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domingo, 28 de abril de 2019

SERMON DE DOMINICA IN ALBIS


 Ayer con los últimos rayos del sol, despedíamos la octava de pascua de la cual como dice el apóstol San Pablo: “Recibimos gracia tras gracia" y todas ellas a afloran y aumenta en nosotros las hermosa virtudes de la fe y a la vez la caridad aviva el fuego de la caridad en nuestros corazones tan necesaria en todo momento de nuestra vida espiritual mientras andemos en este valle de lagrimas. Las primeras sombras de la noche, y no de las tinieblas  del averno, predisponían nuestro corazón para el tiempo después de pascua el amanecer del nuevo día cual luz radiante proveniente de su fuente misma, prepara nuestras almas a la dominica in albis. Pues en aquella noche de la pasión del Cordero inmaculado  lavo sangre nuestras almas con su preciosísima sangre dejándolas más blancas que la nieve dando por terminada la octava muy solemne de pascua del Señor y daba comienzo al tiempo después de pascua con la dominica en albis que termina en las vísperas de la ascensión del Señor. Por hoy me interesa explayarme un poco el Evangelio de este domingo sacado del Evangelio de San Juan (cap. XX vrs. 19 y ss.) que trata de la primera de las apariciones de nuestro Salvador a sus discípulos.
El presente extracto evangélico pone a nuestra consideración tres cosas en los corazones asustadizos de los apóstoles: las ansias de verle, el deseo y el gozo de sus corazones al verlo.
Sobre lo primero, se puede decir que sus corazones ya no se contentaban con escuchar a las mujeres ni otros tantos rumores sobre la resurrección, pero eso no quita que tales anuncios avivaron en sus corazones en el consolador deseo de ver al Señor y disiparon el gran miedo que los mantenía encerrados en el cenáculo y ansiosos, querían aquello que les era lícito abrigar en sus almas así como Jacob deseaba con ansia ver a José su hijo: “solo basta con ver a mi hijo para luego morir en paz” y se cumplió su deseo.
La incertidumbre crea y aumenta en nuestras almas la sana ansiedad de ver al ser amado tan largamente esperado.  
Esta espera impaciente inflamaba el corazón de los apóstoles cuyo origen no era otro sino el de ver al tan amado Maestro ellos, con esos deseos enormes así como la tórtola en el cantar de los cantares, llamaba al amado con sus gemidos lastimeros, así los discípulos llamaban al Señor quien no se hizo esperar cuando con mayor insistencia lo esperaban todos reunidos en aquel lugar donde tuvo con ellos su ultima pascua. Ya habían alejado de sí mismos el temor a los judíos causa de su encierro así nos lo indica san Juan en su Evangelio: “Estando las puertas cerradas se apareció el Señor frente a sus discípulos” no dice el Evangelio que se apareció al mundo porque el mundo no le conoció, no al demonio porque este es su enemigo porque a este ya lo había derrotado con su muerte en la cruz, no a los judíos porque estos lo rechazaron y lo negaron ante Pilato, ni a la carne porque nada tiene que ver esta en el divino Salvador sino a sus discípulos por tal razón las puertas para estos tres enemigos permanecen serradas.
 Sobre lo segundo, es aquí donde las cesan ansias porque el deseo ha sido colmado, ya no son solo los rumores ahora es la realidad terminan las especulaciones ante la realidad presente No culpemos a los apóstoles de su reacción ante la presencia inesperada de Nuestro Señor ni al modo en cómo se les apareció es lógica la reacción primera de los apóstoles pues nunca habían visto en sus vidas semejante milagro por el cual un muerto resucitase por virtud propia. No hay nada más grande que llene los deseos de los hombres como la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en nuestros corazones porque es su infinita misericordia la que aplaca nuestras ansias así como el agua colma la sed del sediento, pero no se contenta el sediento con tan solo mirar el agua le es necesario tomarla para que su sed quede satisfecha, así pasa con nuestro redentor y los discípulos, la caridad divina es quien se acerca a los corazones sorprendidos y como paralizados ante semejante visión y les trasmite la confianza en Él con su saludo.
Una vez satisfecho el deseo con la plenitud propia de Dios le es necesario concluir su obra y aquí está la tercera parte cuando Nuestro señor les dice: “Paz a vosotros". Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos y el costado y se gozaron los discípulos viendo al Señor” ¿Quién podría imaginar el gozo de los discípulos? Gozo justo y santo pues volver a tener la compañía del Maestro ante sí y en sus corazones no tiene explicación por eso dice San Juan que “se llenaron de gozo viendo al señor” una emoción sin límite porque en las cosas espirituales no hay límite sino aquel impuesto por el mismo Señor que atempera el gozo del alma porque sin este equilibrio divino sobre nuestra alma esta moriría ciertamente de emoción y no es la voluntad divina. El gozo les hace olvidar las vicisitudes del momento, le ahuyenta el miedo por el cual estaban atrincherados y les infunde un nuevo valor para pregonar al mundo la resurrección de su Maestro, por esto dice: “Como el Padre me envió, así también yo os envío”, pero no sin auxilio divino sin el cual no podrían hacer nada por esto prosigue el Evangelista: “Y dichas estas palabras, soplo sobre ellos, y les dijo: Recibid al Espíritu Santo…etc”. Si la presencia del Señor los lleno de gozo, mayor gozo recibieron al sentir la presencia de la tercera persona de la trinidad augusta en sus corazones que, a su vez los habilitaba para la gran misión de la evangelización del género humano. Fuerza que los sostendrá en lo más duro se sus combates fuerza por la cual darán sus vidas en testimonio de la resurrección de su querido Maestro, si ella no se hubiese divulgado la divina doctrina del Salvador hasta los últimos rincones de la tierra. Queda así cumplida mi intención en exponer los tres puntos planteados al principio d ese escrito solo restan unas cuantas palabras.

A todos los fieles católicos sencillos y humildes de corazón se nos participa esta aparición tan deseada por nuestras almas, a todos nos es de gran provecho el gozo, pero no a todos llega por desgracia solo aquellos que tienen bien dispuesta su alma pues Dios no mora en el corazón del que vive en pecado, tampoco en aquel cuya falta de humildad no le permite recibir al Señor ni tampoco a aquellos que no le desean con corazón ferviente manifestado en sus oraciones y en sus obras sino a los humildes de corazón, a los fervorosos en la oración y a los que, a pesar de sus flaquezas, debilidades, y miserias lo buscan como aquel leproso para ser sanados y encendidos en la caridad divina y en ella consumar sus vidas para mayor gloria de la santa y augustísimo trinidad. Amen 





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