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miércoles, 19 de febrero de 2020

EL CORAZÓN ADMIRABLE DE LA MADRE DE DIOS

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§ 2. TRES CORAZONES Y UN SOLO CORAZÓN

CAPÍTULO III (continuación)

El Corazón corporal de la Santísima Madre de Dios Para mejor conocer qué sea el Corazón sensible y corpóreo de la Santísima Virgen, será bueno aclarar antes algo de las excelencias de su santo cuerpo, del cual es parte primerísima el Corazón. A este respecto he de afirmaros que así como nada existe en Jesús que no sea grande y admirable; tampoco hay nada en la Madre de Jesús que no esté lleno de maravillas y grandezas. Cuanto existe en la santa humanidad de Jesús, se halla deificado y elevado a una dignidad infinita por su unión con la divinidad. Y todo lo que existe en María se ve enaltecido y santificado hasta lo incomprensible por su divina Maternidad. Ninguna parte hay en el sagrado cuerpo de Jesús que no sea digna de la eterna admiración de los hombres y de los Ángeles. Y nada hay en absoluto en el cuerpo virginal de la Madre de Dios, que no merezca las inmortales alabanzas de la creación entera.
Con razón dice San Pablo: que en modo alguno somos deudores a la carne ni a la sangre'; que cuantos viven según las tendencias de la carne y de la sangre perecerán y morirán de muerte eterna (2); que la prudencia de la carne es la peste y muerte del alma 3; que la sabiduría de la carne, es enemistad con Dios (4); que los hijos de la carne no son hijos de Dios (5); que ni la carne ni la sangre poseerán el reino de Dios (6); que el bien no es patrimonio de nuestro cuerpo, sino todo lo contrario, lo es toda clase de mal; que es un cuerpo de muerte (7), y una carne de pecado (8); y que cuantos son de Jesucristo han crucificado su carne con todos sus vicios y perversos inclinaciones ( 9 ) .
Sin embargo, cuanto mayor debe ser nuestro desprecio y mortificación de este cuerpo de muerte y de esta carne de pecado que llevamos con nosotros, y que viene a ser un vertedero de inmundicias, masa de corrupción, un muladar pútrido e infierno de abominación, tanto mayor debe ser nuestro respeto y veneración del purísimo y santísimo cuerpo de la Madre del Redentor, por sus maravillosas excelencias de que está dotado, entre las cuales quiero señalar cinco principales que vienen a constituir el permanente objeto de veneración de los Espíritus bienaventurados.

