22 DE JULIO
SANTA MARIA MAGDALENA
(penitente)
Epístola – Cánt; III, 2-5; VIII, 6-7
Evangelio – San Lucas; VII, 36-50
Santa María Magdalena ha
escogido la mejor parte. Es patrona y modelo de almas contemplativas. Los
santos, los místicos, los pecadores tocados por la gracia, gustan leer las páginas
del Evangelio que revelan su amor a Jesús y el amor de Jesús hacia ella. Entre
los autores espirituales que han calado más hondo en el misterio de esta divina
intimidad se distingue el piadoso y sabio cardenal Berulle. Entreguémosle hoy
nuestro corazón y nuestro espíritu para unirlos a los suyos en esta elevación.
ELEVACIÓN A
JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR SOBRE LA
CONDUCTA DE SU
ESPÍRITU Y DE SU GRACIA PARA CON
SANTA
MAGDALENA
ELECCIÓN DIVINA. —
En tu morada sobre la tierra, oh Jesús, Señor mío, y en la dichosa vida que
tuviste en el mundo por espacio de tres años, como Mesías de la Judea y como
Salvador del mundo, obraste muchos milagros, concediste muchas gracias y
elegiste muchas almas para atraerlas en pos de ti. Pero la elección más rara de
tu amor, el más digno objeto de tus favores, la obra maestra de tus gracias, el
mayor de tus milagros le obraste en ella.
CONVERSIÓN DE LA
MAGDALENA. — Cuando caminabas por la tierra realizando
tus obras maravillosas, oh Señor, miraste a muchas almas, pero tus más dulces
miradas, oh sol de justicia, y tus rayos más poderosos fueron para esta alma. La
sacaste de la muerte a la vida; de la vanidad a la verdad; de la creatura al
Creador y de ella a ti mismo. Transportaste tu espíritu al suyo y en un momento
derramaste en su corazón un torrente de lágrimas que caen a tus pies y los
riegan, y hacen un baño saludable que lava santa y suavemente a esta alma
pecadora que las derrama. La diste en un instante una gracia tan abundante que
comienza donde las otras a penas acaban, de modo que, desde el primer paso de
su conversión, se encuentra en la cumbre de la perfección, gozando de amor tan
profundo que fué digna de recibir la alabanza de tu sagrada boca, cuando te
dignaste defenderla de sus émulos y terminar su justificación con estas dulces
palabras: "Amó mucho." He aquí los primeros homenajes rendidos a esos
santos pies, y manantial de santidad desde que caminan sobre la tierra para la
salvación del mundo y gloria del Padre. Y he aquí también las primeras gracias
y favores emanados de esos divinos pies. Estos pies son sagrados y divinos, son
suaves y adorables, son también divinos; y no obstante se emplearon, se
fatigaron por los pecadores y serán un día taladrados para derramar la sangre
que lavará al mundo. De estos sagrados pies mana ahora una fuente de gracia y
pureza para esta alma privilegiada, una de las más principales en seguir y amar
a Jesús. Y de este Corazón humillado, o mejor dicho, clavado a sus pies
divinos, sale una fuente de agua viva que lava la pureza misma al lavar los
pies de Jesús. Dos manantiales y admirables arroyos: una de estas fuentes sale
de los pies de Jesús y corre hasta la Magdalena y la otra sale del corazón de
la Magdalena y va hasta los pies de Jesús; dos fuentes vivas y celestiales, y
celestiales en la tierra, porque la tierra es también un cielo, puesto que
Jesús está en la tierra. Este corazón pues de Magdalena, impuro en otro tiempo,
es ahora un corazón puro y celestial y de él sale agua viva adecuada para lavar
a Jesús. Y por eso Jesús se complace en este bafio como en un baño que le es
querido y delicioso, que enaltece a la Magdalena y reprocha al fariseo.
