163.- Mandaba DIOS en el Éxodo que llevase el
Sacerdote
campanillas pendientes en la orla de la vestidura, entretejidas con granadas, y da la razón Teodoreto, diciendo: para que procediese con mayor atención, temor y reverencia, acordándose de las campanas que habían de clamorear por él, y de la última cuenta que había de dar, del oficio y ministerio que ejercitaba.
campanillas pendientes en la orla de la vestidura, entretejidas con granadas, y da la razón Teodoreto, diciendo: para que procediese con mayor atención, temor y reverencia, acordándose de las campanas que habían de clamorear por él, y de la última cuenta que había de dar, del oficio y ministerio que ejercitaba.
164.- Memoria que hace a los más Santos atentos, y
engendra temor y reverencia en los más espirituales y perfectos. ¡Oh, si cuando el Sacerdote se viste para decir Misa, y cuando tocan al Coro y a la
Oración al Religioso, se acordasen de la cuenta que han de dar de lo que van a
hacer, y con cuánta reverencia y atención dirían la Misa!
165.- Y si el seglar en las obras que empieza
hiciese memoria del juicio, y se acordase que se ha de ver en él, y que bien
obraría.
Ninguno, por espiritual que sea, pierda este anillo y memorial de su mano; tráigale siempre delante de los ojos, y le será preservativo de culpas y estímulo de virtudes.
Ninguno, por espiritual que sea, pierda este anillo y memorial de su mano; tráigale siempre delante de los ojos, y le será preservativo de culpas y estímulo de virtudes.
166.- Y porque veas con cuánta razón temían los
Santos este juicio, oye lo que se cuenta en el Prado Espiritual del Abad Silvano, y
es que, estando con sus discípulos, fue arrebatado en espíritu, y
después volvió, y cubriéndose el rostro empezó a llorar amargamente.
167.- Los discípulos le rogaron que les dijese lo
que había visto, y, aunque lo rehusó por algún tiempo, últimamente vencido de
sus instancias dijo: Yo, hijos míos, fui arrebatado al Tribunal de CRISTO, en el cual vi la
estrecha cuenta; que se pide a los hombres de sus vidas, y a muchos de
nuestro hábito y profesión, que fueron condenados en él al infierno, y no
pocos de los seglares llevados al cielo. Esto lloro, y esto tiemblo.
¡Ay de mí, que soy pecador y peor que aquellos!
168.- ¡¿Qué será de mí en aquel juicio a donde vi
a los solitarios y penitentes condenados a fuego eterno?! Los discípulos
enmudecieron, y
el Santo Abad quedó tan triste, que nunca más le vieron el rostro alegre, ni
los ojos enjutos, ni ocuparse en otra cosa más que llorar, gemir; orar y hacer
rigurosa penitencia de sus culpas.
169.- Yo te ruego que mires lo que pasa, y
consideres ¿qué será en aquel tribunal de ti? En él te has de
ver forzosamente, la misma cuenta que te han de pedir, y con el-mismo arancel
te han de juzgar. Si los muy penitentes se hallaron tan alcanzados en él, y fueron
condenados para siempre, ¿qué será de ti que
nunca haces penitencia?
170.- Si los solitarios no supieron satisfacer a los
cargos de aquel juicio, ¿cómo sabrás tú que
vives en medio del siglo, tan olvidado de ti y de Dios, y tan enfrascado en
medio de los negocios del mundo, como si no hubieras de salir de él? Abre los ojos, pues tienes
tiempo, recógete con este Santo a mirar por ti, porque puedas entonces dar
buena cuenta a Jesucristo.
171.- Entonces dirá CRISTO a los malos que estarán a
su mano
siniestra: APARTAOS DE MÍ, MALDITOS, ¡AL FUEGO
ETERNO!, que está aparejado para el demonio y para sus Ángeles. Estas mismas palabras dirá a cada uno en singular de los condenados, cuando le da la última sentencia el día y hora de SU muerte. Y porque es una de las partes más principales de aquella cuenta de que trata aquí nuestra Santa para arrancar un alma de lo caduco y frágil, que le impide el camino del cielo, no he querido pasarla en silencio, sin hacer alguna mención de ella.
siniestra: APARTAOS DE MÍ, MALDITOS, ¡AL FUEGO
ETERNO!, que está aparejado para el demonio y para sus Ángeles. Estas mismas palabras dirá a cada uno en singular de los condenados, cuando le da la última sentencia el día y hora de SU muerte. Y porque es una de las partes más principales de aquella cuenta de que trata aquí nuestra Santa para arrancar un alma de lo caduco y frágil, que le impide el camino del cielo, no he querido pasarla en silencio, sin hacer alguna mención de ella.
172.- S. Juan Crisóstomo aconseja a todos, de
cualquier estado y condición que sean, que tengan
muy en la memoria las penas del infierno, y que rumien a menudo aquella última
sentencia, y aquel fuego eterno, si quieren no bajar al infierno. Y S.
Borromeo decía muchas veces: bajen los hombres vivos con la memoria
al infierno, porque no bajen muertos. DESCENDANT VIVENTES
173.- El que desearé escapar de aquellas
terribles penas medítelas una y muchas veces, tenga largas
horas de oración, pensando en lo que allí se padece de tormentos y atormentadores
en el alma y en el cuerpo, en los sentidos anteriores y exteriores.
Discurra por cada uno en singular, y vea, que guste,
y oiga y toque aquellas penas.
174.- Penetre aquel rencor del corazón, aquel
despecho, sin poder jamás acordarse de Dios, aquel desamparo de si mimo,
aquella compañía de víboras y serpientes, aquella
noche sin día, aquel día sin luz inaccesible,
aquella desesperación de alivio y de consuelo, por mínimo que sea, aquel calabozo eterno, sin fin, ni término, ni esperanza de
libertad.
175.- Cave despacio en aquella profundidad, extienda
la vista a aquella longitud de días, cargue la consideración en aquel para siempre, para siempre, sin fin ni término,
¡eterno, eterno, mientras DIOS sea DIOS!
Que, si lo piensa de espacio, todo lo temporal le parecerá un punto respecto de
aquella ETERNIDAD,
y los mayores trabajos cama de flores omparados con aquellos tormentos.
176.- Tales son las penas
del infierno, y tan poderosa su memoria, que tiene S. Juan Crisóstomo por
cierto que, si los hombres se acordaran de ellas, ninguno fuera a ellas, y los
muchos que van es porque las olvidan. Diligencia que hace Satanás para
conquistar sus almas. Y confirma su parecer con testigo de vista, que fue aquel
rico del Evangelio, de quien dice S. Lucas que fue sepultado en el infierno, y
que, viéndose en medio de las llamas abrasarse sin esperanza de alivio, rogó a
Abraham que enviase predicadores al mundo, que predicasen lo que allí se
padecía, y la terribilidad de aquellas penas, porque no viniesen sus hermanos a
ellas.
177.-Porque el mismo
condenado juzgó por imposible saber las penas, que estaban preparadas para los
que ofenden a DIOS, y despeñarse en ellas, por todos los haberes del mundo.
178.- Y tácitamente se
excusa de haberse condenado, echando la culpa a los predicadores que no
predican estas penas, diciendo: envía quien las predique; como si dijera: que,
si yo hubiera tenido quien me las hubiera predicado, nunca hubiera bajado acá.
Tales son aquellos tormentos, y tal es su memoria, que los mismos condenados,
ajenos de toda razón, no pueden creer que haya hombres que los crean y se
condenen, que sepan las penas que les han de dar, si pecan, y que vayan a
ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario