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sábado, 27 de abril de 2019

COMENTARIO DEL CREO POR SANTO TOMAS DE AQUINO



Por algún espacio de tiempo me ausente de esta bella tarea de trasmitir, por este medio la verdadera doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, pero no sin antes haber cumplido con un cometido; el de haber cumplido con un deseo que consistía en escribir un artículo por día sobre la pasión de Nuestro Señor comenzando con el primer domingo de pasión y terminando con el domingo de resurrección.
Tal deseo requirió de mi parte un gran trabajo dado que no es fácil explicar la pasión utilizando los escritos del angélico doctor de la Iglesia Santo Tomas de Aquino, del seráfico doctor San Buenaventura y del gran místico español el Padre la Palma en quienes se encuentra la verdadera doctrina de nuestro Salvador cuya fuente de aguas salutíferas fluye de la única verdad que nace, para nosotros, en mismo calvario y nos es trasmitida por medio de estos grandes doctores de la Iglesia en cuyos escritos no hay ni un atisvo de error.
No siempre se logra el objetivo de fijar en las almas esta doctrina inmaculada y verdadera dado que hay, en la actualidad, unas seudo fuentes que dicen trasmitir esta misma doctrina que, en realidad, carece de la veracidad y profundidad de la verdadera y santa doctrina católica en donde las aguas que de ellas fluyen de ninguna manera quitan la sed de Dios que tiene el alma y a la cual conducen a una falsa espiritualidad cuyo fundamento es el sentimentalismo común y barato cuyo movimiento no proviene de Dios sino de las nuevas seudo “doctrinas” provenientes del modernismo.

Para quien esto escribe le es suficiente el que dos o tres almas hayan entendido y en estas haya penetrado esta doctrina verdadera y a Nuestro Buen Dios le toca la de consolidarlas y ganarlas para su Sagrado Corazón

Artículo 3
QUE FUE CONCEBIDO DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ
DE LA VIRGEN MARÍA (continuación)
53.—Al asentar que Cristo se hizo hombre, se destruyen todos los errores arriba enunciados y cuantos puedan decirse, y principalmente el error de Eutiques,  que enseñaba que hecha la mezcla de la naturaleza divina con la humana, resultaba una sola naturaleza de Cristo, la cual no sería ni puramente divina ni puramente humana. Lo cual es falso, porque así Cristo no sería hombre, y también contra esto se dice que "se hizo hombre".
Se destruye también el error de Nestorio, el cual enseñó que el Hijo de Dios está unido a un hombre sólo porque habita en él. Pero esto es falso, porque en tal caso no sería hombre, sino que estaría en un hombre. Y que Cristo es hombre lo dice claramente el Apóstol (Filip 2, 7): "Y por su presencia fue reconocido como hombre". Y Juan (8, 40) dice: "¿Por qué tratáis de matarme a mí, que soy hombre, que os he dicho la verdad que he oído de Dios?".
54. —De todo esto podemos concluir algunas cosas para nuestra instrucción.
En primer lugar, se confirma nuestra fe. En efecto, si alguien dijera algunas cosas de una tierra remota a la que no hubiese ido, no se le creería igual que si allí hubiese estado. Ahora bien, antes de la venida de Cristo al mundo, los Patriarcas y los Profetas y Juan Bautista dijeron algunas cosas acerca de Dios, y sin embargo no les creyeron a ellos los hombres como a Cristo, el cual estuvo con Dios, y que además es uno con El. De aquí que nuestra fe, que nos transmitió el mismo Cristo, sea más firme. Juan I, 18: "Nadie ha visto jamás a Dios: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha revelado". De aquí resulta que muchos secretos de la fe se nos han manifestado después de la venida de Cristo, los cuales estaban antes ocultos.
55. —En segundo lugar, por todo ello se eleva nuestra esperanza. En efecto, es claro que el Hijo de Dios no vino, asumiendo nuestra carne, por negocio de poca monta, sino para una gran utilidad nuestra; por lo cual efectuó cierto canje, o sea, que tomó un cuerpo con una alma, y se dignó nacer de la Virgen, para hacernos el don de su divinidad; y así, El se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Rom 5, 2: "Por quien hemos obtenido, mediante la fe, el acceso a esta gracia, en la cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios".
56. —En tercer lugar, con todo ello se inflama la caridad.
En efecto, ninguna prueba de la divina caridad es tan evidente como la de que Dios creador de todas las cosas se haya hecho criatura, que nuestro Dios se haya hecho nuestro hermano, que el Hijo de Dios se haya hecho hijo del hombre. Juan 3, 16: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito". Por lo tanto, por esta consideración el amor a Dios debe reencenderse e inflamarse.
57. —En cuarto lugar, somos llevados a guardar pura el alma. En efecto, de tal manera ha sido ennoblecida y exaltada nuestra naturaleza por la unión con Dios, que ha sido elevada a la unidad con una divina persona.
Por lo cual el Ángel, después de la encarnación, no quiso permitir que el bienaventurado apóstol Juan lo adorase, cosa que anteriormente les había permitido a los más grandes de los Patriarcas. Por lo cual, recordando su exaltación y meditando sobre ella, debe el hombre guardarse de mancharse y de manchar su naturaleza con el pecado. Por eso dice San Pedro (II Petr I, 4): "Por quien nos han sido dadas las magníficas y preciosas promesas, para que por ellas nos hagamos partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción de la concupiscencia que hay en el mundo".
58. —En quinto lugar, con todo ello se nos inflama el deseo de alcanzar a Cristo. En efecto, si algún rey fuese hermano de alguien y estuviese lejos de él, ese cuyo hermano fuese el rey desearía llegar a él, y con él estar y permanecer. Por lo cual, como Cristo es nuestro hermano, debemos desear estar con él y unírnosle: Mt 24, 28: "Donde esté el cuerpo, allí se juntarán las águilas". Y el Apóstol deseaba morir y estar con Cristo. Y este deseo crece en nosotros si meditamos sobre su encarnación.

