En un mundo tan avanzado en la tecnología, pero tan bajo en la espiritualidad dado al poco interés de la Iglesia actual en enseñar y, sobre todo, en practicar esta hermosa virtud de la humildad. No podemos mas que deplorar con dolor cuantas almas no practicamos esta virtud sin la cual es difícil agradar a Dios. Quiera Dios, en su infinita bondad, alcanzarnos la gracia de meditar estas palabras del gran santo fiel imitador de Nuestro Señor Jesucristo.
Ya había
redactado casi la mitad de este tratado cuando se me ocurrió confirmar y
corroborar una afirmación, citando aquel pasaje el Evangelio en el que el Señor
confiesa su ignorancia sobre el día del juicio. Y cometí una imprudencia; pues
luego caí en la cuenta de que el Evangelio no se expresa así. El texto dice tan
sólo: Ni el Hijo lo sabe. Yo, en cambio, autosugenstionado y sin intención de
presionar, no recordaba la expresión exacta, sino sólo el sentido; por eso
escribí: Ni el Hijo del hombre lo sabe.
Al
comenzar la siguiente discusión, traté de probar su autenticidad, partiendo de
una afirmación en contra de la verdad. Pero, como no me dí cuenta de este error
hasta mucho después de haber dado el libro a publicidad y de haber sido
transcrito por muchas personas, no he encontrado más solución que hacer esta
retractación; dado que, por estar esparcido en tantos manuscritos, no me ha
sido posible atajar dicho error.
En otra
ocasión manifesté una opinión sobre los serafines, que nunca he oído ni leído.
Advierta el lector la prudencia del autor, que se expresa diciendo: “pienso”.
No quería proponer más que una simple opinión de aquello cuya veracidad no he
podido demostrar en la Escritura.
En fin,
incluso puede discutirse la oportunidad del título, “Sobre los grados de
humildad”, dado que describo más los grados de soberbia. Aquí cargarán las
tintas los menos inteligentes o los que hacen caso omiso a los motivos del
título. Al final del tratado intento justificarlo muy escuetamente.
PREFACIO
Me
pediste, hermano Godofredo, que te pusiese por escrito y con relativa extensión
lo que prediqué a los hermanos sobre los grados de humildad. He intentado
satisfacer tu ruego como se merece, aunque con temor de no poder realizarlo. Te
confieso que nunca se apartaba de mi mente el consejo del Evangelio. no me
atrevía a comenzar sin detenerme a pesar si contaba con medios para llevarlo a
cabo.
Y cuando
la caridad ya había arrojado lejos este temor de no poder rematar la obra, me
invadió otro de signo contrario. En caso de terminar, me acecharía el peligro
de la vanagloria, peligro mucho más grave que el mismo desprecio de no
acabarlo. Por eso, entre el temor y la caridad, como perplejo ante dos caminos,
estuve dudando largo tiempo sobre cuál de ellos debería tomar. Me temía que, si
hablaba útilmente de humildad, podría dar la sensación de no ser humilde; y
que, si callaba por humildad, podría ser tachado de inútil.
No me
fiaba de ninguno de estos dos caminos, pero me veía obligado a tomar uno. Me
pareció mejor compartir contigo el fruto de mis palabras que permanecer seguro,
yo solo, en el puerto de mi silencio. Confío que, si por casualidad digo algo
que te agrade, tu oración conseguirá que no me envanezca de ello. Y si, por el
contrario -lo que parece más normal-, no llego a redactar algo digno de tu
talento, entonces ya no tendré motivo alguno par ensoberbecerme.
VENTAJAS QUE REPORTAN LOS GRADOS ASCENDENTES
Antes de empezar a hablar de los grados de humildad que propone San Benito, no para enumerarlos, sino para subirlos, quiero mostrarte, si puedo, adónde nos llevan. Así, conocido de antemano el fruto que no espera a la llegada, no nos abrumará el trabajo de la subida.
