21 DE OCTUBRE
SAN HILARION, ABAD
EL
PADRE DE LOS MONJES SIRIOS. — "En Siria no se conocía monje
alguno antes de San Hilarión, dice su historiador San Jerónimo. Es el fundador
de la vida monástica en aquella tierra y el maestro de los que la abrazaron.
Nuestro Señor Jesucristo tenía a Antonio en Egipto, a Hilarión en Palestina; el
primero, lleno de años y el segundo, todavía joven”. Ahora bien, el Señor no
tardó en levantar a éste sobre pedestal de gloria, de modo que Antonio decía a los
enfermos atraídos desde Siria por la fama de sus milagros: "¿Por qué os
cansáis en venir de tan lejos, cuando tan cerca está de vosotros mi discípulo
Hilarión Con todo, Hilarión sólo había pasado
dos meses junto a Antonio; al cabo de ellos el patriarca le dijo: "Hijo,
ten perseverancia hasta el fin; y tu trabajo te valdrá las delicias del
cielo." Después, vistiéndole un cilicio y una túnica de pieles a este niño
de quince años, que ya no volvería a ver, le envió a santificar las soledades
de su patria, mientras él se' iba adentrando más y más en el desierto.
LA
LUCHA CON EL DIABLO. — El enemigo del género humano, al ver en
el recién llegado de la soledad un adversario temible, emprendió contra él terribles
combates. A pesar de sus ayunos la carne del joven asceta fué el primer
cómplice" del infierno. Pero, sin compasión para un cuerpo tan delicado y
tan débil, que, según el historiador, parecía que cualquier esfuerzo le iba a reducir
a la nada, Hilarión exclamaba indignado: "Asno, ya me arreglaré yo para
que no tires coces; te someteré por el hambre, te fatigaré con la carga, te
haré andar todo el día y sentirás tanto el hambre, que no pensarás en el
placer". Por esta parte el enemigo quedó vencido, pero encontró otros
aliados figurándose que así, haría volver a Hilarión por el temor a parajes habitados.
A los ladrones que se lanzaban sobre su pobre choza de juncos, el Santo decía el
Santo decía sonriendo: "El que está desnudo no teme a los ladrones" Y
éstos, admirados de tan encumbrada virtud, no disimulaban su admiración y
prometían enmendar su vida. y era llegado el momento de entrar el diablo en la
lucha, como lo hizo con Antonio y con el mismo fracaso. Ningún desorden podía
llegar a las regiones serenas a que esta alma sencilla había subido. Un día en
que el demonio, entrando en el cuerpo de un camello y volviéndole furioso, se
lanzaba sobre el Santo con alaridos horribles, oyó esta réplica: "No me
asustas; zorro o camello, contigo es lo mismo". Y la enorme bestia caía,
vencida, a sus pies. Más dura fué la prueba y más hábil el ardil de parte del
infierno, al querer evitar la gran afluencia de gente que sin cesar asediaba su
pobre celdilla; Hilarión comprendió que el enemigo se convertía maliciosamente
en portavoz de su fama y quería traerle de todos los rincones del mundo
aquellas multitudes que le oprimían el alma. Le fué inútil salir de Siria y recorrer
Egipto en todas las direcciones; acosado de desierto en desierto, vanamente
cruza el mar, con la esperanza de ocultarse en Sicilia, en Dalmacia o en
Chipre. Desde el navío que le conduce al interior de las Cicladas, en todas las
islas oye que los espíritus infernales se citan en las ciudades y en los
pueblos y acuden a los lugares por donde pasa. Al llegar a Pafos, el mismo concurso
de demonios que llevan tras de sí multitudes humanas; al fin, Dios, teniendo
compasión de su siervo, le procura un lugar inaccesible, en el cual se
encuentra solo, rodeado día y noche de legiones diabólicas. Lejos de temer, dice
su biógrafo, gozaba de verse rodeado de tales camaradas, que tan bien conocía
por sus luchas de antaño, y allí vivió con gran paz los cinco años que
precedieron a su muerte.
