Somos gente del Charrín.
-¡Descálcense enteros, hasta arriba! -les ordenó
Adalberto. El botín era demasiado para llevarlo como impedimenta; habíamos requisado un guayín con dos magníficos
caballos y lo cargamos a su máximo, y cubrimos todo con una capa de rastrojo. Cirilo
lo guiaba y yo me ofrecí para acompañarlo. Me
hice de dos pistolas, nos encomendamos a Dios y partimos. Por estrechas veredas
o a campo abierto llevó hábilmente el carro, que en ocasiones daba tumbos
como si fuera a voltearse; pero Cirilo era carrero de oficio y gozaba en
correr. Al anochecer ocultamos el carro y reposamos. A la madrugada reanudamos
la marcha. Soplaba un viento cortante. Me levanté el
cuello de la chamarra y metí las manos en las bolsas. Cirilo iba poco
protegido y le propuse un gabán de los que conducíamos.
-¡Pa luego es tarde! -me contestó-o Pa las
cuestas p'arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo.
Llegamos al cauce de un arroyo y lo seguimos en busca de un vado para
cruzarlo, pues, aun cuando llevaba poca agua, había formado
profunda garganta. Avistamos un puente y en él a cinco
hombres sentados en el pretil.
Ordené a Cirilo pasara de frente sin detenerse. Me
aseguré en mi asiento y coloqué mis escuadras a la mano. Al entrar al puente
vimos le faltaban algunas vigas y hubimos de detenemos.
-¿De dónde vienen? -nos preguntó uno de los hombres.
-De Atenquique -respondí.
-¿y qué llevan aquí? -dijo otro, apartando simultáneamente el rastrojo que cubría el botín del convoy.
-Te lo voy a enseñar -le grité, y
saltando del carro les apunté con mis pistolas, mientras Cirilo hacía otro tanto con la suya.
-Sus trazas me parecen bastante sospechosas -dijo uno de ellos sin
inmutarse, y dirigiéndose a Cirilo agregó: mire,
compañero cuando se usa gabán del ejército no
se llevan huaraches y calzón blanco.
-¿y tú quién eres para decir cómo debemos andar? -le respondí.
-Hace meses usted estuvo en nuestro campamento, con el mayor Tejeda.
Somos gente del Charrín. ¿Lo recuerda?
-¡Cómo no! -le contesté. Guardamos nuestras armas y departimos
amistosamente con ellos. Dimos botas y frazadas a cada uno. Nos colocaron las
vigas del puente que habían quitado, y seguimos adelante nuestro camino.
Al llegar al campamento nos encontramos con una triste nueva: la traición del mayor Rosas quien meses antes llegó al
cuartel con documentos que lo acreditaban como libertario de los Altos de
Jalisco. Con él se presentaron otros dos que se decían sus asistentes y nunca se le separaban. El fingido mayor procuró captarse nuestra simpatía. Platicaba constantemente de los triunfos obtenidos
en los Altos, de las maravillas que obraba la Providencia en favor de los
cristeros y de grandes proyectos que pintaba con los colores más vivos y halagüeños.
Se le dio el mando de un grupo, al que pronto llevó a combate. Al frente de su tropa, montado en magnífico caballo blanco y gritando vivas a Cristo Rey se lanzó a la carga, animando con su ejemplo y sus gritos. Los nuestros le
siguieron entusiasmados y llegaron hasta las líneas
callistas y padecieron mortandad excepcional. A todos causó admiración el valor temerario de Rosas, y más aún el que hubiera salido ileso de tanto peligro, lo que él atribuía a la protección de la
Divina Providencia. Desgraciadamente, entonces no se supo que el caballo blanco
que montaba era traidora contraseña que le protegía.
Después de que partimos para el asalto al convoy llegó Rosas con su gente al campamento y trató de
averiguar qué misión nos llevaba, pues le extrañó la salida imprevista de la casi totalidad de nuestras fuerzas. Habló con Gutiérrez y le dijo que para seguridad del general pero
sin que él lo fuera a saber, era necesario que siempre que éste saliera le informara a dónde se dirigía. Gutiérrez sospechó los perversos fines de Rosas, pero aparentó aceptar lo propuesto. Confirmó su
sospecha al saber que había ofrecido recompensas a quien le proporcionara
datos de los movimientos del ejército Libertador. Alarmado despachó un correo en busca del general para informarle lo anterior; pero Rosas
lo interceptó y al verse descubierto consumó su última felonía.