Cuando
el Señor dice: Yo soy el camino, la
verdad y la vida, nos declara el esfuerzo del camino y el premio sin
esfuerzo. A la humildad se le llama camino que lleva a la verdad. La humildad
es el esfuerzo; la verdad, el premio al esfuerzo. ¿Por qué sabes?, dirás tú,
que este pasaje se refiere a la humildad, siendo así que dijo de un modo
indefinido: ¿Yo soy el camino? Escúchalo más concretamente: Aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón.
Se
propone como ejemplo de humildad y como modelo de mansedumbre. Si lo imitas, no
andas en tinieblas, sino que tendrás la luz de la vida. Y ¿qué es la luz de la
vida sino la verdad? La verdad ilumina a todo hombre que viene a este mundo;
indica dónde está la vida verdadera. Po eso, al decir: Yo soy el camino y la verdad, añadió: y la vida. Como si dijera: Yo
soy el camino, que llevo a la verdad; yo soy la verdad, que prometo la vida; yo
soy la vida, y la doy; pues dice él mismo: Esta es la vida eterna, que te
conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.
Mas si
tú dices: “Veo perfectamente el camino, la humildad; deseo el fruto, la verdad;
más, ¿qué haré si el esfuerzo del camino es tan pesado que no puedo llegar al
premio deseado?” Él te responde: Yo soy la vida, el viático de donde sacarás
energías para el camino.
El Señor
grita a los extraviados y a quienes ignoran el camino: Yo soy el camino; a los
que dudan y a quienes no creen: Yo soy la verdad; y a los que ya suben
arrastrando su cansancio: Yo soy la vida. Me parece que en el pasaje propuesto
queda suficientemente claro que el conocimiento de la verdad es fruto de la
humildad.
Fíjate
además en estos textos: Yo te alabo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas -sin
duda haciendo referencia a los secretos de la verdad- a los sabios y prudentes,
esto es, a los soberbios, y se las has revelado a los pequeños, es decir, a los
humildes. También aquí se inculca que la verdad se esconde a los soberbios y se revela a los
humildes.
Capítulo 2
La
humildad podría definirse así: es una virtud que incita al hombre a menospreciarse ante la clara luz
de su propio conocimiento. Esta definición es muy adecuada para quienes se
han decidido a progresar en el fondo del corazón. Avanzan de virtud en virtud,
de grado en grado, hasta llegar a cima de la humildad. Allí, en actitud
contemplativa, como en Sión, se embelesan en la verdad; porque se dice que el
legislador dará su bendición. El que promulgó la ley, dará también la
bendición; el que ha exigido la humildad, llevará a la verdad.
¿Quién
es este legislador? Es el Señor amable y recto que ha promulgado su ley para
los que pierden el camino. Se descaminan todos los que abandonan la verdad. Y
¿van a quedar desamparados por un Señor tan amable? No. Precisamente es a éstos
a los que el Señor, amable y recto, ofrece como ley el camino de la humildad.
De esta forma podrán volver al conocimiento de la verdad. Les brinda la ocasión
de reconquistar la salvación, porque es amable. Pero, ¡Atención!, son
menoscabar la disciplina de la ley, porque es recto. Es amable, porque no se
resigna a que se pierdan; es recto, porque no se le pasa el castigo merecido.
Esta
ley, que nos orienta hacia la verdad, la promulgó San Benito en doce grados. Y
como mediante los diez mandamientos de la ley y de la doble circuncisión, que
en total suman doce, se llega a Cristo, subidos estos doce grados se alcanzan
la verdad.
El mismo
hecho de la aparición del Señor en lo más alto de aquella rampa que, como tipo
de la humildad, se le presentó a Jacob, ¿no indica acaso que el conocimiento de
la verdad se sitúa en lo alto de humildad? El Señor es la verdad, que no puede
engañase ni engañar. Desde lo más alto de la rampa estaba mirando a los hijos
de los hombres para ver si había alguno sensato que buscase a Dios. Y ¿no te
parece a ti que el Señor, conocedor de todos los suyos, desde lo alto está
clamoreando a los que le buscan: Venid a mí todos los que me deseáis y saciaos
de mis frutos; y también: Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados,
¿que yo os daré respiro?