LA CARNE VIVIFICA DE MARÍA

1. LA CARNE VIVIFICA DE MARÍA.
La excelencia primera, es la de haber sido formado este cuerpo, en las entrañas benditas de Santa Ana, no ciertamente por la ordinaria virtud de la naturaleza, sino por el extraordinario poder de Dios, ya que la inmaculada concepción de la Santísima Virgen, sólo a base de un gran milagro de naturaleza y de gracia pudo realizarse. En este sentido se puede aseverar que su cuerpo ha sido formado por mano del Espíritu Santo, y que es obra del Altísimo. Por eso después del cuerpo deificado de Jesucristo Nuestro Señor, no ha habido ni habrá nunca en la tierra cuerpo alguno tan perfecto en toda suerte de ventajosas cualidades como el sagrado cuerpo de la Purísima Madre. Pues Dios, le formó de propia mano y para altísimos destinos de su eterno juicio, ¿quién va a dudar de que la haya dotado de cualidades convenientes al fin tan sublime a que la ha destinado, y a las funciones en que ha de ocuparse? ¿Queréis saber algo de las raras perfecciones del santo cuerpo de la Virgen de las vírgenes? Leed lo que los Santos Padres y eclesiásticos historiadores dicen de él. Leed lo que nos dicen San Epifanio, Nicéforo, Calixto y tantos otros.
Su cuerpo se veía adornado de cuantas perfecciones se requieren para la perfección de una soberana hermosura. Su andar reposado y compuesto, lleno de modestia, con la cabeza algo inclinada al andar como una virgen humilde y pudorosa; su voz argentina, dulce, casta y graciosa. Toda su compostura exterior llena de majestad y bondad. En una palabra: era imagen viviente del pudor, de la humildad, de la mortificación, de la modestia y demás virtudes. El vestido era limpio y apropiado; siempre, con todo, modesto, sin ostentación, ni más color que el de la lana; su manto de color celeste.
Era de santísimas costumbres y en su conversación se mezclaban la dulzura y la gravedad, la humildad y la caridad: todo lo cual la hacía amable y respetable a cuantos la veían. Era amante del silencio, hablaba poco y raras veces, nunca se dejó llevar de ira, de impaciencia, de risas inmoderadas, ni pronunciaba jamás palabras ociosas.
De esta forma nos describe Nicéforo en su Historia a la Santísima Virgen (1O). Y parecidamente San Epifanio, presbítero de Jerusalén, que asegura haber puesto toda la diligencia posible en la búsqueda de antiguos autores griegos que describieron las costumbres de la Madre de Dios, para escoger cuanto hubiese de más exacto (11).
Prestemos oído ahora a los demás Santos Padres. "Sois toda hermosa, Virgen de las Vírgenes, exclama San Agustín; sois toda agradable, inmaculada, luminosa, gloriosa, adornada de toda perfección, enriquecida con toda santidad; sois más santa y más pura -aun en vuestro mismo cuerpo- que todas las Virtudes angélicas" 12. " i Oh hermosura de hermosuras! exclama San Jorge, Arzobispo de Nicomedia. ¡Oh madre de Dios!, sois el ornato y la corona de cuánto hay de más bello y resplandeciente en el universo" 13.
i0h Virgen santa, dice San Anselmo, vos sois tan soberanamente bella y tan perfectamente admirable, que encantáis los ojos y robáis los corazones de cuantos os contemplan!» (14).
La segunda excelencia del virginal cuerpo de la Reina del cielo es la de haber sido expresamente formado para nuestro Señor Jesucristo, y para El sólo. Fue creado el cielo para ser morada de los ángeles y de los santos; pero el cuerpo glorioso de María es un cielo creado exclusivamente para morada del Rey de los Ángeles y del Santo de los Santos. iOh divina Virgen, vuestra purísima sangre ha sido creada para materia del cuerpo adorable de Jesús; vuestro sagrado seno, para recibirle durante nueve meses; vuestros benditos pechos para amamantarle; vuestros santos brazos para sostenerle; vuestro seno y virginal pecho para hacerle reposar; vuestros ojos, para mirarle y cubrirle con sus lágrimas dolientes y amorosas; vuestros oídos, para escuchar sus divinas palabras; vuestro cerebro para emplearse en la contemplación de su vida y de sus misterios; vuestros pies, para conducirle y acompañarle a Egipto, Nazaret, Jerusalén, al Calvario, y demás lugares por los que anduvo; vuestro divino Corazón, para amarle, y amar cuanto El amaba.
La tercera excelencia del sagrado cuerpo de la Madre admirable, es la de haber sido animado por el alma más santa que haya existido, después del alma adorable de Jesús. Con respecto a lo cual puede afirmarse que los órganos de este santo cuerpo han servido para las más altas y excelentes funciones que pueden darse, después de las del alma deificada del Hijo de Dios.
