Ayer con los últimos rayos del sol,
despedíamos la octava de pascua de la cual como dice el apóstol San Pablo: “Recibimos
gracia tras gracia" y todas ellas a afloran
y aumenta en nosotros las hermosa virtudes de la fe y a la vez la caridad aviva
el fuego de la caridad en nuestros corazones tan necesaria en todo momento de
nuestra vida espiritual mientras andemos en este valle de lagrimas. Las primeras
sombras de la noche, y no de las tinieblas del averno, predisponían
nuestro corazón para el tiempo después de pascua el amanecer del nuevo día cual
luz radiante proveniente de su fuente misma, prepara nuestras almas a
la dominica in albis. Pues en aquella noche de la pasión del
Cordero inmaculado lavo sangre nuestras almas con su
preciosísima sangre dejándolas más blancas que la nieve dando por
terminada la octava muy solemne de pascua del Señor y daba comienzo al tiempo después
de pascua con la dominica en albis que termina en las vísperas de la ascensión
del Señor. Por hoy me interesa explayarme un poco el Evangelio de este domingo
sacado del Evangelio de San Juan (cap. XX vrs. 19 y ss.) que trata de la
primera de las apariciones de nuestro Salvador a sus discípulos.
El
presente extracto evangélico pone a nuestra consideración tres cosas en los
corazones asustadizos de los apóstoles: las ansias de verle, el deseo y el gozo de sus corazones al verlo.
Sobre
lo primero, se puede decir que sus corazones ya no se contentaban con escuchar
a las mujeres ni otros tantos rumores sobre la resurrección, pero eso no quita
que tales anuncios avivaron en sus corazones en el consolador deseo de ver al
Señor y disiparon el gran miedo que los mantenía encerrados en el cenáculo y
ansiosos, querían aquello que les era lícito abrigar en sus almas así como
Jacob deseaba con ansia ver a José su hijo: “solo
basta con ver a mi hijo para luego morir en paz” y se
cumplió su deseo.
La
incertidumbre crea y aumenta en nuestras almas la sana ansiedad de ver al ser
amado tan largamente esperado.
Esta
espera impaciente inflamaba el corazón de los apóstoles cuyo origen no era otro
sino el de ver al tan amado Maestro ellos, con esos deseos enormes así como la
tórtola en el cantar de los cantares, llamaba al amado con sus gemidos
lastimeros, así los discípulos llamaban al Señor quien no se hizo esperar
cuando con mayor insistencia lo esperaban todos reunidos en aquel lugar donde
tuvo con ellos su ultima pascua. Ya habían alejado de sí mismos el temor a los judíos
causa de su encierro así nos lo indica san Juan en su Evangelio: “Estando
las puertas cerradas se apareció el Señor frente a sus discípulos” no
dice el Evangelio que se apareció al mundo porque el mundo no le conoció, no al
demonio porque este es su enemigo porque a este ya lo había derrotado con su
muerte en la cruz, no a los judíos porque estos lo rechazaron y lo negaron ante
Pilato, ni a la carne porque nada tiene que ver esta en el divino Salvador sino
a sus discípulos por tal razón las puertas para estos tres enemigos permanecen
serradas.
Sobre
lo segundo, es aquí donde las cesan ansias porque el deseo ha sido colmado, ya
no son solo los rumores ahora es la realidad terminan las especulaciones ante
la realidad presente No culpemos a los apóstoles de su reacción ante la
presencia inesperada de Nuestro Señor ni al modo en cómo se les apareció es
lógica la reacción primera de los apóstoles pues nunca habían visto en sus
vidas semejante milagro por el cual un muerto resucitase por virtud propia. No
hay nada más grande que llene los deseos de los hombres como la presencia de
Nuestro Señor Jesucristo en nuestros corazones porque es su infinita
misericordia la que aplaca nuestras ansias así como el agua colma la sed
del sediento, pero no se contenta el sediento con tan solo mirar el agua le es
necesario tomarla para que su sed quede satisfecha, así pasa con nuestro
redentor y los discípulos, la caridad divina es quien se acerca a los corazones
sorprendidos y como paralizados ante semejante visión y les trasmite la
confianza en Él con su saludo.
Una
vez satisfecho el deseo con la plenitud propia de Dios le es necesario concluir
su obra y aquí está la tercera parte cuando Nuestro señor les dice: “Paz a
vosotros". Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos y el
costado y se gozaron los discípulos viendo al Señor” ¿Quién
podría imaginar el gozo de los discípulos? Gozo justo y santo pues volver a
tener la compañía del Maestro ante sí y en sus corazones no tiene explicación
por eso dice San Juan que “se llenaron de gozo viendo al
señor” una emoción sin límite porque en las cosas espirituales no hay
límite sino aquel impuesto por el mismo Señor que atempera el gozo del alma
porque sin este equilibrio divino sobre nuestra alma esta moriría ciertamente
de emoción y no es la voluntad divina. El gozo les hace olvidar las vicisitudes
del momento, le ahuyenta el miedo por el cual estaban atrincherados y les
infunde un nuevo valor para pregonar al mundo la resurrección de su Maestro,
por esto dice: “Como el Padre me envió, así también yo os envío”, pero
no sin auxilio divino sin el cual no podrían hacer nada por esto prosigue el
Evangelista: “Y dichas estas palabras, soplo sobre ellos, y
les dijo: Recibid al Espíritu Santo…etc”. Si
la presencia del Señor los lleno de gozo, mayor gozo recibieron al sentir la
presencia de la tercera persona de la trinidad augusta en sus corazones que, a
su vez los habilitaba para la gran misión de la evangelización del género
humano. Fuerza que los sostendrá en lo más duro se sus combates fuerza por la
cual darán sus vidas en testimonio de la resurrección de su querido Maestro, si
ella no se hubiese divulgado la divina doctrina del Salvador hasta los últimos
rincones de la tierra. Queda así cumplida mi intención en exponer los tres puntos
planteados al principio d ese escrito solo restan unas cuantas palabras.
A
todos los fieles católicos sencillos y humildes de corazón se
nos participa esta aparición tan deseada por nuestras almas, a todos nos es de
gran provecho el gozo, pero no a todos llega por desgracia solo aquellos que
tienen bien dispuesta su alma pues Dios no mora en el
corazón del que vive en pecado, tampoco en aquel cuya falta de humildad no le
permite recibir al Señor ni tampoco a aquellos que no le desean con corazón
ferviente manifestado en sus oraciones y en sus obras sino a los
humildes de corazón, a los fervorosos en la oración y a los que, a pesar de sus
flaquezas, debilidades, y miserias lo buscan como aquel leproso para ser
sanados y encendidos en la caridad divina y en ella consumar sus vidas para
mayor gloria de la santa y augustísimo trinidad. Amen
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