Misionero en Gabón.
Agradezco a Dios esos momentos, casi de paraíso, que
he pasado con él, [ ... ] tanto que casi podría preguntarme si no hay en todo
esto, por su parte, una delicadísima atención de la
Providencia".
La consagración al apostolado Esas pruebas
fortalecían al futuro misionero, y lo ejercitaban en esa virtud de fortaleza
tan necesaria, que consiste ante todo en la paciencia y la constancia: «Para
ser apóstol ---enseñaba el Padre Faure- hay que tener fortaleza y bondad. Conforta
te et esto vir! ¡Fortalécete y sé hombre! La fortaleza apostólica es una santa
audacia. La timidez y el respeto humano son otros tantos obstáculos a esa
fortaleza. La bondad está hecha de dulzura, de indulgencia, de flexibilidad y
facilidad natural o adquirida para adaptarse a los dernásv'".
Esas nociones de las virtudes apostólicas se
completaban con conferencias muy vívidas dadas por misioneros de paso; las del Superior
General de los Padres Blancos y del Superior de los Misioneros Africanos de
Lyon fueron muy impresionantes, pero ¡qué decir entonces cuando Monseñor Tardy
describió el animado cuadro de los progresos de su Misión entre la selva y la
fauna hostil de Gabón! Circulaban de mano en mano algunas fotografías que mostraban
a una persona aquejada de la enfermedad del sueño, o a una buena familia
cristiana que ilustraba «la acción profunda que el bautismo opera en el hombre».
«Es toda una transformación -concluía el Obispo-, transformación de la mirada,
del porte, de la expresión y de la actitud, que traducen la cristianización del
alma».
Como todos los novicios, Marcel sentía curiosidad
por saber dónde lo enviarían. ¿Con su hermano mayor? ¡Era un sueño! Por lo
demás, ese secreto no se revelaba hasta el día de la «consagración al
apostolado». Así que se quedó muy sorprendido cuando oyó que Monseñor Tardy,
deteniéndolo al pasar, le decía a quemarropa: -Usted se viene con nosotros,
¿sabe? Su corazón de novicio dio un brinco, pero esforzándose por conservar el
desprendimiento respondió: -No sé nada, eso depende del Superior General.
-Sí, sí, sí -insistió el Obispo-, estoy seguro... ¡Y
usted no ha de negarse! Su hermano está allí, tiene que seguir a su hermano.
Maree! manifestó una vez más su abandono en la voluntad
de los Superiores: -Si el Superior General está de acuerdo, me voy con ustedes.
Allí mismo Monseñor Tardy añadió, revelando de qué
se trataba: y además, como usted hizo sus estudios en Roma, será profesor de
seminario'".
¡Oh!... ¡Esa sí que no me la esperaba! -diría
retrospectivamente Monseñor Lefebvre-, era lo que más me asustaba. ¡Ah, no, no
podía ser! Me gustaban mucho la pastoral y el ministerio, me sentía hecho para
eso; pero profesor... ¡ah, no, eso sí que no! ¡Profesor de seminario, no! Respondió al Obispo: -Mire usted, no soy más capaz
que los demás. No crea que porque haya ido a Roma voy a ser mejor profesor.
-¡Ah, sí, claro que sí! -insistió Monseñor
Tardy".
No quedaba más remedio que resignarse: al menos,
sería en África.
Sin embargo, el año tocaba a su fin. El novicio
experimentaba todavía un poco de cansancio; se dijo entonces simplemente que «eso
se mejoraría con el cambio de vida". El retiro preparatorio para la
profesión religiosa ilustró la dualidad de la «vida religiosa y apostólica» de
los espirítanos con un principio unificador: Religioso misionero -escribía
Marcel-: nuestro fin personal y nuestro fin apostólico. El uno depende del
otro. El amor de Dios y el amor del prójimo van unidos. A menudo los sacerdotes
buscan su propia santificación y descuidan las almas. Otros -por el contrario-
con el pretexto del celo por las almas, causan aun más mal que los
anteriores".