Paréceme oír al gran apóstol San Pablo cuando protesta con orgullo que, sea en vida, sea en muerte, Jesucristo será siempre glorificado en su cuerpo (15). Si Cristo es glorificado en el cuerpo de un Apóstol, que llama a su mismo cuerpo, cuerpo... de pecado y de muerte, ¡qué gloria no recibirá en el cuerpo de su divina Madre, que es fuente de vida inmortal, y en el cual no tuvo entrada el pecado, por haber sido santificado juntamente con el alma desde el mismo instante de su Concepción inmaculada! Con tal motivo la llama en su liturgia, el apóstol Santiago, apellidado hermano del Señor:
"Virgen santísima, inmaculada, bendita sobre todas las cosas, siempre dichosa e irreprensible en todos sus modales".
Y he aquí la cuarta excelencia del sagrado cuerpo de la Madre del Santo de los santos, que consiste en haber cumplido a perfección el mandamiento que Dios nos enseña por su Apóstol con estas palabras: "Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo" (16); y que ella comenzó a poner en práctica mucho antes de que se pronunciasen.
Queriendo dar a conocer el Espíritu Santo a todos los cristianos que la voluntad de Dios es su santificación, no sólo en sus almas mas también en sus cuerpos, en los que han de llevarle y glorificarle, les comunica por boca de San Pablo: "Que deben ser en cuerpo y alma, como vasos honorables y santos, útiles al servicio del soberano Señor de todas las cosas, y dispuestos a toda clase de buenas obras" (17).
Que sus miembros deben ser como armas de justicia y de santidad en manos de Dios, de que pueda servirse El para combatir y vencer a su enemigo, el pecado, y para santificarles (18.)
Que sus cuerpos deben ser hostias vivas, santas, agradables a Dios y dignas de ser inmoladas a gloria de su Divina Majestad (19). Que esos mismos cuerpos deben ser templos del Dios vivo (2O).
Que son miembros de Jesucristo, hueso de sus huesos, carne de su carne, porción del mismo, y sus santas reliquias; y en consecuencia, deben vivir animados de su espíritu, vivir su vida, y hallarse revestidos de su santidad; y que el Hijo de Dios debe vivir no sólo en sus almas, sino también en sus cuerpos; y que debe aparecer su vida en nuestra carne mortal (2l).
Ahora bien; si un cuerpo de muerte, y una carne de pecado como es la nuestra, están obligados a llevar realmente todas estas santas cualidades y estar adornados de tan grande santidad, ¿cómo puede dudarse que el virginal cuerpo de la Madre de Dios no se halle poseído de tan sublime perfección, y que no haya experimentado tales efectos en sumo grado? ¿No es cierto que este cuerpo bienaventurado es vaso purísimo y utilísimo para gloria de su Hacedor, y es asimismo el más cumplido en frutos de buenas obras como jamás se hayan dado? ¿No es cierto que después de la Víctima adorable, inmolada en la cruz, nada más santo ha podido ofrecerse nunca a Dios que el purísimo cuerpo de la Reina de los Santos? ¿No es cierto que es el más augusto y el más digno templo de la divinidad, después del sacratísimo cuerpo del Hijo de Dios? ¿No es cierto que es el primero y más noble miembro del Cuerpo Místico de Jesús? Y ¿quién podrá referir el ornato y lustre que la casa de Dios recibe de este precioso y admirable vaso? ¿Quién podrá pensar en la gloria que recibe la Santísima Trinidad en este santo templo, con el sacrificio de esta hostia incomparable? ¿Quién dudará de que el espíritu de Jesús no se halle plenamente viviente en todas las partes del cuerpo de su divina Madre -la más noble y perfecta de las vidas-, como en el más noble y excelente de entre sus miembros? ¿A quién le cabe dudar de que este sagrado cuerpo no se vea amado, poseído y regido por este mismo espíritu como por su propia alma? ¿Quién puede dudar de que Dios no se vea más honrado en este cuerpo de la Virgen Madre, que en todos los cuerpos restantes y en todos los espíritus aun los más santos del cielo y de la tierra? ¿Quién puede dudar, en fin, de que esta fidelísima Virgen no haya glorificado a Dios en su cuerpo, de todas las formas posibles? Le ha glorificado con la práctica de las palabras de San Pablo, mucho antes de que fuesen proferidas: "Mortificad vuestros miembros" (22); pues la Virgen ha mortificado de continuo los suyos con ayunos, abstinencias y otras maceraciones, y por una perfecta privación de las satisfacciones de la naturaleza: no comiendo, no bebiendo, ni durmiendo, ni tomando recreación alguna para satisfacción de los sentidos, sino por sola necesidad, y para obedecer a la divina Voluntad que gobernaba enteramente su alma Y su cuerpo y en todas las cosas.



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