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viernes, 10 de mayo de 2019

Itinerario del alma a Dios.



PROLOGO.
1. En el principio invoco al primer Principio, de quien descienden todas las iluminaciones como del Padre de las luces, de quien viene toda dadiva preciosa y todo don perfecto, es decir, al Padre eterno por su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a fin de que con la intercesión de la Santísima Virgen María, madre del mismo Dios y Señor nuestro, Jesucristo, y con la el bienaventurado Francisco, nuestro guía y padre, tenga a bien iluminar los ojos de nuestra mente para dirigir nuestros pasos por el camino de aquella paz que sobrepuja a todo entendimiento. Paz que evangelizó y dio Nuestro Señor Jesucristo, de cuya predicación fue repetidor nuestro padre Francisco, quien en todos sus discursos, tanto al principio como al fin, anunciaba la paz, en todos sus saludos deseaba la paz, y en todas sus contemplaciones suspiraba por la paz extática, como ciudadano de aquella Jerusalén, de la que dice el varón aquel de la paz, que era pacífico con los que aborrecían la paz: Pedid los bienes de la paz para Jerusalén. Porque sabía que el trono de Salomón está asentado en la paz, según está escrito: Fijo su habitación en la paz y su morada en Sión.
2. En vista de esto, buscando con vehementes deseos esta paz, a imitación del bienaventurado padre Francisco, yo pecador que, aunque indigno, soy, sin embargo, su séptimo sucesor en el gobierno de los frailes, aconteció que a los treinta y tres anos después de la muerte del glorioso Patriarca, me retire, por divino impulso, al monte Alvernia como a lugar de quietud, con ansias de buscar la paz del alma. Y estando allá, a tiempo que disponía en mi interior ciertas elevaciones espirituales a Dios, vínome a la memoria, entre otras cosas, aquella maravilla que en dicho lugar sucedió al mismo bienaventurado Francisco, a saber: la visión que tuvo del alado Serafín, en figura del Crucificado.
Consideración en la que me pareció al instante que tal visión manifestaba tanto la suspensión del mismo Padre, mientras contemplaba, como el camino por donde se llega a ella.
3. Porque por las seis alas bien pueden entenderse seis iluminaciones suspensivas, las cuales, a modo de ciertos grados o jornadas, disponen el alma para pasar a la paz, por los extáticos excesos de la sabiduría cristiana. Y el camino no es otro que el ardentisimo amor al Crucificado, el cual de tal manera transformo en Cristo a San Pablo, arrebatado hasta el tercer cielo, que vino a decir: Clavado estoy en la cruz junto con Cristo: yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mi; amor que así absorbió también el alma de Francisco, que la puso manifiesta en la carne, mientras, por un bienio antes de la muerte, llevó en su cuerpo las sacratísimas llagas de la Pasión. Así que la figura de las seis alas seráficas da a conocer las seis iluminaciones escalonadas que empiezan en las criaturas y llevan hasta Dios, en quien nadie entra rectamente sino por el Crucificado. Y en verdad, quien no entra por la puerta, sino que sube por otra parte, el tal es ladrón y salteador.
Más quien por esta puerta entrare, entrará y saldrá y hallará pastos. Por lo cual dice San Juan en el Apocalipsis: Bienaventurados los que lavan sus vestiduras en la sangre del Cordero para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas de la ciudad. Como si dijera: No puede penetrar uno por la contemplación en la Jerusalén celestial, si no es entrando por la sangre del Cordero como por la puerta. Nadie, en efecto, está dispuesto en manera alguna para las contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no es, con Daniel, varón de deseos. Y los deseos se inflaman en nosotros de dos modos: por el clamor de la oración, que exhala en alaridos los gemidos del corazón, y por el resplandor de la especulación, por la que el alma directísima e intensísimamente se convierte a los rayos de la luz.
4. Por eso primeramente invito al lector al gemido de la oración por medio de Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de los pecados, no sea que piense que le basta la lección sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada.
Propongo, pues, las siguientes especulaciones a los prevenidos de la divina gracia, a los humildes y piadosos; los compungidos y devotos, a los ungidos con el ´oleo de la alegra y amadores de la divina sabiduría e inflamados en su deseo; a cuantos quisieren, en fin, ocuparse libremente en ensalzar, admirar y aún gustar a Dios, dándoles a entender que poco o nada sirve el espejo puesto delante al exterior, si el espejo de nuestra alma no se hallare terso y pulido. Ejercítate, pues, hombre de Dios, en el aguijón remordedor de la conciencia, antes de elevar los ojos a los rayos de la sabiduría que relucen en sus espejos, no suceda que de la misma especulación de los rayos vengas a caer en una fase más profunda de tinieblas.
5. Y plúgome dividir el tratado en siete capítulos, anteponiendo los títulos para la mejor inteligencia de lo que se irá diciendo. Ruego, pues, que se pondere más la intención del que escribe que la obra, más el sentido de las palabras que lo desalineado del estilo, más la verdad que la graciosidad, más el ejercicio del afecto que la instrucción del intelecto.
A fin de que así suceda, la progresión de estas especulaciones no se ha de transcurrir superficialmente, sino que se ha de rumiar morosamente.

