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jueves, 30 de agosto de 2018

LA VIDA DE MONS. MARCEL LEFEBVRE



Monseñor, ésta es la impresión que me da su misión: la de un ejército en desbandada.
No le disgustó al Vicario Apostólico esa apreciación, pues sabía que se acercaba a la realidad. Como diría más tarde el mismo Padre: «Con Monseñor Grimault reinaba el inmovilismos'". ¿No había cenado este Obispo un día con el Mariscal Pétain, sin pedirle ningún subsidio? ¿No tenía como máxima favorita: «Si Dios quisiera, convertiría al mundo con el meñique», como si la gracia de Dios pudiese prescindir de la acción humanar".
Ésa no era la manera de pensar de Monseñor Lefebvre, que se daba cuenta de cómo los paganos suplicaban al misionero que les enseñase el catecismo y les abriese escuelas. Tenía que responder a esa súplica estableciéndose entre ellos y construyéndoles capillas y aulas de clase. Su pedido le parecía tanto más angustioso, por no decir angustiado, cuanto que estaban rodeados de mahometanos. Tenía que llegar primero, o si no la Iglesia perdería su lugar, yesos poblados, que hoy son abiertos y acogedores, se cerrarían (¿por cuántos años o quizá siglos?) a la luz y a la vida'".
En Fatick habían fracasado dos intentos de fundar una misión.
Además, el Rey de Sine, Makékor Diouf, se oponía a ello: No quiero siquiera que crucen el puente -les había dicho a los misioneros-; y del lado del río en que se encuentran, ¡no construyan nada que una flecha no pueda atravesar de parte a parte!.
Sólo se permitía levantar chozas. Por eso, el puesto misional tuvo que establecerse en Diohine, a 25 kilómetros de allí.
Un hermoso día de 1949 el joven Padre Gravrand, con permiso de su Superior, decidió «cruzar el puente». Ahora bien, mientras pensaba «estar cruzando el Rubicón como César», se encontró frente a frente con el Rey de Sine, que venía en la dirección contraria.
-Excelencia, lo estaba buscando -le dijo filialmente el misio-
nero al soberano, explicándole que iba a tres poblados a «comenzar la evangelización de la Iglesia de los cristianos».
En ese instante el Rey cambió. Respondió: «¡Muy bien!». Y dio órdenes al acompañante africano del Padre: «Vaya a ver al Bour (el Rey) de Pourantok de mi parte y dígale: El Bour le dice que reúna a los viejos en la plaza del poblado y entregue sus hijos al Padre». Y así se hizo.
El Bour Sine (Rey de Sine) explicaría más tarde: El primer día que lo vi (al misionero), me habló como un hijo a su Padre; entonces me sentí como un Padre para él y decidí concederle lo que me pidiera, sin importarme lo que fuera".
Explotando el efecto de esta gracia, el Padre Gravrand tuvo la alegría de inscribir a sus cien primeros catecúmenos, y Monseñor Lefebvre tomó pronto la decisión de fundar finalmente la Misión de Fatick.
Fue así como, con o sin milagros, pero en todo caso con la llegada de muchos nuevos misioneros, logró que el número de puestos misionales independientes pasara de diez a veinticinco?'.
Monseñor elegía los lugares donde había que invertir en personal y en edificios con un tino casi profético -recordaba el Padre Gervais-. Nos solían sorprender sus proyectos y decisiones audaces, y nunca tardábamos en ver su acierto con la evolución tanto de la ciudad de Dakar como de los puestos misionales del interior. No imponía jamás sus opiniones, pero cuando decía: «En su lugar, yo haría tal cosa», sabíamos que su plan era el mejor y que seguiría de cerca su desarrollan.
En el caso de Fatick, el segundo día de su visita a Diohine, Monseñor tomó consigo al Padre Gravrand y le dijo: «Vamos a Fatick, voy a enseñarle el lugar donde hay que construir la Misión».
Entonces -decía el Padre- vi cómo fundaba una misión: recorría el lugar metro por metro con sus propios pies, con sus propias piernas. Sabía que hacían falta tantos metros por tantos metros para el presbiterio, que había que reservar tal lugar para la iglesia, que a tal distancia debía ir la escuela, que a las hermanas había que ponerlas en tal punto, y así otras cosas; y yo me limitaba a mirarlo... Era obvio que había calculado y pensado esa fundación, y que había que hacerla tal como estaba en su mente".
Un día el Obispo le dijo al Párroco de Bambey:
-Mire, acabo de recibir este donativo de Suiza, con el que podré construir un dispensario en N gaskop.
-¡En Ngaskop! ¿Ese puñado de poblados paganos, a 20 kilómetros al final de un camino intransitable? ¡Y todas las piedras que me va a hacer transportar!, etc,
Aún así, por muchos argumentos que le expusiera el Padre Bourdelet, el Prelado -inflexible- siempre respondía:
-Sí, pero es en Ngaskop donde hay que hacerla.
Finalmente, dándose por vencido, el Padre exclamó: ¡Yeso -explicaba- yo se lo podía decir a Monseñor Lefebvre! El Obispo tuvo razón: los Fogola o «amigos de los cristianos» se inscribieron en la lista de los simpatizantes dispuestos a resistir al Islam y a bautizarse al menos antes de morir. Y estos poblados de tres mil o cuatro mil animistas quedaron vinculados a la Iglesia a partir de ese momento; muy pronto hubo bautismos y numerosos catecúmenos, y se hizo bautizar a los niños. Así es como, con miras a la evangelización, Monseñor Lefebvre había querido preservar primero a aquellos pueblos de la islamización, y lo había logrado a la perfección".
5. Problemas urbanos y nuevas parroquias

