Capítulo XXIV
El
Martírio de Jose León Toral
NUESTRAS PRIMERAS ACTIVIDADES consistieron en el acarreo a los
campamentos de armas y pertrechos, que nos llevaban hasta refugios situados en
las afueras de las poblaciones, valiéndose de muy diversas formas de
ocultación. A veces llegaban dentro de los cojines de automóviles o en un doble
piso hecho exprofeso a los mismos. Igualmente solían venir ocultos en sacos de
papas o costales de azúcar. Una vez en nuestro poder, hacíamos fardos que
llevábamos empacados y dispuestos en forma que no impidieran nuestros movimientos.
Una noche íbamos despacio, sorteando obstáculos en la obscuridad. Nos guiaba
Adalberto, que tenía un don de orientación extraordinario. Cruzábamos un
cañaveral haciendo bastante ruido, pues como estaba seco era imposible avanzar
en silencio. Pasamos cerca de un caserío. Se distinguían las siluetas de unas
chozas. Unos perros ladraron; apresuramos el paso y dejamos atrás la ranchería.
De pronto la luz de una linterna sorda
se encendió e iluminó a los que me precedían. Al mismo tiempo se oyó un grito:
-¡ A-I-t-o! ¿Quién vive?
Sonaron varios tiros, me tiré al suelo. La linterna se apagó y se
oyeron maldiciones y carreras por el cañaveral. Un momento estuve solo, pero
luego dos siluetas se acercaron. Disparé y emprendieron la fuga. Iba a disparar
una vez más al oír nuevamente pasos que se acercaban, pero un silbido me avisó
que eran de los nuestros. Se oyeron otras detonaciones aisladas y en distintas
direcciones, mas luego todo quedó en silencio. Cautelosamente íbamos buscando a
los compañeros. Oí un débil quejido y poco después mi compañero tropezaba con
uno de los nuestros, herido. Algunos cargaron con él y otros nos repartimos la
carga, que a mí me resultó excesiva. Poco antes del amanecer nos instalamos en
una cavidad del monte. Descargamos los bultos con gran satisfacción mía. De uno
sacaron gordas de maíz, cecina y queso. Fuimos por agua y comimos con voracidad.
El herido se agravó y hubimos de proseguir la marcha hasta llegar al
campamento, donde lo dejamos en buenas manos. Allí encontramos los periódicos
de México con la dolorosa noticia de que Pepe de León había sido fusilado el 9
de febrero de 1929. La información era amplísima y abarcaba detalles nimios de las últimas
horas de Toral, las órdenes previas a su ejecución, su muerte y las imponentes
manifestaciones populares de simpatía que se produjeron. Leí en voz alta,
mientras la gente guardaba profundo silencio. Los diarios del día nueve dicen:
Hoy, a las doce horas, será pasado por las armas,
con las formalidades de la Ley, José de León Toral, quien privó de la vida al
general Álvaro Obregón, Presidente electo de la República, el día 17 de julio del
año de 1928.
El jefe de la policía nos entregó anoche las siguientes declaraciones:
"Por disposición de la superioridad quedan absolutamente prohibidas manifestaciones
de cualquier naturaleza en ocasión de la ejecución del reo J. de León Toral y
de su inhumación, y se previene que en exacto cumplimiento de las disposiciones
legales y de las órdenes especiales dictadas por la superioridad, se reprimirá
con toda energía cualquiera manifestación que se intentara, procediéndose a la
aprehensión de quienes violen lo prevenido" ...Hasta la una de la
madrugada de hoy no había variado un solo ápice la actitud resignada y
tranquila del condenado al cadalso. Su aspecto exterior era de una tranquilidad
apacible. De cuando en cuando y con mayor frecuencia se entregaba a musitar
plegarias con verdadera unción, con la mirada fija en un lugar, generalmente en
el techo de su capilla...
...Se permitió la entrada a su amigo el señor Rafael Soto, que fue
objeto de un minucioso registro. Se le recogieron rosarios, medallas y unos
relicarios y una estola y un monedero...Fue él quien al fin suministró los
últimos auxilios de la religión al condenado a muerte. Lo confesó, lo absolvió
y llenó con él los postreros requisitos del catolicismo. Cuando salió el
presbítero Rafael Soto, un Joven de treinta años, vestido de claro, lo
abordamos.
-¿cómo está José de León Toral?..
-Tranquilo, asombrosamente tranquilo. Habla con facilidad de diversas
cosas. No le falta a su pensamiento seguridad y aplomo...
El pelotón de la muerte quedó al mando del capitán José Rodríguez
Rabiela, que es un oficial moreno, de largos bigotes estilo Kaiser, a quien un
colega llamó "soldado alemán de chocolate". El coronel Islas,
Director de la Penitenciaría, propuso se usaran en la ejecución mausers. El
capitán Rodríguez Rabiela tomó uno de ellos y dijo:
-Estos mausers rusos son tremendos. Como tienen balas cónicas y éstas
giran rápidamente, dentro del largo cañón de esta arma, sus efectos son terribles,
peores que los de las balas expansivas. .. Por eso creo son mejores las
carabinas 30-30...Se preguntó a Toral si deseaba descansar y manifestó que sí,
y a las dos de la mañana fue conducido a su celda... A través de la ventanilla
se vio que el sentenciado se arrodillaba y oraba largamente. Hasta las cuatro
de la mañana se desnudó y se metió en su litera. Al fin el sol del sábado
dispersó las últimas brumas. El coronel Islas preguntó a Toral:
-¿Durmió usted?.. -Sí, un poco. “Descansé algo. –¿Y no desea algo ahora
mismo? ..