Venid,
dice. ¿Adónde? A mí, la verdad. ¿Por dónde? Por la humildad. ¿Provecho? Yo os
daré respiro. ¿Qué respiro promete la verdad al que sube, y lo otorga al que
llega? ¿La caridad, quizá? Sí, pues, según San Benito, una vez subidos todos
los grados de la humildad, se llega en seguida a la caridad. La caridad es un
alimento dulce y agradable que reanima a los cansados, robustece a los débiles,
alegra a los tristes y hace soportable el yugo y ligera la carga de la verdad.
La
humildad tiene también sus complementos en esta misma mesa. El pan del dolor y
el vino de la compunción es lo primero que la verdad ofrece a los incipientes,
y les dice: Los que coméis el pan del dolor, levantaos después de haberos sentado.
Tampoco
a la contemplación le falta el sólido alimento de la sabiduría, amasado con
flor de harina, y el vino que alegra el corazón del hombre; con él, la verdad
obsequia a los perfectos, y les dice: Comed, amigos míos, bebed y embriagaos,
carísimos. La caridad, nos dice, es el plato principal de las hijas de
Jerusalén; las almas imperfectas, por ser todavía incapaces de digerir aquel
sólido manjar, tienen que alimentarse de leche en vez de pan, y de aceite en
lugar de vino. Y con toda razón se sirve asía la mitad del banquete, pues su
suavidad no aprovecha a los incipientes, que viven en el temor; ni es
suficiente a los perfectos, que gustan la intensa dulzura de la contemplación.
Los
incipientes, mientras no se curen de las malas pasiones de los deleites
carnales con la purga amarga de temor, no pueden experimentar la dulzura de la
leche. Los perfectos ya han sido destetados; ahora, eufóricos, se alegran de
comer ese otro manjar, anticipo de la gloria. Sólo aprovecha a los que están en
el centro, a los proficientes, quienes ya han experimentado su agradable
paladar en algunos sorbos. Y se quedan contentos sin más, por causa de su
tierna edad.
El
primer plato es, pues, el de la humildad, una purga amarga. Luego, el plato de
la caridad, todo un consuelo apetitoso. Sigue el de la contemplación, el plato
fuerte. ¡Pobre de mí! ¿hasta cuándo, Señor, ¿vas a estar siempre enojado contra
tu siervo que te suplica? ¿Hasta cuándo me vas a estar alimentando con el pan
del llanto y ofreciéndome como bebida las lágrimas a tragos? ¡Quién me invitará
a comer de aquel último plato, o al menos del sabroso manjar de la caridad, que
se sirve a mitad del banquete! Los justos los comen en presencia de Dios
rebosando de alegría. Entonces ya no debería pedirle a Dios con amargura del
alma: ¡no me condenes! Todo lo contrario, al celebrar el convite con los ázimos
de la pureza y de la verdad, cantaría alegre en los caminos del Señor porque la
gloria del Señor es grande.
Bueno
es, por tanto, el camino de la humildad; en el se busca la verdad, se encuentra
la caridad y se comparten los frutos de la sabiduría. El fin de la ley es
Cristo; y la perfección de la humildad, el conocimiento de la verdad. Cristo,
cuando vino al mundo, trajo la gracia. La verdad, cuan se revela ofrece la caridad.
Pero siempre se manifiesta a los humildes. Por ello, la gracia se da a los
humildes.
En
cuanto me ha sido posible, acabo de exponer el fruto que nos aguarda al final
de la subida a través de todos los grados de humildad. Ahora, si me es posible,
voy a referirme me al orden con que estos grados nos orientan hacia el premio
tan apetecible de la verdad.
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