II
Unión y dependencia de la fe, de la esperanza y de la caridad.
1. Hay
una trabazón y dependencia esencial entre estas tres virtudes teologales o
divinas. La fe sirve de fundamento a la esperanza y las dos a la caridad. Como
no hay esperanza sin fe, tampoco hay amor de Dios sin esperanza, como ya lo
hemos dicho. La fe, que es la raíz de las virtudes y la justicia cristiana, se
nos ha dado para "ser el fundamento de las cosas que se deben esperar
" y hacérnoslas como presentes y visibles. Para acercarse a Dios, es
preciso creer no solamente que hay Dios, esto es un ser soberanamente perfecto,
y por consiguiente soberanamente amable; sino que también es preciso creer, que
recompensará a los que le buscan ", le desean y le aman; y que después de
haber ejercitado y probado su fe, su esperanza y su amor con los males y
tentaciones de esta vida, que dura solo unos instantes, recibirán de su bondad
y de su justicia la corona de vida que les ha prometido.
Esto
es por lo que Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, porque les ha
preparado una ciudad.”
2. Estas últimas palabras merecen particular
atención. Dios, según dice el Apóstol, se avergonzaría de llamarse su Dios,
sino les recompensara como Dios, si no les hubiera preparado una ciudad
celestial, una felicidad verdadera digna de su bondad y magnificencia, un reino
eterno, en cuya comparación todos los imperios de este mundo no son más que
granos de arena. "Por esto Dios, llamándoos al cristianismo, os ha dado el
espíritu de sabiduría y de revelación y ojos iluminados de vuestro corazón,
para que conozcáis y comprendáis cual es la esperanza que os ha llamado, y
cuales las riquezas y la gloria de la herencia que os destina”
3. Se ha de poner cuidado en no separar lo
que Dios ha unido, esto es, la fe, la esperanza y la caridad. es preciso creer
no solo los misterios de la Religión, y todo lo que Dios ha hecho por la
salvación de los hombres, porque esta fe podría estar destituida de confianza y
de amor. Debemos además de esto, como dice el apóstol S. Juan: "conocer y
creer el amor que Dios nos tiene. " Debemos creer con una fe viva y fuerte
confianza, que, nos ha amado con un amor eterno; nos ha atraído a sí por un
afecto de su bondad y misericordia " ; y por la gracia de nuestra vocación
(gracia que nos ha hecho a tantos millares de pueblos enteros), "nos ha
arrancado del poder de las tinieblas, y nos ha hecho pasar al reino de su Hijo
muy amado "; que nos ha hecho sus hijos, miembros de este Hijo amado y de
la Iglesia su esposa: se ha hecho nuestro Padre y somos hijos suyos; nos ama
con aquel mismo amor con el que ama a su Hijo Unigénito, como que somos parte
de este
Hijo y
de su cuerpo místico y como que debemos ser por toda la eternidad los
coherederos de su gloria: que para merecernos esta gloria ha enviado a su Hijo
Unigénito al mundo, revestido de todas nuestras miserias, excepto del pecado; y
que por un exceso de amor, que será siempre la admiración de los espíritus
celestiales, sacrifico en medio de los mayores tormentos y de las más grandes
ignominias la vida de este Hijo, de la cual un solo instante era más precioso
que la vida natural de todos los hombres; que ha hecho llevar en lugar de
nosotros todo el peso de su justicia; que en el cielo mismo, en donde lo ha
hecho sentar a su derecha, le ha establecido Mediador nuestro, nuestro
Pontífice, nuestra Víctima y nuestro Abogado, para que en todo tiempo y en
todas nuestras necesidades tuviésemos franca entrada cerca del trono de su
gracia. ¿Puede un cristiano estar persuadido de estas verdades, sin sentirse
todo penetrado de afectos de confianza y amor? ¿Y no debería mirarse como un
monstruo de ingratitud y malicia, si no tuviese confianza y amor para con Dios
que le ha dado testimonio de bondad, que sobrepuja infinitamente a toda la
inteligencia humana y angélica?
4. Tanta como esta es la unión y
concatenación de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nacen la una de la
otra. Así es como en la vida civil y natural, que es una imagen de la vida
espiritual. Un hombre empieza creyendo con fe humana, dice S. Agustín, que tal
persona es su Padre. Después aquel que sabe ser su Padre, es un hombre muy rico
y de grande calidad, espera y aguarda de él todo género de ventajas según el
mundo: y después de esto sería tenido por un ingrato y un malvado sino amase a
un padre de quien tanto ha recibido, y de quien todo lo espera. Si este hijo no
descansase en la atención y bondad de tal Padre para todas sus necesidades
temporales; si al contrario viviese con perpetuas inquietudes de todo lo que
necesitase y aún de su mismo acomodo: ¿quién diría que este hijo obraba como
hijo de tal padre? ¿Quién podría juzgar
que
semejante hijo estaba muy persuadido que tenía la felicidad de disfrutar de tal
padre, pues se portaba con él como si fuera algún extraño, o a lo menos como
haría un esclavo con su amo? ¿Pues, como un cristiano puede lisonjearse que
obra como hijo de Dios, sino descansa enteramente en la atención y ternura de
un tal padre? ¿Si no se alivia del cuidado de sí mismo, fiándose de su bondad,
esperando que le conservara, y hará que crezca en él su gracia, por aquella
misma misericordia por la cual le plugo dársela, poniéndole por el sacramento
de la regeneración y de la adopción divina en cualidad de hijo suyo? Es
propiedad de la confianza cristiana hacer que el hombre obre como verdadero
hijo de Dios; y es difícil comprender, que un cristiano que no obra con este
espíritu, y que al contrario vive agitado, espantado, inquieto y continuamente
desconfiando de la bondad de Dios, esté sinceramente persuadido que tiene la
dicha de reconocer a Dios como Padre, que está en su casa, que es su Iglesia,
no como un extraño o como un esclavo, sino como uno de sus hijos.
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