LA UNCIÓN EN
BETANIA. — El tiempo de tu muerte se acerca,
abandonas Galilea por última vez, vas a Jerusalén para subir a la cruz,
quisiste dedicar la última semana de tu vida para vivir en Betania, donde
moraban estas santas mujeres Marta y María Magdalena, para emplear tus últimas
horas en conversar con estas almas santas. Allí se concentra y se renueva el amor
de Magdalena; de nuevo allí se postra a tus pies, allí te cubre y te anega con
sus aguas perfumadas y mientras Judas no tiene otros pensamientos que de odio,
ella piensa en amarte y entregarte su corazón y sus perfumes; allí, como lo afirmas
tú mismo, anticipa con esta unción tu sepultura; allí t,e entierra vivo,
ignorante de lo que haces; pero tú lo sabías en su lugar y tú nos lo enseñabas
en tu evangelio, era su amor más activo que reflexivo; y por su humilde y santa
ignorancia, nos enseña a seguir con docilidad los movimientos del Espíritu
Santo, sin ver, sin examinar las causas y los fines con que se nos dan. Mas tu
espíritu, oh Jesús, me descubre otro misterio encerrado en éste; hay como una
lucha secreta entre Ti y Magdalena, una lucha de honor y de amor, pugilato
feliz entre dos personas tan desiguales, es cierto, pero que están tan unidas
en el amor como en los mismos fines e intenciones. Cuando estés muerto en el
sepulcro de José, querrá ungirte Magdalena, pero entonces tú te adelantarás
resucitando antes que llegue. Su amor es sutil, no quiere dejarse engañar, pero
tu amor es más fuerte y no puede ser vencido; se adelanta ella ahora con la
fuerza de su amor lo mismo que entonces le tomarás tú la delantera con el poder
de tu vida resucitada y de tu gloria; te quiere ungir y sepultar, mas como no
quieres ser ungido por ella cuando mueras, te quiere ungir y sepultar desde
ahora, quiere enterrarte vivo en vida tuya, enterrarte en este banquete, y tú cedes
a sus deseos, a sepultarte en sus perfumes y sepultarte aún más en su corazón y
en su alma, sepulcro para ti delicioso y vivo.
AL PIE DE LA CRUZ. —
Pero dejemos este banquete y vayamos al pie de la cruz, que está tan cerca de
él y encontraremos allí a Magdalena pegada a ella, mientras Jesús está
crucificado en ella. No tiene vida allá más que en la cruz y no siente otra
cosa que los dolores de su Salvador. Este es su vida, y, puesto que está en la
cruz, su vida está en la cruz. No le han puesto allí los judíos, sino que es su
amor quien le pone y con lazos más fuertes y más santos que los que se hallan
en manos de estos bárbaros. Al pie de esta cruz eleva sus ojos y su alma a
Jesús; no pueden las tinieblas que cubren la tierra quitar su vista de alli. El
sol, por cierto, se halla como temeroso de comunicar sus rayos, al ver al Padre
de la luz ensombrecido con tantas desgracias. La tierra se ha cubierto con su infidelidad;
pero estas tinieblas no pueden cubrir a Jesús ni a la Magdalena. El sol se ha
eclipsado no es el sol de esta alma; tiene otra luz distinta de la suya y Jesús
es sol de la Magdalena, que nunca se eclipsa en su corazón. Es más brillante en
ella que lo fué nunca; la ilumina en sus tinieblas y moribundo en la cruz
permanece vivo para ella; vive y obra en ella, aun en su muerte. Bástenos decir
que cuanto más digno es el objeto de nuestro amor, mayor será nuestro amor,
mayor también nuestro dolor, ya viendo sufrir, ya estando separado de aquél que
amamos. Pues todo esto se encuentra en Magdalena al pie de la cruz y aún con
exceso y con toda perfección. Porque nunca se podrá encontrar un objeto más
digno de amor que Jesús, y Jesús paciente y sufriendo penas inauditas, y
sufriéndolas por amor. Y lo que aumenta aún más el amor y el dolor, es que este
sufrimiento, por fin, nos arrebata a Jesús. Entre todos los discípulos de Jesús,
no hubo allí un alma más fiel y constante en el amor que la Magdalena, ni entre
los pecadores de la tierra, un corazón más noble y mejor dispuesto a recibir el
sello del amor celestial.
LA MUERTE DE
JESÚS. — Pero Jesús muere en esta cruz y Magdalena no muere;
porque al morir le da la vida y queda impreso en su corazón, como en cera
derretida por el calor de sus rayos. Graba en ella, en los estertores de la
agonía de esta vida moribunda, de esta muerte viviente, su vida, su cruz, su
muerte y su amor; y este amor es siempre vivo y vivificante en ella. Porque Jesús
es vida y amor a la vez; pero amor vivo y vivo en la misma muerte. Pues aún
cuando Jesús muere, el amor que está en Jesús no muere; este amor, que hace
morir a Jesús, no muere de ningún modo; este amor, que hace morir a Jesús, no
puede morir, antes por el contrario, es viviente, dominante y triunfante en la muerte
misma de Jesús. Esta muerte es la vida y el triunfo de este amor que vive y
reina en las llamas. Se ha dicho que el amor es fuerte como la muerte; digamos
más bien que el amor, que dominaba en Jesús, es más fuerte que la vida de Jesús
y que la muerte misma de Jesús; porque el amor hace morir a Jesús y la muerte
de Jesús no hace morir al amor de Jesús. Este amor es viviente y triunfante en
Jesús muerto, y hace vivir a la Magdalena; es su vida, es su amor y por eso no
muere en la muerte de Jesús; al no morir, ella es crucificada, porque su amor
es crucificado y él la crucifica también y la crucificará treinta años seguidos
de otro modo y en otra montaña distinta del Calvario 1. Al entregar su corazón
a Jesús, a su cruz, a su amor, ella adora la orden rigurosa del Padre Eterno,
que acaba la vida de su Hijo único en los tormentos de la cruz.
