Mientras que Estados Unidos se dirige inexorablemente hacia la guerra civil, el presidente Joe Biden se apoya en los creyentes de izquierda de diferentes confesiones. Biden ve a los electores de Trump como pobres gentes que han perdido la fe y a quienes él tiene que volver a meter en el “buen camino”. A fuerza de manipular las religiones, el Partido Demócrata está dividiendo el país, pero no entre confesiones diferentes sino en función de una particular concepción de la fe. El presidente Joe Biden pretende guiar a todos los estadounidenses por el sendero trazado por Barack Obama. Pero en vez de ser un factor de apaciguamiento, está radicalizando el debate político.
Ya he presentado antes aquí a los partidarios de la cultura «woke» [1] estadounidense como «puritanos sin Dios». Con eso
he querido hacer notar que muchos de ellos no creen en Dios.
Hoy quisiera rectificar esa descripción abordando aquí la impronta
que han dejado los creyentes en la izquierda estadounidense. Es este
un tema que no se ha tratado mucho en Estados Unidos
[2] y que ha sido totalmente ignorado
en Europa, donde siempre se silencian los aspectos más chocantes de
las creencias religiosas del amo estadounidense.
En primer lugar, es importante precisar el contexto:
§
Estados Unidos,
según su mitología nacional, fue fundado por una secta puritana –los llamados
«Padres Peregrinos», que llegaron a América en el buque Mayflower.
Los miembros de esa secta abandonaron Inglaterra, cruzaron el Atlántico,
llegaron a un continente casi vacío trayendo su propia exigencia de
pureza y construyeron en ese continente una «ciudad sobre la colina»
para que iluminara el mundo. Hoy en día Estados Unidos es
el campeón de la libertad religiosa en todo el mundo… pero
no de la libertad de conciencia –el testimonio de un renegado
contra su antigua iglesia no tiene valor ante un tribunal.
§ Durante la guerra fría,
el presidente Eisenhower posicionó a Estados Unidos como el campeón
de la Fe ante el «comunismo sin Dios» de los soviéticos.
Eisenhower hizo que se distribuyera propaganda «cristiana» entre
los soldados estadounidenses, instaló en el Pentágono el grupo de oración
ecuménica que hoy se conoce como «The Family»
(La Familia) y extendió esa práctica al resto del mundo occidental.
Todos los jefes del Estado Mayor conjunto estadounidense han sido
miembros de «The Family» y siguen siéndolo actualmente,
al igual que numerosos jefes de Estado y jefes de gobierno
extranjeros.
§
Finalmente, después de
la disolución de la Unión Soviética, los estadounidenses comenzaron a alejarse
de sus iglesias y hoy un 17% de la población de Estados Unidos
se identifica como agnóstica o incluso como atea. Al mismo tiempo,
en ese país está en constante aumento el número de creyentes que
no se identifican con ninguna iglesia en particular. El discurso
político ya no se dirige sólo a los creyentes de todas las
denominaciones religiosas sino a los creyentes de todas
las religiones, al igual que a los no creyentes.
Esta evolución pudo comprobarse por primera vez en 2012,
durante la convención del Partido Demócrata. La organización de numerosos
talleres de trabajo estuvo entonces en manos de los grupos religiosos,
sin que los textos presentados y aprobados mencionaran a Dios.
Lo que sucede es que el Partido Demócrata –consciente de que la población
estadounidense ya no es la misma– trata de adaptar su mensaje,
aunque sigue contando en sus filas una aplastante mayoría de creyentes.
Durante la campaña electoral previa a la elección presidencial
estadounidense de 2004, el candidato demócrata fue John Kerry, un
católico que había estado a punto de optar por la sotana. De hecho,
Kerry creyó que podía contar con los electores de su comunidad religiosa, pero
no fue así –los católicos de izquierda aún no estaban
organizados. La retórica de Kerry sobre el aborto fue considerada
chocante por el hoy arzobispo de San Luis, monseñor Raymond Leo
Burke, quien solicitó a la conferencia episcopal que negara a Kerry la
eucaristía. Finalmente, en 2007, después de la derrota de Kerry ante
George Bush hijo (que fue reelecto), el papa Benedicto XVI
declaró que políticos como Kerry –partidarios del aborto– de hecho
se ponían a sí mismos al margen de la Iglesia.
En 2008, la elección del candidato demócrata –presentada como una
victoria de las organizaciones negras– fue sobre todo una victoria aún mayor
de los cristianos de izquierda, mayoritariamente blancos. El director del
equipo de trabajo de Obama, John Podesta –activo militante católico–,
había reunido alrededor del candidato negro a los cristianos de izquierda de
todas las denominaciones –tanto protestantes como católicos– para garantizar
la llegada de Obama a la Casa Blanca.
