Rene Capistran Garza
El territorio era
extenso, en gran parte montañoso y abrupto.
Mal comunicado y
escasamente poblado. Y se contaba con suficientes recursos naturales para
subsistir.
Las fuerzas armadas de la
tiranía no constituían propiamente un ejército. Su origen eran las hordas
constitucionalistas con grandes vicios y defectos, y todavía en ese tiempo, con
escasa o nula capacidad técnica y moral. Sus efectivos, que absorbían la mayor parte
del presupuesto, eran sin embargo notoriamente insuficientes para dominar tan
extenso territorio ocupando y protegiendo las poblaciones y vías de
comunicación la dirección por la Liga del movimiento armado, desde la Ciudad de
Méjico, y por personas de escasa capacidad militar y política fue des acertada,
ineficaz y causa de no pocos disgustos y divisiones entre los combatientes, y
entre éstos y sus apoyos en las poblaciones.
René Capistrán, un joven
que se había distinguido como orador y como Presidente de la A.C.J.M., fue
nombrado Jefe Civil del movimiento armado y representante de la Liga en los
Estados Unidos, con la misión de obtener apoyo moral y financiero. Fue también
acreditado por la Liga y el Comité Episcopal para que hiciese en ese mismo país
11 amplias y activas gestiones cerca del Episcopado y de los católicos
norteamericanos, encaminadas a obtener de ellos firme apoyo moral y económico a
la acción de la Liga".
Con olvido de los
antecedentes históricos y desconocimiento de la realidad de la situación, se
forjaron la ilusión del reconocimiento de la beligerancia por parte del
Departamento de Estado de los Estados Unidos, permitiendo la adquisición de
elementos de guerra, y privando de ellos a la tiranía callista. Así también
lograr el financiamiento del movimiento armado por el Episcopado y los
católicos del mismo país. Ambas ilusiones terminaron con un rotundo fracaso.
Con mucho optimismo
informaba Capistrán Garza a la Liga de sus relaciones y tratos con el
Departamento de Estado, que se dice nunca existieron, pidiendo la promesa
formal de reconocer la beligerancia al ser tomada Ciudad Juárez u otra ciudad
fronteriza, condición exigida por las personas dispuestas a financiar el
movimiento armado.
"En Washington trató con el Departamento de
Estado, el día siguiente de que un memorándum mío había sido presentado en una
reunión del Gabinete por uno de sus miembros. En mi conversación expuse la parte
del programa que los afecta: Artículo veintisiete. Hablé sobre todo lo que era
necesario hablar. Pedí la promesa formal de reconocer la beligerancia al ser
tomada una plaza en la frontera, pues esa promesa es la única condición que
exigen las personas que financiaron el movimiento. Pedí también se privara a
nuestro competidor de los elementos que necesita y se permitiera a nosotros la
libre adquisición de ellos.
René Capistrán Garza, de acuerdo con el Comité
Directivo de la Liga, ingenuamente trataban de ocultar o silenciar el sentido
de cruzada del movimiento armado para "no lastimar a la opinión pública norteamericana en
el sentido de que se trataba de una guerra religiosa". Al mismo Episcopado y católicos angloamericanos sólo se les pedía su apoyo
moral y financiero para una campaña de defensa civil.
" ... EI Señor Capistrán en sus trámites para
conseguir fondos para la campaña armada cristera, falseó la verdad al asegurar
que la Liga llevaba adelante una campaña de defensa civil y nada más, cuando la
realidad era que la lucha armada de los católicos se había iniciado ya.
"Proyecto elaborado de acuerdo con los directores
de la Liga para presentar ante la opinión pública internacional, una
institución que no planteaba ante los jefes del Gobierno de los Estados Unidos
un conflicto religioso en Méjico, sino de carácter político-social con el fin
de no lastimar la opinión pública norteamericana, en el sentido de que se
trataba de una guerra religiosa."
El Padre Wilfrid Parsons,
S. J. decía a Mons. Díaz Barreto: "Siempre me aseguró (Capistrán) que el objeto de su misión era
conseguir fondos a fin de que la Liga pudiera llevar adelante su defensa civil...
Con la promesa de que el dinero se destinaba a fines civiles y no militares,
obtuve cartas de recomendación del cardenal Hayes y otras personas."
