Es la anunciación
a la Santísima Virgen María de parte del Arcángel San Gabriel (uno de los siete
espíritus que siempre ven o están en presencia de Dios) sobre el gran misterio
de la encarnación del Verbo Eterno, es, a mi forma de ver, el inicio de la
natividad del Señor. Por ser esta una cuestión tan importante para
Dios Nuestro Señor envió una embajada especial para darnos a conocer la inmensa
importancia que para nosotros tiene la anunciación en el siguiente artículo me
explayo más sobre el tema, al terminar de leerlo opinaran lo mismo que este
servidor de cuya anunciación mi alma se goza y este gozo no nos lo puede
arrebatar ni el demonio ni el hombre y también diran conmigo lo que yo unido a
el Arcángel San Gabriel digo: BENEDICTA TU IN MULIERIBUS…
Notemos,
ante todo, que en la antigüedad era tenido por grande honor que los ángeles se
aparecieran a los hombres, y éstos mostraban grandes reverencias a los
mensajeros celestes. Por esto se atribuye a singular alabanza de Abrahán el
haber recibido en hospedaje a los tres ángeles, a quienes mostró tanta
veneración. Pero que un ángel se mostrara tan reverente con un hombre, nunca se
vio antes de la salutación del ángel a María. La razón de esta conducta, que el
hombre hiciera reverencia al ángel y no el ángel al hombre, era que el ángel
era superior al hombre en tres cosas. Primero, en la dignidad, pues el ángel es
substancia espiritual, y el hombre, corporal y corruptible. Por esto decía
Abrahán: «Hablaré a: mi Señor, aunque sea polvo y ceniza».
Segundo, por la familiaridad con Dios de que goza el ángel, mientras el
hombre se halla alejado de El por el pecado. Tercero, por la preeminencia en el
esplendor de la gracia divina ya que los ángeles, participan de la divina
lumbre plenamente, mientras que los hombres, si en algo participan la lumbre de
la gracia de Dios; es en escasa medida y con cierta obscuridad, No era, pues, decente
que el ángel hiciera reverencia al hombre mientras no se hallase una que le
aventajara en tres cosas indicadas. Y ésta fue la bienaventurada Virgen; que
excedía, a los ángeles en tres, cosas. Primera en la plenitud
de la gracia, la cual fue mayor en la Virgen que en ningún ángel, y así,
para insinuar esto el ángel, la saluda llamándola «la
llena de gracia». En tres cosas se muestra la Virgen llena de gracia primero, en el alma, que gozó de la plenitud
de la gracia. Para dos cosas se, concede esta, para obrar el bien y para evitar
el mal, y para ambas cosas tiene la Virgen gracia perfectísima. En efecto,
después de Cristo no hubo santo alguno que, como ella, hubiera estado exento de
pecado. Es el pecado original, y de éste quedó limpia en el seno materno;
mortal y venial, y de ambos estuvo siempre libre. Por esto se dice en el Cantar
de los Cantares: «Toda
hermosa eres, amada mía, y no hay en tí mancha alguna».
Dice
San Agustín: «Sacada aparte la
bienaventurada Virgen María, si todos los santos y santas, durante su vida
mortal, hubieran sido interrogados si tenían pecado, todos, a una voz, hubieran
clamado: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros
mismos, y la verdad no sonaría en nuestros labios». Y he aquí por, qué
sobre la bienaventurada Virgen, por el honor del Señor, tratándose de pecado,
no admite cuestión alguna. Sabemos, en efecto, que a ella le fue conferida mayor
gracia para vencer totalmente el pecado, como que mereció concebir y dar a luz
al mismo Cristo, en quien consta no haber existido pecado alguno. Además, la
bienaventurada Virgen ejercitó las obras de todas las virtudes, mientras que
los santos se distinguieron en algunas de ellas, unos por la humildad, otros
por la castidad, otros por la misericordia, y así se nos dan como modelos de
una especial virtud; v. gr., San Nicolás, de la misericordia, etc. La bienaventurada
Virgen es ejemplar y modelo de todas las virtudes, pues en ella encontramos
ejemplos de humildad, cuando dijo: He aquí la esclava
del Señor; de castidad al decir: No conozco
varón, y así de las demás virtudes., De manera que la Virgen estuvo
llena de gracia cuanto a practicar el bien y evitar el mal.
En segundo
lugar, lo estuvo por
razón de la redundancia de la gracia en su alma o en su cuerpo.
