PRIMERA
PARTE
CAPÍTULO I.
DEL FRUTO QUE SE SACA DE LA ORACIÓN Y
MEDITACIÓN
Porque este tratado breve
habla de oración y meditación, será bien decir en pocas palabras el fruto que
de este santo ejercicio se puede sacar, porque con más alegre corazón se
ofrezcan los hombres a él. Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos
que el hombre tiene para alcanzar su última felicidad y bienaventuranza, es la
mala inclinación de su corazón, y la dificultad y pesadumbre que tiene para
bien obrar; porque a no estar ésta de por medio, facilísima cosa le sería
correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin para que fue criado. Por
lo cual dijo el Apóstol (Rom.7,23): Huélgome con la ley de Dios, según el
hombre interior; pero siento otra ley e inclinación en mis miembros, que
contradice a la ley de mi espíritu. Y me lleva tras sí cautivo a la ley del
pecado. Ésta es, pues, la causa más universal que hay de todo nuestro mal. Pues
para quitar esta pesadumbre y dificultad y facilitar este negocio, una de las
cosas que más aprovechan es la devoción. Porque (como dice Santo Tomás) no es
otra cosa devoción si nos una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual
despide de nuestra ánima toda esa dificultad y pesadumbre y nos hace prontos y
ligeros para todo bien. Porque es una refección espiritual, un refresco y rocío
del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo y un
afecto sobrenatural; el cual, de tal manera regla, esfuerza y transforma el
corazón del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas
espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos
muestra la experiencia de cada día, porque al tiempo que una persona espiritual
sale de alguna profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos
propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo
de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y
de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por Él; y,
finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma.
Y si me preguntas por qué
medios se alcanza ese poderoso y tan notable afecto de devoción, a esto
responde el mismo santo doctor diciendo: que por la meditación y contemplación
de las cosas divinas; porque de la profunda meditación y consideración de ellas
redunda este afecto y sentimiento acá en la voluntad, que llamamos devoción, el
cual nos incita y mueve a todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado
este santo y religioso ejercicio de todos los santos; porque es medio para
alcanzar la devoción, la cual, aunque no es más que una sola virtud, nos
habilita y mueve a todas las otras virtudes, y es como un estímulo general para
todas ellas. Y si quieres ver cómo esto es verdad, mira cuán abiertamente lo
dice San Buenaventura (en De vita Christi) por estas palabras: Si quieres
sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de
oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del
enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con
todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las
astucias de Satanás, y defenderte de sus engaños, seas hombres de oración. Si quieres
vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del
trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas
importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la
quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de
buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y
confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente,
si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las
virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe la unción y gracia
del Espíritu Santo, la cual enseña todas las cosas. Y demás de esto, si quieres
subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo,
ejercítate en la oración, porque éste es el camino por donde sube el ánima a la
contemplación y gusto de las cosas celestiales. Ves, pues, de cuánta virtud y
poder sea la oración? Y para prueba de todo lo dicho (dejado aparte el
testimonio de las Escrituras Divinas), esto basta ahora por suficiente probanza
que habemos oído y visto, y vemos cada día muchas personas simples, las cuales
han alcanzado todas estas cosas susodichas y otras mayores mediante el
ejercicio de la oración. Hasta aquí
son palabras de San Buenaventura. Pues ¿qué tesoro, qué tienda se puede hallar
más rica, ni más llena que ésta? Oye también lo que dice a este propósito otro
muy religioso y santo Doctor', hablando de esta misma virtud: En la oración
(dice él), se a limpia el ánima de los pecados, apacientase la caridad, certifica
se la fe, fortalecese la esperanza, alegrase el espíritu, derrítense las
entrañas, purifícase el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación,
huye la tristeza, renuevanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida,
despídese la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella no faltan
centellas vivas de deseos del cielo, entre los cuales arde la llama del divino
amor. ¡Grandes son las excelencias de la oración! ¡Grandes son sus privilegios!
A ella están abiertos los Cielos. A ella se descubren los secretos, y a ella están
siempre atentos los oídos de Dios. Esto basta ahora para que en alguna manera
se vea el fruto de este santo ejercicio.
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