A pesar de todas estas
cautelas, en general muy influenciados los católicos angloamericanos por el
condenado error del liberalismo y americanismo, y muy identificados con su gobierno
judeo-masónico-calvinista, que les proporcionaba grandes satisfacciones y comodidades
de orden material y económico, René Capistrán Garza no obtuvo del Episcopado y
los católicos más que lamentaciones de unos por la situación de Méjico, y
abierta reprobación de otros a la que consideraban rebelión de los católicos
contra las autoridades constituidas. Como tampoco obtuvo absolutamente nada del
Departamento de Estado.
René Capistrán Garza y
sus compañeros iniciaron en la diócesis de Corpus Christi, Texas, la gira para
obtener el apoyo moral y financiero de la jerarquía católica de los Estados
Unidos.
La respuesta del obispo
de esa diócesis a la exposición y solicitud de ayuda económica para la defensa
de la Iglesia en Méjico, fue el siguiente telegrama: "Nada se puede hacer. No tienen simpatías los
mejicanos en esta diócesis.
"De Corpus Christi se dirigieron a Galveston.
La misma exposición, la misma petición.... y la respuesta inmediata por parte
del obispo, contenida en un billete de diez dólares que sacó de su billetera y
entregó a Capistrán Garza, dando por terminada la entrevista, "Houston,
Dalias, Little Rock no dieron mejor resultado: veinte, treinta, cincuenta
dólares que no alcanzaban a cubrir los gastos mismos de la gira, "La
entrevista con el arzobispo de San Luis tuvo características especiales .. ,
Después de que René expuso la situación legal de la Iglesia en Méjico ... su
ilustrísima se indignó ... Magnífico arranque que por un momento hizo concebir
esperanzas ... Un billetito de cien dólares ... fue el exponente práctico de
tanta fortaleza moral.
"Easi San Luis, Indianapolis, Dayton, Columbus,
Pittsburg, Altoona, Harrisgurgh, todas estas sedes episcopales fueron visitadas
con un resultado desastroso: ninguno de los Ilustrísimos. Sres. visitados llegaron
a tener la generosidad del arzobispado de San Luis Missouri.
"Pero no se detuvieron en esa ciudad
cosmopolita (Nueva York), sino que siguieron hasta Boston, pues les aseguraron
que allí encontrarían recursos suficientes para resolver con facilidad el
problema de la libertad religiosa en Méjico, por residir en esta importante
población muchos millonarios, algunos de ellos católicos, y el cardenal O
'Connell, dignatario de gran prestigio que podría influir fácilmente a favor de
los católicos mejicanos.
"Su Eminencia los recibió afablemente y, tras
de examinar las credenciales de Capistrán Garza, escuchó sin interrupción la
exposición que le hicieron, al término de la cual los exhortó a sufrir con
paciencia las pruebas que Dios les estaba mandando, palabras suyas que podían
transmitir a quienes los habían comisionado. Y por lo que personalmente se
refería a René, que se quitara de cosas y que se buscara un empleo, para lo
cual, si René lo deseaba, le daría una carta de recomendación para los
Caballeros de Colón.
"Y así terminó aquella gira. A la petición que
el Comité Episcopal Mejicano y la Liga Defensora de la Libertad Religiosa
formalmente hicieron al venerable episcopado americano, se había contestado con
una rotunda negativa.
La misma rotunda negatíva
de apoyo financiero se obtuvo de la National Catholic Welfare Conference
(Conferencia Nacional para el Bienestar Católico) y de los millonarios yanquis.
Entonces volvió la Liga a
recurrir a los obispos en demanda de apoyo financiero. Don Miguel Palomar y
Vizcarra, Vicepresidente de la misma escribía al Arzobispo de Durango y
Presidente de la Comisión de bispos Mejicanos Residentes en Roma: "Ya sabe
usted que las personas adineradas no tienen remedio, y que el dinero es
necesario para obtener la victoria... Se ha llegado al supremo momento de que
las alhajas de la Iglesia se vendan para salvar a la Iglesia y a la patria...
Tengo la certeza de que entre quienes (en el Episcopado) son nuestros amigos,
hay (prelados) quienes están resueltos a dar ese paso definitivo, redentor: ¿Qué
importa que el día de la victoria haya cálices de palo? Pero el caso es que sería
de temerse que se espere la autorización de allá (de la Santa Sede). Por la
familia cristiana, por Méjico, por la Virgen Santa de Guadalupe, por Cristo
Rey, que venga volando esa autorización, y quede la Iglesia en la miseria, pero
con el tesoro inestimable, de valor infinito, de su libertad. De Roma vendrá el
remedio."
