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DE JULIO
SANTA MARTA, VIRGEN
Misa – DILEXÍSTI
Epístola – II Cor; X, 17-18 y XI, 1-2
Evangelio – San Lucas X, 38-42
HOSPEDERA DEL SEÑOR. — "En
cualquiera ciudad o aldea que entréis, informaos de quién hay en ella digno, y
quedaos allí'", decía el Hombre- Dios a sus discípulos. Ahora bien, nos
narra San Lucas, sucedió que, yendo de camino, entró él en una aldea, y una
mujer llamada Marta le acogió en su casa. ¿Dónde encontraremos un elogio más
bello y alabanza más cierta de la hermana de Magdalena, que en la confrontación
de estos dos textos evangélicos? Este lugar donde se acogió como digno de él, y
que fué escogido por Jesús para darle hospedaje: este villorrio, dice
San Bernardo, era nuestro humilde planeta, perdido, como obscura aldehuela, en
la inmensidad de las posesiones del Señor El Hijo de Dios, abandonados los cielos,
caminaba en busca de la oveja perdida, llevado del amor. Oculto en el disfraz
de nuestra carne pecadora vino a este mundo, hechura de sus manos, mas el mundo
no le conoció Israel, pueblo suyo, no le puso ni siquiera una piedra donde
recostar su cabeza; y le abandonó en su sed viéndose obligado a mendigar el
agua de los Samaritanos. Nosotros los rescatados a la gentilidad por él, a
quienes buscaba amorosamente con sacrificios y renuncias, ¿no es cierto que debemos
unir nuestro agradecimiento al suyo para aquella que, no haciendo caso de la
impopularidad del presente y de las amenazas de persecución en el futuro, quiso
saldar para con él una deuda común a todos nosotros?.
PRIVILEGIO DE MARTA. — ¡ Gloria,
pues, sea dada a la hija de Sión que, fiel a las tradiciones hospitalarias
recibidas de sus antepasados los patriarcas, fué bendecida mucho más que ellos en
el ejercicio de tan noble virtud! Con más o menos claridad, supieron, eso no
obstante, estos antecesores de nuestra fe que el deseado de Israel y esperado
de las naciones debía aparecer como viajero y peregrino sobre la tierra3. Por eso,
ellos mismos, peregrinos de una patria mejor y sin morada fija, honraban al
futuro Salvador en todo desconocido que a su tienda se acercaba; lo mismo que
nosotros debemos venerar a Cristo en el huésped que su bondad nos envía. Para
ellos, lo mismo que para nosotros, esta relación que se les indicaba entre el
que había de venir y el forastero que buscaba un asilo, hacia de la
hospitalidad una de las más ilustre allegadas de la caridad. Más de una vez la
visita de Angeles, presentándose bajo apariencias humanas en los buenos
servicios de su celo, manifestó, efectivamente, la complacencia del cielo.
Pero, si es justo estimar en su debido valor estas celestiales finezas de las
que en manera alguna era digna la tierra, no hay que olvidar que mucho más
elevado fué el privilegio de Marta, verdadera dama y princesa de la santa
hospitalidad, desde el momento en que colocó su bandera en la cumbre hacia
donde convergen todos los siglos que precedieron a aquel momento y los que
seguirán. Si fué meritorio honrar a Cristo, antes de su venida, a aquellos que,
de lejos o de cerca, eran figura suya; si Jesús promete la eterna recompensa a
cualquiera que le ampare y sirva en sus miembros místicos, sin duda más
laudable fué y más mereció aquella que recibió en persona a Aquel cuyo simple
recuerdo o memoria comunica a la virtud, en todos los tiempos, mérito y grandeza.
Y así como supera Juan a todos los Profetas' por haber mostrado presente al
Mesías a quienes ellos anunciaron desde lejos, así el privilegio de Marta, que
recibe su excelencia de la propia y directa excelencia del Verbo de Dios a
quien ella socorrió en la misma carne que había tomado para salvarnos, la
coloca por encima de todos los que practicaron las obras de misericordia.
ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN. — Mas no
creamos que, porque María haya escogido la mejor parte a los pies del Señor2,
la de Marta haya de ser menospreciada. El cuerpo es uno solo, más tiene numerosos
miembros; y todos estos miembros no tienen un idéntico oficio. Así, el empleo
de cada miembro con Cristo es diverso según la gracia que haya recibido, ya sea
para profetizar o sólo para servir. Y el apóstol, exponiendo esta
diversidad del divino llamamiento, decía: "Por la gracia que me ha sido
dada, os encargo a cada uno de vosotros no sentir por encima de lo que conviene
sentir, sino sentir modestamente, cada uno según Dios le repartió la medida de
la fe". ¡Oh discreción, custodia de la doctrina y madre de todas las
virtudes 5, cuántas pérdidas en las almas y frecuentes naufragios podrías tú
evitar! "Quienquiera que se ha entregado plenamente a Dios—dice San
Gregorio con su habitual criterio siempre tan exacto—debe cuidar de no darse
sólo a las obras, sino que debe tender también a las cumbres de la
contemplación. Conviene saber bien, eso no obstante, que existe una gran
variedad de temperamentos espirituales. Uno que podría vacar pacíficamente a la
contemplación de Dios, quizás sucumba aplastado bajo el peso de las obras; otro
que habría llevado una vida honesta en medio de la acostumbrada ocupación de
los negocios humanos, será tal vez mortalmente herido con la espada de una
contemplación que excedería sus fuerzas; todo ello unas veces por falta de amor
que impide al descanso degenerar en languidez, otras, por falta de temor que
nos guarda de ilusiones orgullosas y sensuales. El hombre que quiere ser
perfecto, debe primero andar por el camino trillado de la práctica de las
virtudes, para ascender a las alturas con mayor seguridad, abandonando acá abajo
todo impulso de los sentidos que sólo son capaces de extraviar la búsqueda del
espíritu y toda imagen cuyos límites no puedan adaptarse a la luz sin término
que él desea contemplar. A la acción, pues, el primer tiempo; a la
contemplación el último. El Evangelio alaba a María, pero en manera alguna
censura a Marta porque grandes son los méritos de la vida activa, aunque
mejores los de la contemplativa'".
FIGURA DE LA IGLESIA. — Si queremos
penetrar más en el misterio de las dos hermanas observemos que, aún cuando sea
María la preferida, no fué en su casa ni en la de su hermano Lázaro, sino en la
de Marta, donde el Hombre-Dios se manifestó morando acá abajo con aquellos a quienes
amaba. Jesús—dice San Juan—amaba a Marta y a su hermana María
y a Lázaro2. Lázaro, figura a los penitentes que su misericordiosa omnipotencia
llama cada día de la muerte del pecado a la vida divina; María, entregándose desde
este mundo a las ocupaciones de la eternidad; Marta, finalmente, nombrada aquí
la primera como de mayor edad que sus dos hermanos, la primera por el tiempo
místicamente, como ha dicho arriba San Gregorio, mas también como de quien
dependen el uno y la otra en esta morada cuya administración está encomendada a
sus cuidados. ¿Quién no reconocerá aquí al tipo perfecto de la Iglesia, donde,
en la abnegación de un fraternal amor bajo la mirada del Padre que está en los
cielos, el misterio activo tiene la precedencia del gobierno sobre todos aquellos
a quienes la gracia conduce a Jesús? ¿Quién no comprendería por eso las
preferencias del Hijo de Dios para esta casa bendita? La hospitalidad que
recibía en ella, por más abnegada que fuese, le descansaba menos de su trabajoso
camino que la vista tan perfilada ya de la Iglesia que le habrá arrastrado del
cielo a la tierra.