MAGDALENA BUSCA A
JESÚS. — Durante tu vida pública en Judea, es la primera que te
ha buscado por amor. Tú buscaste a los unos, y los otros te buscaban por sus
necesidades particulares y sus grandes necesidades, buscando más tus milagros
que a ti mismo. Pero Magdalena no te busca más que a ti, y no busca sino el
milagro de tu amor; y por eso le haces a ella un milagro de amor en la tierra,
y ahora quieres que sea ella la primera que te vea inmortal y glorioso. Los
discípulos y apóstoles te siguieron fielmente; pero ellos han sido llamados, y
llamados sin que pensasen en ti. Esta te busca, te sigue, sin ser llamada por
ti, por palabra alguna que la atraiga y que vaya dirigida a ella, como sucedió a
otras; es más, está ella a tus pies, y no parece que tu la conocieses y que la
mirases, ni que pensases en ella, pues tan grande es el poder secreto que la
atrae y que la une a ti. Y ahora quieres que sea la primera que oiga tu voz, la
que escuche la primera palabra salida de tu boca sagrada, y que reciba el
encargo tan honroso de anunciar tu gloria a los apóstoles. Por eso quieres, oh
rey de la gloria, honrar en la tierra y en el cielo a la que te amó tanto y que
se puso a tus pies para adorarte.
MAGDALENA VE A
JESÚS. — Pero un amor tan grande no puede sufrir dilaciones.
Dichas estas dos palabras, se manifiesta, descubre su gloria, la devuelve su
juicio, la abre los ojos y ve vivo al que busca muerto y se vuelve loca de
alegría, de amor y de luz en presencia de Jesús, en presencia de este sol vivo.
De este modo la primera obra de Jesús en su resurrección es poner en un nuevo
estado de gracia en Magdalena, es una vida nueva en esta alma a los ojos de
Jesús. El ha resucitado y por eso crea como una resurrección de estado de vida y
de amor en ella. Bendito seas, oh Jesús, de haber enjugado así sus lágrimas y
convertido su dolor en alegría, y de haber empleado ese hermoso nombre de María,
el solo nombre de María para tal abundancia de amor y de luz. Empleaste tu
persona, tu voz y tus palabras al decirla: Mujer, ¿porqué lloras? ¿A quién
buscas? Mas todo fué en vano; porque a pesar de ello, no conocía a quien
buscaba, al que estaba presente a ella y que la dirigía estas amables frases.
Pero cuando pronuncias el dulce nombre de María, el solo nombre de María, se
abren sus ojos como a los discípulos del Emaús en la misteriosa fracción del
pan. Este nombre tenía demasiada simpatía para Jesús por su santa Madre y
también por la persona de esta discípula santa, para no juntar al punto dos
corazones y almas tan próximos y tan preparados al amor santo y mutuo del uno
para con el otro. Favorece a Magdalena el tener ese hermoso nombre de María; y
el Dios bendito, que bendice todo en sus santos, quiere bendecir este nombre
santo y venerable y quiere emplearle en la primera obra de su vida resucitada,
y mediante él dar a conocer su nueva vida y su gloria.
MAGDALENA, APÓSTOL
DE LOS APÓSTOLES. — La primera misión que das, y, si me es
permitido hablar así, la primera bula y patente que expides en tu estado
glorioso y de poder, se la confias a ella, haciendo de ella un apóstol, pero apóstol
de vida, de gloria y de amor; y apóstol de tus apóstoles. Hace tiempo que les
hiciste apóstoles, Señor, mas fué durante tu vida mortal; escogiste a doce pero
haciéndoles tus apóstoles para el mundo, para anunciar tu cruz y tu muerte;
haces aquí a Magdalena apóstol en tu estado de gloria, y en ese estado la
escoges a ella sola como apóstol y apóstol de tu sola vida, porque sólo anuncia
y pregona tu vida, tu poder y tu gloria. Y la haces apóstol no para el mundo
sino para los apóstoles mismos del mundo y para los pastores universales de tu Iglesia,
pues tanto te complaces en proclamar el honor y el amor de esta alma. Dirijamos
nuestras súplicas a la que el Señor amó tanto y honró. Pidamósla con fervor que
nos descubra los secretos del amor divino.
