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lunes, 11 de mayo de 2020

EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTO ROSARIO POR SAN LUIS MARIA GRIGÑON DE MONFORT



Luis María Grignion de Montfort - Wikipedia, la enciclopedia libre
INTRODUCCION.
En cuanto a estos artículos de San Luis Maria Grigñon de Monfort nada tengo que agregar como introducción mía pues la del santo es más que suficiente para darse cuenta del valor inmenso del santo rosario que es, después del Santo Sacrificio, el arma más importante de la que disponemos contra el enemigo de la natura humana. Solo quiero recordar que san Luis María trata tan solo de los misterios tradicionales aquellos que fueron dados a Santo Domingo de Guzmán en su momento, a saber: Misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, pero no comenta los “luminosos” agregados últimamente por los hombres y no por Dios. Aclarado esto que la Santísima Virgen María los bendiga y obtengan el fruto que buscan en la lectura de estos escritos del santo.


Rosa Blanca
A los sacerdotes.

1) Ministros del Altísimo, predicadores de la verdad, clarines del Evangelio, permitidme que os presente la rosa blanca de este librito para introducir en vuestro corazón y en vuestra boca las verdades que en él se exponen sencillamente y sin aparato.
En vuestro corazón, para que vosotros mismos emprendáis la práctica santa del Rosario y gustéis sus frutos.
En vuestra boca para que prediquéis a los demás la excelencia de esta santa práctica y los convirtáis por este medio. Guardaos, si no lo lleváis a mal, de mirar esta práctica como insignificante y de escasas consecuencias, como hace el vulgo y aun muchos sabios orgullosos; es verdaderamente grande, sublime, divina. El cielo es quien os la ha dado para convertir a los pecadores más endurecidos y los herejes más obstinados. Dios ha vinculado a ella la gracia en esta vida y la gloria en la otra. Los santos la han ejercitado y los Soberanos Pontífices la han autorizado.
¡Oh, cuán feliz es el sacerdote y director de almas a quien el Espíritu Santo ha revelado este secreto, desconocido de la mayor parte de los hombres o sólo conocido superficialmente! Si logra su conocimiento práctico, lo recitará todos los días y lo hará recitar a los otros. Dios y su
Santísima Madre derramarán copiosamente la gracia en su alma para que sea instrumento de su gloria; y producirá más fruto con su palabra, aunque sencilla, en un mes que los demás predicadores en muchos años.
2) No nos contentemos, pues, mis queridos compañeros, en aconsejarlo a los demás: es necesario que lo practiquemos. Bien podremos estar convencidos de la excelencia del Santo Rosario, más si no lo practicamos, poco empeño se tomará quien nos oiga en cumplir lo que aconsejamos, porque nadie da lo que no tiene "Coepit Jesus facere et docere" (1). Imitemos a Jesucristo, que comenzó por hacer aquello que enseñaba.
Imitemos al Apóstol, que no conocía ni predicaba más que a Jesucristo crucificado: y eso es lo que haréis al predicar el Santo Rosario, que, según más abajo veréis, no es sólo un compuesto de padrenuestros y avemarías, sino un divino compendio de los misterios de la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús y de María.
Si creyera yo que la experiencia que Dios me ha dado de la eficacia de la predicación del Santo Rosario para convertir a las almas os pudiera determinar a predicarlo, a pesar de la moda contraria de los predicadores, os diría las conversiones maravillosas que he visto venir con la predicación del Santo Rosario; pero me contentaré con relatar en este compendio algunas historias antiguas y bien probadas. Y solamente en servicio vuestro he insertado también algunos textos latinos de buenos autores que prueban lo que explico al pueblo en francés.

Rosa Encarnada
A los pecadores.

3) A vosotros, pobres pecadores y pecadoras, un pecador mayor todavía os ofrece esta rosa enrojecida con la Sangre de Jesucristo, para haceros florecer y para salvaros. Los impíos y los pecadores impenientes claman todos los días: "Coronemus nos rosis" (1): Coronémonos de rosas. Cantemos también nosotros, coronémonos con las rosas del Santo Rosario.
¡Ah, qué diferentes son sus rosas de las nuestras! Son las rosas de ellos sus placeres carnales, sus vanos honores y sus riquezas perecederas, que muy pronto se marchitarán y perecerán; más las nuestras (nuestros padrenuestros y avemarías bien dichos, junto con nuestras obras de penitencia) no se marchitarán ni pasarán jamás y su resplandor brillará de aquí a cien mil años como al presente.
Las pretendidas rosas de ellos no tienen sino la apariencia de tales, en realidad no son otra cosa que espinas punzantes durante la vida por los remordimientos de conciencia, que los atormentarán en la hora de la muerte (con el arrepentimiento) y los quemarán durante toda la eternidad, por la rabia y la desesperación.
Si nuestras rosas tienen espinas, son espinas de Jesucristo que Él convierte en rosas. Si punzan nuestras espinas, es sólo por algún tiempo; no punzan sino para curarnos del pecado y salvarnos.
4) Coronémonos a porfía de estas rosas del paraíso recitando diariamente el Rosario; es decir tres Rosarios de cinco decenas cada uno o tres ramos de flores o coronas: 1) para honrar las tres coronas de Jesús y de María, la corona de gracia de Jesús en su encarnación, su corona de espinas en su pasión y su corona de gloria en el cielo, y la triple corona que María recibió en el cielo de la Santísima Trinidad; 2) para recibir de Jesús y de María tres coronas, la primera de mérito durante la vida, la segunda de paz a la hora de la muerte, y la tercera de gloria en el paraíso.
Si sois fieles en rezarle devotamente hasta la muerte, a pesar de la enormidad de vuestros pecados, creedme: "Percipietis coronam immarcescibilem" (2), recibiréis una corona de gloria que no se marchitará jamás. Aun cuando os hallaseis en el borde del abismo, o tuvieseis ya un pie en el infierno; aunque hubieseis vendido vuestra alma al diablo, aun cuando fueseis unos herejes endurecidos y obstinados como demonios, tarde o temprano os convertiréis y os salvaréis, con tal que (lo repito y notad las palabras y los términos de mi consejo) recéis devotamente todos los días el Santo Rosario hasta la muerte, para conocer la verdad y obtener la contrición y el perdón de vuestros pecados. Ya veréis en esta obra muchas historias de grandes pecadores convertidos por virtud del Santo Rosario. Leedlas para meditarlas.
Rosal Místico
A las almas devotas.

