Carta Pastoral n° 21
DESPUÉS DE LA ELECCION AL
GENERALATO
El 26 de julio, los miembros del Capítulo
General me designaron sucesor del R.P. Griffin en el cargo de Superior General.
Esa misma noche, en Roma, me venía la respuesta oficiosa del Santo Padre, que
bendecía el voto de los capitulares.
Así se me presentaron, en menos de 24 horas y
por caminos que se imponían como providenciales, la dolorosa separación de la
diócesis de Tulle -a la que estaba profundamente ligado y que no merecía tener
un obispo tan efímero- y una grave responsabilidad en el horizonte, como la de
dirigir una familia religiosa cuya vitalidad y santidad tienen una repercusión
tan importante para millones de almas que la Iglesia le confía. Felizmente el mismo San Pablo afirmó varias
veces que no podemos nada por nosotros mismos, y que podemos todo en Dios: “Tal
confianza para con Dios la tenemos por Cristo; no porque seamos capaces por
nosotros mismos de pensar cosa alguna como propia nuestra, sino que nuestra
capacidad viene de Dios” (II Corintios, III, 4-5).
El Capítulo, que ha manifestado esta ayuda
constante de Nuestro Señor, encontrará ecos sin tardar. Deseamos vivamente que
los efectos de las resoluciones que han sido adoptadas se hagan sentir
rápidamente. Sería demasiado extenso brindarles aquí un resumen sucinto de
todos los votos y proyectos formulados en el curso de estas semanas de trabajo
en común. Los tendré al tanto en mis próximas cartas.
Pero lo que nos reconfortará será saber que la
caridad más grande y la unión se han manifestado en el curso de estas jornadas
tan importantes para la Congregación. Que Dios sea alabado y que nuestros
predecesores sean felicitados. Luego de darles, hace dos días, mi adiós
definitivo a los diocesanos de Tulle, en ocasión de la peregrinación a Roma,
donde tuve la satisfacción de acompañarlos, me veo desde ahora entregado
totalmente a mi nueva tarea. Al asumirla, siento dos deseos que parecen un
tanto contradictorios: uno, es ser todo a todos y todo a cada uno de ustedes,
de ayudarlos y reconfortarlos según lo sientan de acuerdo a su estado y
función; y, por otra parte, pienso que es necesario liberarme de los detalles
demasiado individuales y particulares para interesarme principalmente en las
tareas esenciales y primordiales de la Congregación, seguir sin descanso la
santificación de los apóstoles para la salvación de sus almas y las de quienes
les son confiados, buscar que se multipliquen los enviados y darles toda la formación
necesaria para el cumplimiento de su apostolado, tal como se presenta hoy en
las regiones donde tendrán que dedicarse, adaptar la organización de la
Congregación a la obtención de estos fines esenciales, dado el número actual de
sus miembros, la diversidad de sus tareas y las peculiaridades de las
provincias.
Para cumplir con estos fines, no dudo que podré
contar con la buena voluntad de todos y, en particular, de mis colaboradores
más próximos. Por eso, como la Iglesia -que es la imagen de Dios- nos muestra
el ejemplo a lo largo del curso de la historia, debemos mantener con firmeza
los principios fundamentales y absolutos que condicionan la vida misma de la
Congregación, es decir, nuestra fe en Nuestro Señor, en Pedro, en la Iglesia,
en la obra de nuestros fundadores aprobados por la Iglesia, y tendremos que
mirar resueltamente al presente y al futuro para mantener y desarrollar
relaciones vitales con las almas encarnadas en circunstancias de tiempo, lugar,
vida familiar, social y política que no son las
mismas de ayer. Sin embargo, estoy persuadido de que el cumplimiento de estas
tareas esenciales de la Congregación serán una ocasión frecuente de estar más
cerca de ustedes. He aquí mis grandes preocupaciones y tareas.
Un primer medio de estar cerca de cada uno de
ustedes es la hojita impresa que les llega a todos. El boletín general siempre
ha difundido los avisos del mes del Superior General. Sin embargo, no dudaré en
hacer aparecer la carta del Superior General en separatas, traducidas a los
diversos idiomas, a fin de que todos puedan aprovechar estas exhortaciones y
directivas que, con la gracia de Dios, podrán serles útiles. Es un primer medio
de estar presente; hay otros, como los contactos regulares tomados con quienes
la Providencia coloca para guiarlos: los Obispos, los Superiores provinciales y
principales. Siempre se preverán reuniones y se sugerirán entrevistas a estos
superiores, a fin de ayudar en sus tareas a todos los obreros apostólicos que
nos son confiados. Por último, sobre todo la oración incesante y la caridad
será lo que nos venga del Espíritu Santo para que estemos constantemente unidos
trabajando por la gloria de Dios y la salvación de las almas, cada uno en su
lugar. Me encomiendo a las oraciones de
todos, para obtener de Nuestro Señor, por el Corazón Inmaculado de María, las
gracias necesarias para cumplir mi tarea según los deseos de Dios. Que los
Padres no olviden celebrar la Misa mensual por las intenciones del Superior
General; que nuestros queridísimos hermanos se junten con los sacerdotes en el
Santo Sacrificio de la Misa para interceder en favor de estas mismas
intenciones.
Entre estas indicaciones, señalamos
especialmente en testimonio de apostolado y fraternal reconocimiento: que Dios
se digne bendecir al R.P. Griffin, nuestro predecesor, y a los miembros del
Consejo General precedente, por toda la dedicación que han manifestado para con
nuestra querida Congregación en el curso de estos últimos 12 años.
Que el
Señor los bendiga y la Virgen María los guarde.
(año 1962)
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