De la misma manera, la adopción de la ley que obliga
los trabajadores a tener un seguro de salud –recurriendo a firmas
privadas– fue ante todo una victoria de los cristianos de izquierda sobre
los de derecha –los cristianos de izquierda llamaban a seguir
los preceptos de su religión mientras que los cristianos de derecha
clamaban por salvar los valores de esta. Es importante recordar
que Jesús siempre rechazó pronunciarse al respecto… pero predicó con
el ejemplo. Tampoco está demás observar que la opción legislativa de
Barack Obama no tenía nada de político y que nunca trató de saber
qué querían sus conciudadanos.
Barack Obama es poseedor de una extensa cultura religiosa, no sólo
cristiana sino también musulmana. No se sabe gran cosa sobre sus
creencias religiosas u opiniones sobre la fe, pero siempre trató de
proyectar una imagen de hombre respetuoso de todas las religiones, lo cual
le permitió posicionarse como una especie de sabio capaz de dirigirse a
los creyentes de todas las denominaciones y reunirlos a su alrededor.
Siendo presidente, Barack Obama reformó la oficina de
la Casa Blanca a cargo de las iniciativas basadas en la fe
(la White House Office of Faith-Based and Community Initiatives, también
identificada con las siglas OFBCI), oficina que había sido creada por
su predecesor, el republicano Bush hijo. Obama aseguró que las
subvenciones no se utilizarían para favorecer ninguna religión en particular
y puso en esa oficina al joven Joshua DuBois, para coordinar a los creyentes de
izquierda, a la cabeza de un consejo que se componía de las
principales figuras de esa tendencia:
§ la reverendo Traci Blackmon, para las cuestiones
de salud para todos;
§ la reverendo Jennifer Butler, fundadora
de Faith in Public Life;
§ el reverendo Jim Wllis, editor de la
revista Sojourners y consejero espiritual del propio Obama;
§ el pastor Michael McBride, comprometido
con la lucha contra las armas y la violencia policial contra los negros;
§ la exitosa escritora Rachel Held Evans,
autora de Una noche de feminidad bíblica: cómo una mujer liberada
llegó a verse sentada en el techo de su casa, cubriéndose
la cabeza y llamando a su marido “amo”;
§ el rabino David Saperstein, director del
Religious Action Center of Reform Judaism, quien también fue designado
embajador de Estados Unidos para la libertad de la religión en
el mundo;
§ Harry Knox, líder de Human Rights
Campaign’s Religion and Faith Program y posteriormente director de la
Religious Coalition for Reproductive Choice, también líder de los derechos de
los gays y de la lucha por el derecho al aborto;
§ Rami Nashashibi, director de Inner-City
Muslim Action Network, quien había militado por que se distinguiera a los
musulmanes de los terroristas después de los atentados del 11 de septiembre
de 2001.
Todas esas personalidades participaron intensamente en el debate
surgido el año pasado sobre los monumentos que tendrían que ser
eliminados y en las manifestaciones de Black Lives Matter.
Durante su campaña para la elección presidencial que perdió frente a
Donald Trump, Hillary Clinton habló lo menos posible de su creencia
religiosa personal. Sin embargo, se dirigió muy a menudo a los
creyentes, sobre todo a los evangélicos. Con un discurso sobre
los preceptos del cristianismo, que supuestamente obligan a confesar
el pecado original del esclavismo y a recibir a todos los migrantes,
Hillary Clinton no logró convencer a los electores. Sólo después de su
derrota en la elección presidencial anunció que planeaba convertirse en pastora
metodista.
Por el contrario, su rival, Donald Trump, que no parece
albergar preocupaciones de orden religioso, logró atraer a la mayoría de los
cristianos de derecha y particularmente a los evangélicos blancos. Trump
no se presentó a ellos como un creyente sino sólo como «un tipo
que hará el trabajo» y que salvaría los valores que los
cristianos de izquierda no tienen en cuenta. Su sinceridad fue del
agrado de los cristianos de derecha, que vieron en él a una especie de
“infiel” enviado por Dios para salvar el país.
Durante el mandato de Obama, los creyentes de izquierda estadounidenses
tuvieron la impresión –erróneamente o no– de que el papa
Francisco les hablaba a ellos en particular. En 2013,
interpretaron su primera carta apostólica, Evangelii gaudium,
donde Francisco I invita los fieles a evangelizar el mundo,
como una justificación para su propio compromiso político ya que
se menciona en ella «la opción preferencial por los pobres».
Sin embargo, contrariamente a lo que creen los creyentes
de izquierda estadounidenses, la iglesia católica nunca predicó que
hubiera que preferir ciertas personas a otras. Después, en 2015, los
creyentes de izquierda estadounidenses vieron en la encíclica Laudato
si’ –dedicada a la cuestión del medio ambiente– un respaldo a
su propio militantismo ecologista. En conjunto, los creyentes de
todas las confesiones consideran que el papa Francisco es el líder
religioso más legítimo.
