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jueves, 28 de marzo de 2019

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY


San Francisco es consolado por los Ángeles

7. EL ABANDONO EN LAS VARIEDADES ESPIRITUALES DE LA VIDA

ORDINARIA
PRIVACIÓN DE ALGUNOS SOCORROS ESPIRITUALES

Quizá os parezca que sin el auxilio de este apoyo no os podríais sostener. Sin embargo, habéis de saber que este sabio director, este santo superior, este amigo espiritual os ha sido dado mientras os era muy útil y en cierto punto indispensable. Dios empero, ¿ha cesado de amaros? ¿No es todavía vuestro Padre? ¿Cómo podrá olvidar vuestros sagrados intereses? Creed, pues, que no os abandona. Es verdad que el guía, cuya pérdida lamentáis, os ha conducido felizmente hasta aquí; pero, ¿sabéis si sería apto para conduciros por el camino que aún habéis de recorrer? Nuestro Señor pudo decir a sus Apóstoles, sin duda porque le amaban con un afecto sensible: «Os conviene que Yo me vaya, porque si no me fuere, no vendrá a vosotros el Consolador; y si me voy, os le enviaré». Este amigo, este director, ¿os es más necesario que Nuestro Señor lo era a los Apóstoles? – Diréis quizá: es un castigo a mis infidelidades-. Sea; mas los castigos de un padre vienen a ser para los hijos dóciles un remedio saludable. ¿Queréis desarmar a Dios, mover su corazón, obligarle a colmaros de nuevas gracias?, aceptad su castigo, pedidle su ayuda; y en premio de vuestro confiado abandono a su voluntad, o bien os proveerá del guía que actualmente necesitáis, o El mismo se encargará de vuestra dirección.
Al P. Baltasar Álvarez, habiéndose puesto un día a calcular el mal que le causaba la pérdida de su director, fuele dicho interiormente: «injuria a Dios el que se imagina tener necesidad de un socorro humano del que está privado sin culpa de su parte. El que por medio de un hombre te dirigía, quiere en la actualidad dirigirte por Sí mismo; ¿qué razón tienes para lamentarte? Es por el contrario un señalado beneficio y preludio de grandes favores». San Alfonso añadía: «nuestra santificación no es obra de nuestros padres espirituales, sino de Dios. Cuando el Señor nos los concede, quiere que nos aprovechemos de su ministerio para la dirección de nuestra conciencia, mas cuando nos los quita quiere que, lejos de quedar por ello descontentos, redoblemos nuestra confianza en su bondad y le hablemos de este modo: Señor, Vos me disteis apoyo, y Vos me lo quitáis ahora, hágase siempre vuestra voluntad, pero ahora venid en mi ayuda y enseñadme lo que debo hacer para serviros fielmente». Bien entendida, esta confianza en Dios no dispensa de practicar las diligencias necesarias para hallar otro director, porque «a Dios rogando y con el mazo dando».
Terminemos con el P. Saint-Jure: «En la pérdida de las personas que nos son útiles para nuestro progreso espiritual, se cometen con frecuencia notables faltas, sintiendo demasiado vivamente su separación, no teniendo la suficiente sumisión a los designios de Dios sobre estas personas; testimonio evidente de que había excesivo apego a ellas y que se dependía más del instrumento que de la causa principal.
Sea que esos directores vivan, sea que mueran, ha de decir el alma que sinceramente ama a Dios y su propia perfección, que se vayan o que permanezcan; todo, Señor, lo que Vos queráis y como Vos lo queráis; sois Vos quien me ha enviado estos guías, Vos quien me los quita, no los quisiera yo retener.
Vuestra amable y amantísima voluntad me es más querida que su presencia; Vos me habéis instruido por ellos cuando quisisteis dármelos y por eso os doy gracias. Ahora que Vos me los quitáis, sabréis muy bien instruirme por otros que vuestra bondad paternal se dignará concederme cuando fuere necesario como os lo suplico; o bien, Vos mismo me instruiréis por lo que será preferible.»
Esta prueba es mucho más dolorosa cuando aquellos que Dios nos había dado como apoyo cesan de sostenemos, y volviéndose contra nosotros, amenazan echar por tierra nuestros más caros proyectos. Esto es lo que sucedió a San Alfonso de Ligorio cuando quiso fundar su Congregación.