PLEGARIA A SANTA MARÍA MAGDALENA. — ¡Quién pudiera
estar en presencia de Jesús y tener entrada en su amor por tu mediación, oh
Magdalena! Ojalá borremos nuestras faltas y lavemos nuestras manchas como tú lo
hiciste, recibiendo indulgencia plenaria de su boca y escuchando aquellas
palabras: ¡Tus pecados te son perdonados! Ojalá me hiera con su amor como te
hirió a ti y me diga un día estas consoladoras palabras: ¡Has amado mucho! Sea
yo, pues, amigo del retiro, alejado de los cuidados y diversiones humanas,
haciendo mía la mejor parte. Sea separado yo de todo y de mí mismo más que de
nadie, para pertenecerle todo a él, para imitar tu silencio, tu olvido de ti
mismo y tus elevaciones divinas. Sea yo pronto en escuchar la voz de Jesús y sus
inspiraciones. No se acerque a mí el espíritu del error y de la ilusión, como
no osaron los espíritus malos acercarse a ti desde que te acercaste a Jesús,
obligados a alejarse y a respetar la presencia, el poder, la santidad del
espíritu de Jesús que residía en ti. Participe yo de esa pureza de corazón y de
alma, pureza incomparable que recibiste del Hijo de Dios cuando estabas a sus
pies; pureza no humana ni angélica sino divina y salida también del hombre Dios
en honor de su humanidad viviente en la pureza, en la santidad, en la divinidad
del ser increado. Seamos fieles y constantes en su amor, inseparables de él,
como nada ni su cruz, ni su muerte, ni el furor de sus enemigos ni el de los
demonios pudieron apartarte un ápice de él; porque si pudieron separar el alma
de Jesús de su precioso cuerpo no lograron separar el alma de Magdalena del
cuerpo, del alma y del espíritu de Jesús; y siempre está ella a su lado ya vivo
y sufriendo en la cruz, ya muerto, ya enterrado en el sepulcro. El cielo sólo es
quien te arrebata a Jesús y el poder del Padre Eterno quien lleva consigo y a
la gloria a su Hijo; pero arrebatándotele te le devuelve secretamente, y te le
devuelve para siempre jamás en la plenitud y en la claridad de la gloria. ¡Oh
humilde penitencia! ¡Oh alma solitaria! Oh divina amante y amada de Jesús, haz
por tus oraciones y por tu poder en su amor, que sea yo herido de este amor,
que mi corazón no descanse sino en su corazón; que su espíritu no viva más que
en su espíritu, y que seamos todos para él libres y cautivos a la vez, libres
en su gracia y cautivos en el triunfo de su amor y de su gloria. Amémosle,
sirvámosle, adorémosle y sigámosle con todas nuestras fuerzas y que, en ñn,
estemos contigo y con él para siempre.
Nota sobre María Magdalena . — El
Martirologio al anunciar la fiesta de Santa Magdalena dice "que el Señor
arrojó de ella siete demonios y que mereció ver la primera al Salvador
resucitado". El Evangelio incluye su presencia en el Calvario en el grupo
de las Santas Mujeres. Su nombre indica que era originaria de Mágdala,
pueblecito situado al norte de Tiberiades, en la ribera oeste del lago del
mismo nombre. Después de haber sido libre de los demonios, formó parte del grupo
que acompañaba al Señor y le servía. La liturgia Romana la identifica con
María, hermana de Lázaro (véase la Colecta) y de Marta. Era la que escuchaba al
Señor mientras que su hermana se ocupaba de los trabajos de la cocina y la que,
la víspera del Domingo de Ramos, ungió la cabeza y los pies de Cristo con óleo
balsámico. La identifica también ella con la pecadora anónima cuya conversión
nos cuenta San Lucas, en el capítulo séptimo de su Evangelio durante el convite
en casa de Simón el fariseo. Los Padres han dudado bastante si se debían
reconocer en el Evangelio 1 tres Marías: María de Betania, María de Mágdala y
una pecadora anónima, o si era preciso no ver en él más que una santa: María Magdalena.
Las liturgias orientales distinguen, los mismo que los Evangelios, tres
personas: San Gregorio el Grande les confunde y su opinión ha llegado a ser universalmente
aceptada en Occidente desde el siglo VII, en Oriente desde el ix. Los modernos
exegetas tienden a admitir tres personas diferentes. Los que prefieren esta
opinión en manera alguna sentirán embarazada su devoción con los textos que la
Liturgia de este día les ofrece (Misal y Breviario); encontrarán en la pecadora
anónima la manisfestación del amor contrito, en la Magdalena el amor que busca,
y en María de Betania el amor que posee y que goza. Debemos abandonar la
leyenda que hace ir a Santa Magdalena a Francia, aunque hay que advertir que se
la ha honrado mucho en esa nación. La Iglesia abacial de Vezelay le está
dedicada y se cree que posee sus reliquias desde el siglo XI. A partir del
siglo XIII se va en peregrinación en su honor al santuario de la Sainte-Baume.
Por último, en San Maximino (Var) se encuentra un sarcófago antiguo acompañado
de una inscripción fechada en 710, donde se asegura que el cuerpo de María
Magdalena fué escondido en este lugar para sustraerle a las pesquisas de los
sarracenos.
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