Los frutos de estos nueve días de retiro, resumidos
en cuadros sinópticos de vida espiritual muy originales, se podrían resumir en dos
consignas.
La primera, «Et nos cognovimus et credidimus
caritati» (Y nosotros hemos conocido y creído en la caridad de Dios, I
Juan, 4, 16), iba acompañada de las palabras «Caritas Deus» (Dios es
caridad, I Juan, 4, 8) y «Sapientia a Deo» (la Sabiduría viene de Dios,
I Corintios, 1, 30), con la palabra «Caritas» sobre el Corazón
Inmaculado de María, dibujado a mano por el novicio.
La segunda consigna, digna del fiel discípulo del
Padre Le Floch, se refería a la predicación: «Palabra de fe. La verdad clara, pura,
entera, simple y sólida. Nada de concesiones cuando se trate de doctrina». ¿No
estaba ahí todo el futuro de Monseñor Lefebvre? Por fin llegó el 8 de
septiembre. Alineados alrededor del altar, los novicios, vestidos desde hacía
un año de sotana con botones no aparentes, y ceñidos con el cordón espiritano,
emitieron, en presencia de Monseñor Le Hunsec, su profesión de los tres votos simples
y trienales de pobreza, castidad y obediencia, precedidos por su compromiso en
la vida religiosa y apostólica de la congregación.
Luego, con sus dos compañeros sacerdotes, el Padre
Marcel Lefebvre pronunció, ante e! Santísimo Sacramento expuesto, su consagración
al apostolado:
¡Adiós, pues, patria mía, en la que dejo tantos
recuerdos, amigos de infancia y seres queridos! ... ¡Adiós! ... Por amor de
Dios, que me ha creado, redimido y santificado, y en presencia de Nuestro Señor
Jesucristo, [ ... ] me consagro solemnemente al apostolado en la Congregación
del Espíritu Santo y del Corazón Inmaculado de María, y me hago para siempre
servidor de las almas abandonadas'",
Los padres del Padre Marcel y los dos sacerdotes que
habían ido especialmente para la ocasión (el decano de Nuestra Señora y el buen
Párroco del Marais-de-Lomme), no sisimularon sus lágrimas ni dejaron de
reconocer su emoción'".
Antes, el Superior General había indicado a los tres
nuevos mi sioneros el campo de acción a que la Providencia los enviaba: Émile Laurent, al
Seminario Menor de Yaoundé; Marcel Lefebvre, al Seminario de Libreville; y Jean
Wolff, a Diego Suárez. Las despedidas.
La partida
Antes de embarcarse, Marcel Lefebvre disfrutó de
unas vacaciones en familia. Las dedicó a recorrer la Diócesis para dar una conferencia
sobre la Misión, presentando una película que le había entregado el Padre
Nique, Provincial de Francia. Predicó así en numerosas parroquias'", sin
contar los dos retiros a los niños de los patronatos de Nuestra Señora y
Santiago de Tourcoing'".
El domingo 2 de octubre de 1932 tuvieron lugar las
despedidas en la parroquia de Lomme: «Sermón de Marcel en la Misa mayor -contaba
la Sra. Lefebvre-, almuerzo de familia con la abuelita en casa del
Párroco", sesión con la película por a tarde, regreso a las nueve. Marcel
fue recibido de manera conmovedora, lo querían de veras; era una especie de
triunfo; desde su aparición en la sala, todos querían estrechar su mano-".
Una anciana de Lomme lo recordaba: Aún lo estoy
viendo, con su barba corta; era un hombre guapo, un muchacho apuesto. Hicimos
una fiestecita en la sala de la calle Kuhlmann. Cantamos «Ce n'est qu'un au
reuoir» [sólo es un adiós]. ¡Él lloraba! Yo era pequeña, pero me acuerdo.
Se había encariñado mucho con la parroquia".
