sacerdotes celebrar misa en casa, de un cristiano entregado a actividades de la acción católica y en presencia de algunos militantes. También se comprueba que el horario del domingo a la mañana está distribuido entre las diferentes comunidades lingüísticas y entonces hay misa en francés, misa en portugués, misa en español... En una época en la que los viajes al exterior se han difundido tanto, los católicos deben asistir a misas en las que no comprenden una palabra, aunque se les da a entender que no es posible orar sin "participar". ¿Cómo podrían participar? Ya no hay misas o hay muy pocas, ya no hay procesiones, ya no hay bendiciones del Santo Sacramento, ya no hay vísperas... La oración en común ha quedado reducida a su expresión más simple. Pero cuando el fiel logró superar las dificultades de horarios y de traslado, ¿qué encuentra para apagar su sed espiritual? Más adelante hablaré de la liturgia y de las graves alteraciones que sufre. Por el momento observemos el exterior de la cuestión, observemos la forma de esta oración común. Con harta frecuencia el clima de las "celebraciones" resulta chocante para el sentido religioso de los católicos. Se ha producido la intrusión de ritmos profanos con toda clase de instrumentos de percusión, guitarras, saxofones. Un músico responsable de música sagrada de una diócesis del norte de Francia escribía con el apoyo de eminentes y numerosas personalidades del mundo musical: "A pesar de las designaciones corrientes, la música de esos cantos no es moderna: ese estilo musical no es nuevo, sino que se practicaba en lugares y medios muy profanos (cabarets, music-halls, a menudo para bailar danzas más o menos lascivas con nombres extranjeros)... y sus ritmos impulsan a menearse o al swing: todo el mundo tiene ganas de agitarse. Esta es ciertamente una expresión corporal extraña a nuestra cultura occidental, poco favorable al recogimiento y cuyos orígenes son bastante turbios... La mayor parte del tiempo nuestros conjuntos a los que les cuesta ya tanto trabajo no igualar las negras y las corcheas en una medida de 6/8 no respetan el ritmo exacto y el conjunto falla: entonces uno ya no siente ganas de menearse pues el ritmo se hace informe y muestra tanto más la pobreza habitual de la línea melódica." ¿En qué se convierte la oración en medio de todo esto? Felizmente parece que en más de un lugar la gente ha retornado a costumbres menos bárbaras. Entonces, si uno quiere cantar, está sujeto a las producciones de los organismos oficiales especializados en la música de iglesia, pues ya a nadie se le ocurre utilizar la maravillosa herencia de los siglos.
UN SACERDOTE LISTO PARA CELEBRAR LA MISA NUEVA
Las melodías habituales, siempre las mismas, son de una inspiración muy mediocre. Los trozos más elaborados, ejecutados por coros, se resienten por la influencia profana y excitan la sensibilidad en lugar de penetrar en el alma como el canto llano; la letra inventada con un vocabulario nuevo, como si un diluvio hubiera destruido unos veinte años atrás todos los libros antifonarios en los cuales se podría haber buscado inspiración aun queriendo hacer algo nuevo, adopta el estilo del momento y pasa rápidamente de moda; al cabo de muy breve tiempo ya no es comprensible. Innumerables discos destinados a la "animación" de las parroquias difunden paráfrasis de salmos que se dan como si fueran salmos y que suplantan el texto sagrado de inspiración divina. ¿Por qué no cantar los salmos mismos? No hace mucho tiempo apareció una novedad; en la entrada de las iglesias podían leerse unos letreros que decían: "Para alabar a Dios, batid palmas". Así, durante la celebración y a una señal del animador los concurrentes levantan los brazos por encima de la cabeza y golpean las manos cadenciosamente con entusiasmo, de suerte que producen un insólito estrépito en el recinto del santuario. Este tipo de innovaciones, que ni siquiera tiene relación con nuestros hábitos profanos, intenta implantar una actitud artificial en la liturgia y sin duda no tendrá gran futuro; sin embargo contribuye a desalentar a los católicos y a aumentar su perplejidad. Uno puede abstenerse de frecuentar las Gospel Nights pero ¿qué hace cuando las raras misas del domingo están invadidas por estas desoladoras prácticas?
La pastoral de conjunto, según la expresión adoptada, obliga al fiel a hacer nuevos gestos, cuya utilidad él no comprende y van contra su naturaleza. Ante todo es menester que las cosas ocurran de una manera colectiva, con intercambios de palabras, intercambios de evangelio, intercambios de miradas, apretones de manos. El pueblo sigue estas prácticas refunfuñando y a regañadientes, como lo demuestran las cifras estadísticas: las últimas estadísticas registran entre 1977 y 1983 una nueva disminución en la frecuentación de la Eucaristía en tanto que la oración personal registra un ligero aumento.2 La pastoral de conjunto no logró pues conquistar a la población católica. Véase lo que puede leerse en un boletín parroquial de la región parisiense: " Desde hace dos años la misa de las nueve y media tenía de vez en cuando un estilo un poco particular por cuanto a la proclamación del Evangelio seguía un intercambio en el cual los fieles se reunían por grupos de a diez. En realidad, la primera vez que se intentó semejante celebración, sólo sesenta y nueve personas constituyeron grupos de intercambio y ciento treinta y ocho permanecieron al margen de la ceremonia. Se podía pensar que corriendo el tiempo se modificaría ese estado de cosas, pero nada de eso ha ocurrido."
Entonces el equipo parroquial organizó una reunión para establecer si continuarían o no las "misas con intercambios". Se comprende que las dos terceras partes de los asistentes que se resistieron hasta entonces a las novedades posconciliares no se hayan sentido encantados con esas chácharas improvisadas en plena misa. ¡Qué difícil es hoy ser católico! La liturgia francesa, aun sin "intercambios", aturde a los asistentes con oleadas de palabras, de suerte que muchos se quejan de que ya no pueden rezar durante la misa. Entonces, ¿cuándo rezarán? Los cristianos desconcertados comprueban que se les proponen recetas admitidas por la jerarquía siempre que se alejen de la espiritualidad católica. El yoga y el zen son las más extrañas. ¡Desastroso orientalismo que conduce a la piedad por falsos caminos al pretender realizar una "higiene del alma"! ¿Quién podrá exagerar, por otro lado, los efectos nefastos de la expresión corporal, degradación de la persona y al mismo tiempo exaltación del cuerpo que es contraria a la elevación hacia Dios? Estas nuevas prácticas introducidas hasta en los monasterios de monjes contemplativos, como muchas otras, son extremadamente peligrosas y dan la razón a aquellos a quienes oímos decir: "Nos están cambiando nuestra religión".