7. Pero ¿qué ocurre en el alma para que
ésta se alegre más con las cosas encontradas o recobradas, y que ella estima,
que si siempre las hubiera tenido consigo? Porque esto mismo testifican las
demás cosas y llenas están todas ellas de testimonios que claman: «Así es.»
Triunfa
victorioso el emperador, y no venciera si no peleara; mas cuanto mayor fue el
peligro de la batalla, tanto mayor es el gozo del triunfo.
Combate
una tempestad a los navegantes y amenaza tragarlos, y todos palidecen ante la
muerte que les espera; serénanse el cielo y la mar, y alégranse sobremanera,
porque temieron sobremanera.
Enferma
una persona amiga y su pulso anuncia algo fatal, y todos los que la quieren
sana enferman con ella en el alma; sale del peligro, y aunque todavía no camine
con las fuerzas de antes, hay ya tal alegría entre ellos como no la hubo antes,
cuando andaba sana y fuerte.
Aun
los mismos deleites de la vida humana, ¿no los sacan los hombres de ciertas
molestias, no impensadas y contra voluntad, sino buscadas y queridas? Ni en la
comida ni en la bebida hay placer si no precede la molestia del hambre y de la
sed. Y los mismos bebedores de vino, ¿no suelen comer antes alguna cosa salada
que les cause cierto ardor molesto, el cual, al ser apagado con la bebida,
produce deleite? Y cosa tradicional es entre nosotros que las desposadas no
sean entregadas inmediatamente a sus esposos, para que no tenga a la que se le
da por cosa vil, como marido, por no haberla suspirado largo tiempo Como novio.
8. Y
esto mismo acontece con el deleite torpe y execrable, esto con el lícito y
permitido, esto con la sincerísima honestidad de la amistad, y esto lo que
sucedió con aquel que era muerto y revivió, se había perdido y fue hallado,
siendo siempre la mayor alegría precedida de mayor pena .
¿Qué
es esto, Señor, Dios mío? ¿En qué consiste que, siendo tú gozo eterno de ti
mismo y gozando siempre de ti algunas criaturas que se hallan junto a ti, se
halle esta parte inferior del mundo sujeta a alternativas de adelantos y
retrocesos, de uniones y separaciones? ¿Es acaso éste su modo de ser y lo único
que le concediste cuando desde lo más alto de los cielos hasta lo más profundo
de la tierra, desde el principio de los tiempos hasta el fin de los siglos,
desde el ángel hasta el gusanillo y desde el primer movimiento hasta el
postrero, ordenaste todos los géneros de bienes y todas tus obras justas, ¡cada
una en su propio lugar y tiempo? ¡Ay de mí! ¡Cuán elevado eres en las alturas y
cuán profundo en los abismos! A ninguna parte te alejas y, sin embargo, apenas
si logramos volvernos a ti.
IV,9.
Ea, Señor, manos a la obra; despiértanos y vuelve a llamarnos, enciéndenos y
arrebátanos, derrama tus fragancias y séanos dulce: amenos, corramos.
¿No es
cierto que muchos se vuelven a ti de un abismo de ceguedad más profundo aún que
el de Victorino, y se acercan a ti y son iluminados, recibiendo aquella luz,
con la cual, quienes la reciben, juntamente reciben la potestad de hacerse
hijos tuyos? Mas si éstos son poco conocidos de los pueblos, poco se gozan de
ellos aun los mismos que les conocen; pero cuando el gozo es de muchos, aun en
los particulares es más abundante, por enfervorizarse y encenderse unos con
otros.
A más
de esto, los que son conocidos de muchos sirven a muchos de autoridad en orden
a la salvación, yendo delante de muchos que los han de seguir; razón por la
cual se alegran mucho de tales convertidos aun los mismos que les han
precedido, por no alegrarse de ellos solos.
Lejos
de mí pensar que sean en tu casa más aceptas las personas de los ricos que las
de los pobres y las de los nobles más que las de los plebeyos, cuando más bien
elegiste las cosas débiles para confundir las fuertes, y las innobles y
despreciadas de este mundo y las que no tienen ser como si lo tuvieran, para
destruir las que son.
No
Obstante esto, el mínimo de tus apóstoles, por cuya boca pronunciaste estas
palabras, habiendo abatido con su predicación la soberbia del procónsul Pablo y
sujetándole al suave yugo del gran Rey, quiso en señal de tan insigne victoria
cambiar su nombre primitivo de Saulo en Paulo. Porque más vencido es el enemigo
en aquel a quien más tiene preso y por cuyo medio tiene a otros muchos presos;
porque muchos son los soberbios que tienen presos por razón de la nobleza; y de
éstos, a su vez, muchos por razón de su autoridad.
Así
que cuanto con más gusto se pensaba en el pecho de Victorino que como fortaleza
inexpugnable había ocupado el diablo y con cuya lengua, como un dardo grande y
agudo, había dado muerte a muchos tanto más abundantemente convenía se
alegrasen tus hijos, por haber encadenado nuestro Rey al fuerte y ver que sus
vasos, conquistados, eran purificados y destinados a tu honor, convirtiéndolos
así en instrumentos del Señor para toda buena obra.