EL HONOR DE SERVIR. — Marta
comprendió, pues, anticipadamente que cualquiera que tenga la primacía debe ser
el servidor. De la misma manera que el Hijo del Hombre no vino para ser servido,
sino para servir '; del mismo modo que más tarde el Vicario de Cristo se
llamará siervo de los siervos de Dios. Mas, sirviendo a Jesús como servía ella
con El y por El a su hermano y a su hermana, ¿quién habrá que dude que más que
nadie tenía ella parte en las promesas del Hombre-Dios, cuando decía: "Si
alguien me sirve, que me siga, y donde yo esté, también estará allí mi
servidor... y mi Padre le honrará?". Y esta regla tan hermosa de la
hospitalidad antigua, que creaba entre el huésped y el extranjero una vez
admitido a su hogar, lazos semejantes a los de la sangre, ¿creeremos nosotros que
en el caso presente el Emmanuel no habría reparado en ella, siendo así que su
evangelista nos dice que "a cuantos le recibieron dio les potestad de
llegar a ser hijos de Dios?'". Efectivamente, nos dice El mismo,
"quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha
enviado" .La paz prometida a toda casa que se mostrase digna de recibir a
los enviados celestiales; la paz que va acompañada siempre del Espíritu de
adopción de hijos, se posó sobre Marta con una incomparable abundancia. La
exuberancia demasiado humana que al principio se había dejado entrever en su
nerviosa solicitud, habla sido para el Hombre-Dios ocasión de mostrar su divino
celo en la perfección de esta alma tan pura y sacrificada. Al contacto sagrado,
la naturaleza viva .de la hospedera del Rey pacífico, Despojó se de todo lo que
le quedaba de febril inquietud; y más obsequiosa servidora que nunca, más
estimada que ninguna otra4, bebió con su ardiente fe en el Hijo de Dios vivo5 aquella
inteligencia de lo único necesario y de la mejor parte que un día debía ser
también la suya. ¡Cómo se nos muestra aquí Jesús como maestro de la vida
espiritual y modelo de prudente firmeza, de dulzura paciente, de sabiduría
celestial en la dirección de las almas a las cumbres!
BETANIA. — Hasta el final de
su carrera mortal, según el consejo de estabilidad que El mismo había dado a
los suyos ', el Hombre-Dios permaneció fiel a la hospitalidad de Betania. De allí
partió para salvar al mundo con su dolorosa Pasión y, cerca de la misma Betania
quiso, al abandonar el mundo, volver a los cielos2.
SERVIDA POR EL SEÑOR.— ¡Oh Marta!,
envidiable es tu lugar en los cielos, una vez que has tomado posesión de la
mejor parte para siempre. Pues, según dice San Pablo, "los que
desempeñaren dignamente su ministerio alcanzarán honra y gran autoridad en la
fe de Cristo Jesús". El servicio ministerio que desempeñan los diáconos,
de los que habla el Apóstol, en la Iglesia le has hecho tú con su Cabeza y
Jefe. Tú has sabido gobernar bien tu propia casa' que era figura de esta
casa tan amada del Hijo de Dios. Ahora bien, nos dice el Doctor de las gentes "Dios
no es injusto, no olvida vuestras obras y el amor que le habéis demostrado los
que habéis servido a los santos'". Y el Santo de los Santos, convertido en
tu huésped y deudor, ¿no nos deja desde este momento entrever tus grandezas cuando,
hablando del siervo fiel constituido como procurador de su familia, exclama:
"Dichoso el siervo aquel a quien, al venir su amo, hallare que hace así.
En verdad os digo que le pondrá al frente sobre toda su hacienda?"2. Llegó
ya el momento del eterno encuentro. Sentada desde hoy en la morada de este
huésped, fiel más que ningún otro a las leyes de la hospitalidad, le verás
hacer de su mesa la tuya y, Ciñendo se a su vez, te servirá como tu le serviste
a él.
AL SERVICIO DE LA IGLESIA. —
Desde el lugar de tu descanso, protege a los que administran los intereses de
Cristo acá en la tierra en su cuerpo místico que es toda la Iglesia, en sus miembros
fatigados o dolientes que son los pobres y los afligidos de cualquier manera.
Bendice y multiplica las obras de la santa hospitalidad. Que el vasto campo de
la misericordia y de la caridad vea acrecentar cada vez más en nuestros días
sus prodigiosos frutos. ¡Qué no se pierda nada de la laudable actividad en
donde se consume el celo de tantas almas generosas! Y con este motivo
enséñanos, ¡oh santa hermana de María! a no anteponer nada al "único
necesario", a estimar en su debido valor "la mejor parte'".
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