LIBRO DÉCIMO CUARTO. EL DESORDEN DE LAS PASIONES,
PENA DEL PECADO
Capítulo primero. Por la desobediencia del primer hombre, todos
caerían en la eternidad de la segunda muerte, si la gracia de Dios no librase a
muchos
Dijimos
ya en los libros precedentes cómo Dios, para unir en sociedad a los hombres, no
sólo con la semejanza de la naturaleza, sino también para estrecharlos en una
nueva unión y concordia con el vínculo de la paz por medio de cierto
parentesco, quiso criarlos y propagarlos de un solo hombre; y cómo ningún
individuo del linaje humano muriera si los dos primeros, creados por Dios, el
uno de la nada y el otro del primero, no lo merecieran por su desobediencia;
los cuales cometieron un pecado tan enorme, que con él se empeoró la humana
naturaleza, trascendiendo hasta sus más remotos descendientes la dura pena del
pecado y la necesidad irreparable de la muerte, la cual, con su despótico
dominio, de tal suerte se apoderó de los corazones humanos, que el justo y condigno
rigor de la pena llevara a todos como despeñados a la muerte segunda, sin fin
ni término, si de ella no libertara a algunos la inmerecida gracia de Dios. De
donde ha resultado que, no obstante el haber tantas y tan dilatadas gentes y
naciones esparcidas por todo el orbe, con diferentes leyes y costumbres, con
diversidad de idiomas, armas y trajes, con todo no haya habido más que dos
clases de sociedades, a quienes, conforme a nuestras santas Escrituras, con
justa causa podemos llamar dos ciudades: la una, de los hombres que desean
vivir según la carne, y la otra, de los que desean vivir según el espíritu,
cada una en su paz respectiva, y que cuando consiguen lo que apetecen viven en
peculiar paz.
Capítulo II. El vivir según la carne se debe entender no sólo de los
vicios del cuerpo, sino también de los del alma
Conviene,
pues, examinar en primer lugar qué es vivir según la carne y qué según el
espíritu; porque cualquiera que por vez primera oyese estas proposiciones,
desconociendo o no penetrando cómo se expresa la Sagrada Escritura, podría
imaginar que los filósofos, epicúreos son los que viven según la carne, dado
que colocan el sumo bien y la bienaventuranza humana en la fruición del deleite
corporal, así como todos aquellos que en cierto modo han opinado que el bien
corporal es el sumo bien del hombre, como el alucinado vulgo de los filósofos
que, sin seguir doctrina alguna, o sin filosofar de esta manera, estando
inclinados a la sensualidad, no saben gustar sino de los deleites que reciben
por los sentidos corporales; y que los estoicos, que colocan el sumo bien en el
alma, son los que viven según el espíritu, puesto que el alma humana no es otra
cosa que un espíritu. Sin embargo, atendiendo el común lenguaje de las sagradas
letras, es cierto que unos y otros viven según la carne, porque llama carne no
sólo al cuerpo del animal terreno y mortal, como cuando dice: <No toda carne es
de una misma especie; diferente es la carne del hombre y la de las bestias; y
diferente la de las aves y la de los peces>, sino que usa con
diversidad de la significación de este nombre; y entre estos distintos modos de
hablar, muchas veces también al mismo hombre, esto es, a la naturaleza humana,
suele llamar carne, tomando, conforme al estilo retórico, el todo por la parte,
como cuando dice: <No hay carne alguna que se justifique por las obras de la ley.>
¿Qué quiso dar aquí a entender sino ningún hombre? Lo cual, con mayor claridad
lo dice después. <Ningún
hombre se justificará por la ley>; y escribiendo a los gálatas,
les dice: <Sabiendo
que ningún hombre puede> justificarse por las obras de la ley.>
Conforme a esta doctrina se entiende aquella expresión del sagrado cronista: <El Verbo eterno
se hizo carne>, esto es, hombre; la cual, como no la
comprendieron bien algunos, imaginaron que Jesucristo no tuvo alma humana,
porque así como el todo se toma por la parte en el sagrado Evangelio, cuando
dice la Magdalena: <Han llevado de aquí a mi Señor, y no sé dónde le han
puesto>, hablando solamente de la carne de Jesucristo, la que,
después de sepultada, pensaba la habían sacado de la sepultura, así también por
la parte se entiende el todo, y diciendo la carne se entiende el hombre, como
en los lugares que arriba hemos alegado.
