Tal
vez, por el contrario — diremos nosotros —, Dios deseaba, al aproximarse una
época en que las vocaciones se tornarían más raras, mostrar por medio de ese
ejemplo que un buen cura puede y debe morir en la brecha. En los tiempos del
cura de Ars los sacerdotes no escaseaban tan cruelmente como en nuestros días.
Lo cual explica un diálogo como el siguiente:
"—Me
iré de aquí.
"—Monseñor
no lo permitirá.
"—Monseñor
no se preocupa por mí: tiene bastantes curas; necesito mucho, algún tiempo para
llorar mi pobre vida y prepararme a morir haciendo penitencia."
Este
diálogo lo mantuvo con Catherine Lassagne como lo había tenido con el hermano
Athanase y ella lo transcribe con esta conclusión: "Por eso él trató de
irse."
Y, sin
embargo, si creemos al abate Monnin que está tan al corriente de todos los
detalles de esta vida, el santo de Ars reconocía que había intemperancia en
este deseo de él y que el demonio se servía de ello para tentarlo. Y como
sabemos que el grito iracundo del demonio: "¡Vianney! ¡Vianney! ¿qué haces
ahí? ¡Vete! ¡Vete,!" se había hecho oír desde los primeros años de su
ministerio —por lo menos desde 1829, según el testimonio del abate Bibot—,
puede decirse que ésa fue la tentación dominante de su vida, que él le resistió
valientemente, que estuvo casi por cederle en dos ocasiones, pero terminó por
obedecer la voluntad de Dios y las órdenes de su obispo, tanto que murió en su
puesto como lo deseaba su Jesús.
"Sus
huidas" — sigue diciendo monseñor Fourrey — no fueron de ninguna manera
gestiones de rebelión. Al partir escribió al jefe de la diócesis: "Está
usted seguro que volveré cuando usted lo quiera." Pero este modo de poner
sobre aviso a la autoridad episcopal sobre su drama de conciencia le parecía el
medio de obtener finalmente la liberación a la cual aspiraba. "Había
creído, al huir, cumplir con la voluntad de Dios", ha asegurado Catherine
Lassagne.
"Sólo
después del fracaso de la tentativa de 1853, él descubrió la maniobra del
Maligno en sus sueños obsesionantes de soledad y de vida penitente, lejos de
Ars . . ."
Tal
fue pues la más dura batalla del cura de Ars contra el Arpeo. Si el demonio le
jugaba malas pasadas, dejándose ir a esas manifestaciones grotescas e
irrisorias, sabía por otra parte revelarse un tentador singularmente hábil y penetrante.
El cura de Ars y el espiritismo
Nuestro
estudio concerniente al "cura de Ars y el Diablo" no sería completo
si no citáramos algunos rasgos precisos de él con respecto al espiritismo que
consideró siempre como diabólico.
Al
conde Jules de Maubou, que tenía propiedades cerca de Villefranche, en
Beaujolais, le agradaba ir a ver, durante su estada en la región, al santo
hombre del cual era el penitente y amigo. Ahora bien, le había ocurrido, en
medio de una sociedad distinguida en la cual se "divertían" en hacer
mover y hablar las mesas, tomar parte en este juego por simple condescendencia
con la moda.
Dos
días después se dirigió a Ars, vio al abate Vianney y, como de costumbre, se
acercó sonriente a él tendiéndole la mano.
Cuál
no sería su estupor cuando el buen cura lo detuvo con un ademán antes que él
hubiera podido dirigirle la palabra, para decirle con un tono triste y severo:
"—
¡Julio! ¡Anteayer ha tenido usted tratos con el diablo! ¡Venga a
confesarse!"
Ahora
bien, el abate Vianney no podía saber por vías naturales lo que había pasado
hacía dos días. Asombrado el joven conde se arrodilló dócilmente en el
confesionario, y prometió que nunca más tomaría parte en un juego, el cual el
hombre de Dios calificaba de diabólico.
Poco
tiempo después, cuando estuvo de regreso en París, se encontró de nuevo en un
salón donde se jugaba a hacer moverse y hablar un velador.
Lo
invitan a participar; él rehúsa. Insisten, pero se mantiene firme. Los
asistentes ignoran su negativa. Las manos se unen alrededor del velador. El
conde de Maubou se mantiene alejado y desde su rincón protesta interiormente
contra el juego que se desarrolla sin su concurso. Contra todo lo esperado el
velador no se mueve.