Grande cosa es en los santos que la gracia santifique su alma; pero la
bienaventurada Virgen estuvo tan llena, que del alma se derramó también en su
carne, para que de ésta concibiera al Hijo de Dios, por donde dice Hugo de San
Víctor: «Como ardía tan intensamente el fuego del Espíritu- Santo en su
corazón, por esto hacía milagros en su carne, tanto que de ella viniera a nacer
Dios y hombre».
En
tercer lugar, su gracia se derrama también sobre todos los hombres.
Grande
cosa es que un santo reciba gracia que baste para procurar la salvación de
muchos hombres ; pero que la tenga para la salvación de todos los hombres, esto
es lo más grande, y esto sólo se halla en Cristo y en la bienaventurada Virgen,
que es poderosa para alcanzar la salvación en cualquier peligro. De manera que
la plenitud de su gracia aventaja a la de los ángeles, y así con razón se la
llamó María, que significa iluminada en sí misma e iluminadora del mundo
entero, como el sol y la luna. Segundo, aventaja la Virgen a los ángeles en la
familiaridad divina, indicada por el ángel al decir: El Señor es contigo, como
si dijera: «Soy contigo
tan reverente porque gozas de más intimidad con Dios que yo mismo" puesto que el Señor está contigo, es decir, el Padre
con el Hijo, cosa que de ningún ángel ni de criatura alguna se puede decir. Y
si se dice, es de un modo muy diferente, pues el Señor está con la Virgen como
hijo, con el ángel como Señor. Y el Espíritu Santo como en su templo, que por
eso Se le llama Templo del Señor, Sagrario del Espíritu Santo, que concibió del
mismo Espíritu Santo. En suma, que la familiaridad de la Virgen es más íntima y
familiar con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, con la Trinidad toda,
que cualquier ángel. Con razón, pues, el ángel reverencia a la Virgen, Madre
del Señor y Señora, que esto significa en lengua aramea el nombre de María.
Tercero, excede la Virgen en pureza a los ángeles, porque no sólo es pura en sí
misma, sino, que procura a otros la pureza. Es purísima en lo que toca a la culpa,
pues no cometió pecado alguno, y lo es en lo que mira a las penas.
Tres
son las maldiciones que por el pecado cayeron sobre el hombre. La primera, que
alcanza a la mujer, es el desorden de la concupiscencia en el concebir, las
molestias de la gestación y los dolores en el parto. De todos estuvo exenta la
Virgen, que concibió sin el placer sensual, y sin la violación de su
virginidad; con grande consuelo llevó al Hijo en sus entrañas y lo dio a luz
con mayor alegría. La segunda maldición fue dirigida al hombre, condenado a
ganar el pan con el sudor de su rostro, de lo cual estuvo exenta la Virgen,
que, libre de los cuidados terrenos, vacaba a sólo Dios. Tercera, común a hombres
y a mujeres es la condenación a la muerte y a convertirse en polvo. También de
ésta fue libre la Virgen, de quien creemos que resucitó después de la muerte y
en cuerpo, y alma fue levantada al cielo, fue, pues, exenta de toda maldición,
y por esto bendita entre las mujeres, porque ella sola hizo desaparecer la
maldición, trajo la bendición y nos abrió las puertas del paraíso.
Con
razón le conviene el nombre de María, que se interpreta «estrella del mar»,
pues como la estrella, guía los navegantes hacia el puerto, así María guía los
cristianos a la gloria.
Bendito
el fruto de tu vientre. Busca el pecador a veces algo que no logra, y lo
consigue el justo. Así Eva buscó el fruto y en él no encontró lo que deseaba.
Al contrario, la Virgen encontró en su fruto lo que Eva había deseado. Tres
cosas deseaba Eva: el ser como Dios, sabedora del bien y del mal., según el
diablo se lo había prometido. Esto no lo halló Eva, pero lo halló María, y lo
hallan en Cristo los cristianos todos. Buscó Eva el fruto del deleite y no lo
halló sino la desnudez y el dolor; pero en el fruto de la Virgen hallamos la
suavidad y la salvación. El fruto del árbol se presentó a Eva hermoso a la
vista; pero más hermoso es el fruto de la Virgen, a quien desean contemplar los
ángeles. Él es el resplandor de la gloria del Padre. En suma, que Eva no hayo lo
que buscaba en su fruto; pero nosotros lo hallamos en el fruto de María, el
cual es bendito de Dios, que lo llenó de toda gracia; de los ángeles y de los
hombres. Y así es bendita la Virgen y más bendito el fruto de su vientre.
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