De
modo que dando la Sagrada Escritura a la carne diversas significaciones, las
cuales sería largo buscar y referir, para que podamos deducir qué cosa sea
vivir según la carne (lo cual, sin duda, es malo, aunque no sea mala la misma
naturaleza de la carne), examinemos con particular cuidado aquel lugar de la
Epístola de San Pablo a los Gálatas: <Las obras de la carne son bien notorias y conocidas; como
son los adulterios, fornicaciones, inmundicias, lujurias, idolatrías,
hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, disensiones, herejías,
envidias, embriagueces, glotonerías Y otros vicios semejantes, sobre los cuales
os advierto, como ya os tengo dicho, que los que cometen semejantes maldades no
conseguirán el reino de los cielos.> Todo este lugar del Apóstol,
considerado con la madurez y atención correspondiente para el negocio presente,
podrá resolvernos esta cuestión: qué es el vivir según la carne. Porque entre
las obras de la carne que dijo eran notorias, y refiriéndolas, las condenó, no
sólo hallamos las que pertenecen al deleite de la carne, como son las
fornicaciones, inmundicias, disoluciones, embriagueces y glotonerías, sino
también aquellas con que se manifiestan los vicios del ánimo, que son ajenos al
deleite carnal; porque ¿quién hay que ignore que la idolatría, las hechicerías, las
enemistades, rivalidades, celos, iras, disensiones, herejías y envidias, son
vicios del espíritu más que de la carne? Puesto que puede suceder
que por la idolatría o por error de alguna secta se abstenga uno de los
deleites carnales, sin embargo, aun entonces se comprende, por el testimonio
del Apóstol, que vive el hombre según la carne, aunque parezca que modera y
refrena los apetitos de la carne. ¿Quién no tiene la enemistad en el alma?
¿Quién de su enemigo o de quien piensa que es su enemigo dice: mala carne, sino
más bien, mal ánimo tienes contra mí? Finalmente, así como al oír carnalidades nadie dudaría
atribuirlas a la carne, así, al oír animosidades, las atribuirá al espíritu;
¿por qué, pues, a estas cosas y a otras tales <el doctor de las gentes en la
fe y la verdad> las llama obras de la carne, sino porque, conforme al modo
de hablar con que se significa el todo por la parte, quiere que por la carne
entendamos el mismo hombre?
Capítulo III. La causa del pecado provino del alma y no de la carne,
y la corrupción que heredamos del pecado no es pecado, sino pena
Si
alguno dijere que en la mala vida la carne es la causa de todos los vicios,
porque así vive el alma que está pegada a la carne, sin duda que no advierte
bien ni pone los ojos en toda la naturaleza humana; porque aunque es indudable
<que el cuerpo corruptible agrava y deprime el alma>, el mismo Apóstol,
tratando de este cuerpo corruptible, había dicho: <Aunque este nuestro hombre exterior se
corrompa, sin embargo añade, sabemos que si ésta nuestra morada terrena en que
vivimos se deshiciese, tenemos por la merced de Dios otra no temporal ni hecha
por mano de artífice, sino eterna en los cielos; ésta es por la que también
suspiramos, deseando vernos y abrigarnos en aquella nuestra mansión celestial,
esto es, deseando vestirnos de la inmortalidad e incorruptibilidad, lo cual
conseguiremos si no nos halláremos desnudos, sino vestidos de Cristo; porque
entretanto que vivimos en esta morada suspiramos con el peso de la carne, pues
no gustaríamos despojarnos del cuerpo, sino vestirnos sobre él de aquella
gloria celestial, de manera que la vida eterna embebiese y consumiese, no el
cuerpo, sino la corrupción Y mortalidad.> Así pues, nos agrava y
oprime el cuerpo corruptible; pero sabiendo que la causa de este pesar no es la
naturaleza o la substancia del cuerpo, sino su corrupción, no querríamos
despojarnos del cuerpo, sino llegar con él a la inmortalidad. Y aunque entonces
será también cuerpo, como no ha de ser corruptible, no agravará. Por eso ahora
agrava y oprime el alma el cuerpo corruptible, <y esta morada nuestra de tierra no deja
alentar al espíritu con el peso de tantos pensamientos y cuidados>.
