¿Qué motivos ocultos empujan a Donald
Trump a denigrar la imagen de las autoridades chinas por la crisis sanitaria de
la COVID-19?
No hay
dudas de la negligencia y la impericia del presidente de Estados
Unidos, Donald Trump, en una serie de asuntos, incluyendo el
nuevo coronavirus, causante de la enfermedad COVID-19, y la forma en
que interactuó con China después de que las autoridades del país asiático
informaran a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de los primeros casos de
contagio en un mercado de mariscos de la ciudad de Wuhan a finales de
diciembre.
A
partir de que la noticia salió a la luz, Trump minimizó las alertas
emitidas desde la OMS a los gobiernos para que se prepararan, asegurando que no
había nada que temer debido a que las autoridades chinas tenían todo bajo
control. Al parecer, el magnate inmobiliario pretendía mantener a salvo el
entendimiento que habían alcanzado Washington y Pekín para reducir
las tensiones comerciales entre ambas potencias.
Pero,
con el paso del tiempo y mientras la epidemia se transformaba en una pandemia
global, el discurso de Trump cambiaba de tono y ya empezaba la retórica
virulenta hacia las autoridades chinas por considerarlas responsables de la
propagación del SARS-CoV-2 (nuevo coronavirus) en el mundo.
En su
campaña de ensañamiento contra de Pekín, Trump no dudó en catalogar
la COVID-19 como un “virus chino” en un contexto despectivo y
segregacionista en busca de denigrar la imagen de esa nación ante la
opinión pública mundial.
Además,
el mandatario estadounidense no se cohibió en lo absoluto en usar en sus
declaraciones acusaciones infundadas sobre que la cepa de este mortal
patógeno se había creado en laboratorios científicos situados en la ciudad
de Wuhan.
Ante
tal despropósito de Trump en perjuicio de los chinos surge la
interrogante, ¿qué motivos se esconden detrás de tantos desatinos de la
Casa Blanca?
A nadie
se le escapa que la propagación de este virus en EE.UU. está haciendo
verdaderos estragos entre la población local que, hasta la fecha, con más de 1
170 000 casos positivos de contagios y más de 67 000 víctimas mortales, se ha
encumbrado tristemente en la primera posición como la nación más afectada por
esta enfermedad infecciosa.
Esta
situación se produjo por la falta de una respuesta adecuada ante semejante
emergencia sanitaria por parte de la Administración de Trump, que como ya
hemos señalado previamente venía minimizando el peligro que se cernía,
empero, al darse cuenta de la gravedad del asunto, la Casa Blanca puso en
marcha una caótica campaña federal para frenar y contener la propagación de la
pandemia, que ha dejado para la posteridad impactantes imágenes de cadáveres
amontonados en camiones de mudanza o frigoríficos, descubiertos en la ciudad de
Nueva York.
La devastadora
expansión de la COVID-19 en EE.UU. ha supuesto un contratiempo y un duro revés
para las aspiraciones de reelección de Trump en los comicios
presidenciales previstos para el próximo 3 de noviembre, ya que el presidente
apostaba todo por el todo en sus posibilidades, al confiar en que una mejoría
visible de los registros macroeconómicos del país, que, según él, había
experimentado Estados Unidos desde su llegada al poder allá en enero de 2017,
le podría elevar frente a su rival demócrata, Joseph Biden.
Muy
lejos de la realidad, resulta que las estadísticas arrojan que la deuda pública
de Estados Unidos aumentó en más de 2000 mil millones de dólares, bajo el
mandato de Trump. La razón del incremento se puede hallar, en primer lugar, en
la merma de la recaudación de la carga tributaria de las grandes corporaciones
estadounidenses a las arcas públicas por expresa autorización del
presidente, y, en segundo lugar, en el descabellado incremento del presupuesto
militar estadounidense, de tal forma que el déficit presupuestario del
país fue de aproximadamente 900 mil millones de dólares en 2019.
Eso no es todo, Estados Unidos debe más de 1,2 billones de dólares a China. Además, mientras la economía china se está reactivando después de controlar la propagación del coronavirus, resulta que la estadounidense está a las puertas de sufrir una fuerte recesión.
Eso no es todo, Estados Unidos debe más de 1,2 billones de dólares a China. Además, mientras la economía china se está reactivando después de controlar la propagación del coronavirus, resulta que la estadounidense está a las puertas de sufrir una fuerte recesión.