V,10.
Mas apenas me refirió tu siervo Simpliciano estas cosas de Victorino, me encendí
en deseos de imitarle, como que con este fin me las había también él narrado.
Pero cuando después añadió que en tiempos del emperador Juliano, por una ley
que se dio, se prohibió a los cristianos enseñar literatura y oratoria, y que
aquél, acatando dicha ley, prefirió más abandonar la verbosa escuela que dejar
a tu Verbo, que hace elocuentes las lenguas de los niños que aún no hablan, no
me pareció tan valiente como afortunado por haber hallado ocasión de
consagrarse a ti, cosa por la que yo suspiraba, ligado no con hierros extraños,
sino por mi férrea voluntad.
Poseía
mi querer el enemigo, y de él había hecho una cadena con la que me tenía
aprisionado. Porque de la voluntad perversa nace el apetito, y del apetito,
obedecido procede la costumbre, y de la costumbre no contradecida proviene la
necesidad; y con estos a modo de anillos enlazados entre sí - por lo que antes
llamé cadena - me tenía aherrojado en dura esclavitud. Porque la nueva voluntad
que había empezado a nacer en mí de servirte gratuitamente y gozar de ti, ¡oh
Dios mío!, único gozo cierto, todavía no era capaz de vencer la primera, que
con los años se cabía hecho fuerte. De este modo las dos voluntades mías, la
vieja y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre sí y discordando
destrozaban mi alma.
11.
Así vine a entender por propia, experiencia lo que había leído de cómo la carne
apetece contra el espíritu, y el espíritu contra la carne, estando yo realmente
en ambos, aunque más yo en aquello que aprobaba en mí que no en aquello que en
mí desaprobaba; porque en aquello más había ya de no yo, puesto que su mayor
parte más padecía contra mi voluntad que obraba queriendo.
Con
todo, de mí mismo provenía la costumbre que prevalecía contra mí, porque
queriendo había llegado a donde no quería. Y ¿quién hubiera podido replicar con
derecho, siendo justa la pena que se sigue al que peca? Ya no existía tampoco
aquella excusa con que solía persuadirme de que si aún no te servía,
despreciando el mundo, era porque no tenía una percepción clara de la verdad;
porque ya la tenía y cierto; con todo, pegado todavía a la tierra, rehusaba
entrar en tu milicia y temía tanto el verme libre de todos aquellos
impedimentos cuanto se debe temer estar impedido de ellos.
12. De
este modo me sentía dulcemente oprimido por la carga del siglo, como acontece
con el sueño, siendo semejantes los pensamientos con que pretendía elevarme a
ti a los esfuerzos, de los que quieren despertar, mas, vencidos de la pesadez
del sueño, caen rendidos de nuevo.
Porque
así como no hay nadie que quiera estar siempre durmiendo -y a juicio de todos
es mejor velar que dormir -, y, no obstante, difiere a veces el hombre sacudir
el sueño cuando tiene sus miembros muy cargados de él, y aun desagradándole
éste lo toma con más gusto aunque sea venida la hora de levantarse, así tenía
yo por cierto ser mejor entregarme a tu amor que ceder a mi apetito. No
obstante, aquello me agradaba y vencía, esto me deleitaba y encadenaba.
Ya no
tenía yo que responderte cuando me decías: Levántate tú que duermes, y sal de
entre los muertos, y te iluminará Cristo; y mostrándome por todas partes ser
verdad lo que decías, no tenía ya absolutamente nada que responder, convicto
por la verdad, sino unas palabras lentas y soñolientas: Ahora... En seguida...
Un poquito más. Pero este ahora no tenía término y este poquito más se iba
prolongando.
En
vano me deleitaba en tu Ley, según el hombre interior, luchando en mis miembros
otra ley contra la ley de mi espíritu, y teniéndome cautivo bajo la ley del
pecado existente en mis miembros. Porque ley del pecado es la fuerza de la
costumbre, por la que es arrastrado y retenido el ánimo, aun contra su
voluntad, en justo castigo de haberse dejado caer en ella voluntariamente.
¡Miserable,
pues, de mí!, ¿quién habría podido librarme del cuerpo de esta muerte sino tu
gracia, por Cristo nuestro Señor?
VI, 13.
También narraré de qué modo me libraste del vínculo del deseo del coito, que me
tenía estrechísimamente cautivo, y de la servidumbre de los negocios seculares,
y confesaré tu nombre, ¡oh, Señor!, ayudador mío y redentor mío. Hacía las
cosas de costumbre con angustia creciente y todos los días suspiraba por ti y
frecuentaba tu iglesia, cuanto me dejaban libre los negocios, bajo cuyo peso
gemía.
Conmigo
estaba Alipio, libre de la ocupación de los jurisconsultos después de la
tercera asesoría, aguardando a quién vender de nuevo sus consejos, como yo
vendía la facultad de hablar, si es que alguna se puede comunicar con la
enseñanza.
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