Debía ésta prestar a la Iglesia inapreciables servicios, y, sin embargo, no bien sus antiguos hermanos se dan cuenta de que van a perderle, dan riendo suelta a «su descontento, sus sarcasmos, sus mordaces ironías contra el traidor, el desertor, el ingrato que los abandona». Hasta se trató de arrojarlo de la Propaganda; levantan contra él la opinión pública, y sus mejores amigos le vuelven la espalda. Sus directores, a pesar de aprobarle, no quieren ocuparse ya de él, y la ternura de su padre le obliga a sostener un formidable asalto. Sus primeros discípulos, negándose a entrar en sus miras, fomentan el cisma, y le dejan casi solo. En una palabra, a excepción de su Obispo y de su nuevo director, fáltanle todos los apoyos, casi todos se vuelven contra él. En medio de este desencadenamiento de lenguas, estas discusiones, estas separaciones, Alfonso hace orar a las almas santas, y, para conocer con seguridad la voluntad divina, se dirige a los más sabios consejeros, implora cerca de Dios la luz por medio de continuas oraciones y mortificaciones espantosas. Con el corazón herido, póstrase a los pies de Jesús Agonizante y con El exclama: «Dios mío, ¡hágase tu voluntad! »Persuadido de que Dios no necesita ni de él ni de su obra, pero que le ordena proseguirla, se esfuerza por conseguir su objeto, aunque sea a costa de verse solo, y asegura que Dios no ha permitido todas esas divisiones sino para mayor bien. Los acontecimientos que siguieron a estas separaciones, prueban que Dios las permitió, no sólo para depurar por medio de la tribulación a San Alfonso, sino a otras muchas almas entregadas a su gloria, para emplearlas después en las obras de su gracia. «Todas estas cañas se convierten bajo su mano en árboles cargados de frutos excelentes.» La Beata María Magdalena Postel pasó por la misma prueba en una circunstancia análoga.
2º.- Los recursos de que disponemos para la realización del bien, nos los puede Dios quitar según su beneplácito.
Así, puede privarnos de la fortuna, de la salud, de las comodidades, de los talentos y de la ciencia; rebajarnos si le agrada, aniquilarnos, por decirlo así, por algún tiempo o de un modo definitivo. Tratando del abandono en los bienes y males temporales, hemos hablado de todas estas cosas y queremos mencionarlas aquí, en cuanto son los instrumentos del bien espiritual; y para no repetir, diremos tan sólo que Dios no exige ya de nosotros las obras pasadas, pues nos quita los medios de realizarlas. Al presente sólo nos pide la paciencia y la resignación, hasta desea nuestro abandono completo; gracias a esta santa indiferencia y a esta amorosa sumisión, le daremos más gloria y aprovecharemos más en nuestra penuria que en el tiempo de la abundancia.
Vamos a proponer, como lo hace San Francisco de Sales, el ejemplo del Santo Job. Este gran servidor de Dios no se dejó vencer por ninguna aflicción. En tanto que duró su primera prosperidad, usó de ella para derramar el bien a manos llenas, y como él mismo dice: «Era pie para el cojo, ojo para el ciego, proveedor del hambriento y refugio de todos los afligidos.» Contempladle ahora reducido a la más extrema pobreza, privado por completo de sus hijos y de su fortuna. No se queja de que Dios le haya herido en sus más caras afecciones, le haya privado de continuar tantas buenas obras tan interesantes y tan necesarias a la vez; se resigna, y se abandona. En este solo acto de paciencia y de sumisión muestra más virtud, hácese más agradable a Dios, que por las innumerables obras de caridad que hacía en el tiempo de la prosperidad. «Porque es preciso tener un amor más fuerte y generoso para este solo acto que para todos los otros juntos.»
Nosotros también, «dejémonos despojar por nuestro Soberano Maestro de los medios de realizar nuestros deseos por buenos que sean, cuando a El le agrade privarnos de ellos, sin quejamos ni lamentarnos jamás como si nos hiciera un gran agravio». En efecto, la paciencia y el abandono compensarán abundantemente el bien que ya no podemos hacer. Esta santa indiferencia por la salud, por los talentos y la fortuna, esta amorosa unión de nuestra voluntad a la de Dios, ¿no es la muerte a sí mismo y la perfección de la vida espiritual? ¿Hay medio más poderoso para atraer la gracia sobre nosotros, sobre los nuestros y sobre nuestras obras?



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