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miércoles, 27 de marzo de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. San juan de Avila



CAPITULO 10
De muchos otros medios que debemos usar cuando este cruel enemigo nos acometiere con los primeros golpes.
Los avisos que para remedio de esta enfermedad habéis oído son cosas que ordinariamente habéis de usar, aunque sea fuera del tiempo de la tentación.
Ahora oíd lo que habéis de hacer cuando os acometiere y os diere el primer golpe. Señalad luego la frente o el corazón con la señal de la cruz, llamando con devoción el santo nombre de Jesucristo, y decid: ¡No vendo yo a Dios tan barato! ¡Señor, más valéis Vos, y más quiero a Vos! Y si con esto no se quita, abajad al infierno con el pensamiento, y mirad aquel fuego vivo cuan terriblemente quema, y hace dar voces y aullar y blasfemar a los miserables que ardieron acá con fuegos de deshonestidad, ejecutándose en ellos la sentencia de Dios, que dice (Apoc, 18, 7): Cuanto se glorificó en los deleites, tanto le dad de tormento y lloro. Y espantaos de tan grave castigo—aunque justísimo—, que deleite de un momento se castigue con eternos tormentos; y decid entre vos lo que San Gregorio dice: «Momentáneo es lo que deleita, y eterno lo que atormenta.» Y si esto no os aprovecha, subíos al cielo con el pensamiento, y se os represente aquella limpieza de castidad que en aquella bienaventurada ciudad hay; y cómo no puede entrar allí bestia ninguna, quiero decir, hombre bestial, y estaos un rato allá, hasta que sintáis alguna espiritual fuerza con que aborrezcáis vos aquí lo que allí se aborrece por Dios.
También aprovecha dar con el cuerpo en la sepultura, según vuestro pensamiento, y mirar muy despacio cuan hediondos y cuáles están allí los cuerpos de hombres y mujeres.
También aprovecha ir luego a Jesucristo puesto en la cruz, y especialmente atado a la columna y azotado, y bañado en sangre de pies a cabeza, y decirle con entrañable gemido: Vuestro virginal y divino cuerpo, Señor, tan atormentado y lleno de graves dolores, ¿y yo quiero deleites para el mío, digno de todo castigo? Pues Vos pagáis con azotes, tan llenos de crueldad, los deleites que los hombres contra vuestra ley toman, no quiero yo tomar placer tan a costa vuestra, Señor.
También aprovecha representar súbitamente delante de vos a la limpísima Virgen María, considerando la limpieza de su corazón y entereza de cuerpo, y aborrecer luego aquella deshonestidad que os vino, como tinieblas que se deshacen en presencia de la luz. Mas si sabéis cerrar la puerta del entendimiento muy bien cerrada, como se suele hacer en el íntimo recogimiento de la oración, según adelante diremos, hallaréis con facilidad el socorro más a la mano que en todos los remedios pasados. Porque acaece muchas veces que, abriendo la puerta para el buen pensamiento, se suele entrar el malo; mas cerrándola a uno y a otro, es un volver las espaldas a los enemigos, y no abrirles la puerta hasta que ellos se hayan ido, y así se quedarán burlados.
También aprovecha tender los brazos en cruz, hincar las rodillas y herir los pechos. Y lo que más, o tanto como todo junto, es recibir con el debido aparejo el santo cuerpo de Jesucristo nuestro Señor, el cual fue formado por el Espíritu Santo, y está muy lejos de toda impuridad.
Es remedio admirable para los males que de nuestra carne concebida en pecados (en pecado original) nos vienen. Y si bien supiésemos mirar la merced recibida en entrar Jesucristo en nosotros, nos tendríamos por relicarios preciosos, y huiríamos de toda suciedad, por honra de Aquel que en nosotros entró. ¿Con qué corazón puede uno injuriar su cuerpo, habiendo sido honrado con juntarse con el santísimo cuerpo de Dios humanado? ¿Qué mayor obligación se me pudo echar? ¿Qué mayor motivo se me pudo dar para vivir en limpieza, que mirar con mis ojos, tocar con mis manos, recibir con mi boca, meter en mi pecho al purísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, dándome honra inefable para que no me abata a vileza, y atándome consigo, y dedicándome a Él por su entrada? ¿Cómo o con qué cuerpo ofenderé al Señor, pues en este que tengo ha entrado el Autor de la puridad? ¿He comido a Él, y con Él a una mesa, ¿y serle he traidor ahora, ni en toda mi vida? Así es razón que se estime esta merced, para que recibamos corona en nuestra flaqueza. Mas si mal lo recibimos, o mal de Él usamos, sucede el efecto contrario, y se siente el tal hombre más poseído de la deshonestidad, que antes de haber comulgado.
Y si con todas estas consideraciones y remedios la carne bestial no se asosegare, la debéis tratar como a bestia, con buenos dolores, pues no entiende razones tan justas. Algunos sienten remedio con darse recios y largos pellizcos, acordándose del excesivo dolor que los clavos causaron a nuestro Señor Jesucristo; otros con azotarse fuertemente, acordándose de cómo el Señor fue azotado; otros con tender las manos en cruz, alzar los ojos al cielo, herirse el rostro, y con otras cosas semejantes a éstas, con que causan dolor a la carne; porque otro lenguaje en aquel tiempo ella no entiende. Y este modo leemos haber tenido los Santos pasados, uno de los cuales se desnudó y se revolcó por unas espinosas zarzas, y con el cuerpo lastimado y ensangrentado cesó la guerra que contra el ánima había. Otro se metió en tiempo de invierno en una laguna de agua muy fría, en la cual estuvo hasta que el cuerpo salió medio muerto, más el ánima muy libre de todo peligro. Otro puso los dedos de la mano en una lumbre, y con quemarse algunos de ellos cesó el fuego que atormentaba a su ánima. Y un mártir, atado de pies y manos, con el dolor de cortarse con sus propios dientes la lengua, salió vencedor de acuesta pelea. Y aunque algunas de estas cosas no se han de imitar, porque
fueron hechas con particular instinto del Espíritu Santo, y no según ley ordinaria, mas debemos aprender de aquí que en el tiempo de la guerra, en que nos va la vida del ánima, no nos hemos de estar quietos ni flojos, esperando que nos den lanzadas nuestros enemigos, mas resurtir del pecado como de la faz de la serpiente, según dice la Escritura (Eccli., 21, 2), y tomar cada uno el remedio con que mejor se hallare, y según su prudente confesor le encaminare.


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