Nota. Nuestra intención al
abordar estos temas de la “La política internacional” es informar al mundo
sobre estos acontecimientos mundiales, pero a la luz de los secretos de Nuestra
Señora en Fátima en donde Ella nos muestra con claridad cómo avanza el
comunismo en el mundo y que, este, ya no depende de la diplomacia sino, ni de
las alianzas porque estas ya están hechas, sino de la Voluntad divina ante las
atrocidades cometidas por la humanidad en especial las jerarquías eclesiásticas
contra Nuestro Señor Jesucristo como se menciona en el secreto de la Salette (Aparición
de la Virgen Santísima en Francia allá por el año 1846) Solo bajo este aspecto se mandan estos artículos
y el sitio solo expresa la opinión del autor del artículo sin que ello dependa
necesariamente el compartir su punto de vista.
Independientemente
de la histeria antichina del grupo que impuso las respuestas políticas,
falsamente sanitarias, adoptadas en Occidente ante la epidemia de
Covid-19, esta última ha puesto de relieve el hecho que las naciones
occidentales dependen de los productos de la industria china. Después de haber
comprobado esa dependencia, la administración Trump ha pasado del
deseo de reequilibrar los intercambios comerciales a una lógica de
enfrentamiento militar, aunque sin llegar a recurrir a la guerra.
Acaba de comenzar oficialmente la campaña de sabotaje contra las llamadas «rutas
de la seda».
Violando
las normas sanitarias de su propia administración, el secretario de Estado Mike
Pompeo viajó a Israel el 13 de mayo de 2020, o sea 4 días antes de la
nominación del nuevo gobierno israelí. Allí sorprendió a todo el mundo al
despachar los temas regionales en sólo minutos y dedicar su visita a pasar en
revista las inversiones chinas en Israel.
Una de
las consecuencias de esta epidemia de coronavirus es que Occidente acabar de
darse cuenta de lo mucho que depende de las capacidades industriales
de China. Europeos y estadounidenses comprobaron repentinamente que
no tenían cómo fabricar los millones de mascarillas quirúrgicas cuyo uso
querían imponer a toda la población. Y tuvieron que ir a comprarlas
en China, donde a menudo llegaron a luchar entre sí en los
aeropuertos, tratando de birlar a sus “aliados” algún lote de las
preciadas mascarillas quirúrgicas chinas.
En ese
contexto de “sálvese quien pueda” generalizado, el liderazgo de Estados Unidos
a la cabeza de Occidente dejó tener de sentido. Es por esa razón que
Washington ha decidido renunciar a su anterior intención de reequilibrar las
relaciones comerciales con China para pasar a oponerse al establecimiento
de las llamadas «rutas de la seda» y ayudar los europeos a
relocalizar parte de sus industrias.
Esto
podría ser un viraje decisivo: el cese parcial del proceso de globalización
iniciado con la desaparición de la Unión Soviética. Pero, ¡cuidado!
No se trata de una decisión económica de cuestionamiento de los
principios del libre intercambio, sino de una estrategia geopolítica tendiente
a sabotear las ambiciones chinas.
El
preludio de ese cambio de estrategia fue la campaña, no sólo económica
sino también política y militar, contra el gigante chino Huawei.
Estados Unidos y la OTAN dijeron temer que si Huawei obtenía
acceso a los contratos públicos occidentales para la instalación de la
tecnología 5G, el ejército chino podría interceptar las comunicaciones
que pasarían por esos canales. En realidad sabían que si China
obtiene esos contratos, será el único país técnicamente capaz de pasar a la
etapa siguiente [1].
No es
que la administración Trump se haya dejado ganar por las ridículas fobias del
grupo Amanecer Rojo [2],
cuya obsesión antichina viene de su visceral anticomunismo, sino que ha tomado
conciencia de los gigantescos progresos militares de China. Claro,
el presupuesto del Ejército Popular de Liberación es risible
en comparación con el presupuesto de las fuerzas armadas de
Estados Unidos, pero es precisamente la estrategia china de ahorro en el
sector militar y los progresos técnicos chinos lo que hoy permite a
los militares chinos desafiar al leviatán estadounidense.
Al
término de la Primera Guerra Mundial, los políticos chinos del Kuomintang y del
Partido Comunista emprendieron juntos la tarea de reunificar su país y sacarlo
del largo siglo de humillación colonial que había vivido. Un líder del
Kuomintang, Chang Kai-chek, trató de acabar con el Partido Comunista, pero fue
derrotado y tuvo que exilarse en Taiwán. Mao Zedong siguió adelante con
el sueño nacionalista, mientras orientaba el Partido Comunista hacia una
transformación social del país. Pero su objetivo siguió siendo
ante todo de carácter nacionalista, como quedó demostrado en 1969 con
el conflicto sino-ruso por la isla de Zhenbao.
En los
años 1980, el almirante Liu Huaqing –quien reprimió en 1989
el intento de golpe de Estado de Zhao Ziyang durante los
acontecimientos de la plaza Tiananmén– concibió una estrategia para mantener a
los ejércitos estadounidenses fuera de la zona cultural china.