5) No llevaréis a mal, almas devotas, alumbradas por el Espíritu Santo, que os dé un pequeño rosal místico, bajado del cielo para ser plantado en el jardín de vuestra alma: en nada perjudicará las flores odoríferas de vuestra contemplación. Es muy oloroso y enteramente divino, no destruirá en lo más mínimo el orden de vuestro jardín; es muy puro, bien ordenado y lo conduce todo al orden y a la pureza; crece hasta una altura tan prodigiosa, adquiere una tan vasta extensión, si se le riega y cultiva como conviene todos los días, que no sólo no estorba, antes conserva y perfecciona todas las restantes devociones. Vosotros que sois espirituales me comprendéis bien; este rosal es Jesús y María en la vida, en la muerte y en la eternidad.
6) Las hojas verdes de este rosal místico representan los misterios gozosos de Jesús y de María; las espinas, los dolorosos; y las flores, los gloriosos; los capullos son la infancia de Jesús y de María; las rosas entreabiertas representan a Jesús y a María en los sufrimientos; las abiertas del todo muestran a Jesús y a María en su gloria y en su triunfo. La rosa alegra con su hermosura: Ved aquí a Jesús y María en sus misterios gozosos, pica con sus espinas; ved aquí a Jesús y María en sus misterios dolorosos; regocija con la suavidad de su aroma: vedlos, en fin, en sus misterios gloriosos.
No despreciéis, pues, mi planta excelente y divina: plantadla en vuestra alma, adoptando la resolución de rezar el Rosario. Cultivadla y regadla rezando fielmente todos los días y haciendo buenas obras y veréis cómo este grano que parecía tan pequeño llegará a ser con el tiempo un árbol grande, donde las almas predestinadas y elevadas a la contemplación harán sus nidos y morada para guardarse a la sombra de sus hojas de los ardores del sol, para preservarse en su altura de las bestias feroces de la tierra y para ser, en fin, delicadamente alimentadas con su fruto, que no es otro que el adorable Jesús, a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. Dios solo.
Capullo de Rosa
A los niños.

7) A vosotros, amiguitos míos, os ofrezco un hermoso capullo de rosa; es el granito de vuestro Rosario, que os parecerá tan insignificante. Mas ¡oh, qué precioso es ese granito! ¡Qué admirable es ese capullo! ¡Cómo se desarrollará si rezáis devotamente vuestra avemaría! Mucho sería pediros que rezarais el Rosario todos los días; rezad por lo menos diariamente un tercio del Rosario con devoción, y será una linda corona de rosas que colocaréis en las sienes de Jesús y de María. Creedme; y escuchad una hermosa historia, y no la olvidéis.
8) Dos niñas, hermanitas, estaban a la puerta de su casa rezando devotamente el Santo Rosario.
Se les apareció una hermosa Señora, la cual se aproxima a la más pequeña, que tenía de seis a siete años, la toma de la mano y se la lleva. Su hermana mayor la busca llena de turbación y, desesperada de poder encontrarla, vuelve a su casa llorando. El padre y la madre la buscan tres días sin encontrarla. Pasado este tiempo, la encuentran a la puerta con el rostro alegre y gozoso.
Le preguntan de dónde viene y contesta que la Señora a quien rezaba el Rosario la había llevado a un lugar muy hermoso y le había dado a comer cosas muy buenas y había colocado en sus brazos a un Niño bellísimo. El padre y la madre, recién convertidos a la fe, llamaron al Padre Jesuita que los había instruido en ella y en la devoción del Rosario y le contaron lo que había ocurrido. De sus propios labios lo hemos sabido nosotros. Aconteció en el Paraguay (1).
Imitad, amados niños, a estas dos fervorosas niñas; rezad todos los días, como ellas, el Rosario, y mereceréis así ver a Jesús y a María: si no en esta vida, después de la muerte, durante la eternidad. Amén.
Sabios e ignorantes, justos y pecadores, grandes y pequeños, alaben y saluden día y noche con el Santo Rosario a Jesús y a María.
"Salutate Mariam, quae multum laboravit in vobis" (2).


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