Los
que creen, pues, que todas las molestias, afanes y males del alma le han sucedido
y provenido del cuerpo, se equivocan sobremanera, porque aunque Virgilio, en
aquellos famosos versos donde dice: <Tienen estas almas en su origen un
vigor de fuego y una raza y descendencia del cielo, en cuanto no las fatiga y
abruma el dañoso cuerpo y las embotan los terrenos y mortales miembros>,
parece que nos declara con toda evidencia la sentencia de Platón, y, queriendo
darnos a entender que todas las cuatro perturbaciones, agitaciones o pasiones
del alma tan conocidas: el deseo, el temor, la alegría y la tristeza, que son como
fuentes y manantiales de todos los vicios y pecados, suceden y provienen del
cuerpo, añada y diga: <De este terreno peso les proviene el dolerse, desear,
temer, gozarse, ni de la lóbrega y oscura cárcel en que están pueden o
contemplar su ser o soltarse>; con todo, muy disonante y distinto
es lo que sostiene y nos enseña la fe; porque la corrupción del cuerpo, que es la que agrava el
alma, no es causa, sino pena del primer pecado; y no fue la carne corruptible
la que hizo pecadora al alma, sino, al contrario, el alma pecadora hizo a la
carne que fuese corruptible.
Y
aunque de la corrupción de la carne proceden algunos estímulos de los vicios y
los mismos apetitos viciosos, sin embargo, no todos los vicios de nuestra mala
vida deben atribuirse a la carne para no eximir de todos ellos al demonio, que no
está vestido de carne mortal, pues aunque no podamos llamar con verdad al príncipe de las tinieblas
fornicador o borracho u otro dicterio semejante alusivo al deleite carnal, aunque
sea secreto instigador y autor de semejantes pecados, con todo, es sobremanera
soberbio y envidioso; el cual vicio de tal modo se apoderó de su
vano espíritu, que por él se halla condenado al eterno tormento en los lóbregos
calabozos de este aire tenebroso.
Y
estos vicios, que son los principales que tiene el demonio, los atribuye el
Apóstol a la carne, de la cual es cierto que no participa el demonio, porque
dice que las enemistades, contiendas, celos, iras y envidias son obras de la
carne, de todos los
cuales vicios la fuente y cabeza es la soberbia, que, sin carne,
reina en el demonio ¿Qué enemigo tienen mayor que él los santos? ¿Quién hay
contra ellos más solícito, más animoso, más contrario y envidioso? Y teniendo
todas estas deformes cualidades sin estar vestido de la carne, ¿cómo pueden ser
obras de la carne sino porque son obras del hombre, a quien, como dije, llama carne?
Pues no por tener carne (que no tiene el demonio), sino por vivir conforme a sí
propio, esto es, según el hombre, se hizo el hombre semejante al demonio, el
cual también quiso vivir conforme a sí propio <cuando no perseveró en la verdad> para
hablar mentira, movido, no de Dios, sino de sí propio, que no sólo es
mentiroso, sino padre de la mentira. El fue el primero que mintió, por él principió
el pecado y por él tuvo su origen la mentira
Capítulo IV. ¿Qué es vivir según el hombre y vivir según Dios?