La República Popular China ha venido aplicando pacientemente esa
política desde hace 40 años. Sin provocar guerras, Pekín ha
extendido su soberanía en el Mar de China e impone límites a la marina de
guerra de Estados Unidos. No está lejos el día en que los
navíos de guerra estadounidenses tendrán que retirarse de esa región,
dejando así vía libre a la recuperación de Taiwán por parte
de China.
Después
de la disolución de la URSS, el entonces presidente George Bush padre
consideró que Estados Unidos ya no tenía rival en el mundo y que
había llegado el momento de hacer dinero. Desmovilizó un millón de soldados
estadounidenses y abrió el camino a la globalización financiera. Las transnacionales
estadounidenses trasladaron sus cadenas de producción a China, donde sus
productos comenzaron a ser fabricados por innumerables obreros chinos, con
menor formación pero que cobraban 20 veces menos que los obreros
estadounidenses. Poco a poco, casi todos los bienes de consumo
que compran los estadounidenses se importaban de China. La clase
media estadounidense se depauperó mientras que China perfeccionaba la
formación de sus propios obreros y se enriquecía. Gracias al
principio del libre intercambio, otros países occidentales, y finalmente
del mundo entero, también comenzaron a trasladar su producción industrial
hacia China. Con el paso de los años, el Partido Comunista decidió
establecer un equivalente moderno de la antigua «Ruta de la Seda»
y, en 2013, eligió a Xi Jinping para realizar ese proyecto. Si llega
a concretarse, China podría llegar a tener en sus manos prácticamente
el monopolio de la producción industrial mundial.
Al
decidir sabotear las «rutas de la seda», el presidente Donald Trump
trata de mantener a China fuera de lo que Estados Unidos
considera su propia zona cultural, como hace China al mantener a
Estados Unidos fuera de lo que Pekín considera la zona cultural
china. Washington podrá contar para ello con sus «aliados», cuyas
sociedades ya están prácticamente devastadas por la competencia de los
excelentes productos chinos a bajo precio. Algunos de esos «aliados»
de Washington ya viven, a causa de esa situación, revueltas populares
como la de los llamados Chalecos Amarillos, en Francia.
En tiempos de la antigua «Ruta de la Seda», China aportaba
a Europa productos completamente desconocidos en ese continente.
En nuestra época, las nuevas «rutas de la seda» llevan
a Occidente productos similares a los que pueden fabricarse en esa
parte del mundo… pero mucho menos caros.
Sin
embargo, contrariamente a la creencia generalizada, China podría renunciar a
las nuevas «rutas de la seda», por razones de geoestrategia y
sin importar el monto de lo que ya ha invertido. Ya
lo hizo en el pasado. En el siglo XV, China proyectó abrir una
“ruta de la seda” marítima, envió a África y al Medio Oriente una
formidable flota bajo las órdenes del almirante Zheng He, «el eunuco
de las tres joyas», pero finalmente renunció al proyecto, llegando
incluso a destruir su propia flota.
El
secretario de Estado Mike Pompeo viajó a Israel, en pleno periodo de
confinamiento por el Covid-19. Allí trató de convencer a los dos futuros
primeros ministros –el colonialista judío Benyamin Netanyahu y el nacionalista
israelí Benny Gantz– para que pongan fin a las inversiones chinas
en Israel [3].
Las empresas chinas ya controlan la mitad del sector agrícola israelí y
en los próximos meses pasarían a garantizar el 90% de sus intercambios
comerciales. Mike Pompeo tratará de convencer también al presidente
de Egipto, Abdel Fattah al-Sissi, ya que el Canal de Suez y los
puertos israelíes de Haifa y Ashdod serían las terminales de la moderna «ruta
de la seda» en el Mediterráneo.
Después
de varios intentos, China, teniendo en cuenta la inestabilidad
en Irak, Siria y Turquía, ha renunciado abrir su nueva «ruta de
la seda» a través de esos países. Entre Washington y Moscú
existe un acuerdo tácito para mantener, en cualquier lugar de la frontera
sirio-turca, un “bolsón” yihadista, como medio de convencer a China
de que no es posible hacer inversiones en esa zona.
La intención de Moscú es asentar su alianza con Pekín sobre «rutas
de la seda» que pasarían por territorio ruso, en vez de
transitar por los países occidentales. Ese es el proyectp de «Gran
Asociación Euroasiática» del presidente Vladimir Putin [4].
Aparece
así una y otra vez el mismo dilema, la llamada «trampa de Tucídides»:
ante el ascenso de una nueva potencia (China), la potencia dominante
(Estados Unidos) tiene la opción entre hacerle la guerra (como sucedió
entre Esparta y Atenas) o cederle espacio, lo cual equivale a aceptar la
división del mundo.
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[2]
«Covid-19 y “Amanecer
Rojo”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril
de 2020.
[3]
«La “ruta de la seda”
pasará por Jordania, Egipto e Israel»; «La “ruta de la seda” e
Israel», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 16 y 31 de
octubre de 2018.
[4]
«Discurso de Serguei
Lavrov en el 74º periodo de sesiones de la Asamblea General de
la ONU», por Serguei Lavrov, Red Voltaire, 27 de
septiembre de 2019.
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