Joe Biden es el segundo presidente católico de Estados Unidos
–el primero fue John Kennedy. Pero, mientras que Kennedy tenía que
demostrar que actuaba de manera independiente y que no recibía órdenes
del papa, Biden trata por todos los medios de hacer ver que cuenta con la
aprobación de un papa que sus electores adoran. Por ejemplo,
durante su reciente campaña electoral, Biden difundió un video donde resaltaba
lo que le ha aportado su fe, explicando que cuando perdió a su
primera esposa y su hija en un accidente, y después un hijo fallecido
de cáncer, su religión le permitió sobreponerse al dolor y conservar
la esperanza.
Al principio de este artículo, mencioné «The Family»,
el grupo de oración del Pentágono. Desde que fue creado por
el general Eisenhower, «The Family» organiza anualmente,
a principios de febrero, un almuerzo de plegaria con el presidente
de Estados Unidos. Este año, todos estaban a la espera del discurso
de Joe Biden, que finalmente duró 4 minutos, por videoconferencia. El
flamante presidente utilizó esa intervención para condenar «el extremismo
político» –alusión a su predecesor– y celebró la fraternidad entre «americanos»,
léase “entre estadounidenses”.
Para el nuevo presidente, los estadounidenses son «buenos», como
ya proclamó en la ceremonia de su investidura. Para él, el Partido
Demócrata busca la justicia social según la tradición del «Social Gospel»
de los años 1920. Por ende, todos los estadounidenses deberían
seguirlo espontáneamente, pero Donald Trump –hombre sin religión– cegó a
los creyentes de derecha, que votaron por ese multimillonario sin darse
cuenta de que estaban traicionando su religión. Así que, ahora que
ha logrado llegar a la Casa Blanca, Joe Biden considera que es
su deber hacer que los creyentes de derecha “abran los ojos”… y
obligarlos a ser felices.
El presidente Biden no ha tratado nunca de entender por qué los
creyentes de derecha votaron por Donald Trump. Simplemente ha considerado
ese hecho como una anomalía intelectual, así que ahora trata de presentar
el grupo QAnon como una secta delirante que ve a Satanás por todas partes en
Washington. En cada una de sus declaraciones, el presidente Joe Biden
se empeña en presentar la presidencia de Donald Trump como un error o un
siniestro paréntesis sin futuro.
Mientras tanto, los creyentes de izquierda creen que lo único que
cuenta son las decisiones tomadas desde el 20 de enero de 2021
a favor de los inmigrantes, de las mujeres, de las minorías sexuales y
contra la violación de los espacios sagrados de las minorías indígenas
estadounidenses.
Lo que estamos viendo es un error de proporciones colosales.
Los creyentes de izquierda estadounidenses se creen obligados a
imponer sus convicciones políticas en nombre de Dios, mientras que
el Partido Demócrata cree que no debe reflexionar en términos
políticos sino sólo seducir a los electores. La separación entre las iglesias
y el Estado sigue existiendo, pero sólo desde un punto de vista
institucional, aunque ya no existe en la práctica cotidiana. El problema
se ha desplazado: ya no es una diferencia entre las religiones sino entre
concepciones diferentes de la fe.
San Bernardo de Claraval, quien predicó a favor de la Segunda
Cruzada, reconocía que «el infierno está lleno de buenas intenciones».
Eso es lo que está sucediendo en Estados Unidos.
Los creyentes de izquierda se comportan como fanáticos, hablan de
unidad nacional… pero han iniciado una cacería de brujas de proporciones
tales que la del senador Joseph McCarthy ahora parece un juego de niños [3]. Están despidiendo a cientos de
consejeros del Pentágono, han tratado de revocar el mandato de una
congresista enviada por los electores a la Cámara de Representantes acusándola
de haber dudado de la versión oficial de los atentados del 11 de septiembre
de 2001 y quieren arrestar a todos los miembros del movimiento QAnon. En
vez de pacificar Estados Unidos después de la irrupción de manifestantes
en el Capitolio, lo que están haciendo es empujarlo hacia la
guerra civil.
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[1] Cultura «woke» es la designación a consonancia
positiva de lo que ya se conoce más acertadamente como «cancel culture».
Nota del Traductor.
[2] American Prophets: The
Religious Roots of Progressive Politics and the Ongoing Fight for the Soul of
the Country, Jack Jenkins, HaperOne, 2020.
[3] «Estados Unidos en medio de su mayor “cacería de
brujas”», Red Voltaire,
4 de febrero de 2021.
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