Se presentó en el campo enarbolando una imagen de la Virgen
de Guadalupe. Reunió a los soldados que allí había y les dijo que providencialmente había
interceptado el correo de Gutiérrez, y les mostró una
orden en que se urgía la entrega o muerte del general. Logró excitar
a una veintena de atolondrados, quienes no reflexionaron en lo absurdo de la
acusación, puesto que el correo salía del campamento con un mensaje de Gutiérrez y lo que Rosas exhibía era una supuesta orden para él. Se dirigieron todos en busca de Gutiérrez, a
quien encontraron con tres leales compañeros.
Rosas ordenó los desarmaran, y como intentaron resistir disparó sobre ellos y los abatió al momento.
La temeridad de Rosas lo llevó demasiado
lejos. Esperó al general y quiso hacerse pasar por su salvador; pero éste, que tenía confianza en Gutiérrez,
investigó y pronto los indicios en contra de Rosas se convirtieron en pruebas
abrumadoras. Se le sujetó a juicio sumario de guerra y fue pasado por las
armas.
XXVI
LOS PRIMEROS MESES DE 1929 han sido de triunfos para el movimiento
libertador. Los periódicos, a pesar de las consignas recibidas,
publican diariamente noticias de combates y trastornos, aun cuando con el
estribillo siempre repetido de que las partidas rebeldes van a ser batidas
inmediatamente con toda energía por fuertes contingentes de la Federación, hasta lograr su exterminio total.
El General Enrique Gorostieta, ex-alumno del glorioso Colegio Militar
de ChapuItepec, asumió la dirección de los
cristeros, nombrado por la Liga Nacional Defensora de la Libertad. El 28 de
octubre de 1928, día de Cristo Rey, lanzó su
Manifiesto a la Nación, con los puntos esenciales del programa político del movimiento libertador. En partes dice: “Se
confirma el desconocimiento que los Libertadores han hecho de todos los poderes
usurpados, así de la Federación como de
los Estados.
La Constitución podrá ser reformada por plebiscito, para que todos los
ciudadanos manifiesten sus deseos y así el pueblo
mexicano tenga, por fin, una Constitución
verdaderamente suya. Se tendrán como válidas
cuantas disposiciones hayan sido expedidas hasta la fecha, que tengan por
objeto reconocer el derecho de los hombres para sindicalizarse, defender sus
derechos y mejorar sus condiciones...se continuará, donde
sea necesario y útil para el bien común, la
distribución de propiedades rurales, en forma equitativa y previa indemnización... Las Fuerzas Libertadoras se constituyen en Guardia Nacional,
nombre que usarán oficialmente en lo sucesivo y su lema será: Dios, Patria y Libertad”.
La organización militar trajo como resultado el auge del ejército libertador, que domina ahora la región de los
Altos, y gran parte del Sur de Jalisco, y extensas porciones de los Estados de Colima,
Michoacán, Guanajuato, Zacatecas y Aguascalientes; en otros Estados de país el movimiento cristero mantiene en constante alarma a las autoridades
civiles y militares callistas, las que ya manifiestan a voz en cuello sus
temores.
El senador Lauro G. Caloca, refiriéndose a
los cristeros, dijo al Senado:
“Caso muy
curioso: hay siete o más Jefaturas de Operaciones Militares que se dice
están dedicadas a terminar con los rebeldes; no sé si esos
rebeldes son treinta o cuarenta mil, pero una de dos, o nuestros soldados no
sirven para batir a los cristeros, o no se quiere que la rebelión termine. Al señor Presidente hay que hablarle con franqueza, en
vez de venir a echar más leña al fuego, pues con otros tres Estados que se
declaren en rebelión puede peligrar el Poder Público”.
El senador Juan Robledo dijo a su vez:
“Creo que
antes de exterminar a los cristeros hay que llevar a cabo una labor de
convencimiento; no vamos a matar a treinta mil jaliscienses, sino a
convencerlos de que la Revolución trata de mejorar material y moralmente al pueblo”.
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