El
médium, es decir el que dirige el juego, se muestra muy sorprendido y termina
por decir: "¡No comprendo nada! ¡Debe de haber aquí una fuerza superior
que paraliza nuestra acción!"1 Y he aquí un segundo episodio en un todo
semejante al primero.
Un
joven oficial, Charles de Montluisant, habiendo oído hablar de las maravillas
de Ars, decidió ir hasta allí, por pura curiosidad.
En el
camino los oficiales convinieron en que cada uno de ellos haría una pregunta al
cura de Ars. Sólo de Montluisant declaró que "no teniendo nada que
decirle, ¡nada le diría!"
Llegan,
pues a Ars. De pronto, uno de los visitantes, queriendo hacerle una pequeña
broma a su camarada y dirigiéndose al cura, le dice:
"—Señor
cura, este es Charles de Montluisant, un joven capitán de porvenir que desearía
preguntarle algo."
El
capitán está atrapado. Siguiendo la broma de su compañero y no sabiendo qué
decir, le hace simplemente esta pregunta: "—Pues bien, señor cura, estas
historias de diablos que se cuentan con respecto a usted no son reales,
¿verdad? . . . ¡Es pura imaginación!"
El
cura, por toda respuesta fija su mirada penetrante en el oficial y dice, con
voz breve y categórica:
"—
¡Ah, amigo mío! ¡Usted sabe algo al respecto! . . . ¡Sin lo que usted hizo no
hubiera podido liberarse de él!"
Respuesta
enigmática y sin embargo llena de seguridad. Todos se miraron. Todos callaron y
el joven capitán, ante el asombro de sus amigos, no contestó.
1 En
nota, monseñor Trochu (obra cit., pág. 304) precisa: "Este relato se basa
por entero sobre las notas escritas el 16 de mavo de 1922, por el Sr. De Fréminville,
de Bourg, sobrino nieto del conde de Maubou. El Sr. de Fréminville «a
autorizado al autor a citar su nombre y el de su tío abuelo."
Pero
cuando estuvieron solos sus compañeros quisieron aclarar las cosas. O bien el
cura había hablado al tuntún, sin decir nada preciso, o bien había querido
decir algo, pero ¿qué? De Montluisant respondió que estando en París para sus
estudios se había afiliado a un grupo filantrópico en apariencia pero que en realidad
era una asociación espiritista.
"Cierto
día — les contó — al volver a mi cuarto tuve la impresión de no estar solo.
Inquieto por esa sensación tan extraña, miro, busco por todas partes: nada. Al
día siguiente la misma cosa. . . Y además me pareció que una mano invisible me
apretaba la garganta. . . Yo tenía fe. Fui a buscar agua bendita a
Saint-Germain-PAuxerrois, mi parroquia. Asperjé el cuarto en sus rincones y
recovecos.
A
partir de ese instante toda impresión de una presencia extra natural cesó. Y
después no volví a poner los pies en casa de los espiritistas . . . No dudo que
sea ése el incidente, ya lejano, al cual acaba de hacer alusión el cura de
Ars." 1
Los
hechos que acabamos de relatar son para integrar el expediente del espiritismo,
del cual tendremos ocasión de volver a hablar en otro capítulo. Pero cuando
pensamos en las luces exclusivamente divinas por las cuales el santo cura de
Ars se ha mostrado iluminado, a todo lo largo de su vida, en las numerosas
experiencias que ha hecho por las innumerables confesiones que ha oído, es
imposible no sentirse impresionados por la certidumbre categórica en extremo',
que fue siempre la suya, del carácter demoníaco de la mayoría de las operaciones
que constituye el espiritismo propiamente dicho.
El
cura de Ars veía y sabía cosas que nosotros no vemos ni sabemos.
Su
sentimiento sobre semejantes temas no es despreciable y es por ello que hemos
creído necesario insistir, sin querer por eso resolver problemas tan complejos
como son los de la metafísica.
N. B. Estimados lectores este sera el ultimo articulo que sobre el Santo cura de Ars suba al blog, pero continuaremos con otro tema tan interesante y tan de actualidad como lo es: "De la posesión, su naturaleza, sus causas, sus remedios"