VIDA. —
Damos el relato que le dedica la Iglesia, resumen del de San Jerónimo. Hilarión
nació en Tebate, Palestina, de padres infieles, quienes le enviaron a
Alejandría a hacer sus estudios; allí brilló por fe pureza de su vida y por su
talento, pero hizo mayores progresos aún en la fe y en la caridad al abrazar la
religión de Jesucristo. Constante en acudir a la iglesia, en ayunar y en hacer
oración, despreciaba todos los falsos placeres y refrenaba los deseos
terrenales. Célebre era por entonces en todo Egipto el nombre de Antonio; por
verle, hizo un viaje al desierto; en los dos meses que pasó junto a él, pudo aprender
totalmente su género de vida. Al volver a su casa, se encontró con que habían
muerto sus padres, distribuyó su herencia a los pobres y, sin cumplir los dieciséis
años, tomó el camino de la soledad. Apenas cabía en la angosta choza que allí
construyó. Dormía en el suelo. Jamás lavó o se cambió el saco que entonces vistió,
porque decía que era superfluo cuidar un cilicio. Ocupaba gran parte de su vida
la lectura y el estudio de las Sagradas Escrituras. Unos higos y el jugo de las
hierbas constituían su alimento, que no tomaba nunca antes de ponerse el sol. Su
mortificación y su humildad rayaban en lo increíble; estas virtudes y otras le
dieron el triunfo sobre múltiples y horribles tentaciones del infierno y el
poder de arrojar infinidad de demonios de los cuerpos que se habían adueñado en
muy diversos países. Fundador de numerosos monasterios e ilustre por los
milagros, al llegar a los ochenta años, la enfermedad le asaltó; en la
violencia ¿el mal y pronto a exhalar el último suspiro, decía: sal, ¿qué temes?
Sal, alma mía, ¿por qué vacilas? hace casi setenta años que sirves a Cristo y
¿te asusta la muerte? A estas palabras expiró.
EL
TEMOR DE DIOS.— ¡Ser un Hilarión y tender el morir! Si
esto ocurre en el leño verde, ¿qué será en el seco Santo ilustre,
penétranos de la esperanza de los juicios de Dios. Enséñanos que el temor
cristiano no excluye el amor. Más bien, al contrario, abre paso a sus entradas y
a él conduce, para luego hacerle escolta a lo largo del sendero de la vida como
un guardián atento y fiel. Ese temor fué tu seguridad en el momento supremo;
¡ojalá que después de haber sido guía seguro en nuestros caminos como lo fué en
los tuyos, nos introduzca también a nosotros directamente en los cielos!
EL
MISMO DÍA
SANTA
URSULA Y SUS COMPAÑERAS
MARTIRES
San Hilarión fué de los
primeros Confesores, si no el primero que tuvo culto público junto a los
Mártires. En Occidente, Úrsula y sus compañeras mártires unen su gloriosa
aureola a la del santo monje a quien la Iglesia h a reservado los primeros
honores de este día.
LAS
MÁRTIRES DE COLONIA. — Nos refiere la leyenda que a fines del
siglo IV, fueron martirizadas once mil vírgenes en Colonia por los cien mil germanos
bárbaros que resolvieron invadir y saquear las ricas provincias romanas de las riberas
del Rin. La crítica actual no es t a n generosa. Esta nos dice que entre los
años 350 y 450, Clemacio, personaje de categoría senatorial, restauró una
basílica que se construyó en Colonia sobré el sepulcro de unas vírgenes que
habían derramado su sangre por Cristo. Este edificio era de modestas
dimensiones y no podía encerrar muchos sepulcros. La inscripción que mandó
grabar y que se la considera auténtica, nos permite creer que existía, pues, en
Colonia un culto a las vírgenes mártires. Por no existir u n documento claro,
hoy nos es imposible fijar la fecha del martirio de estas vírgenes; su número
no aparece tampoco hasta el siglo IX y
más tarde todavía el nombre de Ursula. Es verosímil que fueron once, no once mil.
PATRONA
DE LAS UNIVERSIDADES. — Sea de ello que quiera, la devoción del
pueblo cristiano para con ellas fué grande. Patronas de Colonia, se las
consideró también como patronas de Francia desde el siglo vm; San Alberto Magno
las escogía como patronas de los altos estudios teológicos de la Universidad de
Colonia, y siguió su ejemplo en la Sorbona Santo Tomás de Aquino, en Coimbra
Suárez y en Austria los arzobispos de Viena. Los grandes maestros de la teología
estaban convencidos de que, poniendo ante los ojos de sus discípulos el cuadro
de las virtudes heroicas de estas jóvenes mártires, les comunicarían ese
desprecio obligado de la carne y de la sangre y esa elevación de alma que
facilitan al espíritu los trabajos intelectuales.
...Y DE LAS HIJAS DE SANTA ANGELA DE MÉRICI. Santa Angela de
Mérici, al fundar en 1536 una Compañía de vírgenes consagradas al apostolado y
a la enseñanza, las llamó ursulinas y las
dió por protectora a Santa Ursula, venerada en toda la Europa cristiana como mártir de la virginidad y campeón de la cultura contra la
barbarie. Recitemos las dos estrofas
siguientes del beato Hermann, en
honor de las mártires de Colonia: "Vírgenes
gloriosas, oíd mi oración y, al llegar la
muerte, venid rápidamente en mi ayuda; estad presentes en el momento temible y defendedme de los asaltos de los demonios. "Ninguna de vosotras falte; y al frente de vosotras esté, antes que nadie, la
Virgen María. Si todavía queda en mí
alguna mancha, purificadme de ella con vuestra oración. Advierta el enemigo vuestra presencia y sea
confundido."
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