Tres años después de su llegada a Dakar, Monseñor Lefebvre había adquirido tal conocimiento del país que pudo escribir una notabilísima carta pastoral sobre los problemas económicos y sociales de Senegal, que fue leída públicamente en la exposición misionera de Lourdes en 1953.
Reservando para más tarde el análisis de la doctrina del Prelado, subrayemos ahora las soluciones que intentó dar a los problemas sociales. En Dakar, el aumento de población se había disparado con la llegada de profesionales y obreros contratados en Francia, de comerciantes sirios y libaneses, y de masas de indígenas que abandonaban la sabana. Los europeos se construían barrios nuevos: la zona residencial de Fann, o la otra más barata del «Punto E» de Dakar; mientras que los indígenas tendían a amontonarse en barrios populosos y alejados del centro: Medina, Reubeuss y Pikine.
La separación de las diversas comunidades étnicas se acentuaba cada vez más. Sin querer suprimir las diferencias, Monseñor Lefebvre se esforzó por aproximar las clases y etnias invitando a los movimientos de Acción Católica europeos y africanos para que se frecuentaran entre sí y examinaran los problemas comunes, sociales y religiosos. Así -decía- «se conocerán mejor, se apreciarán mutuamente y disiparán los prejuicios que los dividen». Pero este espíritu de frecuentación mutua sólo pudo realizarse en la Ciudad Católica o con los Scouts Aventuras de Francois Lagneau, que tuvo que oponerse a las directivas de racismo «antiblancos-colonialistas» de los dirigentes franceses/".
Dándose cuenta del nacimiento de un proletariado obrero urbano, el Obispo trató de aportarle un remedio mediante sus contactos con empresas metropolitanas de construcción de viviendas (como el comité interprofesional de viviendas de Roubaix-Tourcoing)77, mediante el desarrollo de la Acción Católica (como veremos después) y mediante la creación de nuevas parroquias.
Fue así como Monseñor Lefebvre hizo venir de las islas de Cabo Verde al Padre Fernando Bussard, natural de Cruyere y misionero en esas mismas islas, para que se ocupase de los caboverdianos de Dakar, de lengua creole portuguesa. Éstos, por una falsa idea de superioridad, iban los domingos a la Misa de once y media de los europeos. Monseñor Lefebvre no habría aceptado jamás que hubiese una «Misa para blancos» y una «Misa para negros», pero la costumbre exigía que los blancos no fuesen ni a la Misa de ocho ni a la Misa mayor de las diez, que los indígenas frecuentaban. Además, para los libaneses, el Obispo obtuvo de la Santa Sede la llegada de un religioso, el Padre Agustín Sarkis, y bendijo en 1952 la primera piedra de la iglesia de Nuestra Señora del Líbano, en la que pudo celebrarse el rito maronita".
La iglesia del Sagrado Corazón, construida hacía ya cuarenta años, se caía a pedazos. En enero de 1949 el Obispo hizo organizar una primera kermés, a la que después seguirían otras, para solicitar la caridad de los cristianos; con las ganancias sólo se pudo comprar un inmenso hangar metálico al que una hábil obra de albañilería dio el aspecto de un santuario, que fue bendecido en diciembre de 1949. En Medina se había abierto una capilla en 1945, en un antiguo establo; luego se la instaló en un cine, y después en una zona de barracas estadounidenses. Monseñor Lefebvre hizo edificar una iglesia y erigió, en diciembre de 1949, la parroquia de San José de Medina; en 1959 hubo que agrandar la iglesia en un hermoso estilo románico, y el Obispo supervisó la erección de un alto campanario como señal de la presencia cristiana en aquel barrio tan islamizado".
Otras iglesias (las de las futuras parroquias) se construyeron sin cesar: Santa Teresita del Niño Jesús del Gran Dakar en el Punto E (1956), San Cristóbal de Yoff (1956), Nuestra Señora de Cabo Verde en Pikine, Santa Ana de Bel-Air, que fueron durante mucho tiempo humildes capillas, Nuestra Señora de los Ángeles de Ouakam (1961), etc.; sin contar Santo Domingo, un pequeño fortín sin gracia, bendecido en 1961 por Monseñor Maury. El Obispo llamaba para estas obras a los arquitectos Strobel, de la Misión de Yaoundé, y Muller, de Colmar, que le diseñaban gratis los planos".
En cuanto a la parroquia de la catedral, que tenía diez mil almas en 1951 y quince mil en 1960, su Misa mayor se emitía cada domingo por Radio Dakar. Su último Párroco, nombrado por Monseñor Lefebvre el 9 de octubre de 1960, fue el Padre Thiandoum.
A su llegada, Monseñor había encontrado en Dakar dos parroquias y tres iglesias; a su partida le dejaba a su sucesor nueve parroquias y trece iglesias".



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