Artículo 4
PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE
CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO
59. —Así como le es necesario al cristiano creer en la encarnación del Hijo de Dios, así también le es necesario creer en su pasión y en su muerte, porque, como dice San Gregorio, "de nada nos aprovecharía el haber nacido si no nos aprovecha el haber sido redimidos".
Pues bien, que Cristo haya muerto por nosotros es algo tan elevado, que apenas puede nuestra inteligencia captarlo; no sólo, sino que no le cuadra a nuestro espíritu. Y esto es lo que dice el Apóstol (Hechos 13, 41): "En vuestros días yo voy a realizar una obra, una obra que no creeréis si alguien os la cuenta". Y Habacuc I, 5: "En vuestros días se cumplirá una obra que nadie creerá cuando se narre". Pues tan grandes son la gracia de Dios y su amor a nosotros, que hizo por nosotros más de lo que podemos entender.
60. —Sin embargo, no debemos creer que de tal manera haya sufrido Cristo la muerte que muriera la Divinidad, sino que la humana naturaleza fue lo que murió en El. Pues no murió en cuanto Dios, sino en cuanto hombre.
Y esto es patente mediante tres ejemplos.
El primero está en nosotros. En efecto, es claro que al morir el hombre, al separarse el alma del cuerpo, no muere el alma, sino el mismo cuerpo, o sea, la carne.
Así también, en la muerte de Cristo, no muere la Divinidad sino la naturaleza humana.
61. —Pero si los judíos no mataron a la Divinidad, es claro que no pecaron más que si hubiesen matado a cualquier otro hombre.
62. —A esto debemos responder que suponiendo a un rey revestido con determinada vestidura, si alguien se la manchase incurriría en la misma falta que si manchase al propio rey. De la misma manera los judíos: no pudieron matar a Dios, pero al matar la humana naturaleza asumida por Cristo, fueron castigados como si hubiesen matado a la Divinidad misma.
63. —Además, como dijimos arriba, el Hijo de Dios es el Verbo de Dios, y el Verbo de Dios encarnado es como el verbo del rey escrito en una carta. Pues bien, si alguien rompiese la carta del rey, se le consideraría igual que si hubiere desgarrado el verbo del rey. Por lo mismo, se considera el pecado de los judíos de igual manera que si hubiesen matado al Verbo de Dios. Por donde los judíos no tienen excusa alguna.
64. —Pero ¿qué necesidad había de que el Verbo de Dios padeciese por nosotros? Muy grande. Y se puede deducir una doble necesidad. Una, como remedio de los pecados, y la otra como modelo de nuestros actos.
65. —Para remedio, ciertamente, porque contra todos los males en que incurrimos por el pecado, encontramos el remedio en la pasión de Cristo. Ahora bien, incurrimos en cinco males.
66. —En primer lugar, una mancha: el hombre, en efecto, cuando peca, mancha su alma, porque así como la virtud del alma es su belleza, así también el pecado es su mancha. Baruc 3, 10: "¿Por qué, Israel, por qué estás en país de enemigos... te has contaminado con los cadáveres?". Pero esto lo hace desaparecer la Pasión de Cristo: en efecto, con su Pasión Cristo hizo un baño con su sangre, para lavar allí a los pecadores. Apoc I, 5: "Nos lavó de nuestros pecados con su sangre". En efecto, se lava el alma con la sangre de Cristo en el bautismo, pues por la sangre de Cristo tiene el bautismo virtud regenerativa. Por lo cual cuando alguien se mancha por el pecado, le hace una injuria a Cristo y peca más que antes (del bautismo). Hebreos 10, 28-29: "Si alguno viola la ley de Moisés es condenado a muerte sin compasión, por la declaración de dos o tres testigos.
¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios y tuvo por impura la sangre de la Alianza?".



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