El
colapso de las actividades empresariales, junto a los negocios de pequeñas y
medianas empresas, el cese del ciclo económico, las actividades agrícolas
e industriales y la fuerte caída de los precios del petróleo están afectando a
la economía de Estados Unidos, todo lo cual está alejando a gran velocidad las
posibilidades de Trump de salir indemne de esta catastrófica coyuntura en su
camino hacia la reelección.
Viendo que se esfuman sus
aspiraciones a la reelección y, al mismo tiempo, sintiéndose incapaz de
controlar la crisis sanitaria, Trump ha perdido
la compostura, de tal modo, que no es nada extraño presenciar a menudo algún
rifirrafe con periodistas presentes en sus ruedas de prensa ofrecidas a
diario en la Casa Blanca a propósito del coronavirus.
En
consecuencia, es natural que Trump, en un intento por huir hacia delante y
distraer la atención mediática local sobre su nefasta gestión ante la crisis
sanitaria, señale a China como la responsable de la pandemia global.
En su
desesperación por ridiculizar a las autoridades chinas ante las bajas cifras que
le pronostican las estadísticas de cara al enfrentamiento con su rival
demócrata, Trump volviendo a hacer uso de su favorita medida coercitiva, ha
anunciado recientemente que impondrá una nueva serie de sanciones a las
exportaciones de productos estratégicos dirigidos al bullente mercado del
gigante asiático.
Al
recurrir al único método que conoce para hostigar a sus adversarios globales,
es muy probable que Trump esté buscando apagar la llama de ira que le
corroe por dentro. Es por eso que
en su exasperación intente por todos los medios sugerir que los chinos quieren
influir en los resultados electorales del próximo noviembre con objetivo de
apartarle del poder, ya que, según él, su presencia en el Despacho Oval es un inconveniente para los
intereses geoestratégicos del gigante asiático a nivel mundial.
Para
evitar perder su trono imperial Trump, incluso, se ha empecinado en insinuar a
las altas esferas del poder establecido en Washington de que su caída,
instigada, a su juicio, desde algún edificio dentro del complejo de
Zhongnanhai, sede gubernamental china, situada en la capital, Pekín,
supondría un gran golpe para la estructura política e institucional de Estados
Unidos.
Todo
es poco para reforzar las incontroladas ambiciones de Trump para mantenerse en
la cúspide del poder mundial, puesto que como “el fin
justifica los medios”, a
este neoyorquino de 73 años no le tiembla el pulso a la hora de maquinar
cualquier estrategia que, por más maquiavélica que fuera, le permitiría
seguir en el trono de la dominación mundial.
Pese a
la riada de críticas en su contra, el mandatario estadounidense se ha
propuesto advertir a sus seguidores más leales dentro de las filas
neoconservadoras del Partido Republicano, que recientemente le
apoyaron en sus reproches contra las medidas del confinamiento
obligatorio en algunos estados de EE.UU., de que está en marcha un complot
para tumbarle.
De
hecho, Trump ha recurrido a la teoría de la conspiración más discutida
últimamente en el ámbito de la política estadounidense divulgada en su día
por un internauta, conocido como QAnon, que continúa sumando adeptos
en las redes sociales, al promover la idea de que el denominado ‘Estado
profundo’ (Deep state), contrario a la actual Administración
norteamericana y envuelto en presuntas actividades ilícitas, pretende, con
la ayuda de la élite de funcionarios de Washington, así como estrellas de Hollywood
y agentes externos de algunos países adversarios, un golpe de Estado en contra
del dirigente republicano, con el propósito de poner en estado de alerta a
sus partidario más extremistas para lo que pudiera suceder en los próximos
meses.
Todo
esto muestra que Trump está sufriendo por sus propios desaciertos y, al no
contar con más vías de escape culpa a los medios de comunicación, a
la anterior Administración de Barack Obama y a China por todos sus males.
Así
pues, es muy fácil de imaginar que
si Trump no sale elegido en los próximos comicios plantee el tema de la
interferencia de China en el proceso electoral, que sería el caldo del cultivo
de una nueva trama que podría llamarse ChinaGate, la cual llegaría a
ocupar los principales titulares de los grandes medios de comunicación
mundial.
krd/ctl/rba/mkh-
HISPAN TV
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