Desde la heroica y
prolongada guerra que el Ejército Nacional y el pueblo habían sostenido para
evitar la laicización del Estado, la jerarquía católica en general no había
estado a la altura de la situación en cuanto se refiere al apoyo financiero que
entonces había podido y debido dar ampliamente a esa noble causa que tan de
cerca le atañía. En 1927 la Iglesia ya había sido despojada de sus bienes; pero
algo o mucho se podían hacer. Había diócesis muy pobres; pero había otras con
posibilidades.
Mons. Manríquez y Zárate,
Obispo de Huejutla escribía: "Méjico se hunde,
porque nosotros, los sacerdotes, los abanderados de la causa de Dios, hemos
sido también indiferentes a las lágrimas de nuestro pueblo y no hemos venido
prontamente en auxilio de los buenos mejicanos que han luchado y luchan
valerosamente por la causa de la libertad. Es muy cierto que estamos pobres,
que hemos sido despojados ya de nuestros bienes por la avaricia insaciable del
jacobinismo mejicano; pero todavía la Iglesia, pobre y desvalida, tiene en sus
manos unas cuantas monedas. ¿Por qué no entregarlas a los soldados de la
libertad? ¿Por qué no desprendemos de nuestras mismas alhajas y muebles para salvar
la causa de la civilización? ¿Por qué no alentar con nuestras palabras y
ejemplos a tantos acaudalados ambiciosos para quienes nuestra conducta sería un
argumento decisivo para excitar su largueza y generosidad? Si hay causa justa y
santa alguna vez para agotar los tesoros de la Iglesia ésta es sin duda la
causa de la libertad de la Iglesia. La Iglesia sin libertad no puede ser ni se
concibe, como no se concibe un hombre sin alma o un entendimiento sin luz. Es necesario
que la Iglesia exista antes de todo. No puede la Iglesia ejercitar su ministerio,
si ella no existe, y no existirá donde carezca de libertad para ejercer su
celo. Luego todos los arbitrios de que ella disponga para conseguir su fin deberían
emplearse en asegurar su existencia ante todo, y en recuperar aquella libertad
que es de todo punto indispensable para el ejercicio de su ministerio. Nadie
puede impedir la vida de la Iglesia, sin contrariar la voluntad de Jesucristo;
luego no existe ley humana alguna ni puede existir, que se oponga a esta ley de
la conservación o que ponga trabas a la lucha para la conquista de la libertad.
"Pero era
necesario consultar a Roma, y Mons. Mora y del Río, heroico Arzobispo Primado
de Méjico, pensaba muy cuerdamente ... Que era preferible que la Silla
Apostólica diera una orden afirmativa, pues si el Santo Padre, cosa que no
creemos, solamente nos da autorización para emplear en esto dichos fondos, se produce
una división en el Episcopado, ya se ha anunciado que en dicho caso algunos se
negarían a proporcionar cantidad alguna a la Liga, e insistían en que entre los
Prelados no faltan quienes no tengan confianza en el levantamiento armado, o quienes
no quieran desprenderse de algunos bienes o contraer compromisos, como quizá
fuera necesario hacerla. Mons. González Valencia, Presidente de la Comisión de
Obispos Mejicanos Residentes en Roma, y por cuyo conducto se transmitió la consulta
a la Santa Sede, coincidía con Mons. Mora y del Rio: “... Para disponer patrimonio...
es necesario (mandato o) permiso Soberano Pontífice. En primer caso (orden)
obedecerán voluntariamente; en el segundo, cada uno obrará de acuerdo propia
conciencia. Urge, pues, mandato."
Pero
la Santa Sede contestó: “... Que no consulten, sino que allá los Prelados se
reúnan, deliberen, determinen y obren como estimen conveniente según las
circunstancias; que dispongan de lo que puedan... " y en diciembre de
1927, probablemente influenciada Roma por Mons. Pascual Díaz Barreta, Mons.
Pietro Fumasoni Biondi, Delegado Apostólico en Washington, y encargado de los
negocios de la Delegación Apostólica en Méjico, comunicó al mismo Mons. Pascual
Díaz Barreta, Secretario del Comité Episcopal e intermediario oficial entre
dicho delegado y los prelados mejicanos: "Deben los Obispos no solo
abstenerse de apoyar la acción armada, sino también deben permanecer fuera y
sobre todo partido político."
Los traidores
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