-¡Cómo no! ... Tengo ganas de tomar una buena taza de chocolate con
bizcochos, así como bañarme y rasurarme por última vez... La ejecución se
pospuso media hora. Los minutos se hacen rapidísimos... Las doce, las doce y
cinco, y los que quieren entrar a la ejecución se desesperan. Mientras tanto,
el general Lucas González ha ido a hablar con el reo. Entra también un
diputado, que comienza a discutir con José de León Toral sobre temas de
religión:
-Señor, yo no discutiré con usted nada porque no quiero sino estar
tranquilo...
-No le hace. “Pero u el quinto “no matarás...El mismo diputado sale y
dice a los periodistas:
- ¡Digan que yo sostuve la última discusión con Toral y le dije lo que
se merecía! ... En el patio otros diputados y senadores pugnaban por entrar.
Uno de ellos grita:
¡Respeten nuestras credenciales!.. ¿Por qué no se nos dan toda clase de
facilidades si tenemos que informar de esto a nuestros distritos electorales?
Poco antes de la hora señalada se le preguntó si tenía alguna última
disposición que hacer.
-Sí, que todo el que pueda vele por la salud moral de mis hijos... Los
dieciséis hombres que formaron el pelotón se dividieron en dos grupos: la mitad
fue a colocarse, por anticipado, ante el paredón; la otra se encargó de
conducir al reo. Todos son verdaderos colosos, de un metro ochenta de alto,
seleccionados entre los mejores tiradores de la Gendarmería; vestían el
uniforme del diario, todo negro, y llevaban, en lugar de sus carabinas Remington,
que antes usaba el cuerpo, flamantes rifles mausers de siete milímetros. Llegó
la hora de ir al paredón, y ya Toral avanzaba para colocarse en medio de la
escolta, cuando dijo que deseaba escribir unas brevísimas palabras y orar un
poco. Se le permitió volver a su capilla, cuyas puertas fueron cerradas, y unos
cuantos minutos después apareció y se colocó en medio de las dos filas de
gendarmes montados. Es largo el camino de la capilla al paredón: Toral, en
medio de dos gendarmes y con seis más atrás, avanzó con las manos cerradas.
Posiblemente había recibido en ellas los Santos Oleos.
Por el centro de las callejuelas avanzó Toral, a quien Islas llevaba
del brazo. Atrás el capitán Rodríguez Rabiela. Diez policías, con mauser y
bayonetas, cerraban el paso a los civiles. Más adelante, los ocho tiradores en
posición de firmes, y hasta ese punto, Islas dejó al reo que avanzara solo. Toral
avanzó sin apresurar el paso, ni disminuirlo; tal como había ido todo el camino
de la muerte. El capitán Rodríguez se colocó en su sitio y mientras Toral iba
hacia el paredón, cubierto con costales de arena hasta la altura de dos metros,
para evitar el rebote de las balas, los soldados levantaron sus armas, y las
pusieron en posición de disparar. Cuando el reo se volvió no pudo menos de
sorprenderse de que ya las carabinas estuvieran apuntándole... Alzó los brazos,
adelantó el cuerpo, abrió los ojos en toda su amplitud e inició un grito con
voz estentórea, increíble en él, que siempre hablaba suavemente en el jurado y
las audiencias:
-¡Viva ...
La voz de fuego, corta, rubricada por un movimiento de espada, fue
obedecida instantáneamente, casi como si los dos actos fueran uno solo. Y la descarga,
certera, precisa, uniforme, que envió ocho balas al pecho del matador del General
Álvaro Obregón, cortó la palabra en la garganta. Toral quedó un instante sobre las puntas de los pies, con los ojos
desorbitados, la boca abierta todavía en la violencia del grito, con los brazos
en alto, y luego, violentamente, azotó a la orilla del embanquetado, Las balas
atravesaron y movieron los sacos de arena, que comenzaron a vaciarse, arrojando
chorros de polvo blanco sobre las piernas abiertas en tijera del ejecutado; un
costal que se vació hizo caer a los de arriba sobre la pierna contraída. Toral estaba muerto. Cayó ya muerto. Murió en el aire. No era necesario
el tiro de gracia, pero fue ordenado. Y el capitán Rodríguez Rabiela, con el
brazo suelto, hizo un disparo. Los que presenciaron el fusilamiento se
acercaron al cadáver. En esos instantes el señor Rafael Soto se acercó, sacó de
su pecho un relicario en que llevaba los Oleos Sagrados y los aplicó en la
frente y en el pecho a José de León Toral. Habiéndose manchado de sangre ambas manos, sacó un pañuelo, se limpió y
procuró alejarse de aquel sitio. Denotaba su fisonomía una violentísima
impresión moral. Un celador lo vio y lo detuvo:
-¿Qué lleva allí? ... ¡A ver ese pañuelo!
-Sólo me he limpiado las manos... 'Vea usted, también Al llegar
a esta parte Efrén exclamó:
-¡Caramba! Cómo no estuvimos nosotros allí.
Este segundo grupo fue duramente castigado por la policía montada, que
cargó contra él en formación cerrada, y por los bomberos que esgrimieron sus
hachas. Parte de la multitud se arrojó a la zanja que corre a un lado de la calzada,
otros brincaron las alambradas del derecho de vía de los trenes eléctricos, y
desde ahí, aprovechando el balasto de los rieles, apedrearon a los contrincantes.
Fueron aprehendidas numerosísimas personas. El mismo día daban los diarios la
noticia de que el Tren Olivo, donde viajaba el presidente Portes Gil rumbo a la
Metrópoli, había sido dinamitado, y se habían volcado la locomotora y dos
coches del Tren Presidencial. Otras varias noticias denotaban gran actividad de
nuestros grupos armados.
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