I
Grados de la subida a Dios y especulación de Dios por sus vestigios en el Universo
1. Feliz el hombre que en ti tiene su amparo; y que dispuso en su corazón, en este valle de lagrimas, los grados para subir hasta el lugar que dispuso el Señor. No siendo la felicidad otra cosa que la fruición del sumo bien y estando el sumo bien sobre nosotros, nadie puede ser feliz si no sube sobre sí mismo, no con subida corporal, sino cordial. Pero levantarnos sobre nosotros no lo podemos sino por una fuerza superior que nos eleve. Porque por mucho que se dispongan los grados interiores, nada se hace si no acompaña el auxilio divino.
Y en verdad, el auxilio divino acompaña a los que de corazón lo piden humilde y devotamente; y esto es suspirar a Él en este valle de lágrimas, cosa que se consigue con la oración ferviente. Luego la oración es la madre y origen de la sobre elevación. Por eso Dionisio en el libro De mystica theologia, queriendo instruirnos para los excesos mentales, pone ante todo por delante la oración.
Oremos, pues, y digamos a Dios Nuestro: ¡Señor: Condúceme, Señor, por tus sendas y yo entraré en tu verdad; alégrese mi corazón de modo que respete tu nombre!
2. Orando, según esta oración, somos iluminados para conocer los grados de la divina subida. Porque, según el estado de nuestra naturaleza, como todo el conjunto de las criaturas sea escala para subir a Dios, y entre las criaturas unas sean vestigio, otras imagen, unas corporales otras espirituales, unas temporales, otras eviternas, y, por lo mismo, unas que están fuera de nosotros y otras que se hallan dentro de nosotros, para llegar a considerar el primer Principio, que es espiritual y eterno y superior a nosotros, es necesario pasar por el vestigio, que es corporal y temporal y exterior a nosotros, -y esto es ser conducido por la senda de Dios, es necesario entrar en nuestra alma, que es imagen eterna de Dios, espiritual e interior a nosotros y esto es entrar en la verdad de Dios; es necesario, por fin, trascender al eterno espiritual y superior a nosotros, mirando al primer Principio, y esto es alegrarse en el conocimiento de Dios y en la reverencia de la majestad.
3. Esta subida, en efecto, es la caminata de tres jornadas en la soledad; esta es la triple iluminación de un solo día; y ciertamente, la primera es como la tarde; la segunda, como la mañana, y la tercera, como el mediodía; esta dice respecto a la triple existencia de las cosas, esto es, en la materia, en la inteligencia y en el arte eterna, según la cual se dijo: Hágase, hizo y fue hecho; ésta dice relación asimismo a las tres substancias que hay en Cristo, escala nuestra, como son la corporal, la espiritual y la divina.
4. En conformidad con esta triple progresión, nuestra alma tiene tres aspectos principales. Uno es hacia las cosas corporales exteriores, razón por la que se llama animalidad o sensualidad; otro hacia las cosas interiores y hacia sí misma, por lo que se llama espíritu; y otro, en fin, hacia las cosas superiores a sí misma, y de ahí que se le llame mente. Con estos aspectos debemos disponernos para subir a Dios, a fin de amarle con toda la mente, con todo el corazón y con toda el alma, en lo cual consiste la perfecta observancia de la ley y, junto con esto, la sabiduría cristiana.



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