Al enterarse de que a Marcelo enviaban al Seminario
de Libreville, el Padre René confesó «no haberse atrevido a soñar siquiera en
la posibilidad de que Marcel viniese a Libreville». «No podían haberle confiado -añadía- ninguna obra más hermosa en
la misión-'".
La Sra. Lefebvre seguía temiendo que a Marcel le
volviesen los dolores de cabeza con los cursos que tenía que dar en el Seminario'", pero
se alegraba de sus disposiciones sobrenaturales: Marcel se va a reunir contigo
-le escribía a René-, está muy contento de volver a verte, pero sin desear otra
cosa más que la obediencia... Precisamente por eso los dos os alegraréis el uno
del otro a más no poder'".
Finalmente, e! Padre Marcel, con la bendición
paterna y la de su Superior General en la calle Lhomond, partió para Burdeos. Se detuvo en
Notre-Dame d'Embaloge, en Mirande (Gers), para despedirse de su hermana
Bernardette (Sor Marie-Gabriel), y se embarcó en Burdeos e! 12 de noviembre de
1932 en el Foucault; nuevo paquebote de la compañía de Chargeurs Reunis
que, desde su estreno en 1930, pasaba por la costa occidental de África
SEGUNDA PARTE
EL MISIONERO
EL MISIONERO
Misionero en Gabón (1932-1945)
1. Los hijos de Libermann en África
La inmensa
selva y sus habitantes Gabón coincide con la cuenca del río Ogooué y sus
afluentes, ríos inmensos, con estuarios formados por un dédalo de lagos y de
brazos sinuosos; aunque son navegables en su curso inferior, más arriba se hallan
interrumpidos por rápidos peligrosos o infranqueables.
Sobre un
terreno lleno de colinas se extiende, hasta perderse la vista, la selva
ecuatorial. El clima, constantemente húmedo y caluroso, que las lluvias
torrenciales no hacen sino agravar durante ocho meses al año, atrae a dañinos
insectos, que transmiten el paludismo, la enfermedad del sueño, la fiebre
biliosa hematúrica, etc., mucho más peligrosas que las ágiles panteras y los
voraces caimanes.
Las
poblaciones, por cuya salvación los misioneros exponen su salud y su vida, se componen, aparte de los raros pigmeos originarios, de
veinticinco tribus bantúes seminómadas (a causa del agotamiento del suelo) que
tienden a hacerse sedentarias, cada una con su indumentaria y su dialecto propio',
El Padre Marcel conocerá sobre todo a los pongoué del Estuario, inteligentes y
comerciantes, a sus primos los galoa o myené del bajo Ogooué, y a los fang o
pahouin,
belicosos y vengativos habitantes del norte, que invadieron todo el estuario.
belicosos y vengativos habitantes del norte, que invadieron todo el estuario.
Todos estos
indígenas vivían en poblados de veinte a cien chozas diseminadas a lo largo del
curso del río, lo que facilitaba el ministerio, o en las tierras del interior,
al borde de los senderos que serpenteaban sobre las crestas de la gran sabana.
Vivían en familias, agrandadas por el conjunto de los descendientes de un mismo
abuelo, con los tíos, tías, primos y primas procedentes ya sea de la primera
mujer, ya sea de otras, siempre que hubiesen sido compradas. Los misioneros,
que reprobaban esa poligamia, tenían el cuidado de respetar la jerarquía del
clan, que encontraba su razón de
ser en una solidaridad protectora que el bautismo convertiría en caridad.
ser en una solidaridad protectora que el bautismo convertiría en caridad.
Fundamentalmente
los nativos creían en un dios personal y creador y en la supervivencia del alma, pero su culto se dirigía a los manes de
los antepasados y a los poderes protectores que son demonios, de cuya acción se
servían los hechiceros mediante sortilegios o mediante la adivinación,
manteniendo así un temor constante, odios tenaces y homicidas, y sobre todo la
ignorancia del verdadero Dios y único Salvador.
A este
terreno llegó el Padre Marcel Lefebvre para hacer florecer, como todos sus
predecesores, la santa caridad de Dios: Credidimus caritati.
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