Cuando
vive el hombre según el hombre y no según Dios, es semejante al demonio; porque
ni el ángel debió vivir según el ángel, sino según Dios, para que perseverara
en la verdad y hablara verdad, que es fruto propio de Dios y no mentira, que es
de su propia cosecha; por cuanto aun del hombre, dice el mismo Apóstol en otro
lugar: <Si con
mi mentira campea más y sale más ilustre y tersa la verdad de Dios>, a la
mentira la llamo mía y a la verdad de Dios.
Por eso, cuando vive el hombre
según la verdad, no vive conforme a sí mismo, sino según Dios; porque el Señor es el que dijo: <Yo soy la verdad>, y cuando vive conforme
a sí mismo, esto es, según el hombre y no según Dios, sin duda que vive según
la mentira, no porque el mismo hombre sea mentira, pues Dios, que es autor y criador del hombre, ni es autor ni criador de la mentira, sino porque de
tal suerte crió Dios recto al hombre, que viviese no conforme a sí mismo, sino
conforme al que le crió, esto es, para que hiciese no su voluntad, sino la de su Criador, que el no vivir en el mismo
estado en que fue criado para que viviese es la mentira, porque quiere ser
bienaventurado aun no viviendo de modo que lo pueda ser; ¿y qué cosa hay más
falsa y mentirosa que esta voluntad?
Así,
pues, no fuera de propósito puede decirse que todo pecado es mentira, porque no
se forma el pecado sino con aquella voluntad con que queremos que nos suceda
bien o con que no queremos que nos suceda mal; luego mentira es lo que,
haciéndose para que nos vaya mejor, por ellos nos va peor. ¿Y de dónde proviene esto sino de que sólo le
puede venir el bien al hombre de Dios, a quien, pecando, desampara, y no de sí
mismo, a quien siguiendo peca? Así como
insinuamos que de aquí procedieron dos ciudades entre sí diferentes y
contrarias, porque los unos vivían según la carne y los otros según el
espíritu, del mismo modo podemos también decir que los unos viven según el
hombre y los otros según Dios, porque claramente dice San Pablo: <Y supuesto
que hay entre vosotros emulaciones y contiendas, ¿acaso no sois carnales y
vivís según el hom bre? Luego lo que es vivir según el hombre, eso es carnal,
pues por la carne, tomada como parte del hombre, se entiende el hombre.> Poco antes había llamado animales a los hombres,
a quienes después llama carnales, diciendo: <Así como ningún hombre sabe los secretos del corazón
humano, si no es el espíritu del hombre que está en él, así los de Dios ninguno
los sabe si no es el espíritu de Dios, y nosotros no hemos recibido el espíritu
de este mundo, sino el espíritu que procede de Dios para conocer las mercedes y
gracias que Dios nos ha hecho, las cuales, como las conocemos, así las
predicamos no con palabras artificiosas y acomodadas a la sabiduría humana,
sino con las que hemos aprendido del espíritu, declarando los misterios
espirituales con términos y palabras espirituales, porque el hombre animal no
entiende ni admite las cosas del espíritu de Dios, teniendo por necedad cuando
se aparta de lo que su sentido alcanza.> Y a estos tales, esto
es, a los carnales, dice poco después: <Y yo, hermanos, no os pude hablar como a espirituales,
sino como a carnales>; lo cual se entiende igualmente según la
misma manera de hablar, esto es, tomando el todo por la parte, porque por el
alma y por la carne, no son partes del hombre, se puede significar el todo, que
es el hombre, y así no es otra cosa el hombre animal que el hombre carnal, sino
que lo uno y lo otro es una misma cosa, esto es, el hombre que vive según el
hombre; así como tampoco se entiende otra cosa que hombres cuando se, dice:
<Ninguna carne se justificará por las obras de la ley>, o cuando dice:
<Setenta y cinco almas bajaron con Jacob a Egipto>, porque en estos
lugares por ninguna carne se entiende ningún hombre, y por setenta y cinco
almas se entienden setenta y cinco hombres.
Lo que
dijo: <No con palabras artificiosamente compuestas y acomodadas a la humana
sabiduría>, pudo decirse también a la carnal sabiduría; así como lo que
dijo: <Vivís según el hombre>, pudo decirse según la carne; y más se
declaró esto cuando añadió: <Porque diciendo unos: yo soy de Pablo, y otros:
yo soy de Apolo, ¿acaso no manifestáis que sois hombres?> Lo que antes dijo:
Sois animales y sois carnales, más clara y expresamente lo dice aquí: Sois hombres, es
decir, vivís según el hombre y no según Dios, que si según él vivieseis,
seríais dioses.
Capítulo
V. Aunque es más tolerable la opinión de los platónicos que la de los maniqueos
sobre la naturaleza del cuerpo y del alma, con todo, también aquellos son
reprobados, porque las causas de los vicios las atribuyen a la naturaleza de la
carne
En
nuestros vicios y pecados no hay motivo para que acusemos con ofensa e injuria
del Criador a la naturaleza de la carne, la cual en su orden y especies es
buena; pero el vivir según el bien criado, dejando el bien, que es su Criador,
no es bueno, ya elija uno vivir según la carne, o según el alma, o según todo
el hombre que consta de alma y carne, que es por donde le po demos llamar
también con sólo el nombre del alma y con sólo el nombre de la carne. Porque el
que estima como sumo bien a la naturaleza del alma y acusa como mala a la
naturaleza de la carne, sin duda que carnalmente ama al alma y que carnalmente
aborrece a la carne; pues lo que siente, lo siente con vanidad humana y no con
verdad divina.
Y
aunque los platónicos no procedan con tanto error como los maniqueos, aborreciendo
los cuerpos terrenos como a naturaleza mala, supuesto que atribuyen todos los
elementos de que este mundo visible y material está compuesto, y todas sus
cualidades a Dios como a su verdadero artífice, con todo, opinan que las almas
de tal suerte son afectadas por los miembros terrenos y mortales, que de aquí
les proceden los afectos de los deseos y temores, de la alegría y de la
tristeza, en cuyas cuatro perturbaciones, como las llama Cicerón, o pasiones,
como muchos, palabra por palabra, lo interpretan del griego, consiste todo el
vicio de la vida humana; lo cual, si es cierto, ¿por qué en Virgilio se admira
Eneas de esta opinión oyendo en el infierno a su padre que las almas habían de
volver a sus cuerpos, y exclamando: <¡Oh padre mío! ¿Es posible que hemos de
creer que algunas de estas almas han de subir desde aquí a ver el cielo, y que
han de volver a encerrarse en la estrecha concavidad de los cuerpos? ¿Qué deseo
tan horrible y abominable es éste que tienen de vivir los miserables?> ¿Por
ventura, este tan de testable deseo aun permanece en aquella tan celebrada
pureza de las almas, heredado de los terrenos e inmortales miembros? ¿Acaso
dice que no están ya limpias y purgadas de todas estas pestes corpóreas cuando
otra vez principian a querer volver a los cuerpos?
De
donde se infiere que aunque fuera cierto lo que es totalmente falso, el que sea
una alternativa sin cesar la purificación y profanación de las almas que van y
vuelven, con todo, no puede decirse con verdad que todos los movimientos malos y
viciosos de las almas nacen y provienen de los cuerpos terrenos, supuesto que,
según ellos (como el famoso poeta lo dice), es tanta verdad que aquel horrible
deseo no procede del cuerpo, de modo que al alma que está ya purificada de toda
pestilencia y contagio corporal, y fuera de todo lo que es cuerpo, la puede
compeler y forzar a que vuelva al cuerpo; y así también, por confesión de
ellos, el alma no sólo se altera y turba movida de la carne, de manera que
desee, tema, se alegre y entristezca, sino que también de suyo y de sí propia
puede moverse con estas pasiones.
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